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Jueves, 01 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura:

EL INFAME TRATADO DE LA UE CON EE.UU.: UNA RENDICIÓN SIN TANQUES NI CONDICIONES

Estados Unidos obtiene vía libre para inundar el mercado europeo con sus productos sin pagar un euro en gravámenes.

Los representantes europeos han firmado de nuevo lo que mejor saben firmar: su sumisión. El acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos no es un pacto entre iguales, sino la escenificación de una humillación política aceptada con gesto dócil por las élites comunitarias. Mientras Trump celebra su “gran victoria estratégica”, Bruselas aplaude y acepta las condiciones impuestas por Washington. No es un tratado, escribe nuestro colaborador M.Relti, es una rendición escrita en clave económica y sellada con rodilla en tierra.  

 

Por M. RELTI PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

UNA RENDICIÓN SIN TANQUES

 

      Hay veces en que una guerra no necesita cañones para tener lugar. Basta con un documento firmado en un castillo escocés, una cifra escandalosa y una sonrisa forzada ante las cámaras. Así se resume el nuevo acuerdo arancelario suscrito entre la Unión [Img #85874]Europea y Estados Unidos. Un texto que no ha necesitado de muchos titulares porque, para quienes mandan, la opacidad siempre ha sido una herramienta eficaz.

 

     Pero no hay que engañarse: este acuerdo, firmado por Von der Leyen y Trump —sí, Trump— no es solo una jugada económica más, sino una confirmación más de un orden internacional donde Europa se agacha sin rechistar.

 

     En teoría, se trata de un tratado para “estabilizar los intercambios”. En la práctica, Europa acepta que sus exportaciones (coches, vino, aceite, acero, entre otros) paguen un arancel fijo del 15 % para evitar el 30 % con el que amenazaba Washington.

 

    A cambio, Estados Unidos obtiene vía libre para inundar el mercado europeo con sus productos sin pagar un euro en gravámenes. Y no solo eso: se incluyen compromisos energéticos multimillonarios, compra de armamento y unas cuantas “promesas” de inversión que no tienen ni fecha ni detalles.

 

    ¿Y qué recibe Europa? La imagen de estar en la mesa. Nada más.

 

EL TTIP QUE VUELVE POR LA VENTANA

 

     Para entender mejor lo que acaba de ocurrir, conviene recordar lo que fue el TTIP: un acuerdo de libre comercio entre la UE y EE.UU. que hace menos de una década provocó una oleada de rechazo social. Se paró en aquella ocasión, sí, pero no se canceló: simplemente se congeló hasta encontrar un momento más propicio.

 

     Pues bien, ese momento ha llegado. Y lo ha hecho por la puerta trasera, sin debates parlamentarios, sin manifestaciones, sin titulares en la prensa generalista. Unas firmas, unas fotos y ya está.

 

    La estructura de este nuevo pacto retoma los principios de aquel TTIP, pero los refuerza con una asimetría todavía más brutal: los aranceles no se eliminan por igual, sino que solo se levantan para el lado estadounidense. Además, Europa se compromete a comprar gas y petróleo estadounidenses por cifras mareantes, en un contexto en el que la “transición energética” se ha convertido en un eslogan vacío frente a los intereses reales del capital fósil.

 

    ¿La clave del truco? La narrativa. En nombre de la “cooperación atlántica”, de la “seguridad global” y de la “estabilidad geopolítica” se impone un acuerdo profundamente desigual que consolida la subordinación económica, política y militar de Europa frente a su “socio” norteamericano.

 

 

UN PROBLEMA QUE VA MÁS ALLÁ DEL COMERCIO

 

     Pero este tratado no puede leerse como una simple cuestión de intercambios comerciales. De hecho, sus consecuencias más profundas no están en las cifras ni en las tablas de aranceles. Están en lo que simboliza: la confirmación de un poder de clase —el capital financiero y transnacional— que ha decidido reorganizar las alianzas estratégicas del mundo occidental bajo su única lógica: seguir mandando a costa de lo que sea.

 

     Este tratado consagra un vasallaje. Porque no se trata de un acuerdo entre iguales, sino de un acto de obediencia política. Europa acepta condiciones perjudiciales para su economía a cambio de mantenerse bajo el paraguas estratégico de Washington. Es una decisión tomada por las élites europeas que, lejos de representar los intereses de los pueblos europeos, actúan como gestoras de los intereses norteamericanos.

 

     Y aquí hay algo más profundo. Porque lo que se juega en este pacto no es solo quién vende más coches o quién controla la energía. Lo que está en juego es el tipo de sociedad que se impone. Este tratado premia a las grandes multinacionales —principalmente estadounidenses—, fortalece al complejo militar-industrial y deja a los pueblos europeos en manos de una agenda ajena, lejana y cada vez más autoritaria.

 

EL TRASFONDO DE CLASE

     Como siempre, la clave está en mirar desde abajo.

 

¿A quién beneficia realmente este acuerdo?

 

- A las grandes empresas exportadoras de EEUU.

- A las energéticas que ahora tienen contratos garantizados en Europa.

- A los especuladores que ven oportunidades en los nuevos marcos de inversión.

- A los lobbies militares que se frotan las manos con cada “compromiso de defensa”.

 

 

     ¿Y quién pierde?

 

- Los trabajadores europeos.

- Los agricultores y pequeños productores que verán cómo sus productos compiten en desigualdad.

- Los sectores industriales que empezaban a asomarse a una transición ecológica ahora saboteada por importaciones fósiles pactadas.

- Las poblaciones que pagan con impuestos el rearme y con inflación los nuevos costes energéticos.

 

El resultado:

       El resultado es un refuerzo de la lógica neoliberal más dura:

- Concentración de la riqueza.

- Desregulación encubierta.

-Externalización del poder político hacia instancias supranacionales que nadie ha elegido.

 

     De fondo, late la vieja lógica imperial: el control de recursos, territorios y mercados. Solo que ahora, con otros modales y otros escenarios.

 

LA “SOBERANÍA” COMO FICCIÓN

 

     Uno de los efectos más evidentes del acuerdo es el vaciamiento total del concepto de soberanía. Mientras los dirigentes de la UE se llenan la boca con discursos sobre autonomía estratégica, defensa de los intereses europeos o “transición ecológica justa”, los hechos van en sentido opuesto. La Unión Europea actúa como una coalición dependiente, no solo militarmente, sino también económica y estratégicamente.

 

   La aceptación de condiciones tan desequilibradas muestra que las decisiones fundamentales no se toman en Bruselas, sino en Washington. Europa actúa como protectorado, no como bloque autónomo. Y lo más grave es que esta situación se normaliza, se legitima y se justifica bajo un lenguaje técnico que enmascara la pérdida total de poder y de la escasa soberanía que aún pudieran tener estos países europeos.  

 

  Finalmente, hay que hablar de la democracia. O mejor dicho, de su total ausencia. Porque este acuerdo ha vuelto a poner de manifiesto que esta no es más que una ficción en nuestras sociedades. Se ha negociado sin transparencia, sin debate público, sin intervención parlamentaria. Se ha impuesto, desde arriba, por figuras no electas o por políticos que no representan a sus pueblos sino a intereses globales. Una vez más, se impone lo que conviene a las grandes corporaciones y no lo que necesita la mayoría social.

 
 
 
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