
LA TRANSICIÓN: ¿MODELO DEMOCRÁTICO O UNA HÁBIL MANIOBRA DE LA CLASE DOMINANTE?
¿Fue la Transición una verdadera conquista democrática o una maniobra de las élites? ¿Por qué la izquierda institucional renunció a la ruptura con el franquismo?
¿Qué se esconde detrás del relato oficial sobre la Transición? ¿Por qué se presenta como modélica una reforma diseñada por los herederos del franquismo? ¿Qué papel jugaron realmente las luchas obreras y populares en el fin de la dictadura? ¿Se trató la Transición de una conquista ciudadana o de una estrategia de contención del régimen? ¿Qué intereses defendía el proceso que dio paso a la Monarquía parlamentaria? ¿Hasta qué punto se impidió una ruptura real con la dictadura franquista?
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.COM
En una entrevista publicada por digital Rebelión, el historiador Joaquim Albareda desarrolla una crítica contundente a la mitología que se ha tejido en torno al proceso de Transición política en el Estado español.
Según el autor de estas declaraciones, lejos de representar una "conquista democrática", fruto del consenso y la modernización, la Transición fue en realidad una respuesta táctica de la burguesía para frenar un proceso revolucionario en ciernes que amenazaba con desbordar las estructuras del franquismo.
De acuerdo a lo expresado por Albareda, los años finales de la dictadura estuvieron marcados por un ascenso generalizado de la movilización obrera, la organización de sectores populares y la emergencia de una conciencia política que, en muchos casos, ya no se limitaba a pedir reformas sino que aspiraba a una ruptura con el régimen.
Fue en ese contexto donde la clase dominante —incluyendo a amplios sectores del capital, las élites franquistas y la monarquía— comprendió que solo una reconfiguración del sistema permitiría preservar sus privilegios y evitar una explosión revolucionaria.
Según mantiene el autor, este proceso no fue espontáneo ni pacífico. Fue el resultado de un diseño estratégico que combinó la cooptación de sectores reformistas, la legalización selectiva de partidos políticos y la represión directa de los movimientos más combativos. De este modo, la Transición terminó convirtiéndose en un dispositivo de control que transformó el viejo régimen franquista en una democracia formal perfectamente compatible con los intereses de las grandes estructuras económicas.
UN RELATO HEGEMONIZADO POR LOS VENCEDORES
Albareda denuncia que la narrativa dominante sobre la Transición —reproducida ad infinitum por medios de comunicación, instituciones educativas y sectores políticos del régimen del 78— ha sido construida a medida de los vencedores. Se exalta la figura de Adolfo Suárez, se presenta a Juan Carlos I como el artífice del cambio, y se silencia el papel fundamental que desempeñaron las huelgas, las manifestaciones masivas, las radios libres, las asambleas populares y los colectivos de base en la deslegitimación del franquismo.
De acuerdo con su análisis, esta operación ideológica no solo falsifica la historia reciente, sino que cumple una función política clave: legitimar un modelo de democracia limitada, plenamente pactada desde arriba, y desprovista de participación real. Una democracia donde los aparatos del Estado, las fuerzas armadas, el poder judicial y los grandes grupos económicos quedaron prácticamente intactos.
PACTOS SIN RUPTURA, REFORMAS SIN JUSTICIA
El autor señala que el llamado “consenso de la Transición” consistió en una serie de pactos que garantizaron la impunidad de los crímenes del franquismo, la continuidad del aparato represivo y la subordinación del proyecto democrático a los dictados del capital.
La Ley de Amnistía de 1977, presentada como un logro, sirvió también para blindar a los responsables de torturas, asesinatos políticos y represión sistemática. A su vez, la Constitución de 1978 incorporó la Monarquía, impuso límites al derecho a la autodeterminación de los pueblos del Estado y consagró la propiedad privada como principio sagrado del orden social.
Para Albareda, esto no fue una simple concesión: fue una victoria táctica de la oligarquía en toda regla, que supo adaptar sus formas sin renunciar al poder real. Desde esa perspectiva, los grandes partidos del régimen —PSOE y PP— han actuado desde entonces como gestores de un sistema diseñado para evitar cualquier transformación estructural.
El papel de la izquierda institucional
Una parte especialmente crítica de la entrevista está dedicada al papel que jugaron los partidos de izquierda en este proceso. Según Albareda, tanto el PCE como posteriormente el PSOE asumieron la lógica del consenso como estrategia de supervivencia institucional. En lugar de representar una fuerza de ruptura, se convirtieron en pilares fundamentales del nuevo orden postfranquista.
Esta actitud —afirma el autor— implicó renuncias fundamentales: la aceptación sin rechistar de la Monarquía, la incorporación al pacto constitucional, el abandono de las banderas republicanas y la aceptación de una economía capitalista subordinada a los intereses europeos y a la OTAN.
Para el historiador, estas cesiones no fueron inevitables, sino el resultado de decisiones políticas que contribuyeron a desactivar el potencial transformador de las luchas populares.
UNA LECCIÓN PARA EL PRESENTE
Albareda concluye que su análisis crítico de la Transición no es un ejercicio de revisionismo, sino una necesidad para comprender los límites del actual régimen político en el Estado español. Solo reconociendo la naturaleza pactada, conservadora y excluyente de ese proceso será posible plantear una verdadera alternativa democrática y popular.
Desde su punto de vista, la historia de la Transición no debe contarse solo desde los despachos, los pactos y los discursos oficiales, sino también desde las huelgas generales, las radios clandestinas, los barrios obreros y las luchas antifascistas.
Recuperar esa memoria social es, a su juicio, el primer paso para construir un nuevo horizonte de ruptura con el Régimen heredado del franquismo.
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.COM
En una entrevista publicada por digital Rebelión, el historiador Joaquim Albareda desarrolla una crítica contundente a la mitología que se ha tejido en torno al proceso de Transición política en el Estado español.
Según el autor de estas declaraciones, lejos de representar una "conquista democrática", fruto del consenso y la modernización, la Transición fue en realidad una respuesta táctica de la burguesía para frenar un proceso revolucionario en ciernes que amenazaba con desbordar las estructuras del franquismo.
De acuerdo a lo expresado por Albareda, los años finales de la dictadura estuvieron marcados por un ascenso generalizado de la movilización obrera, la organización de sectores populares y la emergencia de una conciencia política que, en muchos casos, ya no se limitaba a pedir reformas sino que aspiraba a una ruptura con el régimen.
Fue en ese contexto donde la clase dominante —incluyendo a amplios sectores del capital, las élites franquistas y la monarquía— comprendió que solo una reconfiguración del sistema permitiría preservar sus privilegios y evitar una explosión revolucionaria.
Según mantiene el autor, este proceso no fue espontáneo ni pacífico. Fue el resultado de un diseño estratégico que combinó la cooptación de sectores reformistas, la legalización selectiva de partidos políticos y la represión directa de los movimientos más combativos. De este modo, la Transición terminó convirtiéndose en un dispositivo de control que transformó el viejo régimen franquista en una democracia formal perfectamente compatible con los intereses de las grandes estructuras económicas.
UN RELATO HEGEMONIZADO POR LOS VENCEDORES
Albareda denuncia que la narrativa dominante sobre la Transición —reproducida ad infinitum por medios de comunicación, instituciones educativas y sectores políticos del régimen del 78— ha sido construida a medida de los vencedores. Se exalta la figura de Adolfo Suárez, se presenta a Juan Carlos I como el artífice del cambio, y se silencia el papel fundamental que desempeñaron las huelgas, las manifestaciones masivas, las radios libres, las asambleas populares y los colectivos de base en la deslegitimación del franquismo.
De acuerdo con su análisis, esta operación ideológica no solo falsifica la historia reciente, sino que cumple una función política clave: legitimar un modelo de democracia limitada, plenamente pactada desde arriba, y desprovista de participación real. Una democracia donde los aparatos del Estado, las fuerzas armadas, el poder judicial y los grandes grupos económicos quedaron prácticamente intactos.
PACTOS SIN RUPTURA, REFORMAS SIN JUSTICIA
El autor señala que el llamado “consenso de la Transición” consistió en una serie de pactos que garantizaron la impunidad de los crímenes del franquismo, la continuidad del aparato represivo y la subordinación del proyecto democrático a los dictados del capital.
La Ley de Amnistía de 1977, presentada como un logro, sirvió también para blindar a los responsables de torturas, asesinatos políticos y represión sistemática. A su vez, la Constitución de 1978 incorporó la Monarquía, impuso límites al derecho a la autodeterminación de los pueblos del Estado y consagró la propiedad privada como principio sagrado del orden social.
Para Albareda, esto no fue una simple concesión: fue una victoria táctica de la oligarquía en toda regla, que supo adaptar sus formas sin renunciar al poder real. Desde esa perspectiva, los grandes partidos del régimen —PSOE y PP— han actuado desde entonces como gestores de un sistema diseñado para evitar cualquier transformación estructural.
El papel de la izquierda institucional
Una parte especialmente crítica de la entrevista está dedicada al papel que jugaron los partidos de izquierda en este proceso. Según Albareda, tanto el PCE como posteriormente el PSOE asumieron la lógica del consenso como estrategia de supervivencia institucional. En lugar de representar una fuerza de ruptura, se convirtieron en pilares fundamentales del nuevo orden postfranquista.
Esta actitud —afirma el autor— implicó renuncias fundamentales: la aceptación sin rechistar de la Monarquía, la incorporación al pacto constitucional, el abandono de las banderas republicanas y la aceptación de una economía capitalista subordinada a los intereses europeos y a la OTAN.
Para el historiador, estas cesiones no fueron inevitables, sino el resultado de decisiones políticas que contribuyeron a desactivar el potencial transformador de las luchas populares.
UNA LECCIÓN PARA EL PRESENTE
Albareda concluye que su análisis crítico de la Transición no es un ejercicio de revisionismo, sino una necesidad para comprender los límites del actual régimen político en el Estado español. Solo reconociendo la naturaleza pactada, conservadora y excluyente de ese proceso será posible plantear una verdadera alternativa democrática y popular.
Desde su punto de vista, la historia de la Transición no debe contarse solo desde los despachos, los pactos y los discursos oficiales, sino también desde las huelgas generales, las radios clandestinas, los barrios obreros y las luchas antifascistas.
Recuperar esa memoria social es, a su juicio, el primer paso para construir un nuevo horizonte de ruptura con el Régimen heredado del franquismo.
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