MICHAEL ROBERTS DESENMASCARA EL MERCADO: "TODO ES MERCANCÍA... NOS CONVIRTIERON EN COSAS"
¿Por qué seguimos creyendo que todo se puede comprar y vender sin consecuencias? ¿Puede existir humanidad en un mundo donde todo se vuelve mercancía?
En una intervención reciente ante estudiantes, el economista Michael Roberts lanzó una crítica demoledora al corazón del capitalismo: la mercancía. Explicó, con un lenguaje claro y sin rodeos, cómo este sistema convierte todo —incluso a las personas— en objetos para vender, ocultando bajo una apariencia de libertad una profunda relación de explotación. “No estamos locos por sentirnos usados”, dijo. “El sistema está diseñado para eso”.
POR M.R. PARA CANARIAS SEMANAL
Michael Roberts no necesita levantar la voz para incomodar a los poderosos. Le basta con mirar con lupa el sistema económico y decir lo evidente:
“El capitalismo ha convertido todo en mercancía. Y eso nos ha deshumanizado profundamente”.
Así lo afirmó esta semana en una charla con jóvenes estudiantes en Londres, donde volvió a lanzar afilados dardos contra lo que él llama “el corazón ideológico del mercado”.
“Una mercancía no es simplemente un producto. No es solo un objeto. Es una relación social disfrazada”, explicó, tomando como ejemplo algo tan cotidiano como una camiseta...
Cuando compras una camiseta por cinco libras, no estás pagando por el algodón ni por el hilo. Estás pagando por horas de trabajo humano. Trabajo que ha sido transformado en algo que se puede vender. Pero esa transformación no es inocente: oculta la explotación”.
Roberts no pretende ser académico ni hablar difícil. Su estilo es directo, accesible, y su objetivo, evidente: que lo entienda cualquier joven que jamás haya leído un tratado de economía. Por eso insiste:
“Esto no siempre fue así. No toda la historia humana estuvo organizada en torno a vender cosas. Durante miles de años, las personas producían para vivir, para compartir, para intercambiar, sí, pero sin esta lógica comercial de sacar ganancia de todo”.
Según el economista británico, lo que define al capitalismo no es simplemente que exista dinero o intercambio, sino que todo —desde la comida hasta el tiempo de las personas— debe presentarse como mercancía, algo que se pueda vender.
“Incluso la fuerza de trabajo. Incluso nuestra atención en internet. Incluso nuestra salud. Nada escapa”.
Durante su intervención, Roberts se detuvo especialmente en lo que llamó “el truco del intercambio entre iguales”. Para él, el sistema intenta hacer pasar todas las relaciones económicas como justas y simétricas.
“Te dicen que tú eliges libremente vender tu trabajo. Que el salario es un acuerdo entre iguales. Pero eso es mentira. Tú necesitas comer, pagar el alquiler, vivir. No estás en igualdad de condiciones. La empresa siempre tiene más poder”.
Y entonces lo suelta, como quien deja caer una piedra en un estanque:
“El mercado no es neutral. El mercado reproduce una relación de dominación. Y la mercancía es su forma más refinada de esconderlo”.
Pero la parte más incisiva de su exposición llegó cuando abordó el concepto de “fetichismo de la mercancía”. Un término que, según reconoció, suena raro y un poco esotérico.
“Pero es muy sencillo”, aclaró. “Es cuando tratamos a los objetos como si fueran autónomos, mágicos, independientes del trabajo humano que los creó. Es cuando dejamos de ver al trabajador que hizo ese teléfono, esa prenda, esa comida, y solo vemos el precio, el logo, el empaque bonito”.
Ese proceso, según Roberts, no solo es injusto. Es peligroso.
“Porque hace que dejemos de ver a las personas. Nos hace pensar que la pobreza es culpa del pobre, que el desempleado es un fracasado, que el precio justo es el que diga el mercado. Y no es así. Todo eso está construido sobre relaciones sociales de explotación”.
En un momento especialmente emotivo, se dirigió directamente a los estudiantes que lo escuchaban:
“Si alguna vez sienten que su vida no vale, que su trabajo no tiene sentido, que el sistema los aplasta... no están locos. Eso es lo que el sistema hace. Transforma a los seres humanos en cosas. En mercancías. Y después les pide que sonrían”.
Según Roberts, la tarea histórica de las nuevas generaciones no es “humanizar el capitalismo” —algo que considera imposible— sino salir de esa lógica.
“Hay que recuperar la idea de que la vida vale más que el beneficio. Que el trabajo humano no es una mercancía. Que no todo se compra ni se vende”.
Antes de despedirse, dejó una última reflexión:
“El capitalismo tiene fecha de caducidad. Pero no va a caer solo. Lo sostienen cada día millones de actos que parecen normales. Comprar, vender, obedecer, competir. La pregunta no es solo qué mundo queremos construir. La pregunta es: ¿qué vamos a dejar de hacer para que ese mundo sea posible?”.

POR M.R. PARA CANARIAS SEMANAL
Michael Roberts no necesita levantar la voz para incomodar a los poderosos. Le basta con mirar con lupa el sistema económico y decir lo evidente:
“El capitalismo ha convertido todo en mercancía. Y eso nos ha deshumanizado profundamente”.
Así lo afirmó esta semana en una charla con jóvenes estudiantes en Londres, donde volvió a lanzar afilados dardos contra lo que él llama “el corazón ideológico del mercado”.
“Una mercancía no es simplemente un producto. No es solo un objeto. Es una relación social disfrazada”, explicó, tomando como ejemplo algo tan cotidiano como una camiseta...
Cuando compras una camiseta por cinco libras, no estás pagando por el algodón ni por el hilo. Estás pagando por horas de trabajo humano. Trabajo que ha sido transformado en algo que se puede vender. Pero esa transformación no es inocente: oculta la explotación”.
Roberts no pretende ser académico ni hablar difícil. Su estilo es directo, accesible, y su objetivo, evidente: que lo entienda cualquier joven que jamás haya leído un tratado de economía. Por eso insiste:
“Esto no siempre fue así. No toda la historia humana estuvo organizada en torno a vender cosas. Durante miles de años, las personas producían para vivir, para compartir, para intercambiar, sí, pero sin esta lógica comercial de sacar ganancia de todo”.
Según el economista británico, lo que define al capitalismo no es simplemente que exista dinero o intercambio, sino que todo —desde la comida hasta el tiempo de las personas— debe presentarse como mercancía, algo que se pueda vender.
“Incluso la fuerza de trabajo. Incluso nuestra atención en internet. Incluso nuestra salud. Nada escapa”.
Durante su intervención, Roberts se detuvo especialmente en lo que llamó “el truco del intercambio entre iguales”. Para él, el sistema intenta hacer pasar todas las relaciones económicas como justas y simétricas.
“Te dicen que tú eliges libremente vender tu trabajo. Que el salario es un acuerdo entre iguales. Pero eso es mentira. Tú necesitas comer, pagar el alquiler, vivir. No estás en igualdad de condiciones. La empresa siempre tiene más poder”.
Y entonces lo suelta, como quien deja caer una piedra en un estanque:
“El mercado no es neutral. El mercado reproduce una relación de dominación. Y la mercancía es su forma más refinada de esconderlo”.
Pero la parte más incisiva de su exposición llegó cuando abordó el concepto de “fetichismo de la mercancía”. Un término que, según reconoció, suena raro y un poco esotérico.
“Pero es muy sencillo”, aclaró. “Es cuando tratamos a los objetos como si fueran autónomos, mágicos, independientes del trabajo humano que los creó. Es cuando dejamos de ver al trabajador que hizo ese teléfono, esa prenda, esa comida, y solo vemos el precio, el logo, el empaque bonito”.
Ese proceso, según Roberts, no solo es injusto. Es peligroso.
“Porque hace que dejemos de ver a las personas. Nos hace pensar que la pobreza es culpa del pobre, que el desempleado es un fracasado, que el precio justo es el que diga el mercado. Y no es así. Todo eso está construido sobre relaciones sociales de explotación”.
En un momento especialmente emotivo, se dirigió directamente a los estudiantes que lo escuchaban:
“Si alguna vez sienten que su vida no vale, que su trabajo no tiene sentido, que el sistema los aplasta... no están locos. Eso es lo que el sistema hace. Transforma a los seres humanos en cosas. En mercancías. Y después les pide que sonrían”.
Según Roberts, la tarea histórica de las nuevas generaciones no es “humanizar el capitalismo” —algo que considera imposible— sino salir de esa lógica.
“Hay que recuperar la idea de que la vida vale más que el beneficio. Que el trabajo humano no es una mercancía. Que no todo se compra ni se vende”.
Antes de despedirse, dejó una última reflexión:
“El capitalismo tiene fecha de caducidad. Pero no va a caer solo. Lo sostienen cada día millones de actos que parecen normales. Comprar, vender, obedecer, competir. La pregunta no es solo qué mundo queremos construir. La pregunta es: ¿qué vamos a dejar de hacer para que ese mundo sea posible?”.
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