
CUANDO LO QUE SE BARRUNTA EN EL CARIBE SON TIBURONES DE ACERO Y DINAMITA...
Si aparece un helicóptero, se baja la voz. Si un patrullero asoma, se marca rumbo. Nadie quiere ser noticia
Las noticias llegaron por la radio anoche. Un destructor gringo abordó una atunera cerca de La Blanquilla. Ocho horas arriba, armas largas, dieciocho hombres...
POR JUN WAY PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
La mañana llega breve sobre Macuto. El oleaje golpea las piedras. Los botes salen igual. Los hombres cargan cava, hielo, gasoil. Nadie habla mucho. La brisa huele a sal y diésel. Las noticias llegaron por la radio anoche. Un destructor gringo abordó una atunera cerca de La Blanquilla. Ocho horas arriba, armas largas, dieciocho hombres. Eso dijeron. Los pescadores volvieron. Contaron lo justo. El gobierno protestó. El Caribe oyó el eco.
En el muelle, un viejo remienda redes. La aguja entra y sale. Dice que antes los sustos eran tormentas. Ahora son luces que se mueven lentas sobre el agua. No grita. No maldice. Mira las manos. Las manos saben. Las manos siguen.
Más al oriente, la mar está clara pero tensa. Los capitanes hablan con frases cortas. Coordenadas, millas, viento. La radio crepita nombres de islas y números. Si aparece un helicóptero, se baja la voz. Si un patrullero asoma, se marca rumbo. Nadie quiere ser noticia.
Días atrás se habló de un ataque. Fue de noche, en aguas abiertas. Una lancha cayó bajo fuego. Dijeron que llevaba droga. Lo anunció un presidente por su cuenta. No era costumbre decirlo así. El Pentágono añadió que no sería el último golpe. En la orilla, los hombres oyeron el parte como se oye un trueno: se sabe que habrá más.
En Catia La Mar, los precios cambiaron sin aviso. El hielo subió. El gasoil se consigue tarde. El repuesto no aparece. La tripulación cobra a destiempo. La pesca es buena cuando el banco se arrima. Pero el banco no entiende de radares ni de zonas económicas. El atún se mueve como quiere. Los botes lo siguen. Las fronteras van detrás.
Un muchacho amarra cabos. Tiene veinte años. Dice que no le asustan los gritos. Le asustan las sirenas que no son de pesca. Cuando brillan focos blancos desde lejos, el pecho se cierra. Sabe que no ha hecho nada. Sabe que a veces eso no basta. Pide que el patrón lleve los papeles en orden. Pide que la tarde no se haga noche.
La Guardia costera local patrulla. Se ve el casco pintado y el cañón cubierto de salitre. Saludan con la mano. Piden las guías. Anotan la matrícula. Los pescadores asienten. No hay pelea. Nadie quiere perder el día. Una red rota es más cara que una discusión. El mar, igual, no se detiene.
Algunos vecinos dicen que habrá más interceptaciones. Que los radares marcan todo. Que un dron puede bajar silencioso. Que un día pararán un peñero por error. O no por error. Los viejos escuchan y no replican. Saben que el mar quita y da. Saben que cuando una noticia llega, otra viene detrás.
Por la tarde, la bruma tapa el horizonte. Los niños juegan con botellas vacías. Hacen barcos. Los empujan en un charco. Ganan quien llega primero a un tronco varado. Las madres venden empanadas de cazón. El aceite humea. Un radio portátil suena. Repite palabras: escalada, soberanía, operativo, evidencia. Nadie cambia el dial. Nadie apaga. Sólo siguen.
Un patrón calcula cuentas sobre una libreta húmeda. Le faltan tres días para pagar la hélice. Si el banco de atunes baja, lo logrará. Si no, habrá que pedir fiado. Piensa en la ruta. Piensa en las millas. Piensa en el rumor de que un buque grande ronda sin luces por la noche. Un hombre al lado comenta que vieron algo al norte, cerca de un punto que todos conocen por un apodo. Ninguno lo escribe. Lo nombran bajo.
Al anochecer, el puerto se llena de sombras. Hay faros que pasan, lentos. Hay luces que no parpadean. En los roques lejanos, uno dice que oyó un motor distinto, grave, como de metal pesado. Otro dice que oyó órdenes en inglés. Otro no oyó nada. A veces es peor.
El parte oficial del día trae condenas, mapas, una foto del canciller, una sigla, una hora, una frase dura. Los pescadores miran un instante. Luego vuelven al cajón. El atún no entiende comunicados. El atún entiende corriente, temperatura, luna. Las manos bajan. Las manos suben.
Se sospecha lo que suele seguir. Más patrullas. Más helicópteros. Más cámaras nocturnas. Alguien editará videos. Alguien pondrá flechas rojas y círculos. Un analista dirá que el clip es cierto. Otro dirá que es falso. En la costa, nadie tiene tiempo para eso. Se mira el parte meteorológica y la tabla de mareas. Se mira el cielo.
Puede venir un error. Un giro de timón a destiempo. Un abordaje torcido. Un empujón. Un disparo. Una confusión de señales. Esas cosas no suenan a guerra en los papeles. Pero en el muelle se notan. Son caras. Cobran en carne y en motor.
Puede venir un pacto. Una línea de comunicación. Un canal discreto. Dos oficiales que acuerdan límites de cortesía. Una zona para no molestar. Un tiempo de aviso. Los viejos saben que a veces se logra. Saben que a veces no.
También puede venir la calma larga, de silencios que parecen paz. Los cascos seguirán ahí. Las lanchas seguirán saliendo. El Caribe no es un salón. Es una plancha movida por corrientes viejas. En ella, cada cual ocupa un cuadrado que no se ve, y lo defiende con papeles, con banderas o con suerte.
Un hombre en Chuspa cuenta que sueña con un mar sin sombras. Se ríe. Dice que eso no existe. Que siempre hay algo detrás de la línea. Que el truco es volver. Volver con pescado y con la tripulación completa. Eso es todo. Eso es el día.
La noche cae rápida. Los perros ladran a nada. En el malecón, dos mujeres hablan bajito. Un rumor pasa: dicen que mañana habrá inspecciones más severas. Que pedirán abrir cavas. Que tomarán fotos. Que revisarán teléfonos. Nadie sabe si es cierto. Nadie lo niega. En el Caribe, lo que se sospecha se trata como si ya hubiera ocurrido. Así se evita el golpe. O se prepara la cara.
Los botes duermen atados. Las sogas crujen. La luna levanta una calle pálida sobre el agua. El patrón mira esa línea y piensa en la salida de las cuatro. Hará viento del este. Habrá corriente cruzada. Llevarán hielo extra. Llevarán papeles a mano. Llevarán la radio cargada. Si una luz baja, responderán. Si una voz ordena, obedecerán. Si la mar abre, pescarán.
Eso es lo que sucede hoy. Eso es lo que, al parecer, seguirá pasando. Hasta que alguien decida otra cosa. O hasta que el mar decida por todos.
POR JUN WAY PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
La mañana llega breve sobre Macuto. El oleaje golpea las piedras. Los botes salen igual. Los hombres cargan cava, hielo, gasoil. Nadie habla mucho. La brisa huele a sal y diésel. Las noticias llegaron por la radio anoche. Un destructor gringo abordó una atunera cerca de La Blanquilla. Ocho horas arriba, armas largas, dieciocho hombres. Eso dijeron. Los pescadores volvieron. Contaron lo justo. El gobierno protestó. El Caribe oyó el eco.
En el muelle, un viejo remienda redes. La aguja entra y sale. Dice que antes los sustos eran tormentas. Ahora son luces que se mueven lentas sobre el agua. No grita. No maldice. Mira las manos. Las manos saben. Las manos siguen.
Más al oriente, la mar está clara pero tensa. Los capitanes hablan con frases cortas. Coordenadas, millas, viento. La radio crepita nombres de islas y números. Si aparece un helicóptero, se baja la voz. Si un patrullero asoma, se marca rumbo. Nadie quiere ser noticia.
Días atrás se habló de un ataque. Fue de noche, en aguas abiertas. Una lancha cayó bajo fuego. Dijeron que llevaba droga. Lo anunció un presidente por su cuenta. No era costumbre decirlo así. El Pentágono añadió que no sería el último golpe. En la orilla, los hombres oyeron el parte como se oye un trueno: se sabe que habrá más.
En Catia La Mar, los precios cambiaron sin aviso. El hielo subió. El gasoil se consigue tarde. El repuesto no aparece. La tripulación cobra a destiempo. La pesca es buena cuando el banco se arrima. Pero el banco no entiende de radares ni de zonas económicas. El atún se mueve como quiere. Los botes lo siguen. Las fronteras van detrás.
Un muchacho amarra cabos. Tiene veinte años. Dice que no le asustan los gritos. Le asustan las sirenas que no son de pesca. Cuando brillan focos blancos desde lejos, el pecho se cierra. Sabe que no ha hecho nada. Sabe que a veces eso no basta. Pide que el patrón lleve los papeles en orden. Pide que la tarde no se haga noche.
La Guardia costera local patrulla. Se ve el casco pintado y el cañón cubierto de salitre. Saludan con la mano. Piden las guías. Anotan la matrícula. Los pescadores asienten. No hay pelea. Nadie quiere perder el día. Una red rota es más cara que una discusión. El mar, igual, no se detiene.
Algunos vecinos dicen que habrá más interceptaciones. Que los radares marcan todo. Que un dron puede bajar silencioso. Que un día pararán un peñero por error. O no por error. Los viejos escuchan y no replican. Saben que el mar quita y da. Saben que cuando una noticia llega, otra viene detrás.
Por la tarde, la bruma tapa el horizonte. Los niños juegan con botellas vacías. Hacen barcos. Los empujan en un charco. Ganan quien llega primero a un tronco varado. Las madres venden empanadas de cazón. El aceite humea. Un radio portátil suena. Repite palabras: escalada, soberanía, operativo, evidencia. Nadie cambia el dial. Nadie apaga. Sólo siguen.
Un patrón calcula cuentas sobre una libreta húmeda. Le faltan tres días para pagar la hélice. Si el banco de atunes baja, lo logrará. Si no, habrá que pedir fiado. Piensa en la ruta. Piensa en las millas. Piensa en el rumor de que un buque grande ronda sin luces por la noche. Un hombre al lado comenta que vieron algo al norte, cerca de un punto que todos conocen por un apodo. Ninguno lo escribe. Lo nombran bajo.
Al anochecer, el puerto se llena de sombras. Hay faros que pasan, lentos. Hay luces que no parpadean. En los roques lejanos, uno dice que oyó un motor distinto, grave, como de metal pesado. Otro dice que oyó órdenes en inglés. Otro no oyó nada. A veces es peor.
El parte oficial del día trae condenas, mapas, una foto del canciller, una sigla, una hora, una frase dura. Los pescadores miran un instante. Luego vuelven al cajón. El atún no entiende comunicados. El atún entiende corriente, temperatura, luna. Las manos bajan. Las manos suben.
Se sospecha lo que suele seguir. Más patrullas. Más helicópteros. Más cámaras nocturnas. Alguien editará videos. Alguien pondrá flechas rojas y círculos. Un analista dirá que el clip es cierto. Otro dirá que es falso. En la costa, nadie tiene tiempo para eso. Se mira el parte meteorológica y la tabla de mareas. Se mira el cielo.
Puede venir un error. Un giro de timón a destiempo. Un abordaje torcido. Un empujón. Un disparo. Una confusión de señales. Esas cosas no suenan a guerra en los papeles. Pero en el muelle se notan. Son caras. Cobran en carne y en motor.
Puede venir un pacto. Una línea de comunicación. Un canal discreto. Dos oficiales que acuerdan límites de cortesía. Una zona para no molestar. Un tiempo de aviso. Los viejos saben que a veces se logra. Saben que a veces no.
También puede venir la calma larga, de silencios que parecen paz. Los cascos seguirán ahí. Las lanchas seguirán saliendo. El Caribe no es un salón. Es una plancha movida por corrientes viejas. En ella, cada cual ocupa un cuadrado que no se ve, y lo defiende con papeles, con banderas o con suerte.
Un hombre en Chuspa cuenta que sueña con un mar sin sombras. Se ríe. Dice que eso no existe. Que siempre hay algo detrás de la línea. Que el truco es volver. Volver con pescado y con la tripulación completa. Eso es todo. Eso es el día.
La noche cae rápida. Los perros ladran a nada. En el malecón, dos mujeres hablan bajito. Un rumor pasa: dicen que mañana habrá inspecciones más severas. Que pedirán abrir cavas. Que tomarán fotos. Que revisarán teléfonos. Nadie sabe si es cierto. Nadie lo niega. En el Caribe, lo que se sospecha se trata como si ya hubiera ocurrido. Así se evita el golpe. O se prepara la cara.
Los botes duermen atados. Las sogas crujen. La luna levanta una calle pálida sobre el agua. El patrón mira esa línea y piensa en la salida de las cuatro. Hará viento del este. Habrá corriente cruzada. Llevarán hielo extra. Llevarán papeles a mano. Llevarán la radio cargada. Si una luz baja, responderán. Si una voz ordena, obedecerán. Si la mar abre, pescarán.
Eso es lo que sucede hoy. Eso es lo que, al parecer, seguirá pasando. Hasta que alguien decida otra cosa. O hasta que el mar decida por todos.
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