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Lunes, 07 de Abril de 2025 Tiempo de lectura:

LA MONARQUÍA SE RECONFIGURA: DEL BIPARTIDISMO AL "BIBLOQUISMO". MUTAR PARA CONTINUAR SOBREVIVIENDO

¿Qué factores explican que las luchas sociales, la corrupción y los escándalos palaciegos, no logren romper los cimientos del "Régimen del 78"? ¿Está España condenada a repetir indefinidamente su historia?

Detrás de la fachada democrática, el viejo Régimen franquista nunca acabó de morir: mutó y se camufló bajo nuevas máscaras. La Monarquía, los pactos políticos y un bipartidismo controlado han blindado durante décadas los intereses de las élites, mientras las esperanzas de cambio popular se han ido fragmentando. En el curso de los últimos tres años el viejo régimen ha comenzado ha reconfigurarse nuevamente, pasando del bipartidismo de las últimas décadas al "bibloquismo" ¿En qué consiste la esencia de esta novísima transfiguración? ¿Está España condenada a repetir indefinidamente su historia? se pregunta el autor de este artículo, Manuel Medina.

 

POR MANUEL MEDINA (*) PARA CANARIAS SEMANAL,ORG

 

   La denominada "Transición española" no fue una ruptura con el pasado, sino la continuidad de un proyecto iniciado bajo la dictadura de Franco para asegurar que, tras la muerte del dictador, el régimen se perpetuara bajo nuevas formas. Y en ese diseño, la Monarquía jugó un papel absolutamente central.

 

 

     Cuando Franco nombró a Juan Carlos como su sucesor en 1969, no lo hizo a ciegas. El dictador no buscaba un rey independiente, sino una garantía de continuidad para el andamiaje político, económico y represivo del franquismo. El historiador Alfredo Grimaldos lo explica con nitidez en una de sus obras:

   "El franquismo no es una dictadura que finaliza con el dictador, sino una estructura de poder específica que integra a la nueva monarquía" 

 

    El Rey, lejos de representar una renovación democrática, se convirtió en la pieza clave para cohesionar a los sectores dominantes: vieja oligarquía franquista, élites empresariales emergentes, altos mandos militares y una judicatura que apenas cambió de rostro. La operación fue tan hábil como perversa: se presentaba al mundo una cara moderna, joven, preparada para abrir la puerta a Europa, mientras en las tripas del Estado todo seguía igual.

 

 

     La Monarquía, pues, no fue una concesión a la democracia, sino la “fianza” que las clases dominantes necesitaron para revalidar su poder en un contexto internacional que exigía al menos una fachada de parlamentarismo. No es casual que, en los momentos de mayor crisis del Régimen del 78, como en la última década, la institución monárquica haya sido blindada a pesar de los gigantescos escándalos de corrupción y de la erosión en la legitimidad social sufrida.

 

    A día de hoy, Felipe VI mantiene la misión que Franco le asignó a la Monarquía: mantener la cohesión del bloque dominante ante la amenaza de descomposición. Como veremos, la crisis de este Régimen -especialmente desde 2012 en adelante- ha vuelto a colocar a la Monarquía como ariete defensivo de los intereses de clase que se forjaron en el curso de la Transición.

 

 

 EL MOVIMIENTO OBRERO: DESACTIVACIÓN Y COOPTACIÓN

 

     Durante la agonía del franquismo y los primeros años de la Transición, el movimiento obrero desempeñó un papel crucial. No olvidemos que en la década de los setenta, España vivió un auténtico ascenso de luchas sociales que combinaron huelgas, movilizaciones de barrios obreros y una resistencia organizada que, en muchos casos, desbordaba a las propias direcciones de los sindicatos tradicionales. 

 

     Las clases dominantes son especialmente vulnerables cuando la movilización popular crece más allá de los canales institucionales controlados. Y eso fue lo que sucedió en la España del tardofranquismo. Sin embargo, el núcleo del plan de estabilización del Régimen consistió precisamente en integrar a los sindicatos en el nuevo marco institucional y someterlos a la lógica de la gobernabilidad pactada.

 

     La estrategia de los Pactos de la Moncloa (1977) fue decisiva en este sentido. Bajo la excusa de controlar la inflación y garantizar una “transición ordenada”, las direcciones del PSOE y el PCE (especialmente a través de CCOO) firmaron acuerdos que suponían fuertes recortes salariales y facilitar los despidos. El precio fue alto: el movimiento obrero quedó profundamente debilitado y su capacidad de presión autónoma se evaporó a favor de un sindicalismo institucionalizado y subordinado al aparato Estado.

 

     En palabras de Santiago Carrillo, Secretario General del PCE, se trataba de "sacrificar posiciones para ganar democracia". Pero, en realidad, se estaba sacrificando la posibilidad de avanzar hacia un sistema político en el que, al menos, las clases populares, pudieran conquistar ciertos espacios de autonomía y posiciones para continuar las luchas en favor de sus intereses reales a cambio de una "democracia" parlamentaria puramente formal y profundamente tutelada por las viejas estructuras franquistas, ahora renovadas con barniz democrático.

 

     Las huelgas y protestas continuaron durante años, pero ya sin la potencia que habían alcanzado en la primera mitad de los setenta. El sindicalismo se convirtió en un engranaje del sistema y perdió su papel como instrumento de confrontación real con el poder.  Preciso es reconocer, pues, que el capitalismo español supo neutralizar a la clase trabajadora no tanto por la fuerza bruta de la represión, sino mediante la cooptación de sus direcciones políticas y sindicales .

 

 DE LA CRISIS ABIERTA DEL 2012-2014 A LA RECOMPOSICIÓN DEL BLOQUE DOMINANTE

 

    La Transición consiguió anestesiar las contradicciones del franquismo durante décadas, con las promesas de "modernización" y crecimiento económico que se asociaron a la Comunidad Económica Europea y, posteriormente, a la UEpero la crisis económica del 2008 y sus consecuencias políticas posteriores destaparon las costuras de aquel pacto de élites.

 

     El estallido del 15M en 2011 fue la expresión de un hartazgo acumulado. Jóvenes precarios, trabajadores empobrecidos, pensionistas amenazados... nuevas generaciones de explotados que descubrían que la promesa de prosperidad del Régimen del 78 en realidad era una estafa.

 

 

   "Tras las elecciones generales de 2019, el sistema político español se reconfiguró hacia una recomposición por medio del bibloquismo: dos grandes bloques enfrentados que ahora de canalizar el descontento dentro de límites seguros para el orden social vigente".

 

 

     La crisis económica aceleró la crisis política y de representación. La abdicación de Juan Carlos I en 2014 fue un reflejo brutal de esa descomposición: las corrupciones borbónicas eran tan solo la punta del iceberg de una deslegitimación más profunda del propio pacto fundacional de la Transición.

 

      A nivel político, emergieron alternativas que decían cuestionar los pilares del régimen: Podemos, las mareas ciudadanas, las plataformas por la vivienda, la contestación al bipartidismo PSOE-PP... Parecía que se abría una ventana de oportunidad para una ruptura democrática real, que dejara atrás el marco del 78.

 

     Sin embargo, la burguesía no entrega el poder sin resistencia. Su capacidad de reestructuración y adaptación es formidable cuando las circunstancias así lo exigen.

 

     A partir de 2018, y especialmente tras las elecciones generales de 2019, el sistema político español se reconfiguró no hacia una superación de la crisis, sino hacia una recomposición por medio del bibloquismo: dos grandes bloques enfrentados que canalizan el descontento dentro de límites seguros para el orden social vigente.

 

     Por un lado, un bloque socialdemócrata moderado, encabezado por el PSOE y acompañado por fuerzas como Sumar, Podemos, ERC o Bildu, que intentan mantener ciertas reformas cosméticas sin cuestionar las bases estructurales del capitalismo español. Por otro lado, un bloque reaccionario compuesto por el Partido Popular y Vox, que agrupa a las viejas élites franquistas, al capital financiero más agresivo y a sectores ultraconservadores.

 

    Esta polarización controlada ha permitido recomponer parcialmente la hegemonía del bloque dominante, pero las tensiones sociales que subyacen a este reparto de cartas distan mucho de haberse resuelto.

 

EL "BIBLOQUISMO" COMO REORDENAMIENTO TÁCTICO: ESTABILIDAD APARENTE, CONTRADICCIONES LATENTES

 

    El "bibloquismo" político que ha emergido con fuerza en los últimos años no es casual ni coyuntural: es la respuesta estratégica del bloque dominante a la crisis de legitimidad del Régimen del 78. Frente a la amenaza de descomposición total que asomó entre 2011 y 2014, se ha impuesto una fórmula que simula y domestica la pluralidad y conflicto radical, pero que en el fondo sigue actúando como un dique de contención para evitar desbordes sociales profundos.

 

     Esta suerte de bipartidismo extendido —formado por dos grandes bloques multipartidistas— cumple la función de mantener a las clases populares atrapadas en la falsa dicotomía de elegir entre "lo malo y lo peor". Por un lado, el bloque socialdemócrata moderado, encabezado por el PSOE y acompañado por formaciones como Sumar, Podemos, Más País, ERC o Bildu, ofrece una versión descafeinada del cambio. Se presentan como progresistas, los más progresistas de la historia, pero no se atreven a cuestionar los cimientos económicos del sistema, ni siquiera plantear una ruptura real con el legado de la Transición.

 

    Sus reformas -cuando las hay- son superficiales y, en la práctica, han servido más para contener el malestar social que para dar respuestas de fondo a las demandas populares. Las grandes reformas estructurales, como la derogación de la reforma laboral del PP o la resolución del conflicto catalán, han terminado diluyéndose en compromisos insuficientes.

 

   Del otro lado del tablero se encuentra el bloque reaccionario, conformado por el Partido Popular y Vox. En él se agrupan sin disimulo los herederos directos del franquismo, grandes grupos empresariales, sectores reaccionarios de la Iglesia y fuerzas que añoran el orden autoritario de la dictadura. Este bloque, lejos de esconder sus intenciones, ha convertido la polarización extrema en su arma principal, agitando el miedo a la inmigración, la “ruptura de España” y la supuesta “dictadura progre”.

 

    Lo más perverso de este esquema es que ambos bloques comparten un mismo fondo de defensa del modelo capitalista heredado del franquismo. Aunque se presenten como alternativas, ambos garantizan la continuidad del orden económico-social que fue sellada con los pactos de la Transición.  

 

 LA SOCIEDAD ESPAÑOLA: ENTRE EL DESENCANTO Y LAS NUEVAS FORMAS DE RESISTENCIA

      A pesar de este nuevo cierre del sistema político, la sociedad española no ha vuelto al letargo de los años ochenta. Existe un sustrato de malestar acumulado que sigue latiendo bajo la aparente normalidad institucional. Las sucesivas crisis (económica, social, sanitaria y energética) han dejado cicatrices profundas en las clases populares.

 

     El movimiento obrero, aunque desestructurado, no ha desaparecido por completo. En sectores como la sanidad, la educación o la logística, hemos visto huelgas combativas que desafían la pasividad de las cúpulas sindicales. Las protestas por la vivienda, encabezadas por plataformas como la PAH, continúan señalando al poder financiero que especula con las necesidades básicas de la gente. Y las llamadas "mareas" también han aportado cierta vitalidad a la resistencia social. 

 

    Sin embargo, estas luchas distan mucho de disponer de una articulación estratégica que les permita desafiar la hegemonía del bloque dominante, expresada políticamente por la nueva alternancia del "bibloquismo". Falta un proyecto de transformación radical que unifique las reivindicaciones sectoriales en una propuesta global de ruptura con el Régimen del 78.

 

  Por otra parte, la fragmentación de las luchas populares ha sido una de las mayores victorias del capital en la época contemporánea. La disgregación de las resistencias en múltiples frentes, sin un hilo conductor que las vertebre, facilita la reproducción del orden existente y la cooptación y desactivación de las luchas que terminan siendo engullidas fatalmente por los partidos del "bloque progresista" del Régimen

 

    A esto se suma la función desmovilizadora de los grandes medios de comunicación, que han sido —y siguen siendo— piezas clave del bloque dominante. La narrativa oficial de la Transición fue construida y sostenida por una maquinaria mediática que transformó en héroes democráticos a los administradores de la herencia franquista. Hoy, esa misma maquinaria sigue actuando para legitimar el "bibloquismo" y desactivar cualquier alternativa real de poder popular.

 

  EL CIERRE DE UN CICLO, LA APERTURA DE OTRO

 

      La historia de la Transición española no es un capítulo cerrado. Es un proceso inacabado que se proyecta hasta nuestros días, reproduciendo las estructuras de dominación de clase bajo nuevas formas. Lo que comenzó como una operación de continuidad del franquismo ha evolucionado hacia un sistema de control dual que canaliza las energías sociales hacia alternativas inofensivas o las reprime cuando se salen del guion.

 

    La Monarquía sigue siendo el vértice de este edificio, garante de la unidad del bloque dominante frente a cualquier desafío estructural. El movimiento obrero, tras haber sido desactivado durante la Transición, tantea ahora por reencontrar su papel como actor transformador, aunque las dificultades sean enormes. Y en la sociedad civil, a pesar de la fragmentación y la cooptación institucional, mantiene vivas las brasas de la resistencia.

 

     El "bibloquismo no va a ser, ciertamente, la solución definitiva a la crisis del "Régimen del 78", sino una fase más en su prolongadísima agonía. Sucede que las estructuras capitalistas disponen de una enorme capacidad para lograr adaptarse. Para ello, nos bastaría con observar cuál ha sido la evolución de esas clases sociales a lo largo de los dos últimos siglos en España. Sin embargo, las estructuras sobre las que se levantan no son eternas. Las contradicciones que las sustentan acaban, tarde o temprano, por reventar cuando la presión social alcanza determinado punto de ebullición. 

 

     La clave estará, en cualquier caso, en si los movimientos populares van a ser capaces de superar la fragmentación actual y construir un proyecto común que no se limite a gestionar las migajas del sistema, sino que apueste por una transformación radical y democrática de la sociedad

 

     Si algo nos enseña la historia reciente es que, aunque las élites pretendan blindar el presente, el futuro seguirá estando abierto a la acción colectiva de las clases populares.

 

(*) Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa misma materia

 
 
 
 
 
 
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  • Chorche

    Chorche | Viernes, 11 de Abril de 2025 a las 13:23:07 horas

    Causa desde indignación a vergüenza ajena, la manipulación, promoción y adulación de los medios a esta familia.
    Y como este es un país mayormente de masas de desinformados, manipulados y desinteresados en nuestra propia historia me temo que si hubiera hoy un referendum lo perderíamos los republicanos.
    Como el universo no nos eche una mano...

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  • Bencomi

    Bencomi | Lunes, 07 de Abril de 2025 a las 21:25:03 horas

    Lo que destapa este articulo me despeja la mente

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  • Acoran

    Acoran | Lunes, 07 de Abril de 2025 a las 19:05:58 horas

    Es una verdadera lastima que las clases populares no lean estas publicaciones bastante mas, porque estos Artículos son una buena forma de concienciación.....

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  • Ana B.

    Ana B. | Lunes, 07 de Abril de 2025 a las 09:19:19 horas

    No cambia nada en el Régimen español, solo las apariencias. Todo lo demás son fraudes y engaños

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