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Jueves, 01 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura:

LAS CLAVES DE LA CUMBRE DE ALASKA ENTRE PUTIN Y TRUMP

“Lo que está en juego no es solo Ucrania, sino la hegemonía mundial de los bloques enfrentados”

Una cumbre en Alaska entre Donald Trump y Vladimir Putin podría marcar el principio del fin para la guerra en Ucrania. Pero lejos de celebrar la paz, las potencias europeas reaccionan con nerviosismo. ¿Por qué una solución pacífica genera tanta tensión dentro de la OTAN?

Por JORDI RUIZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

 

[Img #86119]  La escena parece sacada de una película de ficción geopolítica: un presidente estadounidense, un líder ruso señalado por la OTAN como enemigo estratégico, y una posible cumbre que podría sellar el destino de una guerra que lleva años desangrando Europa del Este.

 

    Sin embargo, no es ficción. Es agosto de 2025, y la reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska amenaza con alterar las relaciones de fuerza dentro del bloque occidental.

 

    Y es que la cumbre de Alaska, no solo trata de Ucrania. Es, ante todo, un síntoma de una fractura más profunda: la del orden imperialista tradicional, que desde la II Guerra Mundial ha estado hegemonizado por la alianza atlántica, con Estados Unidos como centro indiscutible.

 

    Hoy, sin embargo, ese eje parece resquebrajarse, empujado por la combinación de desgaste militar, crisis económica y conflictos entre intereses nacionales.

 

UN ACUERDO DE PAZ QUE NO CONVIENE A TODOS

 

     En el centro del debate está la guerra en Ucrania, iniciada formalmente en 2022 tras décadas de tensiones acumuladas.

 

    Trump, que ha retomado la presidencia con un discurso "antibelicista" hacia el exterior y profundamente aislacionista, ha insinuado que está dispuesto a negociar un fin de la guerra que incluya la cesión de territorios como el Donbass o Crimea.

 

    Para muchos sectores del establishment europeo, esto supone una traición: una paz sin victoria, que implicaría reconocer hechos consumados por Rusia y dejar a Alemania, Francia o Reino Unido sin el control político y económico que buscaban proyectar en Ucrania.

 

     Pero lo cierto es que la situación militar en el frente tampoco da mucho margen. Las tropas ucranianas han sido contenidas —y en algunos casos superadas— en varias regiones estratégicas.

 

    La propuesta rusa, de hecho, parece simple: retirada ucraniana de los territorios ocupados y renuncia explícita a la incorporación a la OTAN. Un “cambio de fronteras” que, aunque contrario al derecho internacional formal, ya se ha consolidado fácticamente con el paso del tiempo.

 

 

ENTRE ALIADOS Y RIVALES: LAS TENSIONES DENTRO DE LA OTAN

 

      La verdadera noticia, sin embargo, no es el plan de paz, sino la reacción que ha generado. La nueva cúpula de la OTAN, con Mark Rutte a la cabeza, ha comenzado a hablar abiertamente de reconocer de facto el control ruso sobre ciertas zonas, aunque sin hacerlo jurídicamente. Este tipo de “doble lenguaje” evidencia que ya no hay una sola estrategia en el bloque occidental.

 

    Alemania, liderada por Friedrich Merz, ha reaccionado intentando aglutinar una coalición pro-Zelensky, promoviendo conferencias con Francia, Reino Unido y los sectores más belicistas del aparato atlántico. Pero detrás de esta defensa del gobierno ucraniano se ocultan los intereses económicos de un capital alemán que ha invertido en convertir a Ucrania en su retaguardia industrial. La paz, si se da en los términos que propone Trump, bloquearía este plan y dejaría a Alemania en una posición subordinada frente a los Estados Unidos.

 

    El Reino Unido, por su parte, continúa ejerciendo el papel de fiel escudero estadounidense, pero ahora desde la retaguardia. Keir Starmer ha heredado el tono y los métodos de Boris Johnson, funcionando como contrapeso a cualquier salida diplomática. Es una postura curiosa para un país cuyo poder real en el conflicto es cada vez menor, y cuya influencia sobre Washington parece depender más de gestos simbólicos que de fuerza efectiva.

 

UN ORDEN MUNDIAL EN RECONFIGURACIÓN

 

     Lo que está en juego, en última instancia, no es solo el destino de Ucrania. Es la configuración misma del mundo posterior al 1991, cuando la caída del bloque socialista europeo dejó a Estados Unidos como única superpotencia. Hoy, con una Rusia que resiste a pesar de las sanciones, una China que actúa como telón de fondo silencioso, y una Europa dividida y debilitada, el viejo esquema ya no funciona.

 

    La OTAN fue concebida como una herramienta de coordinación entre imperios. Pero en una fase del capitalismo donde cada país busca desesperadamente asegurar su espacio económico, esa coordinación se convierte en fricción. Lo que comenzó como una guerra por “la soberanía ucraniana”, se ha transformado en una lucha entre capitales nacionales que compiten por mercados, recursos y posiciones estratégicas.

 

ENTRE LA PAZ Y EL COLAPSO

 

       Trump y Putin, cada uno con sus propios intereses, han encontrado un punto de convergencia temporal. No es una alianza estratégica, sino de una coincidencia de necesidades:

- uno quiere mostrar eficacia y restituir la economía estadounidense;

- el otro, consolidar su control territorial.

 

    Esta convergencia, sin embargo, amenaza con dejar con "el culo al aire" las contradicciones internas del bloque imperialista occidental.

 

     La pregunta no es si habrá paz, sino quién ganará con ella. Y, más allá del campo de batalla, parece que los pueblos ucraniano y ruso seguirán pagando con sangre los intereses cruzados de potencias que solo buscan mantener —o recuperar— su lugar en la cima.

 
 
 
 
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