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Lunes, 09 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

UN ARRIESGADO DESAFÍO AL LECTOR: ¿Y SI POR UNA VEZ INTENTARAS "INTERPRETAR" TU NÓMINA?

¿Cuántas sorpresas podrias llevarte? Descubre, por ejemplo, cuál es la franja que ocupas en la piramide salarial española. O aspectos nunca aclarados de tu nómina. Podrias estar a punto de hacer el descubrimiento de tu vida laboral

¿Sabías que en España ganar 24.000 euros al año te coloca automáticamente "por encima" de la inmensa mayoría de los españoles? Sin embargo, contrariamente a lo que podrías pensar, esa no es la buena noticia: es la prueba de que algo muy profundo está funcionando mal. Porque lo que parece "normal", en realidad, es una forma perfectamente engrasada de consagrar la desigualdad. Y la clave no está solo en lo que tú cobras, sino también en todo lo que produces… y, claro, no te llevas.

POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

 

       Puede que al leer tu nómina sientas que cobras un sueldo "normal". Algo modesto, sí, pero dentro de lo razonable. Y, sin embargo, si ganas más de 24.000 euros brutos al año, ya estás por encima de la media española.

 

     Si superas los 50.000 euros anuales, entonces pertenecerías al 10% con mayores ingresos de todo el país. ¿Te sorprende? Es que durante años nos han estado vendiendo una imagen distorsionada del salario, como si todos estuviéramos más o menos en el mismo peldaño de la escalera.

    Pero la realidad es que esa escalera está rota, torcida y con los escalones más bajos hacinados, hechos fosfatina.

 

PRODUCIR MUCHO, COBRAR POCO

 

     El discurso oficial habla de esfuerzo, mérito, superación. Como si los sueldos fueran una simple consecuencia de cuánto te lo curras. Pero basta mirar las cifras para ver que no se trata de una cadena justa de recompensas. Es un sistema de extracción. Un engranaje donde la mayoría produce mucho más de lo que recibe, mientras una minoría se apropia de ese excedente. Y encima nos quieren hacer creer que esto es lo natural. Que la desigualdad no es una trampa, sino una especie de consecuencia lógica del talento.

 

    “EN VEZ DE PREGUNTAR CUÁNTO COBRAS, LO QUE REALMENTE HAY QUE PREGUNTAR CUÁNTO PRODUCES… Y QUIÉN ES EL QUE SE LO LLEVA”

 

 

    En realidad, todo el sistema salarial está diseñado para ocultar esa extracción constante. No lo parece, porque en vez de látigos hay horarios flexibles y mesas de ping pong en la oficina. Pero el mecanismo sigue ahí: tú entregas tu tiempo, tus conocimientos, tu cuerpo entero, y a cambio recibes solo una parte de lo que generas. El resto se lo queda otro. Es como si cocinaras cada día un banquete y te dieran las sobras. Y encima, lo llamarán éxito.

 

LA PRECARIEDAD COMO MÉTODO

 

      Además, la forma en que se reparte el trabajo tampoco es inocente. La precariedad no es un fallo, es una herramienta. Si millones de personas viven encadenadas a contratos temporales, parciales o directamente a la informalidad, no es por mala suerte. Es porque así se abarata todo el mercado laboral. Porque mientras tú estás dispuesto a aceptar cualquier cosa para no quedarte fuera, quienes manejan el juego pueden seguir bajando el listón.

 

CUANDO EL GÉNERO Y LA EDAD AGRAVAN TODO

 

     Y si eres joven, mujer o migrante, el peldaño te queda aún más lejos. Las mujeres siguen cobrando bastante menos que los hombres, no porque trabajen menos, sino porque se concentran en los sectores más infravalorados, asumen más tareas de cuidado y sufren discriminación directa. Los jóvenes, por su parte, se enfrentan a un mercado laboral que los castiga por no tener experiencia y luego no les da tiempo ni condiciones para adquirirla. Y quienes vienen de otros países muchas veces ni siquiera aparecen en las estadísticas, porque sus trabajos están en la sombra: limpiando casas, cuidando ancianos, descargando camiones.

 

EL SMI COMO PARCHE

      Ahora bien, en este contexto, cuando se anuncia una subida del salario mínimo, hay quien se lleva las manos a la cabeza. Que si va a arruinar a las empresas, que si se va a disparar el paro, que si es populismo. Pero lo cierto es que subir los sueldos más bajos ha demostrado una y otra vez que no solo no destruye empleo, sino que mejora la vida de millones de personas y reduce un poquito esa brecha gigantesca. Claro que con eso no alcanza. Es como tirar un cubo de agua al fuego de un bosque. Útil, pero totalmente insuficiente.

 

UN ORDEN BASADO EN EL ENGAÑO

      El problema de fondo está en cómo se organiza toda la economía. En que el trabajo no se valora por lo que aporta a la sociedad, sino por lo que genera para otros. Por eso un fondo de inversión puede ganar millones especulando y un enfermero apenas llega a fin de mes salvando vidas. Por eso quienes limpian, cuidan, cultivan o transportan viven casi siempre al borde del abismo, aunque sin ellos todo se paralizaría en dos días. No es que su trabajo valga poco. Es que el sistema necesita que parezca que vale poco.

 

UNA IDEOLOGÍA QUE CULPA A LA VÍCTIMA

     Y para sostener todo esto hace falta algo más que normas laborales. Hace falta una forma de pensar. Una especie de anestesia ideológica que nos dice que si no llegamos a fin de mes es culpa nuestra. Que si no encontramos trabajo es porque no nos esforzamos lo suficiente. Que si otros ganan diez o cien veces más, es porque lo merecen. Y así, en vez de mirar hacia arriba, miramos al vecino. En vez de organizarnos, competimos. En vez de cuestionar el sistema, intentamos encajar en él.

 

¿Y SI DEJÁRAMOS DE JUGAR CON SUS REGLAS?

      Pero todo esto no es eterno. No es inmutable. Se ha construido históricamente y se puede desmontar. No con milagros ni soluciones individuales, sino con organización, con lucha colectiva, con conciencia. No se trata solo de cobrar más. Se trata de recuperar el valor de nuestro tiempo, de nuestra energía, de nuestras vidas. Se trata de dejar de vivir para que otros acumulen.

 

    Al final, cuando uno entiende cómo funciona el juego, el siguiente paso lógico es dejar de jugarlo según sus reglas. Y eso empieza, muchas veces, por algo tan simple como mirar tu nómina y empezar a hacer preguntas.

 
 
 
 
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