Lunes, 22 de Septiembre de 2025

Actualizada

Lunes, 22 de Septiembre de 2025 a las 09:30:53 horas

Lunes, 22 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:

MATEO, EL PERRO DEL PATRÓN

Sangre en la acequia. Una crónica del siglo XIX canario

En las Islas Canarias del siglo XIX, el agua era más valiosa que el oro. Su control estaba en manos de unos pocos terratenientes que, amparados por el caciquismo, decidían quién podía sembrar y quién debía marcharse con las manos vacías. Pozos, galerías y acequias eran instrumentos de poder y sometimiento. El campesinado, dependiente de cada gota, vivía bajo la sombra de órdenes duras y castigos silenciosos. Dicen que en aquellos años, en un pueblo de Gran Canaria, un capataz fiel se quebró frente a su patrón. Y que lo que ocurrió después quedó enterrado en la memoria como si fuera parte de la historia.

POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-

 

  La finca estaba en las laderas de Gran Canaria. Era seca. El agua bajaba por acequias estrechas, guardadas como si fueran de oro.

   

    Don Julián era el dueño. Nadie discutía su palabra. Tenía tres pozos, una galería y derechos de riego sobre otras fincas. Era rico, muy rico. O al menos eso era lo que la gente creía.

 

     El capataz se llamaba Mateo. Hombre duro, callado, acostumbrado a cumplir órdenes sin discutirlas. Conocía los caminos, los entresijos de las acequias, las horas de reparto de agua. Y también conocía el miedo de los campesinos.

 

    Una aciaga mañana,  Don Julián lo llamó. Había que expulsar a una familia de medianeros. Se estaban retrasando en el pago de la renta. La casa y la pequeña huerta pasarían a manos del patrón.

 

      Como invariablemente hacía, Mateo asintió. Caminó hasta la huerta. Allí se encontraba Elena, la hija mayor de la familia. Joven, de mirada firme.


   —Dígale a Don Julián que no nos vamos a ir de aquí. El agua nos pertenece tanto como a él.

 

    Mateo no respondió. Sintió algo extraño. No era costumbre que nadie se atreviera a hablarle de esa forma.

 

    No echó a la familia. No ese día. Dijo que volvería en dos semanas.
 

   Cuando regresó a la finca, Don Julián lo estaba esperando en la Casa Grande.


—¿Está ya todo hecho?


—No todavía. Tienen la cosecha a medias. Si se van ahora, se pierde el fruto.

 

   Don Julián lo miró fija y largamente. No dijo nada. Pero la desconfianza en su mano derecha había quedado sembrada.

 

   En el pueblo empezaron a desatarse los murmullos... Que Mateo ya no era tan fiel. Que, en realidad, lo que estaba pasando era que  hablaba con la hija del medianero.

 

    Elena lo recibía sin miedo. A veces le ofrecía un vaso de agua fresca. Él lo aceptaba, callado.

 

Una noche ella dijo:


     —Usted sabe que lo que hace Don Julián es injusto. El agua es de todos.

 

   Mateo, cabizbajo, no respondió. Pero ya no olvidó más esas palabras.

 

   La luna estaba alta. Mateo se quedó en la huerta más de lo debido. Elena regaba con un cubo de agua que sacaba del pozo.

 

  Él habló de pronto.


  —Hace años que trabajo para Don Julián. Nunca dudé de sus órdenes. Pero ahora… no sé.


  —¿Le tiene miedo?


 —Sí. Y no soy el único. Si me niego, no quedará nada de mí.


—Entonces no es usted un hombre libre. Es un perro encadenado.

 

Mateo sintió la frase como si le hubieran dado un duro golpe.

 

En la plaza, un vecino se le acercó.


    —Mateo, dicen que el patrón quiere abrir un nuevo pozo. El agua se la llevará toda él. El resto quedaremos secos.

 

Mateo apretó los dientes. Sabía que era cierto.

 

Don Julián lo llamó otra vez.

 

    —Dicen que los campesinos andan inquietos. Hablan de rebelión. Tú eres mi hombre. Quiero que les des un escarmiento.


—¿Qué quiere que haga?


—Ve a la huerta de los medianeros y córtales el agua.

 

    Mateo llegó de noche. Llevaba las llaves del canal. El agua corría por la acequia, brillando con la luna. Podía cerrarla con un giro de muñeca. Elena apareció.


—¿Qué va hacer, Mateo?

 

  Mateo giró la llave. El agua dejó de correr. La acequia quedó seca.

 


       —Ahora ya sabe quién es, ¿no? —dijo ella.

 

Don Julián lo recibió con vino.


      —Bien hecho. Así se mantiene el orden.

 

    En el pueblo, la noticia corrió rápido. Los campesinos murmuraban. Nadie lo saludaba ya en la plaza. Al tercer día, un niño fue a buscarlo.


   —Mi padre dice que si seguimos sin agua, moriremos de hambre. Usted puede ayudar.

 

    Mateo no contestó. Pero por la noche no pudo dormir. El silencio de la huerta lo perseguía.

 

    Empezó a caminar distinto. Con el machete siempre a la vista. Con la mirada dura.
 

Don Julián estaba satisfecho.


—El miedo es más fuerte que la amistad.

 

Un viejo lo insultó en la plaza.


—¡Eres peor que tu amo, perro!


    Mateo lo golpeó con la culata de la escopeta. Nadie se movió para ayudarlo.

 

    Esa noche soñó con la acequia vacía. Soñó con el cubo caído. Soñó con la voz de Elena: “Es un perro encadenado.”

 

Al amanecer Don Julián le dio una nueva orden.


—La familia sigue en la huerta. Esta vez quiero que lo resuelvas de raíz. Quémales la casa.

 

Mateo llegó a la huerta. Elena salió.


—¿Y esa antorcha, Mateo?

 

    Mateo no respondió. Caminó hacia la acequia. Tocó la tierra seca. Pensó en los años de obediencia. Pensó en el viejo de la plaza.

 

    Se levantó. El machete brillaba en su mano...

 

    Volvió a la Casa Grande. Don Julián estaba en el porche, apeado en una vieja tumbona, con una copa de vino.


—¿Ya está hecho?

   

     Mateo no contestó. Levantó el machete. El golpe fue limpio. Don Julián cayó de lado. La copa rota en el suelo.

 

El silencio se hizo largo.

 

    Al caer la tarde, los campesinos llegaron. Vieron al patrón muerto y a Mateo sentado junto al cadáver. Nadie dijo una palabra.

 

  Elena se adelantó.
 

—Ya es libre.

 

    Mateo no respondió. Sabía que no lo era. El machete estaba manchado. Aunque el agua volviera a correr, la culpa y los de arriba lo iban a perseguir sin compasión.

 

     Se levantó y se marchó sin rumbo. El pueblo lo observaba en silencio.

 

    El agua sonaba de nuevo en la acequia.

 
 
 
 
Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.120

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.