Martes, 16 de Septiembre de 2025

Actualizada

Martes, 16 de Septiembre de 2025 a las 19:41:46 horas

3
Lunes, 15 de Septiembre de 2025

CHILE 1973: LA TRAGEDIA DE LA "ILUSIÓN DE ALLENDE" QUE POCOS SE ATREVEN A AFRONTAR

El precio histórico de confiar en las instituciones del enemigo

En este artículo, nuestro colaborador Cristóbal García Vera analiza críticamente el golpe de Estado en Chile de 1973 y la derrota de la Unidad Popular. Más allá de la memoria y los homenajes, García incide en la necesidad de extraer consecuencias políticas de este proceso, en torno a la ilusión reformista que llevó a confiar en la posibilidad de ensayar una "vía pacífica al socialismo". Una ilusión -dice- que se pagó con miles de vidas y que, medio siglo después, sigue pesando sobre la izquierda actual.

Por CRISTÓBAL GARCÍA VERA PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

      Cada 11 de septiembre, cuando se recuerda el golpe de Estado contra Salvador Allende y la instauración de la dictadura de Augusto Pinochet, abundan los homenajes, los discursos solemnes y las palabras cargadas de respeto.

 

     Desde la izquierda suele faltar, sin embargo, lo que debería ser más importante. Un análisis crítico, y basado en las evidencias, sobre el proceso chileno y su desenlace fatal. Y es que el Golpe de 1973 y la posterior dictadura de Pinochet  no fueron simplemente la obra de un ejército “traidor”, del imperialismo norteamericano actuando como de costumbre en lo que considera su “patio trasero” y de una oligarquía brutal.

 

    Fueron, también, el resultado previsible de una infundada ilusión que compartieron Allende y una buena parte de quienes componían la Unidad Popular. La ilusión de que, en Chile, el Estado burgués podía servir de herramienta para una “transición pacífica al socialismo”; de que las “instituciones democráticas” garantizarían un camino ordenado y el ejército “profesional y democrático” de ese país sudamericano respetaría la voluntad popular.

 

 

Allende: honestidad y tragedia

 

    Salvador Allende no fue ningún farsante, ni un oportunista como esos políticos de “izquierda” que tanto abundan en nuestros días.  Muy al contrario, fue un hombre honesto, valiente y coherente con sus ideas socialdemócratas.

    Su dignidad en la muerte —defendiendo La Moneda con un subfusil en la mano— lo distingue también por completo de esos dirigentes que, en la hora decisiva, optan por huir abandonando al pueblo a su suerte. Esa coherencia personal lo convierte en una figura históricamente respetable. Incluso admirable en lo personal. Pero una cosa es la dignidad individual y otra, muy distinta, el balance histórico de su proyecto.

[Img #86620]

 

   Para poder analizar este último con una mínima pretensión de objetividad resulta preciso puntualizar, en primer término, que el programa de la Unidad Popular, con reformas importantes como la nacionalización del cobre, la ampliación de derechos sociales o la tan necesaria reforma agraria, no  suponía una revolución socialista en sentido estricto.

 

  Se trataba de un reformismo “radical” -especialmente si se lo compara con las políticas timoratas que los gobiernos “progresistas” se atreven a implementar en la actualidad -,  que buscaba atenuar las desigualdades sociales y económicas sin romper las estructuras del capitalismo chileno.

 

  No planteaba, en cualquier caso, destruir el aparato estatal burgués, ni sustituirlo por nuevas instituciones de poder popular. La apuesta era otra: demostrar que era posible una “vía chilena al socialismo”, pacífica y respetuosa con la legalidad. El problema fue, obviamente, que dicha apuesta chocó de frente, como no podía dejar de suceder, con la realidad del poder en una sociedad capitalista. El Estado chileno no era un campo de juego neutral, sino el bastión institucional de los intereses de las clases dominantes, tanto  las propias como las foráneas.

 

El Partido Comunista de Chile y la ilusión reformista

 

      Pero el drama chileno no tuvo que ver solo con una ilusión personal de Allende. Esas eran también, en esencia, las concepciones de la mayor parte de la Unidad Popular y, en concreto, del Partido Comunista de Chile, que en aquellos años había asumido plenamente la estrategia de “acumulación de fuerzas” dentro de la democracia burguesa.

 

  En su lógica, el Ejército era también una institución “profesional”, “respetuosa de la Constitución” y, por tanto, confiable como "garante" de un proceso pacífico.  No se trataba de una ocurrencia aislada, sino perfectamente coherente con el clima ideológico del eurocomunismo que ya había cuajado en Europa y que tuvo su correlato en Chile. Los partidos comunistas de Italia, Francia y España, junto con el chileno, compartían la tesis de que, en las sociedades capitalistas avanzadas, el Estado habría cambiado lo suficiente como para permitir un tránsito "democrático" hacia el socialismo.

 

  El planteamiento era, en síntesis, que el aparato estatal "ya no era el mismo" que conocieron Marx y Lenin, y que las mayorías electorales, sumadas a un trabajo institucional persistente, podían abrir paso a una “democracia socialista” dentro del marco parlamentario burgués.

 

  La Unidad Popular trató de aplicar esa receta en el peor arquetipo posible: un país de capitalismo dependiente, con una burguesía estrechamente ligada al imperialismo norteamericano y con unas Fuerzas Armadas formadas bajo una fuerte tradición prusiana. El resultado estaba cantado: cuando el reformismo radical  se atrevió a tocar los intereses del gran capital, la respuesta fue el golpe brutal, la represión y las "desapariciones" masivas. 

 

La concepción marxista del Estado: el elefante en la habitación que nadie quiere ver

 

[Img #86621]

 

  Para entender lo que ocurrió en Chile es indispensable, pues, volver a lo más básico de la teoría política: ¿qué es el Estado?

 

  El Estado no es, en efecto, un árbitro neutral, ni la encarnación del “bien común”, como sostiene la ideología liberal en la que todos somos más o menos adoctrinados. Es, en esencia, una máquina de dominación de clase.

 

   Engels explicó que el Estado surge, justamente, cuando las divisiones sociales son irreconciliables y una clase necesita una fuerza especial para asegurar sus privilegios.

 

    Esa fuerza se compone de ejército, policías, jueces, parlamentos y burocracias, que aparentan representar a todos pero en realidad garantizan la dominación de unos pocos. Y también de aparatos ideológicos, como la escuela, la iglesia o los medios de comunicación.

  

   El capitalismo moderno, con su democracia parlamentaria, presenta otra trampa más sofisticada. Pero, como recordara Lenin, esta “democracia” es solo otra forma política de la dictadura del capital: un sistema que tolera libertades mientras no se toquen los cimientos del poder, y que recurre a la violencia abierta en cuanto esos cimientos son cuestionados.

 

     De aquí se extrae la primera consecuencia práctica de esta concepción -y también la más esencial-  para cualquier proyecto revolucionario. Dado que el Estado burgués existe precisamente para impedir que se pongan en cuestión los privilegios de la clase dominante, es inevitable que recurra a todos los medios a su alcance para frenar todo proceso de transformación: desde la manipulación ideológica hasta la represión más brutal, pasando por la dictadura abierta, el asesinato selectivo o incluso las masacres colectivas.

 

   Por esa misma razón, incluso cuando los movimientos populares logran abrirse camino a través de elecciones o del Parlamento, deben partir de una certeza elemental: el aparato estatal jamás aceptará pasivamente la constitución de un cambio de sistema económico y social. Esta no es una opinión, ni una simple especulación política. Es una constatación validada por la experiencia de los casi trescientos últimos años de historia del modo de produccion capitalista.

 

   De ahí que toda estrategia revolucionaria seria, realista, tenga que asumir que el terreno en el que se batirá es el de una intensa guerra de clases. Y, en consecuencia, que el pueblo trabajador no solo necesita organizarse políticamente, sino también prever su propia autodefensa. Ello no implica ningún tipo de culto a la violencia, que es una imposición del propio sistema, sino comprender que, si se quiere garantizar la supervivencia de un proceso transformador, y no conducir al matadero a quienes lo protagonizan, es imprescindible preparar formas de autodefensa, de organización popular  que impidan la repetición de tragedias dramáticas como la chilena.

 

 

La evidencia empírica refuta la ideología liberal del Estado

 

[Img #86625]

 

  Esta concepción del Estado no es cierta porque así lo dijeron Marx, Engels o Lenin, como si sus palabras debieran considerarse algo así como los "dichos sagrados de un profeta". Cualquier teoría que pretenda comprender la realidad debe rechazar de forma contundente este tipo de "criterio de autoridad".  La razón por la que la concepción marxista del Estado sigue siendo válida, e imprescindible para guiar un proyecto revolucionario con probabilidades de éxito, es que toda la evidencia histórica la ha confirmado una y otra vez, al mismo tiempo que refutaba las ilusiones liberales -en su versión pura, en la de la socialdemocracia tradicional o en formas “reformistas” como las del eurocomunismo- Y, especialmente, porque en este terreno político, el de la guerra de clases, las “refutaciones” de los proyectos no se realizan en laboratorios, entre pipetas o fórmulas, sino en los cuerpos de los pueblos. Cada “experimento” equivocado se paga con miles de muertos, con generaciones enteras truncadas y con retrocesos históricos cuya huella se prolonga durante décadas y que en muchos casos ni siquiera se han llegado a recuperar. Porque cuando las clases dominantes perciben que sus privilegios corren peligro no esperan a que se produzca una revolución; actúan “preventivamente”, mostrando la  verdadera naturaleza dictatorial de las “democracias” parlamentarias.

 

 - En Alemania, 1918-19, el gobierno socialdemócrata selló un pacto con los militares y aplastó a sangre y fuego a los Consejos obreros.

-  En España, 1936, las fuerzas más reaccionarias, encabezadas por el Ejército y la Iglesia, desencadenaron una guerra civil y, finalmente, impusieron la dictadura franquista, para acabar con las reformas sociales iniciadas durante la II República. 

 - En Grecia, 1944, los aliados occidentales intervinieron para desarmar al movimiento partisano y restaurar la monarquía, asegurando la continuidad del orden capitalista.

 - En Indonesia, 1965, con un Partido Comunista de masas y un gobierno nacionalista de corte progresista, el Ejército organizó una de las masacres más brutales del siglo XX. La mayoría de la historiografía sitúa este exterminio en una horquilla de entre 500.000 y 1 millón de muertos, aunque algunas fuentes locales y testimonios contemporáneos elevan la cifra hasta 2 o incluso 3 millones. El PKI, con unos 2 millones de militantes y hasta 10 millones de simpatizantes en organizaciones afines, fue el objetivo principal de esa represión sangrienta, que aniquiló a gran parte de sus cuadros y acabó borrando al partido de la vida política indonesia.

 

    Todos estos episodios, y otros más recientes como los llamados “golpes blandos” en Latinoamérica o la guerra híbrida contra cualquier gobierno díscolo o que ose cuestionar en lo más mínimo los intereses de las oligarquías y de sus mandos imperiales, revelan la misma verdad: el Estado capitalista, incluso en sus versiones más democráticas, guarda en su interior el núcleo duro de la coerción y lo activa sin titubeos cuando la dominación se ve amenazada. Ignorar esta realidad es condenarse a repetir las ilusiones trágicas que llevaron a Allende y al pueblo chileno a sucumbir al Golpe en 1973 y a la dictadura de Pinochet. 

 

Entonces, ¿por qué caemos, una y otra vez, en la misma ilusión?

 

     Como sin duda sabrá cualquier lector medianamente familiarizado con la tradición marxista, nada de lo que hemos expuesto en estas líneas es novedoso, ni fruto de una elaboración propia (*). Tampoco son originales las promesas "reformistas" o socialdemócratas. A finales del siglo XIX, Eduard Bernstein ya sostenía que el socialismo podía alcanzarse gradualmente dentro del Estado burgués. Su célebre lema —“el movimiento lo es todo, el objetivo final nada”— resumía la renuncia a la revolución. Desde entonces, las distintas versiones de esa promesa de superación pacífica y gradual del capitalismo han mantenido siempre lo esencial, aunque cambien de ropaje: desde el eurocomunismo de los años setenta —con el PCI, el PCF o el PCE— hasta los progresismos contemporáneos o las fantasías que pretenden ver en el capitalismo de los BRICS un supuesto motor emancipador para la humanidad.

 

  Pero, ¿por qué, si la evidencia histórica en contra de tales ilusiones es tan abrumadora, se imponen una y otra vez sus tesis fundamentales? Más allá de la influencia del puro desconocimiento, o de la siempre poderosa impronta de la ideología dominante que las reproduce,  porque son “cómodas” y, en apariencia, mucho más “reconfortantes” que la realidad. Porque permiten conciliar la idea de cambio con la tranquilidad de no tener que enfrentarse de verdad con el poder.

 

El terror y la resignación: Herencia actual de las dictaduras

 

  Partiendo de esta incómoda verdad es posible entender también que la manera en la que hoy se “conmemora”, mayoritariamente, la caída de Allende y el golpe de Pinochet, dice mucho más sobre cuál es el estado de la izquierda actual  que sobre aquel episodio histórico.

 

   Si algo debería estar fuera de duda es que la tragedia chilena confirmó el precio terrible  que se debe pagar por creer en hipotéticos “tránsitos pacíficos” al socialismo. Pese a ello, la mayoría de las conmemoraciones pasan de puntillas sobre esta lección evidente. Se exalta la dignidad personal de Allende, se denuncia la barbarie pinochetista y se recuerda a las víctimas. Todo ello es justo y necesario. Pero lo fundamental — extraer la consecuencia de que la derrota no fue una fatalidad, sino un resultado totalmente previsible de la ilusión reformista— se sigue evitando como si se tratara de una herejía o una suerte de insulto a la figura de Allende. Muy probablemente, porque atreverse  a ello implicaría cuestionar también la manera en la que buena parte de esta izquierda actual se relaciona con los llamados nuevos “progresismos”. La forma en la que  apoyan, sin críticas de fondo, a gobiernos que se encuentran a años luz  del horizonte reformista que en su día planteara  la Unidad Popular y que, en lugar de plantear transformaciones estructurales, se limitan a gestionar el capitalismo o llegan a afirmar abiertamente que este sistema económico es el único horizonte razonable al que podríamos aspirar.  Y también la manera en la que, cuando esos proyectos neorreformistas se agotan —dejando tras de sí desencanto, desesperación y un terreno abonado para el auge de figuras reaccionarias como Bolsonaro o Milei— tampoco se atreven a extraer las lecciones necesarias, poniendo de manifiesto el marco socialdemócrata desde el que analizan y actúan políticamente.

 

   Esta incapacidad para pensar y actuar más allá de los marcos establecidos por el sistema es también, en buena medida, un síntoma oculto de cómo la propia derrota de la Unidad Popular chilena, y del resto de proyectos revolucionarios coartados por la represión, se sigue proyectando hasta hoy de la forma en que quienes dieron el golpe lo habían previsto: mediante un terror interiorizado que nos paraliza.  Un terror que nos impide razonar desde nuestra propia teoría —la concepción marxista del Estado, confirmada por los hechos— y nos lleva a evitar lo esencial: hablar abiertamente de la naturaleza del poder y de la necesidad de reconstruir proyectos de cambio que se fundamenten, racionalmente, en este conocimiento de la realidad social.  

 

   La paradoja a la que ello nos conduce es demasiado amarga. Porque la memoria de los miles de chilenos asesinados, torturados y desaparecidos, y del propio Salvador Allende, no merece homenajes huecos o pusilánimes. Merece que aprendamos la lección que su derrota dejó escrita con tanta sangre y tantos sacrificios y que empecemos a preparar las bases para futuras batallas que puedan conducirse hacia la victoria.

 

 

(*) Nota:

Por supuesto, también somos conscientes de que la consideración general que hacemos en este artículo sobre el proceso chileno tampoco es original, ni somos los únicos en realizarla. Nuestra crítica responde, y se dirige, sin embargo, a la corriente de opinión ampliamente mayoritaria en el ámbito de la izquierda que se reproduce cada 11 de septiembre al recordar el Golpe contra la Unidad Popular y Allende  que, creemos, refleja bastante el "espíritu" de este tiempo. 

 

Fuentes bibliográficas:

Karl Marx & Friedrich Engels – El Manifiesto Comunista.

V. I. Lenin – El Estado y la Revolución.

Ralph Miliband – El Estado en la sociedad capitalista.

Eduard Bernstein – Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.

Nicos Poulantzas – Poder político y clases sociales en el Estado capitalista.

Ruy Mauro Marini – Reforma y revolución: una crítica a Lelio Basso.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Comentarios (3) Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.117

  • Juan

    Juan | Lunes, 15 de Septiembre de 2025 a las 13:19:14 horas

    Este es un audio .

    Que complementa el buen articulo del compañero Cristóbal.


    A lo mejor puede servir para seguir abundando en él esclareciendo de cosas :

    Posdata hubo autores soviéticos que rebatieron algunas posturas de Mauro Marini y fueron tachados de dogmáticos, sectarios , autoritarios ...
    Estaban haciendo crítica y autocrítica dentro de la Unión Soviética y no se les aplicó la violencia por hablar claro.


    El video : https://www.youtube.com/watch?v=Cj5XJGYTcWc

    Accede para responder

    • Respuesta del autor C-S

      (NULL)

  • Juan.

    Juan. | Lunes, 15 de Septiembre de 2025 a las 11:52:51 horas

    Muy interesante el artículo del compañero Cristóbal, explorando los efectos prácticos de eso que se llama transición pacífica al socialismo "

    La "coexistencia pacifica" y ganar espacios , adaptarse a la correlación de fuerzas , y aglutinar de cualquier modo " fuerzas " .

    A quė dos teorías que han sido y son una ruina que nos han dejado como un solar vacío nos ha conducido esto ?

    Porque esas dos teorías aparentemente de signo contrario que con franqueza y honradez lo postulaban y lo postulan y otra haciendo una labor de zapa en la Unión Soviética desde los años 50 y antes se disfraza y tiene la capacidad de pintarse de revolucionaria, pura e inmaculada pero en la práctica histórica nos ha llevado a la ruina , ruina teórica y ruina en la praxis .

    Creo que no hay que excusarse , ni tampoco pedir perdón, ni tener que justificar usar a Lenin , Marx o Engels en un artículo, se reivindica el método, se reivindica la praxis y se reivindica el patrimonio histórico de su teoria o su praxis , es como si todo el rato tuviéramos que pedir perdón o como si tuviéramos que defendernos de un ' supuesto culto a la personalidad " que sólo existe en las truculentas billeteras o en las truculentas mentes de quienes nos han llevado a la bancarrota ideológica y práctica, la teoría del estado de K. Marx , Engels , Lenin no son brindis a la bandera son como bien dice el artículo casos claros de claridad porque la oscuridad o el chantaje ideológico o los filibusteros pacifistas nos han llevado al asesinato de cientos de miles de comunistas en Chile , en Indonesia , en Afganistán, en España
    ..

    No hay que justificarse o hacer demasiadas aclaraciones sobre la violencia , ni nadie hace culto a la personalidad ni nadir hace culto a la violencia , porque la violencia que se desata después de una derrota inapelable en la lucha de clases y la responsabilidad histórica y las consecuencias históricas de asumir una derrota con torturas , vuelos de la muerte , Asesinatos en masa la han pagado y la van a pagar los trabajadores, pero aquí paz y despues gloria , no ?

    Habría que hablar de los Cordones Industriales y Comandos Comunales, " independientes" de las instituciones burguesa, la UP y las burocracias sindicales , de quė o porque en el proceso de su formación, y "" toma del control del poder , de la producción " de la seguridad armada de los avances y de la clase " quė , porque y porquien eso no cuajó, y hacerlo con objetividad y no quedarse solo en el heroísmo de Salvador Allende o de su coherencia final .

    Lo que sucede es que esas dos tendencias dañinas les importan más los mitos que las explicaciones racionales y sobre todo les interesa más ocultar los frutos y las consecuencias de sus " teorías " y siguen con los mismos mantras a día de hoy.

    Excelente artículo que pone temas básicos encima de la mesa .

    Accede para responder

  • Karls Sanchz

    Karls Sanchz | Lunes, 15 de Septiembre de 2025 a las 11:06:06 horas

    Es puro empirismo que las oligarquias de todas y cada uno de los Estados que componen este mundo , jamas consentiran ese transito por vias "conciliadoras" a las clases populares.
    ¿ Soy optimista con la consecucion de un mundo socialista/comunista ?
    Por desgracia no , aunque ellos son menos son mas fuertes , o mejor dicho , poseen mas poder.

    Accede para responder

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.