INFORME TOTAL: VENEZUELA Y EL CRUDO QUE WASHINGTON NO PUEDE DEJAR ESCAPAR
¿Por qué el petroleo venezolano es tan crucial para la economía estadounidense en estos momentos? ¿Qué papel estan desempeñando las grandes petroleras en la ofensiva contra ese país?
Lo que el lector se dispone a leer no es una opinión más sobre Venezuela. Es un "informe total". Una radiografía completa de un conflicto que parecía lejano, pero que en realidad ha terminado estallándonos en el rostro. Mientras los medios se dedicaban a hablarnos de "dictaduras", "crisis humanitarias" o "narcotráfico", el verdadero objetivo —el petróleo— permanecía oculto entre líneas. Este artículo destapa los vértices más oscuros de una operación donde la “democracia” era solo el decorado y la codicia energética el motor real. Y que ahora, según el autor del artículo, nuestro colaborador Máximo Relti, resulta imposible de ignorar.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En la mayoría de las ocasiones, las grandes potencias justifican sus intervenciones extranjeras con discursos
grandilocuentes: hablan de democracia, de libertad, de derechos humanos.
Pero cuando se observa con atención y de cerca los acontecimientos que rodean a esos eventos, lo que se detecta realmente es que esas palabras son solo puro humo. Sucede realmente que, en el fondo, lo que realmente mueve a esos intereses no son los valores ni la ética, sino los recursos. En el caso de Venezuela el objetivo final no es otro que el del petróleo.
Venezuela, aunque golpeada duramente por una crisis económica, de cuyas causas no han estado ausentes ni el bloqueo económico depredador a la que la han sometido los EEUU ni, tampoco, los propios errores económicos e ideológicos del Gobierno venezolano en el curso de los últimos años, continúa siendo una potencia energética de primer orden.
“El narcotráfico fue el disfraz perfecto para esconder una intervención por petróleo.”
Según datos oficiales de la OPEP, este país caribeño posee las mayores reservas probadas de crudo del planeta, con más de 296 mil millones de barriles. Incluso bastante por encima de Arabia Saudí. No hablamos solo de mucho petróleo, sino también de petróleo estratégico: crudo pesado para las refinerías del sur de Estados Unidos, muchas de las cuales fueron diseñadas expresamente para procesar ese tipo de hidrocarburo.
UNA NECESIDAD LLAMADA PETRÓLEO
Para entender la tensión entre Estados Unidos y Venezuela, no hace falta inventar teorías conspirativas. Basta con mirar el mapa energético mundial y reconocer una verdad simple: la economía estadounidense depende del petróleo, y mucho.
Aunque se hable de transición energética, de energías verdes o de autos eléctricos, la maquinaria productiva de Estados Unidos sigue girando gracias al crudo. El transporte de mercancías, el sistema militar, la agricultura industrial, la infraestructura... todo funciona con derivados del petróleo. A pesar de que ese país produce su propio crudo, la calidad y tipo de ese petróleo no siempre es suficiente ni adecuado para todas sus necesidades.
Por eso, el petróleo venezolano no solo es un recurso externo más: es una pieza clave en el engranaje energético estadounidense. Y ahí empieza el problema: Venezuela no está dispuesta a entregar ese recurso bajo las condiciones impuestas desde Washington.
¿Por qué el petróleo venezolano es tan importante para la economía de EE.UU.?
En las palabras abracadabrantes de Donald Trump —citado en prensa internacional—: “Nos quitaron todo nuestro petróleo y lo queremos de vuelta”. No es una frase cualquiera. Es la declaración sin filtro de una política exterior basada en un saqueo que ha alcanzado categoría bucanera.
.
EL DISFRAZ DEL NARCOTRÁFICO Y LA ESTRATEGIA DEL ASEDIO
Durante años, Estados Unidos ha estado intentando construir el relato de que Venezuela es un “narcoestado”, gobernado por un supuesto cartel criminal desde las más altas esferas del poder. Según esa narrativa, el Gobierno venezolano no solo sería ilegítimo, sino también parte de una red de narcotráfico internacional. Pero el tiempo se ha encargado de dejar claro que ese discurso era tan solo un pretexto. Una excusa conveniente para justificar un despliegue militar en la región y una intensa campaña de aislamiento internacional.
La propia Administración Trump impulsó esta imagen de Venezuela como amenaza global, mientras desplegaba buques de guerra en el Caribe bajo el argumento de la lucha antidrogas. Sin embargo, no hay evidencia sólida de que Venezuela funcione como un verdadero eje del narcotráfico internacional, ni mucho menos que represente un peligro real para la seguridad de EE.UU. La supuesta “guerra contra las drogas” terminó siendo, una vez más, una pantalla para operaciones geopolíticas encubiertas.
Al mismo tiempo que se hablaba de cocaína y carteles, la Guardia Costera estadounidense interceptaba buques petroleros cerca de Venezuela, acusándolos de violar sanciones. Tan solo en diciembre de 2025, se ha ejecutado la captura de tres buques petroleros en menos de dos semanas. El patrón es claro: el verdadero objetivo eran los cargamentos de crudo, no los alijos de droga.
La evidencia acumulada revela que el discurso antidroga fue una construcción ideológica útil para justificar medidas coercitivas: bloqueos financieros, sanciones, congelamiento de activos y presión militar. Pero el fondo de la cuestión era otro: el acceso a un recurso estratégico bajo control soberano.
LAS CORPORACIONES PETROLERAS: LOS DUEÑOS REALES DEL CONFLICTO
Detrás del telón diplomático, hay otros actores que mueven las fichas con silenciosa eficacia: las grandes corporaciones petroleras. Empresas como Chevron, ExxonMobil o Halliburton no son solo compañías privadas: son verdaderos tentáculos del poder económico estadounidense. Y sus intereses en Venezuela son tan viejos como profundos y multimillonarios.
Chevron, por ejemplo, mantuvo operaciones en Venezuela incluso cuando la tensión entre gobiernos era máxima. Mientras se hablaba de sanciones y aislamiento, Chevron recibía licencias especiales para seguir extrayendo petróleo en suelo venezolano. ¿Por qué? Porque ese crudo es altamente rentable y estratégico. Porque abandonar Venezuela sería perder una mina de oro. Y porque, en el fondo, estas corporaciones son las que dictan parte de la política exterior norteamericana.
El objetivo de fondo ha sido siempre el mismo: privatizar el petróleo venezolano, debilitar a PDVSA —la empresa estatal—, y abrir las puertas para que las multinacionales extranjeras puedan repartirse el negocio.
SAQUEO, PRIVATIZACIÓN Y EL NEGOCIO DE LAS CRISIS
El asedio contra Venezuela no solo se explica por razones políticas o ideológicas. Se trata de una ofensiva diseñada para crear las condiciones que permitan el saqueo legalizado de un país rico en recursos. Lo que está en juego no es la “democracia”, como suelen repetir los llamativos titulares de prensa, sino el control de activos estratégicos. Y el petróleo está al frente de esa batalla.
Las grandes multinacionales no ven la crisis venezolana como un problema. Al contrario: la ven como una oportunidad. Una PDVSA debilitada, una población empobrecida, un Estado bloqueado... todo esto facilita que las negociaciones se hagan desde una posición de fuerza. Con cada medida de asfixia, se busca forzar concesiones, abrir campos petroleros a empresas privadas, cambiar leyes, entregar soberanía energética.
No es la primera vez que sucede algo así. En Irak, Libia o Irán ya vimos cómo las guerras y sanciones terminan reconfigurando el mapa petrolero a favor de los mismos actores de siempre. Y en todos esos casos, las empresas estadounidenses (y sus aliados europeos) salieron ampliamente beneficiadas.
En el caso venezolano, lo que impide que el botín cambie de manos es la resistencia popular y estatal. A pesar de las dificultades internas —que no son pocas—, el petróleo sigue siendo gestionado como un recurso nacional, no como propiedad de empresas extranjeras. Y eso, para los intereses del imperialismo del hemisferio norte, es inaceptable.
UNA PELÍCULA QUE YA VIMOS, CON UN FINAL ABIERTO
Lo que ocurre con Venezuela es el guion repetido de una película ya conocida. Primero se demoniza al gobierno. Luego se imponen sanciones que provocan sufrimiento. Después se fabrican enemigos imaginarios —terrorismo, narcotráfico, armas químicas— para justificar intervenciones. Finalmente, se entra a negociar cuando el país se encuentra ya de rodillas.
Pero en esta ocasión, el final no está escrito. Porque Venezuela no ha caído, y su petróleo sigue siendo símbolo de soberanía. Y eso plantea una lección más profunda: mientras los recursos estratégicos estén en manos de los pueblos y no del capital privado, habrá conflicto. No por ideología, sino por intereses estrictamente materiales.
La lucha por el petróleo venezolano no es solo una batalla geopolítica, sino un espejo de cómo funciona el poder en el mundo actual. Y también una seria advertencia: donde hay riqueza natural y soberanía, el capital, -sea cual sea la nacionalidad de este-, siempre encontrará una excusa para intentar arrebatarla.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En la mayoría de las ocasiones, las grandes potencias justifican sus intervenciones extranjeras con discursos
grandilocuentes: hablan de democracia, de libertad, de derechos humanos.
Pero cuando se observa con atención y de cerca los acontecimientos que rodean a esos eventos, lo que se detecta realmente es que esas palabras son solo puro humo. Sucede realmente que, en el fondo, lo que realmente mueve a esos intereses no son los valores ni la ética, sino los recursos. En el caso de Venezuela el objetivo final no es otro que el del petróleo.
Venezuela, aunque golpeada duramente por una crisis económica, de cuyas causas no han estado ausentes ni el bloqueo económico depredador a la que la han sometido los EEUU ni, tampoco, los propios errores económicos e ideológicos del Gobierno venezolano en el curso de los últimos años, continúa siendo una potencia energética de primer orden.
“El narcotráfico fue el disfraz perfecto para esconder una intervención por petróleo.”
Según datos oficiales de la OPEP, este país caribeño posee las mayores reservas probadas de crudo del planeta, con más de 296 mil millones de barriles. Incluso bastante por encima de Arabia Saudí. No hablamos solo de mucho petróleo, sino también de petróleo estratégico: crudo pesado para las refinerías del sur de Estados Unidos, muchas de las cuales fueron diseñadas expresamente para procesar ese tipo de hidrocarburo.
UNA NECESIDAD LLAMADA PETRÓLEO
Para entender la tensión entre Estados Unidos y Venezuela, no hace falta inventar teorías conspirativas. Basta con mirar el mapa energético mundial y reconocer una verdad simple: la economía estadounidense depende del petróleo, y mucho.
Aunque se hable de transición energética, de energías verdes o de autos eléctricos, la maquinaria productiva de Estados Unidos sigue girando gracias al crudo. El transporte de mercancías, el sistema militar, la agricultura industrial, la infraestructura... todo funciona con derivados del petróleo. A pesar de que ese país produce su propio crudo, la calidad y tipo de ese petróleo no siempre es suficiente ni adecuado para todas sus necesidades.
Por eso, el petróleo venezolano no solo es un recurso externo más: es una pieza clave en el engranaje energético estadounidense. Y ahí empieza el problema: Venezuela no está dispuesta a entregar ese recurso bajo las condiciones impuestas desde Washington.
¿Por qué el petróleo venezolano es tan importante para la economía de EE.UU.?
En las palabras abracadabrantes de Donald Trump —citado en prensa internacional—: “Nos quitaron todo nuestro petróleo y lo queremos de vuelta”. No es una frase cualquiera. Es la declaración sin filtro de una política exterior basada en un saqueo que ha alcanzado categoría bucanera.
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EL DISFRAZ DEL NARCOTRÁFICO Y LA ESTRATEGIA DEL ASEDIO
Durante años, Estados Unidos ha estado intentando construir el relato de que Venezuela es un “narcoestado”, gobernado por un supuesto cartel criminal desde las más altas esferas del poder. Según esa narrativa, el Gobierno venezolano no solo sería ilegítimo, sino también parte de una red de narcotráfico internacional. Pero el tiempo se ha encargado de dejar claro que ese discurso era tan solo un pretexto. Una excusa conveniente para justificar un despliegue militar en la región y una intensa campaña de aislamiento internacional.
La propia Administración Trump impulsó esta imagen de Venezuela como amenaza global, mientras desplegaba buques de guerra en el Caribe bajo el argumento de la lucha antidrogas. Sin embargo, no hay evidencia sólida de que Venezuela funcione como un verdadero eje del narcotráfico internacional, ni mucho menos que represente un peligro real para la seguridad de EE.UU. La supuesta “guerra contra las drogas” terminó siendo, una vez más, una pantalla para operaciones geopolíticas encubiertas.
Al mismo tiempo que se hablaba de cocaína y carteles, la Guardia Costera estadounidense interceptaba buques petroleros cerca de Venezuela, acusándolos de violar sanciones. Tan solo en diciembre de 2025, se ha ejecutado la captura de tres buques petroleros en menos de dos semanas. El patrón es claro: el verdadero objetivo eran los cargamentos de crudo, no los alijos de droga.
La evidencia acumulada revela que el discurso antidroga fue una construcción ideológica útil para justificar medidas coercitivas: bloqueos financieros, sanciones, congelamiento de activos y presión militar. Pero el fondo de la cuestión era otro: el acceso a un recurso estratégico bajo control soberano.
LAS CORPORACIONES PETROLERAS: LOS DUEÑOS REALES DEL CONFLICTO
Detrás del telón diplomático, hay otros actores que mueven las fichas con silenciosa eficacia: las grandes corporaciones petroleras. Empresas como Chevron, ExxonMobil o Halliburton no son solo compañías privadas: son verdaderos tentáculos del poder económico estadounidense. Y sus intereses en Venezuela son tan viejos como profundos y multimillonarios.
Chevron, por ejemplo, mantuvo operaciones en Venezuela incluso cuando la tensión entre gobiernos era máxima. Mientras se hablaba de sanciones y aislamiento, Chevron recibía licencias especiales para seguir extrayendo petróleo en suelo venezolano. ¿Por qué? Porque ese crudo es altamente rentable y estratégico. Porque abandonar Venezuela sería perder una mina de oro. Y porque, en el fondo, estas corporaciones son las que dictan parte de la política exterior norteamericana.
El objetivo de fondo ha sido siempre el mismo: privatizar el petróleo venezolano, debilitar a PDVSA —la empresa estatal—, y abrir las puertas para que las multinacionales extranjeras puedan repartirse el negocio.
SAQUEO, PRIVATIZACIÓN Y EL NEGOCIO DE LAS CRISIS
El asedio contra Venezuela no solo se explica por razones políticas o ideológicas. Se trata de una ofensiva diseñada para crear las condiciones que permitan el saqueo legalizado de un país rico en recursos. Lo que está en juego no es la “democracia”, como suelen repetir los llamativos titulares de prensa, sino el control de activos estratégicos. Y el petróleo está al frente de esa batalla.
Las grandes multinacionales no ven la crisis venezolana como un problema. Al contrario: la ven como una oportunidad. Una PDVSA debilitada, una población empobrecida, un Estado bloqueado... todo esto facilita que las negociaciones se hagan desde una posición de fuerza. Con cada medida de asfixia, se busca forzar concesiones, abrir campos petroleros a empresas privadas, cambiar leyes, entregar soberanía energética.
No es la primera vez que sucede algo así. En Irak, Libia o Irán ya vimos cómo las guerras y sanciones terminan reconfigurando el mapa petrolero a favor de los mismos actores de siempre. Y en todos esos casos, las empresas estadounidenses (y sus aliados europeos) salieron ampliamente beneficiadas.
En el caso venezolano, lo que impide que el botín cambie de manos es la resistencia popular y estatal. A pesar de las dificultades internas —que no son pocas—, el petróleo sigue siendo gestionado como un recurso nacional, no como propiedad de empresas extranjeras. Y eso, para los intereses del imperialismo del hemisferio norte, es inaceptable.
UNA PELÍCULA QUE YA VIMOS, CON UN FINAL ABIERTO
Lo que ocurre con Venezuela es el guion repetido de una película ya conocida. Primero se demoniza al gobierno. Luego se imponen sanciones que provocan sufrimiento. Después se fabrican enemigos imaginarios —terrorismo, narcotráfico, armas químicas— para justificar intervenciones. Finalmente, se entra a negociar cuando el país se encuentra ya de rodillas.
Pero en esta ocasión, el final no está escrito. Porque Venezuela no ha caído, y su petróleo sigue siendo símbolo de soberanía. Y eso plantea una lección más profunda: mientras los recursos estratégicos estén en manos de los pueblos y no del capital privado, habrá conflicto. No por ideología, sino por intereses estrictamente materiales.
La lucha por el petróleo venezolano no es solo una batalla geopolítica, sino un espejo de cómo funciona el poder en el mundo actual. Y también una seria advertencia: donde hay riqueza natural y soberanía, el capital, -sea cual sea la nacionalidad de este-, siempre encontrará una excusa para intentar arrebatarla.
































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