POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En 1983, Thomas Sankara rompió con la lógica del neocolonialismo francés y renombró su país como Burkina Faso: la tierra de los hombres íntegros. No se trataba solo de un gesto simbólico: nacionalizó minas, impulsó la reforma agraria, prohibió prácticas opresivas contra las mujeres y elevó la alfabetización del 13% al 73%. Su “revolución democrática y popular” fue brutalmente interrumpida por un golpe orquestado con complicidad francesa, pero dejó una huella imborrable.
Hoy, Ibrahim Traoré retoma esa senda. Expulsó a las tropas francesas, recuperó minas de oro para el Estado y destinó recursos a la agricultura campesina y la industrialización local.
En un continente asediado por multinacionales, FMI y ejércitos extranjeros, ese gesto es más que una política: es un grito de soberanía.
EL NEOLIBERALISMO Y LA COLONIZACIÓN RENOVADA
Mientras Burkina Faso busca oxígeno en la cooperación Sur-Sur, el neoliberalismo sigue extendiendo su lógica de saqueo global. La deslocalización y la financiarización fueron estrategias deliberadas para restaurar la tasa de ganancia a costa de destruir derechos laborales y someter pueblos enteros.
África fue y sigue siendo un campo de experimentación. Si Chile bajo Pinochet fue el “laboratorio sangriento” del neoliberalismo, Burkina Faso y sus vecinos son el territorio donde se está testeando la fase neocolonial del capital: bases militares disfrazadas de “lucha antiterrorista”, deuda externa como soga perpetua, ONG’s y organismos internacionales imponiendo “reformas estructurales”.
La resistencia de Traoré y de la Alianza de Estados del Sahel, al plantear una moneda propia y expulsar tropas occidentales, es un desafío directo a esa maquinaria.
EL EJEMPLO QUE INCOMODA A OCCIDENTE
El resurgir panafricanista recuerda al mundo algo que el neoliberalismo intenta ocultar: no hay dominación eterna. Francia, que aún controla monedas de 14 países africanos, ve con alarma que Burkina Faso, Malí y Níger rompan el yugo. Y no es casual que, como con Sankara, Occidente intente derrocar a Traoré.
¿No es revelador que cuando un gobierno africano se somete al FMI se lo celebra como “responsable”, pero si expulsa tropas extranjeras se lo tilda de “dictatorial”? La vara con que miden la democracia está escrita en la sede del capital financiero.
La cuestión es que el miedo de Europa no es Burkina Faso en sí, sino lo que representa. Si África rompe las cadenas, ¿qué impide que América Latina, Asia o incluso la clase obrera europea puedan emprender el mismo camino?
El capitalismo global está en crisis: inflación, guerras, precariedad, migraciones masivas. Y el ejemplo africano recuerda lo esencial: no hay salvación dentro del sistema, solo confrontándolo.
UNA PREGUNTA ABIERTA
El neoliberalismo global atraviesa su agotamiento histórico: crisis climática, guerras por recursos, desigualdad obscena. Burkina Faso y el Sahel plantean un horizonte alternativo: soberanía, justicia social y cooperación regional.
La pregunta es si esos proyectos lograrán consolidarse antes de que el capital vuelva a afilar sus garras. Porque como dijo Sankara, se pueden matar a los revolucionarios, pero nunca a sus ideas. Y esas ideas, hoy, recorren África y están desafiando al orden neoliberal.
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