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Lunes, 27 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

¿DEBEN LOS REVOLUCIONARIOS CHILENOS PRESENTARSE A LAS ELECCIONES?: UN DEBATE URGENTE

A propósito de la posición electoral del PTR: por un debate abierto sobre estrategia revolucionaria

¿Puede la intervención electoral constituirse en una vía hacia el socialismo o termina reforzando el régimen burgués que se pretende derrocar? En este artículo, Gustavo Burgos responde críticamente a las tesis del PTR, abriendo un necesario debate en la izquierda revolucionaria sobre la relación entre lucha institucional y acción directa (...).

 

 

Por GUSTAVO BURGOS (*) PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

    En un reciente artículo publicado en Izquierda Diario, «Las elecciones en el marco general de una crisis orgánica contenida» el dirigente del PTR, Pablo Torres, plantea una defensa de la intervención electoral como parte integral de la política revolucionaria. Nos parece importante abrir una discusión sobre esta relevante cuestión. En su nota, Torres plantea que oponerse a esta táctica desde una posición abstencionista supone “confiar” en que las masas, desde sus luchas espontáneas, se elevarán por sí solas al plano político y socialista. Esta crítica apunta a quienes, con justa razón, desconfían del desvío institucional tras el Estallido chileno y se niegan a legitimar la democracia burguesa con su participación.

 

   Textualmente señala que

    «Para los marxistas, la intervención decidida en las huelgas, protestas y movilizaciones, va unida a la intervención política cotidiana que genere las condiciones de construcción de una organización política que se proponga como objetivo conquistar un gobierno de trabajadores en ruptura con el capitalismo y en la perspectiva del socialismo. Quienes oponen la lucha social a la lucha política, con la estrategia de la “abstención” de la lucha política-electoral, y en general de cualquier lucha de carácter político-partidario, cometen el error de confiar en que el capitalismo y sus mediaciones (Estado, partidos, etc.) permitirá que las masas se eleven espontáneamente de la lucha social al terreno de la lucha por el socialismo, cuestión que no sucederá, como mostró la revuelta. Hay que aprender de ella«.

 

   Frente a este argumento, nos vemos obligados no sólo a disentir, sino a proponer un debate abierto y urgente dentro de la vanguardia revolucionaria que surgió al calor de octubre de 2019. Porque lo que está en juego no es una táctica electoral en abstracto, sino el carácter de clase de nuestra estrategia, el rol que le atribuimos al Estado burgués y la relación entre las masas movilizadas y las organizaciones que pretenden representarlas.

 

  Por supuesto, la crítica fundamental a la posición del PTR no está en su participación electoral en sí, sino en la naturalización de esa participación como “intervención política cotidiana” y necesaria en todo momento, al punto de definirla como la «politización» de la intervención en las luchas protagonizadas por los trabajadores.

 

  En efecto, bajo esta concepción se pretende identificar toda intervención política con la disputa institucional, cuando desde un punto de vista de clase,  la política revolucionaria es, ante todo, la preparación programática y organizativa de la insurrección y del poder proletario.

 

   Lenin no rechazaba el uso del parlamento como tribuna, pero lo subordinaba estratégicamente a los fines de la revolución. Como lo formuló explícitamente en La enfermedad infantil del izquierdismo:

    “Participar en elecciones parlamentarias y en la lucha parlamentaria no sólo no implica traición al comunismo, sino que, por el contrario, es en muchos casos una obligación para los partidos comunistas, cuando esto contribuya a elevar la conciencia revolucionaria de las masas.”

 

  Pero esto no es lo que ocurre cuando un partido convierte la intervención electoral en su eje “cotidiano”, y construye toda su práctica política en torno a una acumulación de “referentes” en el terreno institucional del régimen. Lo que se presenta como “táctica” deviene en estrategia, y lo que se invoca como “tribuna” se convierte en un fetiche. El resultado: un partido que ya no prepara la destrucción del Estado, sino que se adapta a su calendario y promueve la ilusiones en la democracia patronal, sus elecciones y su Constitución.

 

  Los trabajadores en Chile tienen una larga y centenaria experiencia con la democracia burguesa. Tal experiencia marcada por los Frentes Populares terminó en los desastres primero de González Videla y luego en el Golpe de la Junta Militar el 73. Posteriormente la lucha antidictatorial y el propio Estallido fueron conjurados por plebiscitos y «asambleas constituyentes», esto es, salidas electorales de contención. Como vemos, la experiencia concreta en Chile con lo electoral tiene características muy particulares y obligan a un trato igualmente definido del problema. La propia intervención de los revolucionarios en las elecciones, con Recabarren y luego con la Izquierda Comunista, estuvo nítidamente marcada por la necesidad no solo de proponer la Dictadura del Proletariado como salida a la crisis, sino que explícitamente se orientaba al quiebre de la institucionalidad en la que intervenían.

 

   Una larga tradición de Mancomunales, motines, huelgas generales, levantamientos populares, federaciones obreras, milicias, revueltas, ocupación de fundos, Cordones Industriales, hasta las las asambleas populares y la Primera Línea, señalan con claridad el terreno político en que se ha de dirimir la revolución. Todas estas experiencias mostraron un impulso y una relevancia políticas infinitamente superiores a todas las candidaturas “de izquierda” juntas en nuestra historia.

 

   La experiencia histórica —no los caprichos abstencionistas— muestran que los desvíos electorales han contribuido a la desmovilización e invariablemente a la derrota de la clase trabajadora. En el último período, el Acuerdo por la Paz, un acuerdo patronal y de inequívoco signo contrainsurgente, propuso precisamente una salida electoral a la crisis abierta por la desbordante acción de las masas insurrectas y fue esa “salida institucional” —pactada entre el régimen y los partidos del orden incluyendo al Frente Amplio y el PC— quienes aceptaron esa salida, defendiendo la participación en el plebiscito constitucional y luego en la Convención, contribuyendo a vaciar la lucha callejera y a desorganizar a la vanguardia juvenil, popular y rebelde que se forjaba al calor del enfrentamiento con las Fuerzas Especiales de Carabineros y las FFAA de los Estado de Excepción.

 

   La lección es clara: el camino electoral si no es utilizado para propagandizar la revolución, la autoorganzación de las masas, la reivindicación de la acción directa y el quiebre del orden constitucional, es funcional a la preservación del régimen del gran capital. No conduce a la toma del poder, sino al reforzamiento del mismo aparato estatal que masacró a nuestros compañeros, los mutiló, torturó y encarceló.

 

   Pablo Torres acusa de “espontaneístas” a quienes rechazan el electoralismo. Pero, en rigor, es al revés: los que confían en que la acción institucional elevará la conciencia de las masas y generará el partido que necesitamos, son los que depositan su fe en un desarrollo espontáneo de la lucha desde adentro del régimen burgués.

 

   Los revolucionarios no niegan la necesidad de la política. No practicamos ni el abstencionismo ni el electoralismo por principio, porque entendemos que se trata de algo táctico, una larga tradición marxista corrobora este aserto. Lo que negamos enfáticamente es la ilusión de que el Estado capitalista cederá el poder por la vía legal y progresiva de la persuasión democrática . La política comunista no consiste en conseguir vocerías ni escaños, sino en levantar un programa de poder, una dirección revolucionaria y un partido basado en las experiencias más avanzadas de lucha de nuestra clase.

 

  Proponemos, entonces, abrir un debate programático dentro de la vanguardia que fue empujada fuera de la escena política tras el Estallido. A esa juventud de la primera línea, a esas mujeres que encabezaron las marchas feministas combativas, a esos pobladores que armaron ollas comunes y defendieron sus territorios, a la extensa masa explotada a la que no le sirve un partido que los convoque cada cuatro años a votar.

 

  Necesitamos un partido revolucionario que asuma la organización de un doble poder, que rescate y reorganice las asambleas territoriales, que impulse la autodefensa de masas y prepare la insurrección proletaria como horizonte estratégico. Un partido que recupere la lección de los soviets, y no la de las convenciones constituyentes. Que forje cuadros desde la lucha de clases, no desde la gestión parlamentaria.

 

   Llamamos, entonces, a los compañeros del PTR y a todas las organizaciones que se reclaman de la revolución a romper el consenso electoralista y abrir un proceso de discusión sobre la estrategia revolucionaria. Este debate no puede darse sólo en círculos internos o en columnas web: debe realizarse abiertamente, convocando a la vanguardia obrera y popular que aún hoy no ha encontrado una expresión política que recoja su experiencia. En este debate han de participar todos los que se reivindiquen de la clase trabajadora y que busquen una expresión política que conduzca a la formación de una nueva dirección de la clase obrera.

 

   Es hora de construir una dirección a la altura de los acontecimientos. Y eso empieza rompiendo con la ilusión electoral y reivindicando sin ambigüedades lo que el el glorioso levantamiento popular de Octubre del 19 nos legó: la formidable potencialidad de la acción directa de los explotados y la impostergable necesidad de un partido.

 
 
 

[Img #87303]  (*) Gustavo Burgos. abogado y militante marxista chileno, es director de El Porteño y conductor del canal de Youtube de análisis político «Mate al Rey».

 

 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
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