
TRUMP PIDE QUE SE ENCARCELE A UN GOBERNADOR Y MILITARIZA LAS CALLES DE LOS EE.UU.
¿Cuáles son las razones para que el Estado se blinde sin que haya producido ningún tipo de insurrección popular?
Donald Trump ha pedido públicamente el encarcelamiento del gobernador de Illinois y ha confirmado el despliegue de la Guardia Nacional en Chicago y Baltimore. Lejos de ser una respuesta a una revuelta popular, estos movimientos muestran cómo los aparatos estatales comienzan a endurecerse para anticiparse a futuras resistencias sociales ante el desmantelamiento de las conquistas sociales obtenidas en las pasadas luchas de siglo XX.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Lo que hace apenas unos años habría parecido una provocación sin recorrido legal, hoy se convierte en un anuncio oficial desde las redes del expresidente más mediático del planeta.
Donald Trump, en efecto, ha pedido la detención del gobernador de Illinois, J. B. Pritzker, y del alcalde de Chicago, Brandon Johnson, acusándolos de “poner en riesgo a los agentes federales” por no colaborar con las redadas contra inmigrantes organizadas por el ICE, la Agencia de Inmigración y control de Aduanas de Estados Unidos.
Y, por si eso fuera poco, hace apenas unas horas ha confirmado el inminente despliegue de la Guardia Nacional en Chicago y Baltimore.
No estamos hablando de un exceso retórico de campaña electoral. Lo que se está perfilando es otra cosa. Se trata de una nueva forma de ejercicio del poder, una ofensiva en toda regla desde los aparatos estatales que, lejos de responder a una revuelta en curso, se está adelantando a eventuales resistencias futuras, como quien refuerza una presa antes de que llegue la tormenta.
Porque si algo parece claro a estas alturas del siglo XXI es que el endurecimiento del aparato del Estado no siempre es una reacción. Muchas veces, como ahora, es una anticipación.
EL ESTADO SE ADELANTA A LA LUCHA DE CLASES
A menudo se asocia el autoritarismo con momentos de gran agitación social. La idea es conocida: la clase obrera se organiza, se moviliza, el capital tiembla, y entonces los aparatos estatales se blindan.
Pero lo que se está viendo en Estados Unidos, y en menor escala, pero también con tendencias rápidamente crecientes, en no pocos países europeos, no encaja con ese esquema.
Hoy, en gran parte del mundo, no hay un movimiento obrero que esté alzando la voz con fuerza, ni protagonizando grandes movilizaciones. Las huelgas existen, pero son dispersas. Las organizaciones, cuando sobreviven, son débiles o están cooptadas. No hay, pues, una Comuna de París divisándose en el horizonte. La quiebra de la experiencia socialista en la URSS todavía nos continúa pasando una fuerte factura. Y la socialdemocratización de importantes movimientos sociales, sindicatos y otros sectores populares, también.
Y, sin embargo, el aparato estatal se rearma. Trump no es el único en Occidente, aunque sea el más escandalosamente estridente. Lo que ocurre es que, mientras la clase trabajadora aún se encuentra seriamente fragmentada e ideológicamente despistada, el capital, en cambio, ya está trazando planes preventivos para las próximas décadas.
Se prepara para lo que se avecina: es decir, para una fase mucho más dura de la competencia económica mundial, en la que ya no bastará con flexibilizar contratos, congelar salarios y hacer añicos antiguos consensos para impedir que las tasas de ganancias continúen disminuyendo.
Para lo que los laboratorios y think tanks occidentales se están adiestrando es para desmontar definitivamente las conquistas obreras heredadas de las luchas del siglo XX. El fulminante crecimiento económico y comercial de sus competidores capitalistas en el otro lado del mundo, no les dan tregua.
Repentinamente, y sin cambiar un ápice de la estrategia extractivista y neocolonial de los EEUU y Europa, el capitalismo con características chinas ha sido capaz, sin disparar un solo tiro, de convertir el continente africano y el Hemisferio Sur latinoamericano en su predio comercial y de inversiones.
De un día para otro, han sido capaces de ocupar aquellos mercados en los que Occidente había sido hegemónico y pronunciado siempre la última palabra. Sus mercancías —buenas, bonitas y baratas— se cuelan a través de las redes internáuticas llegando, en un "pis pas", hasta el último rincón del mundo.
Para no pocos, resulta todavía difícil entender cuál está siendo la nueva reconfiguración global que se está produciendo. Y sucede así porque aún resulta difícil de aceptar que el mundo que hoy se configura se parece infinitamente más al de 1914, cuando estalló la I Guerra Mundial, que al que hemos conocido hace apenas cuatro décadas.
HAY UN PROYECTO POLÍTICO DE CLASE
Cuando Trump exige cárcel para un gobernador, no lo hace solo por una repentina sed de espectáculo. Tampoco como un mero guiño a su base más radical.
Lo que realmente está haciendo es probar los límites del sistema, estirar los marcos institucionales como quien tantea hasta dónde puede llegar sin que se rompa el escaparate.
El gobernador Pritzker y el alcalde Johnson han sido acusados, sin pruebas concretas ni procesos judiciales, de “haber permitido” que las protestas contra las redadas migratorias obstaculizaran la labor del ICE. En otras palabras: defender derechos civiles se convierte en una forma de “colaboración con el delito”. Y eso, traducido políticamente, significa convertir la oposición política en un acto criminal.
Lo que Trump plantea —y no es una exageración— es que el aparato federal pueda actuar directamente contra gobiernos locales, incluso sin mediación legal. Una especie de proto-golpe blando, a cámara lenta, con declaraciones en redes sociales que terminan volviéndose doctrina estatal.
RECONFIGURAR EL ESTADO PARA EL CAPITAL DEL SIGLO XXI
Pero... ¿por qué ahora? Pues porque el capitalismo global ha entrado en una nueva fase. Las potencias tradicionales —EE. UU., Reino Unido, Alemania— ya no dominan la economía mundial como lo hacían antes.
Las nuevas potencias capitalistas —China, India, Rusia—, operan con reglas más verticales, más controladas. Para competir con ellas, las viejas potencias tienen que reajustar su maquinaria política, y eso incluye endurecer sus estructuras estatales, incluso aunque no haya, de momento, una presión social que lo justifique.
Trump es simplemente el portavoz grosero de un proceso mucho más amplio. No inventa nada, pero lo acelera. No rompe el sistema, pero lo estira hasta que se vuelve formalmente irreconocible.
Y lo hace con una lógica clara: recuperar la capacidad coercitiva del Estado, no para controlar una revolución que aún no se atisba, sino para evitar que en el futuro próximo, necesariamente conflictivo por los reajustes previstos, se produzca. No porque tema a la clase obrera actual, sino porque desea asegurarse de que dispone de instrumentos de todo tipo para aplastarla si llegara a levantarse.
LA VIOLENCIA SIMBÓLICA COMO AVANCE DEL AUTORITARISMO
En este contexto, incluso los ataques del presidente de los EE.UU. a figuras como Greta Thunberg, cobran sentido. Esta semana, Trump arremetió contra ella llamándola “loca” y “desequilibrada”, y recomendándole que fuera a “ver a un médico”.
No lo dijo desde una plataforma de debate climático, sino desde su tribuna política habitual, como parte de una campaña para deslegitimar a toda voz disidente, especialmente si esa voz cuestiona algunos de los pilares del sistema: el mercado, la propiedad o el consumo.
El ataque no es solo contra Greta Thunberg, sino contra todo lo que ella representa: jóvenes que dudan del sistema, generaciones que rechazan el modelo de desarrollo basado en destrucción, contaminación y desigualdad. Por eso se les ridiculiza, se les patologiza y, si es posible, se les silencia.
ANTES DE QUE TE LEVANTES, YA TE ESTÁN GOLPEANDO
El problema no es solo Trump. Es el proyecto que él encarna. Un proyecto que no está esperando a que los de abajo se muevan. Está preparándose por si acaso lo hicieran cuando se apliquen los aspectos más duros y lesivos del plan de desarme de derechos. Un proyecto que sabe que suscitará el conflicto más tarde o más temprano. Y por eso blinda al Estado, desmontando derechos y normalizando la represión. Algo similar están haciendo sus homólogos europeos, solo que con más prudencia y sigilo: poco a poco, una de cal y otra de arena.
La clase obrera tiene una tarea urgente que desconocemos si estará a corto plazo en condiciones de cumplir. Debe consistir esta en detectar el golpe que viene, no solo el que ya se produjo. Porque cuando el capital se adelanta, no basta con resistir. Hay también que organizarse y adelantarse .
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Lo que hace apenas unos años habría parecido una provocación sin recorrido legal, hoy se convierte en un anuncio oficial desde las redes del expresidente más mediático del planeta.
Donald Trump, en efecto, ha pedido la detención del gobernador de Illinois, J. B. Pritzker, y del alcalde de Chicago, Brandon Johnson, acusándolos de “poner en riesgo a los agentes federales” por no colaborar con las redadas contra inmigrantes organizadas por el ICE, la Agencia de Inmigración y control de Aduanas de Estados Unidos.
Y, por si eso fuera poco, hace apenas unas horas ha confirmado el inminente despliegue de la Guardia Nacional en Chicago y Baltimore.
No estamos hablando de un exceso retórico de campaña electoral. Lo que se está perfilando es otra cosa. Se trata de una nueva forma de ejercicio del poder, una ofensiva en toda regla desde los aparatos estatales que, lejos de responder a una revuelta en curso, se está adelantando a eventuales resistencias futuras, como quien refuerza una presa antes de que llegue la tormenta.
Porque si algo parece claro a estas alturas del siglo XXI es que el endurecimiento del aparato del Estado no siempre es una reacción. Muchas veces, como ahora, es una anticipación.
EL ESTADO SE ADELANTA A LA LUCHA DE CLASES
A menudo se asocia el autoritarismo con momentos de gran agitación social. La idea es conocida: la clase obrera se organiza, se moviliza, el capital tiembla, y entonces los aparatos estatales se blindan.
Pero lo que se está viendo en Estados Unidos, y en menor escala, pero también con tendencias rápidamente crecientes, en no pocos países europeos, no encaja con ese esquema.
Hoy, en gran parte del mundo, no hay un movimiento obrero que esté alzando la voz con fuerza, ni protagonizando grandes movilizaciones. Las huelgas existen, pero son dispersas. Las organizaciones, cuando sobreviven, son débiles o están cooptadas. No hay, pues, una Comuna de París divisándose en el horizonte. La quiebra de la experiencia socialista en la URSS todavía nos continúa pasando una fuerte factura. Y la socialdemocratización de importantes movimientos sociales, sindicatos y otros sectores populares, también.
Y, sin embargo, el aparato estatal se rearma. Trump no es el único en Occidente, aunque sea el más escandalosamente estridente. Lo que ocurre es que, mientras la clase trabajadora aún se encuentra seriamente fragmentada e ideológicamente despistada, el capital, en cambio, ya está trazando planes preventivos para las próximas décadas.
Se prepara para lo que se avecina: es decir, para una fase mucho más dura de la competencia económica mundial, en la que ya no bastará con flexibilizar contratos, congelar salarios y hacer añicos antiguos consensos para impedir que las tasas de ganancias continúen disminuyendo.
Para lo que los laboratorios y think tanks occidentales se están adiestrando es para desmontar definitivamente las conquistas obreras heredadas de las luchas del siglo XX. El fulminante crecimiento económico y comercial de sus competidores capitalistas en el otro lado del mundo, no les dan tregua.
Repentinamente, y sin cambiar un ápice de la estrategia extractivista y neocolonial de los EEUU y Europa, el capitalismo con características chinas ha sido capaz, sin disparar un solo tiro, de convertir el continente africano y el Hemisferio Sur latinoamericano en su predio comercial y de inversiones.
De un día para otro, han sido capaces de ocupar aquellos mercados en los que Occidente había sido hegemónico y pronunciado siempre la última palabra. Sus mercancías —buenas, bonitas y baratas— se cuelan a través de las redes internáuticas llegando, en un "pis pas", hasta el último rincón del mundo.
Para no pocos, resulta todavía difícil entender cuál está siendo la nueva reconfiguración global que se está produciendo. Y sucede así porque aún resulta difícil de aceptar que el mundo que hoy se configura se parece infinitamente más al de 1914, cuando estalló la I Guerra Mundial, que al que hemos conocido hace apenas cuatro décadas.
HAY UN PROYECTO POLÍTICO DE CLASE
Cuando Trump exige cárcel para un gobernador, no lo hace solo por una repentina sed de espectáculo. Tampoco como un mero guiño a su base más radical.
Lo que realmente está haciendo es probar los límites del sistema, estirar los marcos institucionales como quien tantea hasta dónde puede llegar sin que se rompa el escaparate.
El gobernador Pritzker y el alcalde Johnson han sido acusados, sin pruebas concretas ni procesos judiciales, de “haber permitido” que las protestas contra las redadas migratorias obstaculizaran la labor del ICE. En otras palabras: defender derechos civiles se convierte en una forma de “colaboración con el delito”. Y eso, traducido políticamente, significa convertir la oposición política en un acto criminal.
Lo que Trump plantea —y no es una exageración— es que el aparato federal pueda actuar directamente contra gobiernos locales, incluso sin mediación legal. Una especie de proto-golpe blando, a cámara lenta, con declaraciones en redes sociales que terminan volviéndose doctrina estatal.
RECONFIGURAR EL ESTADO PARA EL CAPITAL DEL SIGLO XXI
Pero... ¿por qué ahora? Pues porque el capitalismo global ha entrado en una nueva fase. Las potencias tradicionales —EE. UU., Reino Unido, Alemania— ya no dominan la economía mundial como lo hacían antes.
Las nuevas potencias capitalistas —China, India, Rusia—, operan con reglas más verticales, más controladas. Para competir con ellas, las viejas potencias tienen que reajustar su maquinaria política, y eso incluye endurecer sus estructuras estatales, incluso aunque no haya, de momento, una presión social que lo justifique.
Trump es simplemente el portavoz grosero de un proceso mucho más amplio. No inventa nada, pero lo acelera. No rompe el sistema, pero lo estira hasta que se vuelve formalmente irreconocible.
Y lo hace con una lógica clara: recuperar la capacidad coercitiva del Estado, no para controlar una revolución que aún no se atisba, sino para evitar que en el futuro próximo, necesariamente conflictivo por los reajustes previstos, se produzca. No porque tema a la clase obrera actual, sino porque desea asegurarse de que dispone de instrumentos de todo tipo para aplastarla si llegara a levantarse.
LA VIOLENCIA SIMBÓLICA COMO AVANCE DEL AUTORITARISMO
En este contexto, incluso los ataques del presidente de los EE.UU. a figuras como Greta Thunberg, cobran sentido. Esta semana, Trump arremetió contra ella llamándola “loca” y “desequilibrada”, y recomendándole que fuera a “ver a un médico”.
No lo dijo desde una plataforma de debate climático, sino desde su tribuna política habitual, como parte de una campaña para deslegitimar a toda voz disidente, especialmente si esa voz cuestiona algunos de los pilares del sistema: el mercado, la propiedad o el consumo.
El ataque no es solo contra Greta Thunberg, sino contra todo lo que ella representa: jóvenes que dudan del sistema, generaciones que rechazan el modelo de desarrollo basado en destrucción, contaminación y desigualdad. Por eso se les ridiculiza, se les patologiza y, si es posible, se les silencia.
ANTES DE QUE TE LEVANTES, YA TE ESTÁN GOLPEANDO
El problema no es solo Trump. Es el proyecto que él encarna. Un proyecto que no está esperando a que los de abajo se muevan. Está preparándose por si acaso lo hicieran cuando se apliquen los aspectos más duros y lesivos del plan de desarme de derechos. Un proyecto que sabe que suscitará el conflicto más tarde o más temprano. Y por eso blinda al Estado, desmontando derechos y normalizando la represión. Algo similar están haciendo sus homólogos europeos, solo que con más prudencia y sigilo: poco a poco, una de cal y otra de arena.
La clase obrera tiene una tarea urgente que desconocemos si estará a corto plazo en condiciones de cumplir. Debe consistir esta en detectar el golpe que viene, no solo el que ya se produjo. Porque cuando el capital se adelanta, no basta con resistir. Hay también que organizarse y adelantarse .
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