
LA AUTARQUÍA EN CANARIAS: DICTADURA DEL HAMBRE PARA EL CONTROL SOCIAL
"El beneficio se concentró en manos de militares, funcionarios y empresarios afectos al régimen"
Durante los años oscuros de la dictadura franquista, las Islas Canarias se convirtieron en el laboratorio de una política autárquica que combinaba miseria económica, control militar y represión social. Este artículo recorre esa historia silenciada (...).
Por ERNESTO GUTIÉRREZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
En el teatro oscuro del franquismo, las Islas Canarias ocuparon un lugar secundario, pero estratégico, donde el intento del régimen de desarrollar una económica autártica dejó, al igual que en el resto del Estado, un escenario marcado por la subordinación y la miseria.
La autarquía, el ideal nacionalista de una economía cerrada y autosuficiente, no fue una mera política económica. En manos del régimen franquista, se convirtió en una herramienta para blindar la dictadura frente a las sanciones internacionales y, sobre todo, para ejercer un control minucioso sobre la población.
Inspirada en modelos fascistas, proclamaba la independencia económica, pero su verdadero objetivo era asegurar que todo —la producción, la distribución, el consumo— pasara por los filtros del Estado. Y si la economía es el sistema circulatorio de una sociedad, Franco pretendía comprimir ese corazón con manos de hierro.
En Canarias, esa lógica se exacerbó. Con una realidad marcada por la distancia geográfica con la Península Ibérica, la historia comercial abierta de las islas fue reemplazada por el aislamiento, la vigilancia y la asfixia. El archipiélago, con su posición estratégica entre Europa, África y América, era demasiado valioso para ser dejado al vaivén de la economía de mercado, por lo que fue rápidamente militarizado.
EL MANDO ECONÓMICO: UNA ISLA EN MANOS DE GENERALES
La creación del Mando Económico del Archipiélago en 1941 es una de las piezas más reveladoras de este entramado. Esta entidad, directamente subordinada a la Capitanía General de Canarias, asumió competencias absolutas en todas las áreas de la vida económica: desde la planificación agrícola hasta el racionamiento de alimentos, pasando por la fijación de precios y el control del transporte. Todo pasaba por los despachos del Ejército.
Este tipo de organización no solo mostraba la desconfianza del régimen hacia los civiles, sino que convertía a los habitantes de las islas en rehenes económicos. Se intercambiaban bienes no por necesidad o eficiencia, sino por fidelidad política. La lealtad al régimen se convirtió en moneda de cambio. Y con ella, el miedo se instaló en cada mercado, en cada colmado, en cada transacción cotidiana.
LA MUERTE DE LOS PUERTOS FRANCOS: DE LA APERTURA AL ENCIERRO
Durante más de un siglo, la economía de Canarias se había desarrollado con un régimen de puertos francos que permitía la entrada y salida de mercancías con aranceles reducidos, facilitando el comercio internacional. Desde 1852, ese sistema había sido la savia del archipiélago, sosteniendo una economía basada en la agroexportación y el tránsito marítimo.
La autarquía destruyó ese modelo de un plumazo. El Régimen suprimió de facto los puertos francos y subordinó toda actividad comercial a las necesidades del mercado peninsular. El resultado fue devastador: pérdida de autonomía, parálisis del comercio, encarecimiento brutal de los productos básicos. Aisladas del mundo, las islas se convirtieron en un callejón sin salida.
CARTILLAS DE RACIONAMIENTO Y MERCADO NEGRO: HAMBRE Y HUMILLACIÓN
Con la supresión del comercio exterior llegó el desabastecimiento. Las cartillas de racionamiento se transformaron en documentos de vida o muerte. Pero el aparato estatal, ineficiente y corrupto, no podía garantizar siquiera los mínimos vitales. La dieta cotidiana de la mayoría se redujo a papas, gofio y agua.
Mientras tanto, florecía el estraperlo. El mercado negro no fue un fenómeno marginal, sino el único modo real de supervivencia para miles de familias. Quienes tenían contactos o recursos accedían a alimentos, medicinas o combustible a precios astronómicos. Quienes no, quedaban sumidos en la miseria. El sistema no solo generaba pobreza: la legitimaba. Y como en toda economía corrupta, el beneficio se concentró en manos de militares, funcionarios y empresarios afectos al régimen.
TRABAJADORES REDUCIDOS A ESCLAVOS MODERNOS
En el campo, la autarquía permitió la reinstauración de formas de semiservidumbre como la aparcería. Los jornaleros trabajaban por salarios miserables, con contratos verbales y sin derechos. La jornada laboral se extendía sin límites. La única alternativa a esa esclavitud era el hambre.
En la industria y el comercio, los empresarios afines al régimen eran premiados con monopolios y prebendas fiscales. Mientras tanto, los pequeños comerciantes eran estrangulados por los impuestos y la escasez de productos. Cualquier intento de organización obrera, cualquier protesta, era tachada de subversiva. Las consecuencias: despidos, detenciones, cárcel. El miedo era el lubricante de una economía que solo producía sumisión.
MIGRACIÓN CLANDESTINA: LA ÚLTIMA SALIDA
Para muchos canarios, la única esperanza fue la huida. Entre 1945 y 1952, más de 15.000 personas abandonaron clandestinamente las islas rumbo a Venezuela. En barcos improvisados, en condiciones infrahumanas, se jugaron la vida cruzando el Atlántico. Dejaban atrás la represión, el hambre, el futuro cancelado. Buscaban algo más que pan: buscaban dignidad.
Esta emigración no fue solo una tragedia humana sino también una sangría económica. Canarias perdía a su juventud, a su fuerza de trabajo, a su futuro. Pero al régimen no le importaba. Para Franco, la emigración era una válvula de escape que evitaba protestas masivas.
Desde una perspectiva histórica, la autarquía fue un fracaso económico total. Desde el punto de vista de la mayoría de la población, constituyó un auténtico drama. En el conjunto del Estado no logró la aspirada autosuficiencia, no industrializó el país, ni logró elevar el nivel de vida. Sin embargo, desde la lógica del poder, fue un instrumento eficaz para consolidar la dominación. La miseria como método, el hambre como instrumento de disciplinamiento social y el aislamiento como garantía de control.
Por ERNESTO GUTIÉRREZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
En el teatro oscuro del franquismo, las Islas Canarias ocuparon un lugar secundario, pero estratégico, donde el intento del régimen de desarrollar una económica autártica dejó, al igual que en el resto del Estado, un escenario marcado por la subordinación y la miseria.
La autarquía, el ideal nacionalista de una economía cerrada y autosuficiente, no fue una mera política económica. En manos del régimen franquista, se convirtió en una herramienta para blindar la dictadura frente a las sanciones internacionales y, sobre todo, para ejercer un control minucioso sobre la población.
Inspirada en modelos fascistas, proclamaba la independencia económica, pero su verdadero objetivo era asegurar que todo —la producción, la distribución, el consumo— pasara por los filtros del Estado. Y si la economía es el sistema circulatorio de una sociedad, Franco pretendía comprimir ese corazón con manos de hierro.
En Canarias, esa lógica se exacerbó. Con una realidad marcada por la distancia geográfica con la Península Ibérica, la historia comercial abierta de las islas fue reemplazada por el aislamiento, la vigilancia y la asfixia. El archipiélago, con su posición estratégica entre Europa, África y América, era demasiado valioso para ser dejado al vaivén de la economía de mercado, por lo que fue rápidamente militarizado.
EL MANDO ECONÓMICO: UNA ISLA EN MANOS DE GENERALES
La creación del Mando Económico del Archipiélago en 1941 es una de las piezas más reveladoras de este entramado. Esta entidad, directamente subordinada a la Capitanía General de Canarias, asumió competencias absolutas en todas las áreas de la vida económica: desde la planificación agrícola hasta el racionamiento de alimentos, pasando por la fijación de precios y el control del transporte. Todo pasaba por los despachos del Ejército.
Este tipo de organización no solo mostraba la desconfianza del régimen hacia los civiles, sino que convertía a los habitantes de las islas en rehenes económicos. Se intercambiaban bienes no por necesidad o eficiencia, sino por fidelidad política. La lealtad al régimen se convirtió en moneda de cambio. Y con ella, el miedo se instaló en cada mercado, en cada colmado, en cada transacción cotidiana.
LA MUERTE DE LOS PUERTOS FRANCOS: DE LA APERTURA AL ENCIERRO
Durante más de un siglo, la economía de Canarias se había desarrollado con un régimen de puertos francos que permitía la entrada y salida de mercancías con aranceles reducidos, facilitando el comercio internacional. Desde 1852, ese sistema había sido la savia del archipiélago, sosteniendo una economía basada en la agroexportación y el tránsito marítimo.
La autarquía destruyó ese modelo de un plumazo. El Régimen suprimió de facto los puertos francos y subordinó toda actividad comercial a las necesidades del mercado peninsular. El resultado fue devastador: pérdida de autonomía, parálisis del comercio, encarecimiento brutal de los productos básicos. Aisladas del mundo, las islas se convirtieron en un callejón sin salida.
CARTILLAS DE RACIONAMIENTO Y MERCADO NEGRO: HAMBRE Y HUMILLACIÓN
Con la supresión del comercio exterior llegó el desabastecimiento. Las cartillas de racionamiento se transformaron en documentos de vida o muerte. Pero el aparato estatal, ineficiente y corrupto, no podía garantizar siquiera los mínimos vitales. La dieta cotidiana de la mayoría se redujo a papas, gofio y agua.
Mientras tanto, florecía el estraperlo. El mercado negro no fue un fenómeno marginal, sino el único modo real de supervivencia para miles de familias. Quienes tenían contactos o recursos accedían a alimentos, medicinas o combustible a precios astronómicos. Quienes no, quedaban sumidos en la miseria. El sistema no solo generaba pobreza: la legitimaba. Y como en toda economía corrupta, el beneficio se concentró en manos de militares, funcionarios y empresarios afectos al régimen.
TRABAJADORES REDUCIDOS A ESCLAVOS MODERNOS
En el campo, la autarquía permitió la reinstauración de formas de semiservidumbre como la aparcería. Los jornaleros trabajaban por salarios miserables, con contratos verbales y sin derechos. La jornada laboral se extendía sin límites. La única alternativa a esa esclavitud era el hambre.
En la industria y el comercio, los empresarios afines al régimen eran premiados con monopolios y prebendas fiscales. Mientras tanto, los pequeños comerciantes eran estrangulados por los impuestos y la escasez de productos. Cualquier intento de organización obrera, cualquier protesta, era tachada de subversiva. Las consecuencias: despidos, detenciones, cárcel. El miedo era el lubricante de una economía que solo producía sumisión.
MIGRACIÓN CLANDESTINA: LA ÚLTIMA SALIDA
Para muchos canarios, la única esperanza fue la huida. Entre 1945 y 1952, más de 15.000 personas abandonaron clandestinamente las islas rumbo a Venezuela. En barcos improvisados, en condiciones infrahumanas, se jugaron la vida cruzando el Atlántico. Dejaban atrás la represión, el hambre, el futuro cancelado. Buscaban algo más que pan: buscaban dignidad.
Esta emigración no fue solo una tragedia humana sino también una sangría económica. Canarias perdía a su juventud, a su fuerza de trabajo, a su futuro. Pero al régimen no le importaba. Para Franco, la emigración era una válvula de escape que evitaba protestas masivas.
Desde una perspectiva histórica, la autarquía fue un fracaso económico total. Desde el punto de vista de la mayoría de la población, constituyó un auténtico drama. En el conjunto del Estado no logró la aspirada autosuficiencia, no industrializó el país, ni logró elevar el nivel de vida. Sin embargo, desde la lógica del poder, fue un instrumento eficaz para consolidar la dominación. La miseria como método, el hambre como instrumento de disciplinamiento social y el aislamiento como garantía de control.
Chorche | Lunes, 05 de Mayo de 2025 a las 11:53:55 horas
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