
COLOMBIA ENTRE DOS CICLOS: URIBE CONDENADO: ¿JUSTICIA O REORDENAMIENTO DEL PODER?
¿Puede la justicia formal poner freno a un proyecto político basado en la violencia y la impunidad?
Durante décadas, Álvaro Uribe Vélez fue considerado intocable. Su condena por corrupción en 2025 abre una grieta en el bloque de poder colombiano, pero también plantea interrogantes sobre la profundidad real de los cambios políticos en curso.
ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante más de dos décadas, Álvaro Uribe Vélez fue el rostro más poderoso de la política colombiana. Presidente entre 2002 y 2010, senador, jefe de partido, hacedor de presidentes y dueño de una retórica tan beligerante como seductora, Uribe parecía blindado contra cualquier forma de rendición de cuentas.
Se movía con soltura entre los medios, los empresarios, las élites militares y el campesinado conservador. Su imagen se consolidó como la del gran "pacificador", el hombre que había derrotado a las FARC, encarnado el orden y devuelto al país la "seguridad".
Sin embargo, tras años de señalamientos, investigaciones y maniobras y habilidades judiciales para dilatar procesos, el 2025 lo colocó en un lugar impensado: el banquillo de los acusados. Una reciente condena por soborno y fraude procesal pareció sacudir los cimientos del uribismo y de dejar expuesto a un sistema de poder sostenido por redes clientelares, propaganda y vínculos turbios con sectores armados con una larga historia de masacres.
La caída de Uribe, sin que todavía podamos decir que haya sido certificada definitivamente por los hechos, no puede entenderse solo como un hecho individual. Más bien, revela el modo en que los aparatos judiciales, mediáticos y políticos han protegido sistemáticamente a las figuras del poder económico y militar en Colombia. El caso Uribe pone en evidencia un patrón que atraviesa toda América Latina: el blindaje institucional de las élites frente a cualquier intento de justicia popular.
URIBISMO, PARAMILITARISMO Y PODER DE CLASE
La condena de Uribe no fue una sorpresa para quien haya seguido de cerca la historia reciente de Colombia. Su nombre ha estado vinculado desde los años 90 a casos de paramilitarismo, masacres campesinas, apropiación de tierras y espionaje ilegal. Su carrera se consolidó en la gobernación de Antioquia con una política que fortaleció los grupos de autodefensa que luego serían señalados por crímenes de lesa humanidad.
El uribismo, más que una simple corriente política, fue una forma de gobierno de clase, donde se combinaron los intereses de los grandes ganaderos, exportadores, narcotraficantes reciclados y sectores de las fuerzas armadas. A través del discurso de la "seguridad democrática", se justificó la desaparición y muerte de centenares de líderes sociales, se acallaron sindicatos y se amplió la frontera del despojo territorial, particularmente en zonas campesinas y afrodescendientes.
Todo esto ocurrió en paralelo a la expansión del modelo neoliberal. El uribismo consolidó reformas laborales regresivas, impulsó la privatización de servicios públicos y subordinó la economía nacional a los tratados de libre comercio. Lo que se presentaba como "orden" y "progreso", en realidad fue una estrategia de clase para imponer un modelo de acumulación que beneficiaba a las grandes fortunas mientras aumentaba la desigualdad.
UN CAMBIO DE CICLO, ¿O UN AJUSTE TÁCTICO?
La condena a Uribe podría marcar un cambio de época, pero no necesariamente una transformación estructural. Como en otros momentos de la historia latinoamericana, cuando una figura dominante cae, lo que sigue no siempre es una ruptura, sino a veces una recomposición del mismo bloque de poder.
La pregunta central es si este hecho judicial abrirá camino a una democratización real de las instituciones colombianas o si se tratará simplemente de un ajuste interno entre fracciones de la élite. El uribismo podría ser reemplazado por nuevos liderazgos que, sin el estilo beligerante de su fundador, sigan garantizando los mismos intereses de clase.
Ejemplos como el de Fujimori en Perú, Bolsonaro en Brasil o incluso Berlusconi en Italia muestran cómo los regímenes autoritarios con base popular pueden ser desplazados judicialmente sin que eso signifique una mínima transformación del sistema. La estructura de clase, en esos casos, permanece intacta.
Uribe ha caído, -aunque ya esté nuevamente en la calle- pero los intereses que lo sostuvieron siguen activos y muy activos. Su figura fue solo una pieza, poderosa pero reemplazable, dentro de un sistema que ha hecho del privilegio una forma de gobierno.
En cualquier caso, la verdadera disputa no estará en los tribunales, que hace tan solo unas horas ha decidido ponerlo en la calle de nuevo. La disyuntiva colombiana se tendrá que dirimir en las calles, en los campos, en las universidades y en los sindicatos. Allí donde se gestan las fuerzas sociales capaces de cambiar no solo a los gobernantes, sino también las condiciones que los han hecho posibles. Mientras tanto, poco hay que hablar.
ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante más de dos décadas, Álvaro Uribe Vélez fue el rostro más poderoso de la política colombiana. Presidente entre 2002 y 2010, senador, jefe de partido, hacedor de presidentes y dueño de una retórica tan beligerante como seductora, Uribe parecía blindado contra cualquier forma de rendición de cuentas.
Se movía con soltura entre los medios, los empresarios, las élites militares y el campesinado conservador. Su imagen se consolidó como la del gran "pacificador", el hombre que había derrotado a las FARC, encarnado el orden y devuelto al país la "seguridad".
Sin embargo, tras años de señalamientos, investigaciones y maniobras y habilidades judiciales para dilatar procesos, el 2025 lo colocó en un lugar impensado: el banquillo de los acusados. Una reciente condena por soborno y fraude procesal pareció sacudir los cimientos del uribismo y de dejar expuesto a un sistema de poder sostenido por redes clientelares, propaganda y vínculos turbios con sectores armados con una larga historia de masacres.
La caída de Uribe, sin que todavía podamos decir que haya sido certificada definitivamente por los hechos, no puede entenderse solo como un hecho individual. Más bien, revela el modo en que los aparatos judiciales, mediáticos y políticos han protegido sistemáticamente a las figuras del poder económico y militar en Colombia. El caso Uribe pone en evidencia un patrón que atraviesa toda América Latina: el blindaje institucional de las élites frente a cualquier intento de justicia popular.
URIBISMO, PARAMILITARISMO Y PODER DE CLASE
La condena de Uribe no fue una sorpresa para quien haya seguido de cerca la historia reciente de Colombia. Su nombre ha estado vinculado desde los años 90 a casos de paramilitarismo, masacres campesinas, apropiación de tierras y espionaje ilegal. Su carrera se consolidó en la gobernación de Antioquia con una política que fortaleció los grupos de autodefensa que luego serían señalados por crímenes de lesa humanidad.
El uribismo, más que una simple corriente política, fue una forma de gobierno de clase, donde se combinaron los intereses de los grandes ganaderos, exportadores, narcotraficantes reciclados y sectores de las fuerzas armadas. A través del discurso de la "seguridad democrática", se justificó la desaparición y muerte de centenares de líderes sociales, se acallaron sindicatos y se amplió la frontera del despojo territorial, particularmente en zonas campesinas y afrodescendientes.
Todo esto ocurrió en paralelo a la expansión del modelo neoliberal. El uribismo consolidó reformas laborales regresivas, impulsó la privatización de servicios públicos y subordinó la economía nacional a los tratados de libre comercio. Lo que se presentaba como "orden" y "progreso", en realidad fue una estrategia de clase para imponer un modelo de acumulación que beneficiaba a las grandes fortunas mientras aumentaba la desigualdad.
UN CAMBIO DE CICLO, ¿O UN AJUSTE TÁCTICO?
La condena a Uribe podría marcar un cambio de época, pero no necesariamente una transformación estructural. Como en otros momentos de la historia latinoamericana, cuando una figura dominante cae, lo que sigue no siempre es una ruptura, sino a veces una recomposición del mismo bloque de poder.
La pregunta central es si este hecho judicial abrirá camino a una democratización real de las instituciones colombianas o si se tratará simplemente de un ajuste interno entre fracciones de la élite. El uribismo podría ser reemplazado por nuevos liderazgos que, sin el estilo beligerante de su fundador, sigan garantizando los mismos intereses de clase.
Ejemplos como el de Fujimori en Perú, Bolsonaro en Brasil o incluso Berlusconi en Italia muestran cómo los regímenes autoritarios con base popular pueden ser desplazados judicialmente sin que eso signifique una mínima transformación del sistema. La estructura de clase, en esos casos, permanece intacta.
Uribe ha caído, -aunque ya esté nuevamente en la calle- pero los intereses que lo sostuvieron siguen activos y muy activos. Su figura fue solo una pieza, poderosa pero reemplazable, dentro de un sistema que ha hecho del privilegio una forma de gobierno.
En cualquier caso, la verdadera disputa no estará en los tribunales, que hace tan solo unas horas ha decidido ponerlo en la calle de nuevo. La disyuntiva colombiana se tendrá que dirimir en las calles, en los campos, en las universidades y en los sindicatos. Allí donde se gestan las fuerzas sociales capaces de cambiar no solo a los gobernantes, sino también las condiciones que los han hecho posibles. Mientras tanto, poco hay que hablar.
Chorche | Miércoles, 03 de Septiembre de 2025 a las 12:03:45 horas
Acertado artículo.
En los años que fue presidente este nefasto personaje era yo activista de Amnistía Internac. y escribí montones de cartas a las autoridades colombianas respecto a las matanzas que cometían, especialmente entre el campesinado humilde para despojarlos de sus tierras a favor de grandes terratenientes y otros monopolios. Asesinaron mediante los grupos paramilitares en connivencia con el ejército a decenas de
líderes sindicales y a activistas de los derechos humanos impunemente.
El presidente más fascista e injusto, el mayor sirviente del gran capital de la historia de Colombia.
Al capital le interesaba un individuo como él.
Encontrarán otro sustituto, pero creo que tan malvado y sanguinario como Uribe, les va a costar encontrar.
La guerrilla colombiana, tan vilipendiada oficialmente no hacía otra cosa que defender a los más débiles. Pero ya se sabe que la historia la escriben los poderosos.
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