
JOSÉ MIGUEL PÉREZ, EL MAESTRO QUE LUCHÓ POR LA REVOLUCIÓN EN CANARIAS Y EN CUBA
El comunista canario que fundó dos partidos revolucionarios en dos continentes
José Miguel Pérez vivió para enseñar, organizar y transformar. Pérez fue el primer secretario del Partido Comunista de Cuba y el fundador del comunismo canario. Su vida, silenciada tanto por el franquismo como por las instituciones del régimen monárquico del 78, representa hoy una lección de dignidad y lucha (...).
Por CRISTÓBAL GARCÍA VERA PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
A José Miguel Pérez, oriundo de La Palma, le cabe el honor de haber sido el fundador del Partido Comunista de Canarias pero también el de haber sido el primer secretario general del Partido Comunista de Cuba. Una circunstancia que viene a reflejar la estrecha relación forjada históricamente entre ambos archipiélagos.
Maestro, agitador, organizador sindical y militante comunista, su vida fue un ejemplo de coherencia revolucionaria. Su fusilamiento, en 1936, truncó una trayectoria brillante al servicio de los oprimidos, pero su legado sigue vivo en las luchas populares de ambos lados del océano.
DE LA PALMA A LA REVOLUCIÓN
Hijo de una familia humilde, José Miguel Pérez nació en 1896 en una Canarias marcada por el atraso económico y el caciquismo. Desde joven entendió que la pobreza no era fruto del azar, sino de una estructura social profundamente injusta. En sus colaboraciones en la prensa palmera denunciaba esa realidad, analizando y develando el sufrimiento del campesinado, la explotación laboral y el peso de las élites coloniales que manejaban los resortes del poder insular.
En 1921, como tantos otros isleños obligados a emigrar por las duras condiciones económicas, se trasladó a Cuba. Allí no encontró solamente un nuevo escenario para su vida, sino también un terreno fértil para desarrollar su vocación política. Se incorporó de inmediato a la vida sindical y socialista habanera, colaborando con figuras históricas como Carlos Baliño, y poco después participó en la fundación del Partido Comunista de Cuba.
Pero José Miguel Pérez no solo fue un organizador político. Fue también un educador del pueblo. En Cuba, fue profesor en una escuela racionalista impulsada por el movimiento obrero, donde aplicaba una pedagogía avanzada e inspirada por el marxismo. Enseñar a leer y escribir era solo el primer paso: se trataba de formar trabajadores críticos, conscientes, con herramientas para transformar el mundo que les explotaba.
Fue esa coherencia entre enseñar y luchar la que marcó su figura. Para él, educar no era una profesión al margen de la política, sino una forma directa y profunda de agitación. De ahí que los alumnos de su escuela en La Habana, al enterarse de su deportación tras fundar el Partido Comunista cubano, escribieran una carta de protesta tan emotiva como contundente:
“El atentado va dirigido contra el hombre que piensa, contra la ciencia que emancipa... y contra el compañero de los oprimidos”.
LA SEMILLA MARXISTA EN CANARIAS
Deportado por el régimen del dictador Gerardo Machado en 1925, José Miguel regresó a La Palma con la experiencia revolucionaria cubana a cuestas. Y la puso en práctica. Fundó una escuela privada donde impartía clases, y desde este espacio volvió a unir educación y militancia. Dio charlas, escribió en la prensa obrera, organizó sindicatos y fundó la Federación de Trabajadores de La Palma.
En 1929 creó el periódico Espartaco, con un claro mensaje de lucha de clases. Escogió ese nombre, obviamente, por el esclavo rebelde que lideró una revuelta contra Roma y se convirtió en una leyenda y en el símbolo de la dignidad que conquistan los oprimidos con su lucha. Desde la páginas de esta publicación, Pérez difundía pensamiento marxista, denunciaba la miseria estructural del archipiélago y llamaba a la organización obrera.
DE LA REPÚBLICA A LA REVOLUCIÓN
Con la proclamación de la Segunda República, en 1931, muchos sectores populares esperaban un cambio real. Pero José Miguel Pérez, con una mirada profundamente lúcida, fue uno de los primeros en advertir que, bajo el nuevo régimen político, pese a sus avances, la estructura de clase seguía intacta. En sus artículos en Espartaco y en sus intervenciones públicas insistía en que la República no rompía con el sistema capitalista, sino que lo maquillaba.
Sin embargo, cuando la Internacional Comunista impulsó la política de Frente Popular como respuesta al avance del fascismo, Pérez asumió esa línea. Entendió que la unidad de todas las fuerzas antifascistas era esencial, en aquellas circunstancias excepcionales, para defender las libertades y preparar el terreno para transformaciones más profundas. En 1933 fundó el Partido Comunista de Canarias, alineado con el PCE, y se convirtió en su primer secretario general.
Cuando en julio de 1936 se produce el golpe de Estado contra la II República, Pérez se pone al frente de la resistencia en La Palma. Durante la llamada “Semana Roja”, trabajadores y militantes republicanos trataron de frenar el avance franquista pero la correlación de fuerzas era desfavorable. Tras la derrota, fue detenido, juzgado por un tribunal militar y condenado a muerte por “rebelión”.
Su fusilamiento tuvo lugar la madrugada del 4 de septiembre de 1936 en la Batería del Barranco del Hierro, en Tenerife. Su último mensaje a su esposa resumió, con tanta firmeza como sencillez, la inquebrantable congruencia de su vida militante:
“muero tranquilo y en mi puesto de siempre”.
UN LEGADO ENTRE DOS MUNDOS
Durante décadas, el nombre de José Miguel Pérez fue silenciado por el franquismo. Pero ni el olvido ni el plomo lograron borrar la huella que dejó en la clase trabajadora. En Canarias se le reconoce hoy como uno de los pioneros del comunismo en el archipiélago. En Cuba, aunque su figura quedó eclipsada por otros líderes como Julio Antonio Mella, se le sigue recordando como “el Isleño”, uno de los fundadores del primer Partido Comunista del país.
Su legado incluye tanto su faceta como organizador político de primer orden como la de pedagogo comprometido y consciente de que la educación constituye un factor imprescindible para la liberación de los pueblos.
Como revolucionario, José Miguel Pérez supo aplicar la teoría marxista en la acción concreta de organizar sindicatos, crear prensa obrera, fundar partidos, formar cuadros y enfrentarse al poder con dignidad.
En tiempos de crisis global, con el capitalismo profundizando sus desigualdades, la figura de José Miguel Pérez cobra una vigencia renovada. Su vida nos recuerda que la lucha socialista también nace en pequeñas islas, en sus aulas humildes, sus periódicos obreros y sus barrios y pueblos empobrecidos.
Desde La Palma hasta La Habana, José Miguel Pérez llevó la antorcha de la revolución sin pedir permiso, ni esperar recompensas. Por eso su historia, silenciada tanto por el franquismo como por las instituciones del régimen monárquico del 78 , merece ser contada y recuperada. Porque no es solo la historia de un hombre, sino la de toda una clase que, pese a las derrotas pasadas, no tiene más opción que seguir peleando.
DE LA PALMA A LA REVOLUCIÓN
Hijo de una familia humilde, José Miguel Pérez nació en 1896 en una Canarias marcada por el atraso económico y el caciquismo. Desde joven entendió que la pobreza no era fruto del azar, sino de una estructura social profundamente injusta. En sus colaboraciones en la prensa palmera denunciaba esa realidad, analizando y develando el sufrimiento del campesinado, la explotación laboral y el peso de las élites coloniales que manejaban los resortes del poder insular.
En 1921, como tantos otros isleños obligados a emigrar por las duras condiciones económicas, se trasladó a Cuba. Allí no encontró solamente un nuevo escenario para su vida, sino también un terreno fértil para desarrollar su vocación política. Se incorporó de inmediato a la vida sindical y socialista habanera, colaborando con figuras históricas como Carlos Baliño, y poco después participó en la fundación del Partido Comunista de Cuba.
Pero José Miguel Pérez no solo fue un organizador político. Fue también un educador del pueblo. En Cuba, fue profesor en una escuela racionalista impulsada por el movimiento obrero, donde aplicaba una pedagogía avanzada e inspirada por el marxismo. Enseñar a leer y escribir era solo el primer paso: se trataba de formar trabajadores críticos, conscientes, con herramientas para transformar el mundo que les explotaba.
Fue esa coherencia entre enseñar y luchar la que marcó su figura. Para él, educar no era una profesión al margen de la política, sino una forma directa y profunda de agitación. De ahí que los alumnos de su escuela en La Habana, al enterarse de su deportación tras fundar el Partido Comunista cubano, escribieran una carta de protesta tan emotiva como contundente:
“El atentado va dirigido contra el hombre que piensa, contra la ciencia que emancipa... y contra el compañero de los oprimidos”.
LA SEMILLA MARXISTA EN CANARIAS
Deportado por el régimen del dictador Gerardo Machado en 1925, José Miguel regresó a La Palma con la experiencia revolucionaria cubana a cuestas. Y la puso en práctica. Fundó una escuela privada donde impartía clases, y desde este espacio volvió a unir educación y militancia. Dio charlas, escribió en la prensa obrera, organizó sindicatos y fundó la Federación de Trabajadores de La Palma.
En 1929 creó el periódico Espartaco, con un claro mensaje de lucha de clases. Escogió ese nombre, obviamente, por el esclavo rebelde que lideró una revuelta contra Roma y se convirtió en una leyenda y en el símbolo de la dignidad que conquistan los oprimidos con su lucha. Desde la páginas de esta publicación, Pérez difundía pensamiento marxista, denunciaba la miseria estructural del archipiélago y llamaba a la organización obrera.
DE LA REPÚBLICA A LA REVOLUCIÓN
Con la proclamación de la Segunda República, en 1931, muchos sectores populares esperaban un cambio real. Pero José Miguel Pérez, con una mirada profundamente lúcida, fue uno de los primeros en advertir que, bajo el nuevo régimen político, pese a sus avances, la estructura de clase seguía intacta. En sus artículos en Espartaco y en sus intervenciones públicas insistía en que la República no rompía con el sistema capitalista, sino que lo maquillaba.
Sin embargo, cuando la Internacional Comunista impulsó la política de Frente Popular como respuesta al avance del fascismo, Pérez asumió esa línea. Entendió que la unidad de todas las fuerzas antifascistas era esencial, en aquellas circunstancias excepcionales, para defender las libertades y preparar el terreno para transformaciones más profundas. En 1933 fundó el Partido Comunista de Canarias, alineado con el PCE, y se convirtió en su primer secretario general.
Cuando en julio de 1936 se produce el golpe de Estado contra la II República, Pérez se pone al frente de la resistencia en La Palma. Durante la llamada “Semana Roja”, trabajadores y militantes republicanos trataron de frenar el avance franquista pero la correlación de fuerzas era desfavorable. Tras la derrota, fue detenido, juzgado por un tribunal militar y condenado a muerte por “rebelión”.
Su fusilamiento tuvo lugar la madrugada del 4 de septiembre de 1936 en la Batería del Barranco del Hierro, en Tenerife. Su último mensaje a su esposa resumió, con tanta firmeza como sencillez, la inquebrantable congruencia de su vida militante:
“muero tranquilo y en mi puesto de siempre”.
UN LEGADO ENTRE DOS MUNDOS
Durante décadas, el nombre de José Miguel Pérez fue silenciado por el franquismo. Pero ni el olvido ni el plomo lograron borrar la huella que dejó en la clase trabajadora. En Canarias se le reconoce hoy como uno de los pioneros del comunismo en el archipiélago. En Cuba, aunque su figura quedó eclipsada por otros líderes como Julio Antonio Mella, se le sigue recordando como “el Isleño”, uno de los fundadores del primer Partido Comunista del país.
Su legado incluye tanto su faceta como organizador político de primer orden como la de pedagogo comprometido y consciente de que la educación constituye un factor imprescindible para la liberación de los pueblos.
Como revolucionario, José Miguel Pérez supo aplicar la teoría marxista en la acción concreta de organizar sindicatos, crear prensa obrera, fundar partidos, formar cuadros y enfrentarse al poder con dignidad.
En tiempos de crisis global, con el capitalismo profundizando sus desigualdades, la figura de José Miguel Pérez cobra una vigencia renovada. Su vida nos recuerda que la lucha socialista también nace en pequeñas islas, en sus aulas humildes, sus periódicos obreros y sus barrios y pueblos empobrecidos.
Desde La Palma hasta La Habana, José Miguel Pérez llevó la antorcha de la revolución sin pedir permiso, ni esperar recompensas. Por eso su historia, silenciada tanto por el franquismo como por las instituciones del régimen monárquico del 78 , merece ser contada y recuperada. Porque no es solo la historia de un hombre, sino la de toda una clase que, pese a las derrotas pasadas, no tiene más opción que seguir peleando.
Chorche | Viernes, 04 de Abril de 2025 a las 16:14:18 horas
La implicación de los maestros en el proyecto político de la II República fue clave. Por ello, la dictadura les dirigió los ataques más furibundos.
De la charla Traidores radiada por una emisora de Tetuán, el 9 de agosto de 1936 de Galo Ponte y Escartín son las siguientes palabras, demoledoras y explícitas: «(…) irrumpieron en el Magisterio esos batallones de maestros (…) sin una cultura sólida (…) arrancaron de las escuelas la sagrada imagen del Redentor (…) organizaron milicias infantiles (…) haciendo de los niños unos perfectos marxistas, sin temor de Dios, cuya existencia negaban; sin cariño a la Patria, sin afecto a sus padres, sin pudor, sin vergüenza. Ved el fruto del ultramontano método de enseñanza de los maestros laicos, marcelinistas e ignorantes. Y estos sí que han infligido daño a España; estos sí que son los traidores a la Patria, estos sí que deben sufrir el castigo inexorable de los caballeros del honor, quienes los barrerán de los escalafones, primero, y de nuestra Nación, donde manchan su suelo al hollarlo, después»
De acuerdo con estos planteamientos la represión del magisterio fue brutal. No conocemos datos fiables sobre los maestros fusilados. Solo en Galicia 87.
Otros se exiliaron a otros países donde pudieron continuar su proyecto educativo innovador y modernizador de la II República, como en México.
Pero existe otro exilio, el interior. Estos maestros del “exilio interior” fueron sometidos a unos procesos de depuración con castigos diversos, además de la cárcel, desde destierro a otras provincias, a la imposibilidad de ejercer provisionalmente su actividad e, incluso, de por vida.
El exilio significa una separación y desvinculación de la memoria colectiva, del aislamiento de los lugares y personas que la forman, de olvido de los ideales y causas por los que se luchó. Un maestro depurado Enric Soler lo expresa muy bien: «Lamentando la separación de mi tierra, pensé que tenía que superar este exilio; olvidé la política y, contento con mi carácter introvertido, me convertí en un solitario que iba a lo suyo». Y este castigo tuvo además el dramático efecto de que cuando el exiliado, cumplida la pena, retorna a su lugar de origen, se siente desarraigado, porque su memoria del pasado no se corresponde con la memoria oficial del presente. Este exilio interior sirvió para olvidar la memoria republicana.
Cuando se reintegran a su plaza, la desconfianza de sus compañeros, el hostigamiento institucional, dañaron profundamente los sentimientos de muchos.
Por otra parte, como en una sociedad vigilante e institucionalizada la denuncia anónima, la depuración nunca está acabada, el silencio se normalizó. Muchos maestros tras la depuración, interiorizaron la derrota e incluso cierto sentimiento de culpa. Se convirtieron en carceleros de sus recuerdos, crearon una prisión para su memoria. El silencio se convirtió en un mecanismo de autodefensa para sobrevivir. Tuvieron que arrastrar siempre su condición de derrotados y señalados, y a lo único que aspiraron fue al anonimato. La represión consiguió plenamente su objetivo: la interiorización de la derrota como instrumento de disuasión para recomponer el tejido ciudadano, que fructificó en tiempo de la II República.
Realmente fue un tiempo de silencio cercado de «muros de soledad», así se titula un poema del maestro depurado Juan Lacomba.
Muros de soledad cierran el tiempo
Muros de soledad son dura cárcel
Donde el silencio enciende sombras
Donde está preso y sin destino el aíre...
(El exilio interior del magisterio durante la dictadura franquista, Cándido Marquesán, Nueva Tribuna)
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