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Viernes, 12 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:

¿SUJETO DEL INDIVIDUALISMO O SUJETO SOLIDARIO?

La ética socialista como alternativa al individualismo

La historia humana está marcada por atrocidades inimaginables, pero también por la posibilidad de solidaridad y esperanza. Entre la fiera que anida en nosotros y la utopía de un “hombre nuevo”, se juega - escribe Marcelo Colussi - el dilema de nuestra condición y el horizonte de una ética socialista (...).

Por MARCELO COLUSSI PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

I

 

   Para contar las historias de los horrores cometidos por seres humanos contra otros humanos no alcanzan interminables tomos y tomos de libros, miles y miles de páginas, ríos inconmensurables de tinta. En todas las culturas y en todos los momentos históricos, esas monstruosidades tiñen de rojo sangre nuestra presencia como especie en la faz de este planeta. Las invasiones más crueles y sanguinarias, las violaciones de mujeres, las 400,000 toneladas de napalm lanzadas sobre la selva vietnamita, las torturas más espeluznantes, la esclavitud y la venta de esclavos, los sacrificios humanos, los campos de concentración y exterminio de los nazis, los actuales campos de concentración a cielo abierto en Gaza, el racismo que atraviesa nuestra historia en todos los pueblos, la obligada circuncisión femenina, la obsolescencia programada en tanto factor del desastre medioambiental que se nos impone, el uso de armas nucleares contra población civil no combatiente, los matrimonios arreglados entre hombres a espaldas de las mujeres, el látigo del amo, el manejo del miedo para aterrorizar e inmovilizar al otro, el aplastamiento mortal del débil o del diferente, y un largo, kilométrico etcétera, solo para enumerar algunas de estas “preciosuras”. Todo eso, además de la razón, es lo que nos distingue de nuestros parientes más cercanos, los animales.

 

    Entrados en el siglo XXI, con una organización internacional que vela (¿?) por la paz y la justicia, si bien los actos de suma brutalidad, de salvajismo supremo, en teoría* están prohibidos, en la realidad cruda y descarnada vemos que siguen marcando el día a día. A veces, con mayor sutileza (con inteligencia artificial, por ejemplo, las aerolíneas detectan quienes están especialmente urgidos por algún vuelo de emergencia, y a ese potencial viajero le ofrecen pasajes mucho más caros, aprovechando su imperiosa necesidad; o en la industria militar, que desarrolla armas no letales para controlar las manifestaciones que no dejen marcas superficiales, pero dañen órganos internos). De todos modos, la violencia descarnada, sangrienta, terriblemente cruenta, sigue estando allí, y se la usa. Aunque “en teoría” están legalmente prohibidas las acciones bestiales, las mismas continúan; véase, si no, las deudas externas de los países del Sur (¿no es eso una bestialidad salvaje?), el hambre que perfectamente se podría evitar (¿no es eso otra tremenda bestialidad salvaje?), las torturas cada vez más refinadas y dolorosas desarrolladas con la mayor capacidad científica, las armas de destrucción masiva, la esclavitud (50 millones de esclavos en el mundo hoy), el acaparamiento de vacunas para el Covid-19 por parte de algunos países del Norte (hasta cinco veces más de las necesarias) en detrimento del Sur, donde mucha gente ni siquiera se pudo vacunar.

 

   A partir de todo esto, decir que los humanos somos “malvados” no explica mucho; y menos aún, da vías válidas para superar esas barbaries. Que hacemos cosas bestiales, no cabe ninguna duda. “Después de Auschwitz, de Hiroshima, del apartheid en Sudáfrica, no tenemos ya derecho de abrigar ilusión alguna sobre la fiera que duerme en el hombre… La asoladora propagación de los medios electrónicos alimenta generosamente esa fiera”, dijo descorazonado Álvaro Mutis. ¿Qué hacer entonces? ¿Es eso una condena?

 

   “El hombre nace bueno y la sociedad lo pervierte”, dijo Jean-Jacques Rousseau, no sin cierta dosis de ingenuidad, pero advirtiendo que el constructo social fomenta esa maldad que luego se expresa en todas las conductas arriba mencionadas. Por otro lado, en las antípodas, Fidel Castro expresó que “El hombre es un ser lleno de instintos, de egoísmos, nace egoísta; pero por otro lado, la conciencia lo puede conducir a los más grandes actos de heroísmo. ¿Quién está en lo cierto? A su modo, ambos dicen verdades: no hay un ser humano esencial, ni bueno ni malo. Somos lo que somos producto de lo que se forja sobre nosotros, partiendo de la base que sí, efectivamente, podemos terminar siendo esas fierecillas porque tenemos esa potencialidad. En otros términos: la aporía de ¿qué es primero, el huevo o la gallina?, se hace presente, pues ambos polos van de la mano.  

 

 

II

 

    Ahora bien: afirmar categóricamente que los seres humanos presentan una tendencia natural al ejercicio del poder de unos sobre otros -darwinismo social- es, como mínimo, indemostrable, además de criticable en términos ideológicos, ayudándonos en esa crítica por los modernos desarrollos de las diversas ciencias. La historia de estos últimos milenios, o lo que puede observarse hoy día -por ejemplo, la forma tan repulsivamente insolidaria en que se distribuye la riqueza que el trabajo de la humanidad produce- podría servir para sacar esa conclusión (quizá apresurada): menos del 1% de la población planetaria dispone del 95% de la riqueza global. No debe olvidarse que la especie humana tiene dos millones y medio de años de antigüedad conviviendo en una suerte de comunismo primitivo, tal como puede verse hoy en los pocos grupos pre-agrarios que existen en algunos contados puntos del mapa, sin diferencias de clases sociales (sin amos y esclavos). Lo más importante en esta consideración es no olvidar que en el seno del capitalismo surgieron formulaciones para ir más allá de la cultura individualista-hedonista centrada en el ejercicio de poder -un rico vale más que un pobre, un blanco que un negro, un varón que una mujer-, fomentando una nueva ética: la ética socialista de la solidaridad. Más allá de las venenosas críticas que formula la derecha, el socialismo abre la esperanza de un mundo distinto y, por tanto, también un sujeto distinto. Como dijera la camarada feminista Alejandra Kollontai en los albores de la revolución rusa:

 

El hombre nuevo de nuestra nueva sociedad será moldeado por las organizaciones socialistas, jardines infantiles, residencias, guarderías de niños, etc., y muchas otras instituciones de este tipo, en las que el niño pasará la mayor parte del día y en las que educadores inteligentes le convertirán en un comunista consciente de la magnitud de esta inviolable divisa: solidaridad, camaradería, ayuda mutua y devoción a la vida colectiva.

 

   Hoy, con un sistema capitalista totalmente globalizado que, salvo esas pequeñas islas neolíticas recién mencionadas, ha inundado todo trastocando milenarias culturas de raigambre más comunitarias y solidarias, se hace difícil hacer avanzar nuevas alternativas. Derrotar esos valores, esa cultura consumista y esa apología sin par del individualismo que trajo este sistema (recuérdese esa fantasía de “todo depende de mi propio esfuerzo”, “soy libre y decido mi vida”, “el que quiere, puede”) fueron ganando terreno en estos últimos dos siglos, y el “espíritu capitalista” es hoy ampliamente dominante en todo el mundo. La solidaridad intentan transformarla en pieza de museo, reemplazándola por la caridad (ahí están la cooperación internacional y las fundaciones de mecenas). De hecho, la ideología hegemónica en el mundo capitalista apuesta por esa forma de tratar lo humano: todo depende del esfuerzo personal, con lo que se afirma una presunta “libertad” originaria de cada individuo que, según esa visión, sería inalienable, pretendido valor supremo. Desde una mirada más realista -o, mejor aún: crítica- puede observarse que el sujeto humano no es espontáneamente un heroico revolucionario que lo quiere cambiar todo, comprometido a toda hora con la transformación social, sino un ser adaptado, más bien conservador, que vive básicamente en rutinas que le permiten su sobrevivencia. En otros términos: uno más del rebaño. Homero Simpson puede ser su ícono representativo. “Los pueblos no son revolucionarios, pero a veces se ponen revolucionarios”, pudo leerse en una pintada callejera durante la Guerra Civil de España en la década de 1930. La idea de “hombre nuevo” que comenzó a impulsarse con el socialismo, en los albores de la revolución rusa (véase Kollontai) y luego con los aportes de Ernesto Che Guevara en Cuba, fomentando una nueva ética basada en la solidaridad, la abnegación total y el internacionalismo, de momento no parece prosperar. La observación objetiva del actual desempeño humano está más cerca de lo descripto por Voltaire, uno de los principales ideólogos de la burguesía revolucionaria de su momento, mentor principal del Iluminismo dieciochesco, quien reflexionaba en su obra magna “Cándido o el optimismo”:

 

¿Creéis que en todo tiempo los hombres se han matado unos a otros como lo hacen actualmente? ¿Que siempre han sido mentirosos, bellacos, pérfidos, ingratos, ladrones, débiles, cobardes, envidiosos, glotones, borrachos, avaros, ambiciosos, sanguinarios, calumniadores, desenfrenados, fanáticos, hipócritas y necios?

 

  Sin dudas, la puntualización hecha por este autor parece no alejarse mucho de la realidad que hoy conocemos. Las sociedades clasistas, por lo que puede constatarse, generan eso: masas que pueden ser manipuladas con bastante facilidad, donde esa descripción de cada individuo parece bastante acertada. El socialismo aspira a algo distinto.

 

 

III

 

   No debemos olvidar nunca que el ideario socialista, los nuevos valores que pretende crear esta novedosa cultura revolucionaria o, dicho de otra manera: los cuadros encargados de conducir ese cambio y los pueblos que serían los realizadores del mismo en tanto masas en movimiento que aportan esa energía decisiva para la transformación, provienen en todos los casos de este mundo, de esta realidad social, de esta historia, donde hay aceptación y apología de la superioridad, racismo, patriarcado, miedo a lo diverso, autoritarismo, jerarquías inamovibles, fetiche de lo material. Nadie está exento de ello. Nadie puede, bajo ningún punto de vista, estar exento. Por tanto, todo el mundo adolece de estas formas a las que, con criterio objetivo y riguroso, no se le podría llamar simplemente “lacras”, sino elementos de nuestra actual condición humana. Más que “adolecer”, debería decirse “somos producto de ellas”. Sin repetir exactamente lo apuntado por Voltaire -quizá algo exagerado en su descripción…, o quizá no-, pero sin negar que también existen a veces fabulosas expresiones de solidaridad, de comunitarismo espontáneo de la más profunda honestidad, no puede menos que reconocerse que en todos los habitantes del planeta -hoy día, salvo los pequeños grupos con sociedades no estratificadas en clases sociales que por allí persisten- se dan estas formaciones civilizatorias de individualismo, patriarcado, desconfianza y discriminación de lo distinto, autoritarismo, homofobia, espíritu conservador y algún otro etcétera no muy encomiable. No existen los superhombres que hayan superado todo esto. Los “revolucionarios” -categoría difícil de definir, ¿quiénes son en realidad?, ¿los hay?- no están al margen de todo esto. Incluso se ha dicho que Marx (el joven Marx al menos) pecaba de eurocéntrico, pues veía como países “civilizados” solo a las potencias industriales de Europa; sin dudas, así fue, aunque posteriormente amplió su mirada “colonial”.

 

  La cuestión a no olvidar nunca es que los sujetos, todos y todas por igual, somos irremediablemente hijos de nuestro tiempo, es decir: de nuestro ambiente cultural, civilizatorio. ¿Cómo escapar a eso? Es imposible. Las luchas de poder y esas “lacras” mencionadas están en los humanos. Es con esa madera, con esa materia prima, y no con otra, con lo que podrá emprenderse la construcción de la nueva sociedad. Por tanto, en esa construcción se repetirán indefectiblemente esos patrones. Esa “maldad” anida en nosotras y nosotros. Eso es lo que vemos en las primeras, balbuceantes, muy tímidas, primerizas experiencias socialistas del siglo XX, con sus temerosos pasos, abriendo un camino nuevo, inventando sin un bagaje previo, como sí tiene hoy el capitalismo: siete siglos. La historia, definitivamente, pesa mucho. Una vez más entonces, y sin el más mínimo ánimo de justificar sus tropiezos: qué se esperaba de este socialismo inicial, ¿la perfección, el paraíso terrenal?

 

  En el pensamiento y en el actuar de la izquierda también hay todo lo arriba expresado (las burocracias fosilizadas, el espíritu jerárquico que sobrevive, patriarcado, misoginia, racismo, individualismo), pero existe la inconmovible convicción de que eso debe ser cambiado. Nuevas generaciones, es de esperarse, con un trabajo ideológico-cultural constante, podrán ser distintas. Si el sujeto es un producto social, una nueva sociedad puede generar un nuevo sujeto. Tomémonoslo en serio.

 


* Como alguien dijo sarcásticamente: habrá que irse a vivir a Teoría, porque en Teoría todo está bien.  

 
 
 
 
 
 
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