
MICROSOFT RECONOCE QUE LA UNIÓN EUROPEA NO DISPONE DE SOBERANÍA DIGITAL
"En Microsoft nos debemos a las leyes de nuestro país", admite Bill Gate. ¿Qué puede significar para tí que una empresa como esta se deba a otro Estado?
Microsoft ha roto el silencio y lanzado una bomba política y tecnológica: no puede garantizar la soberanía de los datos en la Unión Europea. ¿El motivo? Está legalmente obligada a colaborar con Washington, incluso cuando los datos pertenecen a ciudadanos, empresas o instituciones europeas. Esta confesión desnuda la cruda realidad digital del siglo XXI: en el corazón del Viejo Continente, el control de la información está en manos ajenas. Y lo peor… todos lo sabían, pero nadie se atrevía a decirlo.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
La noticia podría parecer técnica e, incluso, casi anecdótica: la empresa Microsoft ha reconocido abiertamente que no puede garantizar a la Unión Europea la soberanía
de sus datos.
Detrás de esta rotunda afirmación aparentemente burocrática se esconde, sin embargo, una verdad incómoda sobre el mundo en que vivimos: uno donde los datos no son propiedad de quienes los generan, ni están bajo el control de las instituciones pretendidamente democráticas, sino que son manejados por grandes corporaciones que se deben no a los ciudadanos, sino a los intereses estratégicos de las grandes potencias económicas.
¿Qué significa esto? Que la información personal, empresarial, sanitaria o educativa de millones de europeos está sujeta, en última instancia, a las leyes de Estados Unidos y al poder del capital que opera tras bambalinas.
MICROSOFT, EL ESTADO Y LA LEALTAD DEL CAPITAL
La propia declaración de Microsoft lo dice todo: como empresa estadounidense, está obligada a cumplir las leyes de su país, incluidas aquellas que permiten a su gobierno acceder a datos almacenados en sus servidores en cualquier parte del mundo.
Aunque la UE ha intentado establecer acuerdos como el “Privacy Shield” o cláusulas de localización de datos, lo cierto es que las grandes tecnológicas —Microsoft, Amazon, Google— están por encima de esas buenas intenciones. No se deben a Bruselas, sino a Washington… y a sus accionistas.
Esta subordinación de las necesidades públicas a los intereses del capital privado pone en evidencia algo que a menudo olvidamos: la infraestructura digital sobre la que se sostiene buena parte de nuestras vidas no es neutral ni apolítica. Tiene dueños, tiene sede legal, tiene intereses. Y esos intereses no siempre coinciden con los nuestros.
LOS DATOS COMO MERCANCÍA Y LA NUEVA ALIENACIÓN DIGITAL
Vivimos en una sociedad donde todo se convierte en mercancía. En el capitalismo, incluso lo que no tiene cuerpo —como los datos— se transforma en algo intercambiable, explotable y vendible. Cada click, cada búsqueda, cada mensaje que enviamos, se convierte en valor económico para otros. Pero no es solo eso: se convierte también en un instrumento de control y vigilancia.
Aquí entra en juego el concepto de alienación. En las sociedades precapitalistas, la vida social y la producción estaban más o menos integradas. Pero en el capitalismo, el trabajador (o en este caso, el usuario) queda separado del producto de su actividad. El resultado de nuestra vida digital (datos, hábitos, patrones de comportamiento) ya no nos pertenece, y lo más grave es que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Seguimos creyendo que tenemos el control, pero nuestras decisiones, gustos y relaciones están siendo modeladas por algoritmos que responden a una lógica ajena a nosotros.
Este proceso, además, se ve reforzado por lo que Marx llamó fetichismo de la mercancía, que en el caso digital adopta formas nuevas. No vemos el aparato de dominación que se esconde detrás de la nube o de la inteligencia artificial. Nos fascinan sus funcionalidades, su capacidad de respuesta, su comodidad… sin darnos cuenta de que estamos entregando a otros el control de nuestras vidas. La nube, en este caso, es más bien una niebla: oculta más de lo que revela.
¿QUÉ SOBERANÍA DIGITAL ES POSIBLE EN UN MUNDO DOMINADO POR MONOPOLIOS?
La idea de “soberanía de datos” podría parecer bienintencionada, pero parte de una ilusión. En el mundo globalizado actual, ni los Estados más poderosos - EEUU, la UE, Rusia y China— pueden proteger realmente su infraestructura digital si ésta depende de plataformas y servidores controlados por corporaciones extranjeras. La dependencia tecnológica no es sólo una cuestión técnica, sino una forma concreta de subordinación política y económica.
En este sentido, el concepto de Estado como “instrumento de dominación de clase” se actualiza de manera inquietante. Como ya explicaba Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, el Estado moderno nace para garantizar las condiciones necesarias para la reproducción del capital. Hoy, ese rol lo cumplen no sólo los gobiernos, sino también las grandes plataformas digitales, que operan con lógicas estatales (normas, vigilancia, infraestructura), pero sin ningún tipo de control democrático.
Así, la soberanía —entendida como la capacidad de una comunidad de autodeterminar sus reglas, procesos y destinos— se ve cada vez más limitada por estructuras supranacionales y por actores económicos que no responden ante ningún Parlamento.
¿UNA SOLUCIÓN EUROPEA? ¿O UNA ILUSIÓN MÁS?
Frente a este panorama, la UE dice estar intentando construir una “soberanía digital” con normas como el RGPD o con proyectos para crear sus propios centros de datos y alternativas a los servicios estadounidenses. Pero estos esfuerzos, aunque necesarios, no tocan el núcleo del problema: la lógica mercantil que convierte los datos en fuente de lucro antes que en derecho. Mientras ese principio no sea cuestionado, todas las medidas que articulen serán siempre cosméticas.
En pocas palabras. Lo que está en juego no es sólo la protección de datos. Es la forma misma en que organizamos nuestras vidas, nuestras relaciones y nuestras decisiones. Es el control de los medios de producción del siglo XXI: la infraestructura digital. Y como en toda lucha de clases, la pregunta es quién tiene el poder, quién lo usa y con qué fin.
La cuestión es que, tal y como expresaba Benjamin Franklin: “El que renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad". Y eso, justamente, es lo que nos están diciendo.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
La noticia podría parecer técnica e, incluso, casi anecdótica: la empresa Microsoft ha reconocido abiertamente que no puede garantizar a la Unión Europea la soberanía de sus datos.
Detrás de esta rotunda afirmación aparentemente burocrática se esconde, sin embargo, una verdad incómoda sobre el mundo en que vivimos: uno donde los datos no son propiedad de quienes los generan, ni están bajo el control de las instituciones pretendidamente democráticas, sino que son manejados por grandes corporaciones que se deben no a los ciudadanos, sino a los intereses estratégicos de las grandes potencias económicas.
¿Qué significa esto? Que la información personal, empresarial, sanitaria o educativa de millones de europeos está sujeta, en última instancia, a las leyes de Estados Unidos y al poder del capital que opera tras bambalinas.
MICROSOFT, EL ESTADO Y LA LEALTAD DEL CAPITAL
La propia declaración de Microsoft lo dice todo: como empresa estadounidense, está obligada a cumplir las leyes de su país, incluidas aquellas que permiten a su gobierno acceder a datos almacenados en sus servidores en cualquier parte del mundo.
Aunque la UE ha intentado establecer acuerdos como el “Privacy Shield” o cláusulas de localización de datos, lo cierto es que las grandes tecnológicas —Microsoft, Amazon, Google— están por encima de esas buenas intenciones. No se deben a Bruselas, sino a Washington… y a sus accionistas.
Esta subordinación de las necesidades públicas a los intereses del capital privado pone en evidencia algo que a menudo olvidamos: la infraestructura digital sobre la que se sostiene buena parte de nuestras vidas no es neutral ni apolítica. Tiene dueños, tiene sede legal, tiene intereses. Y esos intereses no siempre coinciden con los nuestros.
LOS DATOS COMO MERCANCÍA Y LA NUEVA ALIENACIÓN DIGITAL
Vivimos en una sociedad donde todo se convierte en mercancía. En el capitalismo, incluso lo que no tiene cuerpo —como los datos— se transforma en algo intercambiable, explotable y vendible. Cada click, cada búsqueda, cada mensaje que enviamos, se convierte en valor económico para otros. Pero no es solo eso: se convierte también en un instrumento de control y vigilancia.
Aquí entra en juego el concepto de alienación. En las sociedades precapitalistas, la vida social y la producción estaban más o menos integradas. Pero en el capitalismo, el trabajador (o en este caso, el usuario) queda separado del producto de su actividad. El resultado de nuestra vida digital (datos, hábitos, patrones de comportamiento) ya no nos pertenece, y lo más grave es que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Seguimos creyendo que tenemos el control, pero nuestras decisiones, gustos y relaciones están siendo modeladas por algoritmos que responden a una lógica ajena a nosotros.
Este proceso, además, se ve reforzado por lo que Marx llamó fetichismo de la mercancía, que en el caso digital adopta formas nuevas. No vemos el aparato de dominación que se esconde detrás de la nube o de la inteligencia artificial. Nos fascinan sus funcionalidades, su capacidad de respuesta, su comodidad… sin darnos cuenta de que estamos entregando a otros el control de nuestras vidas. La nube, en este caso, es más bien una niebla: oculta más de lo que revela.
¿QUÉ SOBERANÍA DIGITAL ES POSIBLE EN UN MUNDO DOMINADO POR MONOPOLIOS?
La idea de “soberanía de datos” podría parecer bienintencionada, pero parte de una ilusión. En el mundo globalizado actual, ni los Estados más poderosos - EEUU, la UE, Rusia y China— pueden proteger realmente su infraestructura digital si ésta depende de plataformas y servidores controlados por corporaciones extranjeras. La dependencia tecnológica no es sólo una cuestión técnica, sino una forma concreta de subordinación política y económica.
En este sentido, el concepto de Estado como “instrumento de dominación de clase” se actualiza de manera inquietante. Como ya explicaba Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, el Estado moderno nace para garantizar las condiciones necesarias para la reproducción del capital. Hoy, ese rol lo cumplen no sólo los gobiernos, sino también las grandes plataformas digitales, que operan con lógicas estatales (normas, vigilancia, infraestructura), pero sin ningún tipo de control democrático.
Así, la soberanía —entendida como la capacidad de una comunidad de autodeterminar sus reglas, procesos y destinos— se ve cada vez más limitada por estructuras supranacionales y por actores económicos que no responden ante ningún Parlamento.
¿UNA SOLUCIÓN EUROPEA? ¿O UNA ILUSIÓN MÁS?
Frente a este panorama, la UE dice estar intentando construir una “soberanía digital” con normas como el RGPD o con proyectos para crear sus propios centros de datos y alternativas a los servicios estadounidenses. Pero estos esfuerzos, aunque necesarios, no tocan el núcleo del problema: la lógica mercantil que convierte los datos en fuente de lucro antes que en derecho. Mientras ese principio no sea cuestionado, todas las medidas que articulen serán siempre cosméticas.
En pocas palabras. Lo que está en juego no es sólo la protección de datos. Es la forma misma en que organizamos nuestras vidas, nuestras relaciones y nuestras decisiones. Es el control de los medios de producción del siglo XXI: la infraestructura digital. Y como en toda lucha de clases, la pregunta es quién tiene el poder, quién lo usa y con qué fin.
La cuestión es que, tal y como expresaba Benjamin Franklin: “El que renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad". Y eso, justamente, es lo que nos están diciendo.
Chorche | Sábado, 09 de Agosto de 2025 a las 14:54:43 horas
Tan interesante como necesarios artículos como éste.
El ser humano "picamos" en todos los anzuelos que nos tiende el enemigo de clase, el poder económico y creo que nunca ha tenido un anzuelo más poderosos y eficaz que la inteligencia artificial. Teniendo la IA, para que necesitan ya el futbol?.
Son innegables dos cosas: una que los ricos están multiplicando sus fortunas mientras que los derechos de la clase trabajadora se precarizan o se privatizan ante nuestra indiferencia y silencio borreguil cuando solo una década atrás todavía se luchaba porque estábamos más despiertos. Cada día parecemos mas dormidos.
Serán los efectos de la IA? No me extrañaría nada.
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