 
  BILL GATES SE RINDE ANTE EL CLIMA… Y TRUMP, ENTUSIASMADO, "LO BESA EN LA BOCA"
¿Por qué uno de los supuestos grandes defensores de la lucha contra el "cambio climático" cambia de trinchera y se convierte en una suerte de "negacionista" ?    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        			        			        			        			        	
                                
                    			        			        
    
    
    En un giro tan inesperado como inquietante, Bill Gates ha propuesto dejar de hablar de reducir el calentamiento global para enfocarse en “mejorar la vida de los pobres”. ¿Una apuesta humanitaria o una rendición del capital frente al colapso climático? La respuesta de Trump no deja lugar a dudas: está encantado. Conozca las razones que se esconden bajo este "giro copernicano"
	
	
        
        
        			        			        			        			        			        			        	
                                
                    			        			        			        
        
                
        
         
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
 
    Durante años, Bill Gates fue uno de los rostros más propagados por los medios de comunicación como luchador contra el cambio climático. 
 
   Con sus trajes sobrios y sus frases de “salvemos el planeta con tecnología”, llegó a convertirse en una suerte de "profeta verde del capitalismo". 
 
     A través de su Fundación, financió proyectos para reducir las emisiones, promover energías limpias, combatir el hambre y tratar de encontrar soluciones “inteligentes” a los grandes problemas del mundo. No pocos le creyeron.
 
  Por eso ha sorprendido ahora muchos cuando, hace apenas unas semanas, Gates cambió radicalmente de tono. En lugar de insistir en que lo más urgente es frenar el calentamiento global,  ha manifestó que lo más importante es “mejorar la vida de los pobres” y centrarse en cosas más concretas, como luchar contra enfermedades o invertir en tecnologías más eficientes. 
 
   Repentinamente, la prioridad dejó de ser el clima, y pasó a ser la pobreza. Pero lo hizo, además, de una forma harto extraña, como si una cosa y la otra no estuvieran estrechamente conectadas. Y entonces pasó algo aún más extraño: Donald Trump, el presidente negacionista del clima, lo felicitó efusiva y públicamente.
 
   Sí. Trump, el mismo que se atrevió a decir que el cambio climático era “un invento de los chinos”, celebró el nuevo enfoque de Gates como una gran victoria. Dijo que “por fin alguien poderoso admitía que se había equivocado”, y que ello ha demostrado que él había tenido razón desde el principio.
 
   Pero... ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Por qué Gates cambia abruptamente su discurso? ¿Por qué Trump se ha puesto tan contento? 
    Y sobre todo: ¿qué significa todo este inexplicable embrollo para quienes vivimos en un planeta que claramente está entrando en crisis?
 
  EL GIRO DE GATES: ¿UN CAMBIO DE CORAZÓN O DE ESTRATEGIA?
     Lo primero que hay que entender es que Bill Gates no es un científico del clima, ni un activista ambiental. Es un empresario. Su forma de ver el mundo está profundamente marcada por la lógica del capital: es decir, invertir, obtener beneficios, optimizar procesos, buscar eficiencia. Ese es el núcleo central de su pensamiento.
 
     Cuando ahora dice que prefiere enfocarse en “mejorar vidas” en lugar de “reducir grados”, lo hace porque, en su opinión, ya no tiene sentido apostar todo a un objetivo que probablemente no se va a cumplir. Las temperaturas ya están aumentando, los desastres climáticos se están convirtiendo en rutinarios, y las emisiones no paran de crecer. Así que, en lugar de luchar por evitar el incendio, lo que propone es prepararnos para vivir dentro del fuego sin llegar a quemarnos tanto.
 
    Gates habla de apostar por innovación tecnológica: cultivos resistentes al calor, nuevas formas de refrigeración, energías más baratas. En otras palabras, en vez de cambiar el sistema que genera el problema, propone que nos adaptemos a él de la mejor manera posible.
 
    ¿Suena práctico? Tal vez. Pero también extremadamente tramposo. Porque mientras que insiste en “mejorar las condiciones de vida” de los más pobres,  evita cuidadosamente hablar de lo que está en la raíz de esa pobreza: la desigualdad, la explotación, el saqueo de recursos, la acumulación obscena de riqueza en unas pocas manos. ¿Cómo es posible “mejorar la vida” de alguien sin llegar a tocar los mecanismos que la empobrecen?
 
    Lo que Gates plantea no es una solución real, sino una administración del desastre. Y como buena parte del pensamiento empresarial, es una estrategia que no toca lo esencial: el modelo económico que está destruyendo el planeta.
 
 
LA ALEGRÍA DE TRUMP: UNA VICTORIA QUE NO LO ES.
     Ahora bien, ¿por qué este cambio de rumbo hace tan feliz a Donald Trump?
     La respuesta es sencilla. Durante años, Trump hizo campaña contra todo lo que tuviera que ver con la ecología. Se burló de los científicos, sacó a Estados Unidos de los acuerdos climáticos, impulsó el petróleo y el carbón como si estuviéramos en el siglo XIX.
    Y cuando Gates, una figura global con prestigio, dice que tal vez la urgencia climática fue mal planteada, Trump lo toma como un “ya yo lo había dicho”.
 
    En el fondo, a Trump  le importa un comino lo que diga Gates. Lo importante es que alguien de peso le da argumentos para seguir defendiendo su visión del mundo: que el cambio climático es exagerado, que las políticas verdes son una trampa, que lo fundamental es el crecimiento económico y no las alertas de la comunidad científica.
 
    Y más allá de eso, hay algo todavía más cínico. Trump y otros líderes parecidos saben que si la discusión pasa de “salvar el planeta” a “adaptarse al desastre”, entonces todo seguirá como está. Las empresas contaminantes pueden seguir funcionando. El petróleo sigue siendo un negocio rentable. El consumo no se frena. Y lo que se ofrece es un “parche tecnológico” en lugar de un cambio real.
 
      Por eso celebra. Porque no se trata solo del clima, sino del modelo de mundo que él defiende: uno en el que los poderosos ganan más y los pobres se las arreglan como puedan.
 
EL FONDO DEL ASUNTO: ¿DE VERDAD ES UN CAMBIO O SOLO UN CAMBIO DE MÁSCARA?
     El giro de Gates y la celebración de Trump no son hechos aislados. Forman parte de una tendencia más amplia: la transformación del desastre en oportunidad de negocio. Las crisis son convertidas en auténticos mercados. La pobreza se transforma en “nicho de inversión”. Y el planeta, en vez de ser protegido, se vuelve una mina de recursos para explotar hasta que no quede nada.
 
    Mientras tanto, los que realmente sufren las consecuencias del cambio climático —las comunidades indígenas, los campesinos, los trabajadores precarios, los países dependientes del Sur—, quedan fuera de la conversación. O peor: son usados como excusa para justificar decisiones que no cambiarán nada en el fondo.
 
    La narrativa que dice “vamos a ayudar a los pobres a adaptarse” suena a una bonita  musiquilla "solidaria", pero en realidad es profundamente conservadora. Porque no busca cambiar las causas de la pobreza, sino acostumbrar a los pobres a vivir con menos, en peores condiciones, y sin reclamar demasiado.
 
Y ENTONCES, ¿QUÉ HACEMOS CON TODO ESTO?
     Lo que está en juego no es solo el clima, sino el tipo de mundo en el que queremos vivir. Uno en el que los problemas se resuelven con parches, o uno en el que se transforman las estructuras que los provocan.
 
    Porque si algo demuestra este episodio es que los poderosos no siempre mienten... pero casi siempre administran las verdades de forma que les beneficie. Gates no está “negando” el cambio climático, simplemente está diciendo que ya no es tan importante como antes. Y Trump aprovecha esa frase de Gates para seguir defendiendo su modelo de negocios.
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                                                                                                                                                                                                    
    
    
	
    
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante años, Bill Gates fue uno de los rostros más propagados por los medios de comunicación como luchador contra el cambio climático.
Con sus trajes sobrios y sus frases de “salvemos el planeta con tecnología”, llegó a convertirse en una suerte de "profeta verde del capitalismo".
A través de su Fundación, financió proyectos para reducir las emisiones, promover energías limpias, combatir el hambre y tratar de encontrar soluciones “inteligentes” a los grandes problemas del mundo. No pocos le creyeron.
Por eso ha sorprendido ahora muchos cuando, hace apenas unas semanas, Gates cambió radicalmente de tono. En lugar de insistir en que lo más urgente es frenar el calentamiento global, ha manifestó que lo más importante es “mejorar la vida de los pobres” y centrarse en cosas más concretas, como luchar contra enfermedades o invertir en tecnologías más eficientes.
Repentinamente, la prioridad dejó de ser el clima, y pasó a ser la pobreza. Pero lo hizo, además, de una forma harto extraña, como si una cosa y la otra no estuvieran estrechamente conectadas. Y entonces pasó algo aún más extraño: Donald Trump, el presidente negacionista del clima, lo felicitó efusiva y públicamente.
Sí. Trump, el mismo que se atrevió a decir que el cambio climático era “un invento de los chinos”, celebró el nuevo enfoque de Gates como una gran victoria. Dijo que “por fin alguien poderoso admitía que se había equivocado”, y que ello ha demostrado que él había tenido razón desde el principio.
Pero... ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Por qué Gates cambia abruptamente su discurso? ¿Por qué Trump se ha puesto tan contento?
Y sobre todo: ¿qué significa todo este inexplicable embrollo para quienes vivimos en un planeta que claramente está entrando en crisis?
EL GIRO DE GATES: ¿UN CAMBIO DE CORAZÓN O DE ESTRATEGIA?
Lo primero que hay que entender es que Bill Gates no es un científico del clima, ni un activista ambiental. Es un empresario. Su forma de ver el mundo está profundamente marcada por la lógica del capital: es decir, invertir, obtener beneficios, optimizar procesos, buscar eficiencia. Ese es el núcleo central de su pensamiento.
Cuando ahora dice que prefiere enfocarse en “mejorar vidas” en lugar de “reducir grados”, lo hace porque, en su opinión, ya no tiene sentido apostar todo a un objetivo que probablemente no se va a cumplir. Las temperaturas ya están aumentando, los desastres climáticos se están convirtiendo en rutinarios, y las emisiones no paran de crecer. Así que, en lugar de luchar por evitar el incendio, lo que propone es prepararnos para vivir dentro del fuego sin llegar a quemarnos tanto.
Gates habla de apostar por innovación tecnológica: cultivos resistentes al calor, nuevas formas de refrigeración, energías más baratas. En otras palabras, en vez de cambiar el sistema que genera el problema, propone que nos adaptemos a él de la mejor manera posible.
¿Suena práctico? Tal vez. Pero también extremadamente tramposo. Porque mientras que insiste en “mejorar las condiciones de vida” de los más pobres, evita cuidadosamente hablar de lo que está en la raíz de esa pobreza: la desigualdad, la explotación, el saqueo de recursos, la acumulación obscena de riqueza en unas pocas manos. ¿Cómo es posible “mejorar la vida” de alguien sin llegar a tocar los mecanismos que la empobrecen?
Lo que Gates plantea no es una solución real, sino una administración del desastre. Y como buena parte del pensamiento empresarial, es una estrategia que no toca lo esencial: el modelo económico que está destruyendo el planeta.
LA ALEGRÍA DE TRUMP: UNA VICTORIA QUE NO LO ES.
Ahora bien, ¿por qué este cambio de rumbo hace tan feliz a Donald Trump?
La respuesta es sencilla. Durante años, Trump hizo campaña contra todo lo que tuviera que ver con la ecología. Se burló de los científicos, sacó a Estados Unidos de los acuerdos climáticos, impulsó el petróleo y el carbón como si estuviéramos en el siglo XIX.
Y cuando Gates, una figura global con prestigio, dice que tal vez la urgencia climática fue mal planteada, Trump lo toma como un “ya yo lo había dicho”.
En el fondo, a Trump le importa un comino lo que diga Gates. Lo importante es que alguien de peso le da argumentos para seguir defendiendo su visión del mundo: que el cambio climático es exagerado, que las políticas verdes son una trampa, que lo fundamental es el crecimiento económico y no las alertas de la comunidad científica.
Y más allá de eso, hay algo todavía más cínico. Trump y otros líderes parecidos saben que si la discusión pasa de “salvar el planeta” a “adaptarse al desastre”, entonces todo seguirá como está. Las empresas contaminantes pueden seguir funcionando. El petróleo sigue siendo un negocio rentable. El consumo no se frena. Y lo que se ofrece es un “parche tecnológico” en lugar de un cambio real.
Por eso celebra. Porque no se trata solo del clima, sino del modelo de mundo que él defiende: uno en el que los poderosos ganan más y los pobres se las arreglan como puedan.
EL FONDO DEL ASUNTO: ¿DE VERDAD ES UN CAMBIO O SOLO UN CAMBIO DE MÁSCARA?
El giro de Gates y la celebración de Trump no son hechos aislados. Forman parte de una tendencia más amplia: la transformación del desastre en oportunidad de negocio. Las crisis son convertidas en auténticos mercados. La pobreza se transforma en “nicho de inversión”. Y el planeta, en vez de ser protegido, se vuelve una mina de recursos para explotar hasta que no quede nada.
Mientras tanto, los que realmente sufren las consecuencias del cambio climático —las comunidades indígenas, los campesinos, los trabajadores precarios, los países dependientes del Sur—, quedan fuera de la conversación. O peor: son usados como excusa para justificar decisiones que no cambiarán nada en el fondo.
La narrativa que dice “vamos a ayudar a los pobres a adaptarse” suena a una bonita musiquilla "solidaria", pero en realidad es profundamente conservadora. Porque no busca cambiar las causas de la pobreza, sino acostumbrar a los pobres a vivir con menos, en peores condiciones, y sin reclamar demasiado.
Y ENTONCES, ¿QUÉ HACEMOS CON TODO ESTO?
Lo que está en juego no es solo el clima, sino el tipo de mundo en el que queremos vivir. Uno en el que los problemas se resuelven con parches, o uno en el que se transforman las estructuras que los provocan.
Porque si algo demuestra este episodio es que los poderosos no siempre mienten... pero casi siempre administran las verdades de forma que les beneficie. Gates no está “negando” el cambio climático, simplemente está diciendo que ya no es tan importante como antes. Y Trump aprovecha esa frase de Gates para seguir defendiendo su modelo de negocios.





























 
	
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