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Lunes, 10 de Febrero de 2025 Tiempo de lectura:

CUENTO: ENTRE EL VIENTO Y LA NADA

En la costa majorera, azotada por el viento, dos desconocidos se encuentran en la miseria y el frío. Un acto de supervivencia los une por una noche, pero la marea siempre se termina llevándose algo con ella.

POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL

 

     El viento barría la arena sobre la costa. Se metía en los ojos y en la boca. Hacía frío. No era un frío del norte, pero el viento lo hacía peor. Eusebio caminaba despacio por la orilla, con los pies hundiéndose en la arena húmeda. Miraba hacia los barcos varados en la playa. Algunos ya no volverían al agua.

 

    Llevaba dos días sin comer. Ni una sola moneda en el bolsillo. Había probado en el puerto, pero nadie necesitaba más manos. Demasiado tarde en la temporada. Demasiado viento para faenar.

 

    La vio junto a uno de los barcos, medio oculta tras un costado de madera oscura. Primero, solo una silueta. Luego, cuando se acercó, vio su cara.

 

¿Qué haces? —preguntó él.

 

   Ella alzó la vista. Ojos grandes, oscuros. Ropa empapada. El pañuelo torcido sobre la cabeza.

 

Nada —dijo.

 

No era verdad. Estaba cavando en la arena.

 

Aquí guardan el pescado seco. A veces quedan restos —dijo ella.

 

    Eusebio la miró. Se agachó y hundió las manos en la arena junto a las suyas. Escarbaron sin prisa. La madera vieja apareció pronto.

   Ella tocó el candado con la yema de los dedos.

 

—No abre.

 

     Eusebio miró alrededor. No había nadie. Agarró una piedra grande. Golpeó el candado. No cedió. Lo intentó otra vez. El metal se dobló y saltó.

 

  La madera cedió y ella metió la mano dentro.

 

 —Aquí hay algo.

 

   Sacó una red vieja. Dentro, un trozo de pescado duro como la roca.

 

No está podrido —dijo ella.

 

Rompió un pedazo con los dientes. Se lo pasó.

Comieron en silencio.

La lluvia empezó a caer, fina, casi invisible.

 

—¿Cómo te llamas? —preguntó él.

Candelaria.

Eusebio.

 

Se quedaron en silencio. La marea subía lenta.

 

Vamos allá —dijo ella. Señaló una barca volcada más arriba.

 

- Se metieron debajo. La madera crujió con el viento. Afuera, las olas rompían contra la orilla.

 

No puedo volver a mi casa —dijo ella.

—¿Por qué?

Me pegarán otra vez.

 

Eusebio no preguntó más. Entendió.

Candelaria apoyó la cabeza en sus rodillas.

 

Tengo frío.

 

Él se acercó. El olor a sal y pescado viejo flotaba en el aire.

 

Mañana buscaré trabajo —dijo él.

 

Ella no contestó.

El viento silbaba entre las maderas del barco.

 

¿Dónde dormirás mañana? —preguntó él.

No lo sé.

Puedes quedarte aquí.

 

Ella no dijo nada.

La lluvia arreció.

 

¿Sabes qué es lo peor? —susurró ella.

¿Qué?

Que no importa. Nada importa.

 

Eusebio miró la oscuridad más allá de la madera. No dijo nada.

 

Duerme —dijo ella.

 

Él cerró los ojos.

Cuando despertó, ella ya no estaba.

Salió de debajo del bote. Buscó en la playa. Buscó en las barcas.

Nada.

El viento seguía soplando.

Se quedó allí un rato, sin moverse.

Luego, empezó a caminar.

 
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