
G. GODELS: ZOHRAN MAMDANI Y LA TRAMPA DEMÓCRATA: ¿VICTORIA O COOPTACIÓN?
¿Hasta qué punto puede la izquierda institucional desafiar al capital?
La victoria del socialista Zohran Mamdani ha generado entusiasmo en la izquierda estadounidense. Pero, ¿puede una figura como él cambiar el rumbo del Partido Demócrata o solo representa un nuevo capítulo de una vieja ilusión?
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG
En un artículo recientemente publicado por Greg Godels en la publicación estadounidense MLToday bajo el título “Mamdani y más allá”, el autor examina críticamente la reciente victoria del candidato socialista Zohran Mamdani en las primarias del Partido Demócrata para la alcaldía de Nueva York.
A través de su análisis, Godels alerta sobre los límites históricos y estructurales de intentar transformar el Partido Demócrata desde dentro, aun cuando se logren avances puntuales como el del caso Mamdani.
Según afirma el autor, la victoria de Mamdani representa un raro momento de entusiasmo para la izquierda estadounidense en un contexto político marcado por la inercia institucional y la influencia asfixiante del capital financiero. No obstante, Godels hace la advertencia de que la euforia inicial no debe nublar el juicio político. Si bien derrotó a un candidato del establishment, respaldado por figuras como Andrew Cuomo, con todos los recursos del aparato demócrata, el triunfo de Mamdani podría reproducir, como ya ha ocurrido en el pasado, un ciclo de cooptación y neutralización de las iniciativas progresistas dentro del partido.
De acuerdo con lo que expresa Godels, Mamdani consiguió movilizar a sectores populares en torno a un programa de lucha de clases que desafía abiertamente a los promotores inmobiliarios, los magnates financieros y otras élites capitalistas. Esto generó una reacción airada por parte del poder económico y mediático. Wall Street respondió con pánico, amenazas de fuga de capitales e incluso propuestas de aplicar leyes anticomunistas arcaicas. Las élites políticas demócratas, por su parte, se mostraron ambiguas o abiertamente hostiles: líderes como Schumer y Jeffries rehusaron apoyar al candidato vencedor en su propio partido.
Godels no minimiza en absoluto el valor simbólico de la victoria. Reconoce que envía un mensaje alentador a quienes piensan que la izquierda puede crecer más allá del testimonialismo. Sin embargo, su lectura va más allá del momento electoral. Recuerda cómo el aparato demócrata saboteó deliberadamente las campañas presidenciales de Bernie Sanders, dejando claro que la dirección del partido no está interesada en reformas estructurales ni en adoptar una agenda centrada en la justicia social. El partido, afirma, no necesita cambiar, pues su única estrategia es esperar el fracaso del adversario para recuperar el poder por inercia.
En este sentido, el artículo insiste en que el Partido Demócrata, más que ser una herramienta para el cambio social, opera como un dispositivo de neutralización del descontento popular. Según Godels, se alimenta del deseo sincero de millones de jóvenes por una sociedad más justa, pero los canaliza hacia callejones sin salida institucional. La “bienvenida” que ofrece el partido a los idealistas no es más que una operación de reciclaje simbólico para reforzar su imagen mientras mantiene su lealtad estructural al capital.
Según el autor, la izquierda estadounidense debería aprender de su propia historia. Las encuestas muestran que existe una base social receptiva a proyectos políticos independientes con una base obrera clara. Como apuntan Jarod Abbott y Les Leopold —a quienes Godels cita—, una mayoría significativa de los encuestados apoyaría una alianza de trabajadores independiente de ambos partidos. La desaprobación hacia los demócratas institucionales es profunda, lo que indica que hay condiciones para explorar alternativas más allá del sistema bipartidista.
Godels subraya que no se trata únicamente de lanzar un nuevo partido por razones simbólicas, sino de construir una organización con una base sólida en la clase trabajadora y una estrategia clara de ruptura. De lo contrario, advierte, el riesgo es que la actual crisis política desemboque, como ya ocurrió tras el fracaso del “Obamismo”, en una restauración aún más virulenta del trumpismo o de sus equivalentes.
En el último tramo del artículo, Godels introduce la coyuntura interna de los republicanos para mostrar que el escenario político estadounidense está atravesado por tensiones múltiples. Sin embargo, ni la deriva del Partido Republicano ni el desconcierto del Partido Demócrata deberían hacer pensar que este último es una alternativa progresista por naturaleza. El artículo cierra con una exhortación a “hacerlo mejor” que simplemente esperar que el sistema bipartidista genere por sí solo las condiciones del cambio.
En suma, el artículo de Godels no es un llamado a despreciar los triunfos electorales como el de Mamdani, sino una invitación a analizarlos dentro del marco más amplio de las dinámicas del poder político en Estados Unidos. No basta con ganar elecciones si el terreno en el que se juega está diseñado para absorber y desactivar cualquier intento real de transformación.
La izquierda estadounidense tiene motivos para celebrar, pero también razones de peso para no perder de vista los límites históricos del Partido Demócrata como vehículo de cambio estructural.
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG
En un artículo recientemente publicado por Greg Godels en la publicación estadounidense MLToday bajo el título “Mamdani y más allá”, el autor examina críticamente la reciente victoria del candidato socialista Zohran Mamdani en las primarias del Partido Demócrata para la alcaldía de Nueva York.
A través de su análisis, Godels alerta sobre los límites históricos y estructurales de intentar transformar el Partido Demócrata desde dentro, aun cuando se logren avances puntuales como el del caso Mamdani.
Según afirma el autor, la victoria de Mamdani representa un raro momento de entusiasmo para la izquierda estadounidense en un contexto político marcado por la inercia institucional y la influencia asfixiante del capital financiero. No obstante, Godels hace la advertencia de que la euforia inicial no debe nublar el juicio político. Si bien derrotó a un candidato del establishment, respaldado por figuras como Andrew Cuomo, con todos los recursos del aparato demócrata, el triunfo de Mamdani podría reproducir, como ya ha ocurrido en el pasado, un ciclo de cooptación y neutralización de las iniciativas progresistas dentro del partido.
De acuerdo con lo que expresa Godels, Mamdani consiguió movilizar a sectores populares en torno a un programa de lucha de clases que desafía abiertamente a los promotores inmobiliarios, los magnates financieros y otras élites capitalistas. Esto generó una reacción airada por parte del poder económico y mediático. Wall Street respondió con pánico, amenazas de fuga de capitales e incluso propuestas de aplicar leyes anticomunistas arcaicas. Las élites políticas demócratas, por su parte, se mostraron ambiguas o abiertamente hostiles: líderes como Schumer y Jeffries rehusaron apoyar al candidato vencedor en su propio partido.
Godels no minimiza en absoluto el valor simbólico de la victoria. Reconoce que envía un mensaje alentador a quienes piensan que la izquierda puede crecer más allá del testimonialismo. Sin embargo, su lectura va más allá del momento electoral. Recuerda cómo el aparato demócrata saboteó deliberadamente las campañas presidenciales de Bernie Sanders, dejando claro que la dirección del partido no está interesada en reformas estructurales ni en adoptar una agenda centrada en la justicia social. El partido, afirma, no necesita cambiar, pues su única estrategia es esperar el fracaso del adversario para recuperar el poder por inercia.
En este sentido, el artículo insiste en que el Partido Demócrata, más que ser una herramienta para el cambio social, opera como un dispositivo de neutralización del descontento popular. Según Godels, se alimenta del deseo sincero de millones de jóvenes por una sociedad más justa, pero los canaliza hacia callejones sin salida institucional. La “bienvenida” que ofrece el partido a los idealistas no es más que una operación de reciclaje simbólico para reforzar su imagen mientras mantiene su lealtad estructural al capital.
Según el autor, la izquierda estadounidense debería aprender de su propia historia. Las encuestas muestran que existe una base social receptiva a proyectos políticos independientes con una base obrera clara. Como apuntan Jarod Abbott y Les Leopold —a quienes Godels cita—, una mayoría significativa de los encuestados apoyaría una alianza de trabajadores independiente de ambos partidos. La desaprobación hacia los demócratas institucionales es profunda, lo que indica que hay condiciones para explorar alternativas más allá del sistema bipartidista.
Godels subraya que no se trata únicamente de lanzar un nuevo partido por razones simbólicas, sino de construir una organización con una base sólida en la clase trabajadora y una estrategia clara de ruptura. De lo contrario, advierte, el riesgo es que la actual crisis política desemboque, como ya ocurrió tras el fracaso del “Obamismo”, en una restauración aún más virulenta del trumpismo o de sus equivalentes.
En el último tramo del artículo, Godels introduce la coyuntura interna de los republicanos para mostrar que el escenario político estadounidense está atravesado por tensiones múltiples. Sin embargo, ni la deriva del Partido Republicano ni el desconcierto del Partido Demócrata deberían hacer pensar que este último es una alternativa progresista por naturaleza. El artículo cierra con una exhortación a “hacerlo mejor” que simplemente esperar que el sistema bipartidista genere por sí solo las condiciones del cambio.
En suma, el artículo de Godels no es un llamado a despreciar los triunfos electorales como el de Mamdani, sino una invitación a analizarlos dentro del marco más amplio de las dinámicas del poder político en Estados Unidos. No basta con ganar elecciones si el terreno en el que se juega está diseñado para absorber y desactivar cualquier intento real de transformación.
La izquierda estadounidense tiene motivos para celebrar, pero también razones de peso para no perder de vista los límites históricos del Partido Demócrata como vehículo de cambio estructural.
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