
WINSTON CHURCHILL: EL MONSTRUO DETRÁS DEL MITO
“Churchil es recordado como héroe en su país y en Europa Occidental pero en la India su nombre quedó grabado como el del ‘Carnicero de Bengala’”
Durante más de medio siglo, la figura de Winston Churchill ha sido presentada como la del gran héroe británico, el hombre del puro que desafió a Hitler. Sin embargo, tras esa imagen cuidadosamente fabricada se esconde un personaje profundamente racista, imperialista y responsable de tragedias humanas de enorme magnitud. Desde la hambruna de Bengala que mató a millones hasta sus simpatías por los fascismos europeos y su plan para bombardear ciudades soviéticas con armas nucleares, Churchill fue mucho más que un símbolo de resistencia: fue un dirigente cuya ambición y desprecio por la vida ajena marcaron con sangre el siglo XX.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante décadas, la imagen de Winston Churchill ha sido moldeada como la del gran héroe británico que condujo al Reino Unido a la victoria en la Segunda Guerra Mundial.
Su figura, con el puro entre los labios y el gesto desafiante, se convirtió en icono de la resistencia frente al nazismo. En los manuales escolares británicos —y también en muchos otros del mundo occidental— fue retratado como el símbolo de la libertad y la democracia frente a la tiranía.
Sin embargo, la historia pocas veces es tan simple como la caricatura de héroes y villanos. Y, en el caso de Churchill, esa simplificación ha servido para ocultar una trayectoria política marcada por decisiones que costaron la vida a millones de personas.
Bajo la capa de “padre de la patria”, se escondía un político imperialista, racista y, en muchos aspectos, realmente despiadado. Su figura no solo alimentó un mito conveniente para la propaganda británica en tiempos de guerra: también funcionó como un tapón para evitar que se debatiera seriamente el coste humano de sus políticas.
Lo sorprendente es que esa versión edulcorada se mantuvo viva incluso cuando salían a la luz documentos que revelaban su verdadera idiosincrasia.
Que en el año 2002 fuera votado como “el británico más grande de todos los tiempos” muestra hasta qué punto el mito habia conseguido eclipsar la historia. Pero lo cierto es que este “padre de la victoria” no dudó en defender la supremacía blanca, despreciar a pueblos enteros y tomar decisiones que agravaron tragedias humanitarias inmensas.
Un imperio construido sobre el racismo
Churchill nació en 1874 en el seno de una familia aristocrática, hijo de un lord y nieto de un duque. Desde joven mamó la ideología de superioridad británica y la defensa del Imperio como destino natural. Su carrera política y militar se desarrolló con esa idea en la cabeza: que los pueblos colonizados debían aceptar el dominio inglés porque se trataba de una “raza superior”.
A lo largo de su vida, dejó frases y posturas que hoy resultan realmente escandalosas, pero que en su tiempo representaban la visión más ruda del colonialismo. En 1937, ante la Comisión Real sobre Palestina, llegó a declarar que no admitía que se hubiera cometido ninguna injusticia con los nativos de América o Australia, pues —según él— “una raza más fuerte, de un grado superior y más sabio” había ocupado su lugar. La lógica era brutal: si los pueblos originarios habían sido desplazados, era porque “no estaban a la altura de la historia”.
Churchill defendía que el Imperio británico ejercía una misión casi altruista: conquistar para “elevar” a los pueblos sometidos. Pero lo que en realidad significaba era explotación de recursos, imposición de gobiernos títeres y represión brutal de cualquier intento de independencia. El caso de la India lo ilustra con claridad. Su desprecio hacia los indios era profundo: se refirió a Gandhi como “un abogado sedicioso disfrazado de faquir” y se opuso con fiereza a cualquier concesión de autogobierno. Incluso llegó a apoyar el lema “Keep England White” en 1955, mostrando sin tapujos su hostilidad hacia la inmigración de colonias caribeñas.
Esta visión racista y jerárquica no fue un mero conjunto de opiniones privadas. Influyó de manera directa en sus políticas, con consecuencias letales.
El “carnicero de Bengala”: la hambruna de 1943
El ejemplo más devastador de esas consecuencias se produjo en la India, en plena Segunda Guerra Mundial. En 1943, la región de Bengala fue golpeada por una hambruna de dimensiones colosales. Más de tres millones de personas murieron de hambre y enfermedades asociadas, mientras los cadáveres se amontonaban en las calles.
Las causas de la tragedia fueron múltiples —desde malas cosechas hasta el impacto del conflicto bélico—, pero los estudios más recientes coinciden en que las decisiones del gobierno de Churchill fueron determinantes. Su gabinete se negó a enviar grano suficiente a la India, priorizando los almacenes para las reservas británicas y las tropas aliadas. Peor aún: ordenó desviar barcos con arroz desde puertos indios hacia otros destinos, mientras la población local se moría de hambre.
Churchill no ocultó su desprecio. Cuando se le advirtió del desastre humanitario, respondió con frases crueles: “Si hay hambre, ¿por qué Gandhi aún no se ha muerto de hambre?”. En otra ocasión culpó a los propios indios, afirmando que “ellos se reproducen como conejos”.
Esta mezcla de racismo y cálculo político convirtió lo que pudo ser una crisis controlable en una catástrofe genocida.
Mientras Occidente glorificaba a Churchill como “salvador del mundo libre”, en la India su nombre quedó marcado como el del “Carnicero de Bengala”.
Esa contradicción resume bien la naturaleza de su figura: un hombre capaz de proyectar al exterior la imagen de estadista providencial, mientras sus decisiones condenaban a millones de seres humanos.
Churchill y los fascismos europeos
Uno de los aspectos menos difundidos del pasado de Churchill es su relación ambigua, cuando no cómplice, con los fascismos europeos. La propaganda posterior lo situó como paladín absoluto contra Hitler y Mussolini. Sin embargo, durante los años treinta, Churchill no fue inmune a la fascinación que ejercían estos regímenes sobre gran parte de las élites europeas.
En diversas declaraciones, manifestó admiración por la “energía” de Mussolini, a quien llegó a calificar como un hombre que había salvado a Italia del caos revolucionario. Respecto a Hitler, sus opiniones iniciales estuvieron marcadas por cierta indulgencia. Veía en el Führer a alguien que había devuelto orgullo y estabilidad a Alemania. Aunque más tarde se convirtió en su más férreo enemigo, conviene recordar que su rechazo no se debía a una defensa de la democracia como tal, sino al temor de que una Alemania demasiado fuerte pusiera en peligro el equilibrio del poder imperial británico.
Incluso frente al franquismo mostró una tolerancia vergonzante. Tras la Guerra Civil española, mientras otros dirigentes europeos condenaban la dictadura de Franco, Churchill defendía mantener relaciones cordiales. Para él, Franco era un aliado útil en la contención del comunismo.
Este pragmatismo, disfrazado de realismo político, revela un patrón constante: Churchill estaba dispuesto a justificar cualquier régimen autoritario si servía para preservar el imperio y frenar la expansión de la izquierda.
La hagiografía generalizada de la posguerra borró estas huellas incómodas. El Churchill que había mostrado simpatías por Mussolini o indulgencia con Franco fue reemplazado por la figura del adalid democrático. Pero los documentos de la época y los testimonios de contemporáneos nos devuelven una verdad incómoda: su oposición al fascismo fue más circunstancial que ideológica.
El plan nuclear contra la URSS
Otro episodio escalofriante de su trayectoria se produjo tras la Segunda Guerra Mundial, en los albores de la Guerra Fría. Churchill ya no era primer ministro, pero mantenía una influencia considerable en la política británica. En 1951, de nuevo en el poder, barajó un plan que hoy hiela la sangre: bombardear con armas nucleares entre 30 y 40 ciudades soviéticas para “acabar con el comunismo”.
La idea no era un mero desvarío personal. En el clima de paranoia de la Guerra Fría, Churchill y otros dirigentes occidentales consideraban seriamente la posibilidad de un ataque preventivo contra la URSS antes de que esta desarrollara un arsenal nuclear propio. Para el viejo político británico, que nunca dejó de ver el mundo como un tablero de ajedrez imperial, se trataba de una opción “racional”: destruir de raíz la amenaza soviética y preservar el dominio angloamericano sobre el planeta.
De haberse llevado a cabo, ese plan habría significado el exterminio inmediato de decenas de millones de personas y, con toda probabilidad, el inicio de un cataclismo nuclear global. Que Churchill contemplara seriamente esa posibilidad muestra hasta qué punto su visión política estaba atravesada por una lógica de exterminio. No se trataba de un mero cálculo militar: era la prolongación de una vida entera en la que el desprecio hacia la vida de otros pueblos formaba parte del método.
El legado incómodo de un monstruo histórico
¿Por qué, entonces, sigue siendo recordado como un héroe? La respuesta está en la forma en que las sociedades construyen sus mitos. Para el Reino Unido, Churchill encarnaba el orgullo nacional en un momento crítico, cuando la invasión nazi parecía inminente. Necesitaban un símbolo de resistencia, alguien que ofreciera discursos encendidos y transmitiera confianza. Y Churchill supo interpretar ese papel como nadie.
El problema es que, detrás del símbolo, quedaba una trayectoria marcada por el racismo, la represión colonial, las hambrunas provocadas, la indulgencia hacia los fascismos y los planes de exterminio nuclear. Esa cara oscura fue sistemáticamente silenciada en Occidente, porque admitirla habría obligado a reconocer que el “defensor de la libertad” fue también un hombre dispuesto a sacrificar millones de vidas para sostener un imperio decadente.
Hoy, en pleno siglo XXI, la estatua de Churchill en Londres ha sido objeto de pintadas durante las protestas de Black Lives Matter, con frases como “was a racist”. No se trata de un gesto anecdótico: es el síntoma de un debate pendiente. ¿Qué significa recordar a Churchill solo como héroe? ¿Qué mensaje se transmite a las nuevas generaciones cuando se oculta que fue responsable de tragedias humanas tan terribles?
Para aquellos que se aproximen al estudio de su figura, el aprendizaje es claro: la historia no puede reducirse a un relato de buenos y malos escrito por los vencedores. Churchill demuestra cómo un líder con enorme talento político y retórico puede, al mismo tiempo, convertirse en un agente de destrucción masiva. Nos recuerda que la grandeza militar o la victoria en una guerra no pueden borrar los crímenes cometidos contra pueblos enteros.
Su biografía debería enseñarnos algo más profundo: que los mitos oficiales son construcciones interesadas, y que detrás de ellos suele ocultarse la cara más cruel del poder. Churchill no fue solo el hombre del “We shall never surrender”. Fue también el artífice de decisiones que llenaron de cadáveres las calles de Bengala, que sostuvieron dictaduras fascistas y que estuvieron a punto de desencadenar un apocalipsis nuclear.
Ese es el juicio que la historia le debe. Y es el mensaje que debemos transmitir: los males ocasionados por un dirigente malvado pueden arrastrar a millones de personas a la miseria y la muerte.
Bibliografía y referencias
- Sobre Churchill y la hambruna de Bengala (1943)
- Mishra, Vimal et al. “The 1943 Bengal famine: role of policies and climate variability”. Climate Dynamics, 2019.
- Mukerjee, Madhusree. Churchill’s Secret War: The British Empire and the Ravaging of India During World War II. New York: Basic Books, 2010.
- Canarias Semanal. “Winston Churchill provocó la hambruna de la India de 1943”. (2019)
- Sobre racismo e ideología imperial
Toye, Richard. Churchill’s Empire: The World That Made Him and the World He Made. Pan Macmillan, 2010.
Charmley, John. Churchill: The End of Glory. A Political Biography. Hodder & Stoughton, 1993.
Addison, Paul. Churchill on Empire. Oxford University Press, 2011.
Wikipedia. “Racial views of Winston Churchill”. Disponible en: https://en.wikipedia.org/wiki/Racial_views_of_Winston_Churchill
- Sobre Churchill y los fascismos europeos .
Seymour, Richard. “Winston Churchill y sus obscenas relaciones con los fascismos europeos”. Canarias Semanal, 2021
Sobre planes de guerra nuclear contra la URSS
Canarias Semanal. “Churchill se propuso, en 1951, bombardear 30 o 40 ciudades soviéticas para acabar con el comunismo”. (2020)
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante décadas, la imagen de Winston Churchill ha sido moldeada como la del gran héroe británico que condujo al Reino Unido a la victoria en la Segunda Guerra Mundial.
Su figura, con el puro entre los labios y el gesto desafiante, se convirtió en icono de la resistencia frente al nazismo. En los manuales escolares británicos —y también en muchos otros del mundo occidental— fue retratado como el símbolo de la libertad y la democracia frente a la tiranía.
Sin embargo, la historia pocas veces es tan simple como la caricatura de héroes y villanos. Y, en el caso de Churchill, esa simplificación ha servido para ocultar una trayectoria política marcada por decisiones que costaron la vida a millones de personas.
Bajo la capa de “padre de la patria”, se escondía un político imperialista, racista y, en muchos aspectos, realmente despiadado. Su figura no solo alimentó un mito conveniente para la propaganda británica en tiempos de guerra: también funcionó como un tapón para evitar que se debatiera seriamente el coste humano de sus políticas.
Lo sorprendente es que esa versión edulcorada se mantuvo viva incluso cuando salían a la luz documentos que revelaban su verdadera idiosincrasia.
Que en el año 2002 fuera votado como “el británico más grande de todos los tiempos” muestra hasta qué punto el mito habia conseguido eclipsar la historia. Pero lo cierto es que este “padre de la victoria” no dudó en defender la supremacía blanca, despreciar a pueblos enteros y tomar decisiones que agravaron tragedias humanitarias inmensas.
Un imperio construido sobre el racismo
Churchill nació en 1874 en el seno de una familia aristocrática, hijo de un lord y nieto de un duque. Desde joven mamó la ideología de superioridad británica y la defensa del Imperio como destino natural. Su carrera política y militar se desarrolló con esa idea en la cabeza: que los pueblos colonizados debían aceptar el dominio inglés porque se trataba de una “raza superior”.
A lo largo de su vida, dejó frases y posturas que hoy resultan realmente escandalosas, pero que en su tiempo representaban la visión más ruda del colonialismo. En 1937, ante la Comisión Real sobre Palestina, llegó a declarar que no admitía que se hubiera cometido ninguna injusticia con los nativos de América o Australia, pues —según él— “una raza más fuerte, de un grado superior y más sabio” había ocupado su lugar. La lógica era brutal: si los pueblos originarios habían sido desplazados, era porque “no estaban a la altura de la historia”.
Churchill defendía que el Imperio británico ejercía una misión casi altruista: conquistar para “elevar” a los pueblos sometidos. Pero lo que en realidad significaba era explotación de recursos, imposición de gobiernos títeres y represión brutal de cualquier intento de independencia. El caso de la India lo ilustra con claridad. Su desprecio hacia los indios era profundo: se refirió a Gandhi como “un abogado sedicioso disfrazado de faquir” y se opuso con fiereza a cualquier concesión de autogobierno. Incluso llegó a apoyar el lema “Keep England White” en 1955, mostrando sin tapujos su hostilidad hacia la inmigración de colonias caribeñas.
Esta visión racista y jerárquica no fue un mero conjunto de opiniones privadas. Influyó de manera directa en sus políticas, con consecuencias letales.
El “carnicero de Bengala”: la hambruna de 1943
El ejemplo más devastador de esas consecuencias se produjo en la India, en plena Segunda Guerra Mundial. En 1943, la región de Bengala fue golpeada por una hambruna de dimensiones colosales. Más de tres millones de personas murieron de hambre y enfermedades asociadas, mientras los cadáveres se amontonaban en las calles.
Las causas de la tragedia fueron múltiples —desde malas cosechas hasta el impacto del conflicto bélico—, pero los estudios más recientes coinciden en que las decisiones del gobierno de Churchill fueron determinantes. Su gabinete se negó a enviar grano suficiente a la India, priorizando los almacenes para las reservas británicas y las tropas aliadas. Peor aún: ordenó desviar barcos con arroz desde puertos indios hacia otros destinos, mientras la población local se moría de hambre.
Churchill no ocultó su desprecio. Cuando se le advirtió del desastre humanitario, respondió con frases crueles: “Si hay hambre, ¿por qué Gandhi aún no se ha muerto de hambre?”. En otra ocasión culpó a los propios indios, afirmando que “ellos se reproducen como conejos”.
Esta mezcla de racismo y cálculo político convirtió lo que pudo ser una crisis controlable en una catástrofe genocida.
Mientras Occidente glorificaba a Churchill como “salvador del mundo libre”, en la India su nombre quedó marcado como el del “Carnicero de Bengala”.
Esa contradicción resume bien la naturaleza de su figura: un hombre capaz de proyectar al exterior la imagen de estadista providencial, mientras sus decisiones condenaban a millones de seres humanos.
Churchill y los fascismos europeos
Uno de los aspectos menos difundidos del pasado de Churchill es su relación ambigua, cuando no cómplice, con los fascismos europeos. La propaganda posterior lo situó como paladín absoluto contra Hitler y Mussolini. Sin embargo, durante los años treinta, Churchill no fue inmune a la fascinación que ejercían estos regímenes sobre gran parte de las élites europeas.
En diversas declaraciones, manifestó admiración por la “energía” de Mussolini, a quien llegó a calificar como un hombre que había salvado a Italia del caos revolucionario. Respecto a Hitler, sus opiniones iniciales estuvieron marcadas por cierta indulgencia. Veía en el Führer a alguien que había devuelto orgullo y estabilidad a Alemania. Aunque más tarde se convirtió en su más férreo enemigo, conviene recordar que su rechazo no se debía a una defensa de la democracia como tal, sino al temor de que una Alemania demasiado fuerte pusiera en peligro el equilibrio del poder imperial británico.
Incluso frente al franquismo mostró una tolerancia vergonzante. Tras la Guerra Civil española, mientras otros dirigentes europeos condenaban la dictadura de Franco, Churchill defendía mantener relaciones cordiales. Para él, Franco era un aliado útil en la contención del comunismo.
Este pragmatismo, disfrazado de realismo político, revela un patrón constante: Churchill estaba dispuesto a justificar cualquier régimen autoritario si servía para preservar el imperio y frenar la expansión de la izquierda.
La hagiografía generalizada de la posguerra borró estas huellas incómodas. El Churchill que había mostrado simpatías por Mussolini o indulgencia con Franco fue reemplazado por la figura del adalid democrático. Pero los documentos de la época y los testimonios de contemporáneos nos devuelven una verdad incómoda: su oposición al fascismo fue más circunstancial que ideológica.
El plan nuclear contra la URSS
Otro episodio escalofriante de su trayectoria se produjo tras la Segunda Guerra Mundial, en los albores de la Guerra Fría. Churchill ya no era primer ministro, pero mantenía una influencia considerable en la política británica. En 1951, de nuevo en el poder, barajó un plan que hoy hiela la sangre: bombardear con armas nucleares entre 30 y 40 ciudades soviéticas para “acabar con el comunismo”.
La idea no era un mero desvarío personal. En el clima de paranoia de la Guerra Fría, Churchill y otros dirigentes occidentales consideraban seriamente la posibilidad de un ataque preventivo contra la URSS antes de que esta desarrollara un arsenal nuclear propio. Para el viejo político británico, que nunca dejó de ver el mundo como un tablero de ajedrez imperial, se trataba de una opción “racional”: destruir de raíz la amenaza soviética y preservar el dominio angloamericano sobre el planeta.
De haberse llevado a cabo, ese plan habría significado el exterminio inmediato de decenas de millones de personas y, con toda probabilidad, el inicio de un cataclismo nuclear global. Que Churchill contemplara seriamente esa posibilidad muestra hasta qué punto su visión política estaba atravesada por una lógica de exterminio. No se trataba de un mero cálculo militar: era la prolongación de una vida entera en la que el desprecio hacia la vida de otros pueblos formaba parte del método.
El legado incómodo de un monstruo histórico
¿Por qué, entonces, sigue siendo recordado como un héroe? La respuesta está en la forma en que las sociedades construyen sus mitos. Para el Reino Unido, Churchill encarnaba el orgullo nacional en un momento crítico, cuando la invasión nazi parecía inminente. Necesitaban un símbolo de resistencia, alguien que ofreciera discursos encendidos y transmitiera confianza. Y Churchill supo interpretar ese papel como nadie.
El problema es que, detrás del símbolo, quedaba una trayectoria marcada por el racismo, la represión colonial, las hambrunas provocadas, la indulgencia hacia los fascismos y los planes de exterminio nuclear. Esa cara oscura fue sistemáticamente silenciada en Occidente, porque admitirla habría obligado a reconocer que el “defensor de la libertad” fue también un hombre dispuesto a sacrificar millones de vidas para sostener un imperio decadente.
Hoy, en pleno siglo XXI, la estatua de Churchill en Londres ha sido objeto de pintadas durante las protestas de Black Lives Matter, con frases como “was a racist”. No se trata de un gesto anecdótico: es el síntoma de un debate pendiente. ¿Qué significa recordar a Churchill solo como héroe? ¿Qué mensaje se transmite a las nuevas generaciones cuando se oculta que fue responsable de tragedias humanas tan terribles?
Para aquellos que se aproximen al estudio de su figura, el aprendizaje es claro: la historia no puede reducirse a un relato de buenos y malos escrito por los vencedores. Churchill demuestra cómo un líder con enorme talento político y retórico puede, al mismo tiempo, convertirse en un agente de destrucción masiva. Nos recuerda que la grandeza militar o la victoria en una guerra no pueden borrar los crímenes cometidos contra pueblos enteros.
Su biografía debería enseñarnos algo más profundo: que los mitos oficiales son construcciones interesadas, y que detrás de ellos suele ocultarse la cara más cruel del poder. Churchill no fue solo el hombre del “We shall never surrender”. Fue también el artífice de decisiones que llenaron de cadáveres las calles de Bengala, que sostuvieron dictaduras fascistas y que estuvieron a punto de desencadenar un apocalipsis nuclear.
Ese es el juicio que la historia le debe. Y es el mensaje que debemos transmitir: los males ocasionados por un dirigente malvado pueden arrastrar a millones de personas a la miseria y la muerte.
Bibliografía y referencias
- Sobre Churchill y la hambruna de Bengala (1943)
- Mishra, Vimal et al. “The 1943 Bengal famine: role of policies and climate variability”. Climate Dynamics, 2019.
- Mukerjee, Madhusree. Churchill’s Secret War: The British Empire and the Ravaging of India During World War II. New York: Basic Books, 2010.
- Canarias Semanal. “Winston Churchill provocó la hambruna de la India de 1943”. (2019)
- Sobre racismo e ideología imperial
Toye, Richard. Churchill’s Empire: The World That Made Him and the World He Made. Pan Macmillan, 2010.
Charmley, John. Churchill: The End of Glory. A Political Biography. Hodder & Stoughton, 1993.
Addison, Paul. Churchill on Empire. Oxford University Press, 2011.
Wikipedia. “Racial views of Winston Churchill”. Disponible en: https://en.wikipedia.org/wiki/Racial_views_of_Winston_Churchill
- Sobre Churchill y los fascismos europeos .
Seymour, Richard. “Winston Churchill y sus obscenas relaciones con los fascismos europeos”. Canarias Semanal, 2021
Sobre planes de guerra nuclear contra la URSS
Canarias Semanal. “Churchill se propuso, en 1951, bombardear 30 o 40 ciudades soviéticas para acabar con el comunismo”. (2020)
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