
LA DÉCADA EN LA QUE TODOS LOS ESPAÑOLES NOS CONVERTIMOS EN LADRONES (Sonorizado)
El hambre que desbordó la ley: el robo como arma frente al primer franquismo"
En los años más duros del franquismo, el hambre y la miseria empujaron a las clases populares a desafiar las leyes en busca de supervivencia. Los hurtos, lejos de ser simples delitos, se convirtieron en una forma de resistencia cotidiana que puso en jaque la legitimidad del régimen.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En la España de los años 40, la vida cotidiana se convirtió en una batalla permanente en contra del hambre. La política autárquica del régimen franquista, que cerró al país al comercio internacional y estableció un férreo control estatal, condenó a millones de españoles a una miseria insoportable. En este contexto, los hurtos, considerados por las autoridades como simples actos delictivos, se convirtieron en una práctica habitual para la subsistencia y una forma silenciosa de resistencia.
Desde las ciudades hasta los rincones más remotos del campo, el hurto emergió como el "arma de los débiles", una estrategia desesperada para enfrentar la represión económica y social del régimen. En este reportaje exploraremos cómo las clases populares, empujadas por la necesidad, encontraron en estos hurtos cotidianos una manera de desafiar las imposiciones de la dictadura. En él aportaremos testimonios y anécdotas reales que ilustran la dura naturaleza de una época para quienes la vivieron.
![[Img #82385]](https://canarias-semanal.org/upload/images/01_2025/1680_4583_caudillo.jpg)
EL "INVICTO CAUDILLO" SE PASEA FLAMANTE Y BIEN ALIMENTADO ANTE LA ESPAÑA FAMÉLICA
Hambre y autarquía: el caldo de cultivo del hurto
Tras la Guerra Civil, el régimen de Franco apostó por la autarquía, un modelo económico que buscaba la autosuficiencia del país. Sin embargo, la política de aislamiento comercial y el control rígido de precios y distribución generaron una profunda crisis de subsistencia. Los alimentos básicos escaseaban, y los productos disponibles en el mercado negro tenían precios prohibitivos.
En regiones como Almería, Murcia o Jaén, las familias sobrevivían con apenas 1.700 calorías diarias, muy por debajo de los niveles mínimos necesarios para llevar una vida digna. Según un informe de 1.940, muchas familias dependían de cocer hierbas, raíces y cualquier material vegetal disponible para poder subsistir.
Un campesino de Albacete relató a un periodista extranjero en 1942:
“Vivimos como animales. Rebuscamos en el campo y en la basura. Mi mujer hierve cardos para hacer sopa. Es amarga, pero llena algo el estómago”.
Este testimonio refleja una realidad común en una España devastada por el hambre.
En las Islas Canarias, las cosas no transcurrieron mejor. Durante los años de la posguerra franquista, el contexto socioeconómico estuvo marcado por el hambre, la escasez de alimentos y la lucha desesperada por la supervivencia. En este marco, los hurtos en los campos y el contrabando de productos agrícolas se convirtieron también en estrategias comunes entre la población para paliar la precariedad.
El hurto como herramienta de supervivencia
Para muchas personas, el hurto fue más una necesidad que una elección. Impulsados por el "arma de los débiles", concepto desarrollado por el antropólogo James Scott, estos pequeños actos de desobediencia cotidiana se convirtieron en una forma de resistencia contra un sistema que no ofrecía alternativas.
En Carboneras (Almería), la historia de Ana, una viuda de 45 años con ocho hijos, ilustra vivamente esta realidad. En 1939, Ana fue sorprendida recogiendo almendras en un terreno ajeno. Interrogada por la Guardia Civil, les explicó que no tenía otra manera de alimentar a su familia.
“Mis hijos no tienen pan, ¿cómo no voy a hacerlo?”, dijo ante el juez. Aunque fue condenada, sus vecinos defendieron su acción y criticaron la dureza de las autoridades.
En otros casos, los hurtos eran organizados como estrategias familiares. En Níjar, en 1940, la Guardia Civil detuvo a un grupo de quince personas que robaban habas y naranjas. Entre los detenidos había madres, adolescentes y niños pequeños. Uno de los agentes que participó en la detención se vio obligado a comentar en su informe:
“No eran delincuentes habituales, solo gente desesperada”.
Reacción de las autoridades y tensiones sociales
La dictadura respondió con dureza a estos actos de subsistencia, utilizando a la Guardia Civil para patrullar las zonas rurales y perseguir a los responsables. Las personas sorprendidas robando frutas o productos agrícolas eran arrestadas y multadas. En algunos casos, los detenidos eran enviados a trabajos forzados o a prisión, especialmente si reincidían.
A pesar de la represión, las comunidades locales a menudo se solidarizaban con quienes eran detenidos por hurtos. En muchos casos, los vecinos organizaban colectas para pagar las multas impuestas a las familias más pobres o ayudaban a ocultar a los responsables de los robos.
Niños y jóvenes: la cara oculta del hambre
En un contexto donde la pobreza era generalizada, los niños y adolescentes también jugaron un papel importante en los hurtos. Muchas familias los enviaban a robar, conscientes de que, en caso de ser detenidos, las consecuencias serían menos severas para ellos.
En Almería, dos adolescentes de 15 años fueron sorprendidos robando 300 naranjas de un huerto. Según su testimonio, las frutas eran para su familia, que llevaba días sin comer. Aunque fueron arrestados, el dueño del huerto retiró la denuncia tras escuchar su historia. Este acto de solidaridad refleja cómo el hambre rompía las barreras sociales y fomentaba la empatía en algunas comunidades.
Sin embargo, no todos los niños tenían la misma suerte. En 1941, en Castellón, un grupo de cuatro niños fue detenido por hurtar pan de un almacén de Auxilio Social. Fueron enviados a un reformatorio, donde vivieron en condiciones aún más duras que en sus hogares. La implicación de menores en los hurtos era una muestra de cómo el hambre afectaba a toda la estructura familiar y social.
Instituciones como objetivo de los hurtos
Los hurtos no se limitaban a propiedades privadas. Muchas veces, las instituciones del régimen eran el blanco de estas acciones, especialmente aquellas que simbolizaban la corrupción o la incompetencia del Estado.
Un caso emblemático tuvo lugar en Valencia en 1943, cuando un grupo de estibadores robó varios sacos de grano destinados al Servicio Nacional del Trigo. Aunque las autoridades intentaron ocultar el incidente, la noticia se difundió rápidamente, alimentando el descontento social. Según testigos, los trabajadores justificaron su acción diciendo:
“Este grano nunca llegará a nuestras familias. Mejor lo tomamos nosotros antes de que lo vendan en el mercado negro”.
En Mallorca, las instalaciones de Auxilio Social eran frecuentemente asaltadas por grupos organizados que se llevaban alimentos almacenados para su distribución. Estos hurtos no solo reflejaban la desesperación de la población, sino también su desconfianza hacia las instituciones del régimen, que a menudo desviaban los recursos hacia fines privados.
CANARIAS: LA ESCASEZ Y EL HAMBRE ESTRUCTURAL
Los hurtos en los campos de Canarias no solo fueron una estrategia de supervivencia, sino también un acto de resistencia cotidiana frente a un sistema que condenaba a las clases populares a la miseria. Estas prácticas reflejan la capacidad de la población para adaptarse y resistir en medio de condiciones extremadamente adversas, dejando una huella profunda en la memoria colectiva de las islas.
Canarias vivió una situación particularmente difícil debido a su aislamiento geográfico, que multiplicaba los problemas derivados de la autarquía franquista. La dependencia de las importaciones marítimas para abastecer de alimentos básicos a las islas hacía que cualquier interrupción en el transporte se tradujera en un desabastecimiento automático.
El sistema de racionamiento establecido por el régimen apenas cubría las necesidades mínimas, dejando a gran parte de la población en una situación de hambre crónica. Aunque Canarias tenía cierta producción agrícola local (como plátanos, papas, y productos tropicales), esta era insuficiente para cubrir la demanda interna, especialmente en las ciudades. Además, la mayor parte de los productos agrícolas de calidad estaba destinado a la exportación, dejando a la población local con los excedentes o productos de menor valor.
Ante esta situación de precariedad, muchas personas de los núcleos urbanos de ciudades como Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife salían a los campos cercanos en busca de alimentos. Las zonas rurales y las fincas agrícolas se convirtieron en el objetivo principal de quienes buscaban frutas como plátanos, naranjas o papas. Los terrenos de grandes terratenientes eran especialmente vulnerables a estos pequeños hurtos.
En la mayoría de los casos, las personas salían de noche o al amanecer para evitar ser descubiertas. Los grupos solían estar formados por mujeres y jóvenes, que recogían frutas caídas al suelo o directamente del árbol.
Algunos pequeños agricultores eran más o menos tolerantes con estos hurtos menores, especialmente cuando afectaban a familias con niños pequeños. Sin embargo, los grandes terratenientes, que tenían más influencia política, solían denunciar este tipo de actos ante las autoridades.
El contrabando como complemento
Además de los hurtos en los campos, el contrabando jugó un papel clave en la economía de subsistencia de Canarias. Se establecieron redes de contrabando entre Canarias y África, así como con América Latina. Productos como azúcar, café, harina y arroz se traficaban de manera ilegal y a menudo eran distribuidos entre la población local a precios más asequibles que en el mercado negro oficial.
La pesca ilegal también era común, especialmente en las zonas costeras. Los pescadores se adentraban en aguas protegidas para capturar peces, que luego vendían o intercambiaban por otros alimentos básicos.
Abundantes testimonios recogidos en las islas ilustran cómo el hambre llevó a muchas familias a recurrir al hurto y al contrabando como única forma de supervivencia:
En Santa Cruz de Tenerife, un hombre que trabajaba como estibador en el puerto relató:
“Nos escondíamos para sacar sacos de harina y azúcar de los barcos. Sabíamos que nos jugábamos la cárcel, pero en casa no había nada para comer”.
En Gran Canaria, una madre narró cómo caminaba varios kilómetros desde el barrio de Vegueta hasta las fincas de Arucas para recoger plátanos caídos. Según su relato:
“Los dueños sabían que lo hacíamos, pero mientras no tocáramos mucho, no decían nada”.
En La Palma, los agricultores hablaban de grupos de jóvenes que entraban en los cultivos de papas durante la noche y se llevaban pequeñas cantidades. Un agricultor recordaba:
“Nunca cogían mucho, solo lo justo para comer. Se notaba que era por hambre”.
El impacto del hambre en la memoria colectiva
El hambre y los hurtos dejaron una marca profunda en la memoria de quienes vivieron esa época. John Janney, médico de la Fundación Rockefeller, visitó varias localidades españolas en 1940 y relató en un informe las escenas que presenció en Almería:
“Los niños revolvían los montones de basura buscando algo que comer. Algunos entraban en los bares y recogían las cáscaras de fruta del suelo. No pedían dinero ni hablaban. Parecían fantasmas, figuras silenciosas que simplemente sobrevivían”.
Otro testimonio estremecedor proviene de Níjar, donde una anciana recordó:
“Había días en los que no comíamos nada. Mirábamos al campo y veíamos comida en las tierras de los terratenientes, pero estaba prohibido tocarla. Algunos arriesgaban su vida por unas almendras o unos higos”.
Estas historias, aunque simples, revelan la dimensión humana del hambre y la resistencia. Los hurtos, lejos de ser actos egoístas, eran una forma de preservar la dignidad en un contexto de extrema necesidad.
Resistencia en la sombra
El hurto durante la primera década de la dictadura franquista no fue solo una respuesta al hambre, sino una forma de resistencia que, en cierta forma, desafiaba las estructuras de poder. Aunque el régimen intentó reprimir estas prácticas con mano dura, no pudo evitar que las clases populares encontraran maneras de sobrevivir y cuestionar la legitimidad de un sistema que las había abandonado.
Hoy, estas historias de madres, jóvenes y comunidades que enfrentaron la adversidad con ingenio y valentía son un recordatorio de la capacidad humana para resistir incluso en los contextos más hostiles. En una España marcada por el hambre, cada acto de hurto fue un acto de dignidad, una afirmación de que, incluso en la desesperación, los seres humanos no renuncian a luchar.
ALGUNAS DE LAS FUENTES CONSULTADAS:
"La postguerra en Canarias: hambre, represión y corrupción bajo la dictadura franquista"
La Voz de la República
"La economía de postguerra en Canarias, los años del hambre (1946)"
Cómplices con la Historia
"El mercado negro en Canarias durante el período del mando económico"
RIULL
"Economía e ideología de la clase dominante en Canarias (1940-1960)"
MDC ULPGC
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En la España de los años 40, la vida cotidiana se convirtió en una batalla permanente en contra del hambre. La política autárquica del régimen franquista, que cerró al país al comercio internacional y estableció un férreo control estatal, condenó a millones de españoles a una miseria insoportable. En este contexto, los hurtos, considerados por las autoridades como simples actos delictivos, se convirtieron en una práctica habitual para la subsistencia y una forma silenciosa de resistencia.
Desde las ciudades hasta los rincones más remotos del campo, el hurto emergió como el "arma de los débiles", una estrategia desesperada para enfrentar la represión económica y social del régimen. En este reportaje exploraremos cómo las clases populares, empujadas por la necesidad, encontraron en estos hurtos cotidianos una manera de desafiar las imposiciones de la dictadura. En él aportaremos testimonios y anécdotas reales que ilustran la dura naturaleza de una época para quienes la vivieron.
EL "INVICTO CAUDILLO" SE PASEA FLAMANTE Y BIEN ALIMENTADO ANTE LA ESPAÑA FAMÉLICA
Hambre y autarquía: el caldo de cultivo del hurto
Tras la Guerra Civil, el régimen de Franco apostó por la autarquía, un modelo económico que buscaba la autosuficiencia del país. Sin embargo, la política de aislamiento comercial y el control rígido de precios y distribución generaron una profunda crisis de subsistencia. Los alimentos básicos escaseaban, y los productos disponibles en el mercado negro tenían precios prohibitivos.
En regiones como Almería, Murcia o Jaén, las familias sobrevivían con apenas 1.700 calorías diarias, muy por debajo de los niveles mínimos necesarios para llevar una vida digna. Según un informe de 1.940, muchas familias dependían de cocer hierbas, raíces y cualquier material vegetal disponible para poder subsistir.
Un campesino de Albacete relató a un periodista extranjero en 1942:
“Vivimos como animales. Rebuscamos en el campo y en la basura. Mi mujer hierve cardos para hacer sopa. Es amarga, pero llena algo el estómago”.
Este testimonio refleja una realidad común en una España devastada por el hambre.
En las Islas Canarias, las cosas no transcurrieron mejor. Durante los años de la posguerra franquista, el contexto socioeconómico estuvo marcado por el hambre, la escasez de alimentos y la lucha desesperada por la supervivencia. En este marco, los hurtos en los campos y el contrabando de productos agrícolas se convirtieron también en estrategias comunes entre la población para paliar la precariedad.
El hurto como herramienta de supervivencia
Para muchas personas, el hurto fue más una necesidad que una elección. Impulsados por el "arma de los débiles", concepto desarrollado por el antropólogo James Scott, estos pequeños actos de desobediencia cotidiana se convirtieron en una forma de resistencia contra un sistema que no ofrecía alternativas.
En Carboneras (Almería), la historia de Ana, una viuda de 45 años con ocho hijos, ilustra vivamente esta realidad. En 1939, Ana fue sorprendida recogiendo almendras en un terreno ajeno. Interrogada por la Guardia Civil, les explicó que no tenía otra manera de alimentar a su familia.
“Mis hijos no tienen pan, ¿cómo no voy a hacerlo?”, dijo ante el juez. Aunque fue condenada, sus vecinos defendieron su acción y criticaron la dureza de las autoridades.
En otros casos, los hurtos eran organizados como estrategias familiares. En Níjar, en 1940, la Guardia Civil detuvo a un grupo de quince personas que robaban habas y naranjas. Entre los detenidos había madres, adolescentes y niños pequeños. Uno de los agentes que participó en la detención se vio obligado a comentar en su informe:
“No eran delincuentes habituales, solo gente desesperada”.
Reacción de las autoridades y tensiones sociales
La dictadura respondió con dureza a estos actos de subsistencia, utilizando a la Guardia Civil para patrullar las zonas rurales y perseguir a los responsables. Las personas sorprendidas robando frutas o productos agrícolas eran arrestadas y multadas. En algunos casos, los detenidos eran enviados a trabajos forzados o a prisión, especialmente si reincidían.
A pesar de la represión, las comunidades locales a menudo se solidarizaban con quienes eran detenidos por hurtos. En muchos casos, los vecinos organizaban colectas para pagar las multas impuestas a las familias más pobres o ayudaban a ocultar a los responsables de los robos.
Niños y jóvenes: la cara oculta del hambre
En un contexto donde la pobreza era generalizada, los niños y adolescentes también jugaron un papel importante en los hurtos. Muchas familias los enviaban a robar, conscientes de que, en caso de ser detenidos, las consecuencias serían menos severas para ellos.
En Almería, dos adolescentes de 15 años fueron sorprendidos robando 300 naranjas de un huerto. Según su testimonio, las frutas eran para su familia, que llevaba días sin comer. Aunque fueron arrestados, el dueño del huerto retiró la denuncia tras escuchar su historia. Este acto de solidaridad refleja cómo el hambre rompía las barreras sociales y fomentaba la empatía en algunas comunidades.
Sin embargo, no todos los niños tenían la misma suerte. En 1941, en Castellón, un grupo de cuatro niños fue detenido por hurtar pan de un almacén de Auxilio Social. Fueron enviados a un reformatorio, donde vivieron en condiciones aún más duras que en sus hogares. La implicación de menores en los hurtos era una muestra de cómo el hambre afectaba a toda la estructura familiar y social.
Instituciones como objetivo de los hurtos
Los hurtos no se limitaban a propiedades privadas. Muchas veces, las instituciones del régimen eran el blanco de estas acciones, especialmente aquellas que simbolizaban la corrupción o la incompetencia del Estado.
Un caso emblemático tuvo lugar en Valencia en 1943, cuando un grupo de estibadores robó varios sacos de grano destinados al Servicio Nacional del Trigo. Aunque las autoridades intentaron ocultar el incidente, la noticia se difundió rápidamente, alimentando el descontento social. Según testigos, los trabajadores justificaron su acción diciendo:
“Este grano nunca llegará a nuestras familias. Mejor lo tomamos nosotros antes de que lo vendan en el mercado negro”.
En Mallorca, las instalaciones de Auxilio Social eran frecuentemente asaltadas por grupos organizados que se llevaban alimentos almacenados para su distribución. Estos hurtos no solo reflejaban la desesperación de la población, sino también su desconfianza hacia las instituciones del régimen, que a menudo desviaban los recursos hacia fines privados.
CANARIAS: LA ESCASEZ Y EL HAMBRE ESTRUCTURAL
Los hurtos en los campos de Canarias no solo fueron una estrategia de supervivencia, sino también un acto de resistencia cotidiana frente a un sistema que condenaba a las clases populares a la miseria. Estas prácticas reflejan la capacidad de la población para adaptarse y resistir en medio de condiciones extremadamente adversas, dejando una huella profunda en la memoria colectiva de las islas.
Canarias vivió una situación particularmente difícil debido a su aislamiento geográfico, que multiplicaba los problemas derivados de la autarquía franquista. La dependencia de las importaciones marítimas para abastecer de alimentos básicos a las islas hacía que cualquier interrupción en el transporte se tradujera en un desabastecimiento automático.
El sistema de racionamiento establecido por el régimen apenas cubría las necesidades mínimas, dejando a gran parte de la población en una situación de hambre crónica. Aunque Canarias tenía cierta producción agrícola local (como plátanos, papas, y productos tropicales), esta era insuficiente para cubrir la demanda interna, especialmente en las ciudades. Además, la mayor parte de los productos agrícolas de calidad estaba destinado a la exportación, dejando a la población local con los excedentes o productos de menor valor.
Ante esta situación de precariedad, muchas personas de los núcleos urbanos de ciudades como Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife salían a los campos cercanos en busca de alimentos. Las zonas rurales y las fincas agrícolas se convirtieron en el objetivo principal de quienes buscaban frutas como plátanos, naranjas o papas. Los terrenos de grandes terratenientes eran especialmente vulnerables a estos pequeños hurtos.
En la mayoría de los casos, las personas salían de noche o al amanecer para evitar ser descubiertas. Los grupos solían estar formados por mujeres y jóvenes, que recogían frutas caídas al suelo o directamente del árbol.
Algunos pequeños agricultores eran más o menos tolerantes con estos hurtos menores, especialmente cuando afectaban a familias con niños pequeños. Sin embargo, los grandes terratenientes, que tenían más influencia política, solían denunciar este tipo de actos ante las autoridades.
El contrabando como complemento
Además de los hurtos en los campos, el contrabando jugó un papel clave en la economía de subsistencia de Canarias. Se establecieron redes de contrabando entre Canarias y África, así como con América Latina. Productos como azúcar, café, harina y arroz se traficaban de manera ilegal y a menudo eran distribuidos entre la población local a precios más asequibles que en el mercado negro oficial.
La pesca ilegal también era común, especialmente en las zonas costeras. Los pescadores se adentraban en aguas protegidas para capturar peces, que luego vendían o intercambiaban por otros alimentos básicos.
Abundantes testimonios recogidos en las islas ilustran cómo el hambre llevó a muchas familias a recurrir al hurto y al contrabando como única forma de supervivencia:
En Santa Cruz de Tenerife, un hombre que trabajaba como estibador en el puerto relató:
“Nos escondíamos para sacar sacos de harina y azúcar de los barcos. Sabíamos que nos jugábamos la cárcel, pero en casa no había nada para comer”.
En Gran Canaria, una madre narró cómo caminaba varios kilómetros desde el barrio de Vegueta hasta las fincas de Arucas para recoger plátanos caídos. Según su relato:
“Los dueños sabían que lo hacíamos, pero mientras no tocáramos mucho, no decían nada”.
En La Palma, los agricultores hablaban de grupos de jóvenes que entraban en los cultivos de papas durante la noche y se llevaban pequeñas cantidades. Un agricultor recordaba:
“Nunca cogían mucho, solo lo justo para comer. Se notaba que era por hambre”.
El impacto del hambre en la memoria colectiva
El hambre y los hurtos dejaron una marca profunda en la memoria de quienes vivieron esa época. John Janney, médico de la Fundación Rockefeller, visitó varias localidades españolas en 1940 y relató en un informe las escenas que presenció en Almería:
“Los niños revolvían los montones de basura buscando algo que comer. Algunos entraban en los bares y recogían las cáscaras de fruta del suelo. No pedían dinero ni hablaban. Parecían fantasmas, figuras silenciosas que simplemente sobrevivían”.
Otro testimonio estremecedor proviene de Níjar, donde una anciana recordó:
“Había días en los que no comíamos nada. Mirábamos al campo y veíamos comida en las tierras de los terratenientes, pero estaba prohibido tocarla. Algunos arriesgaban su vida por unas almendras o unos higos”.
Estas historias, aunque simples, revelan la dimensión humana del hambre y la resistencia. Los hurtos, lejos de ser actos egoístas, eran una forma de preservar la dignidad en un contexto de extrema necesidad.
Resistencia en la sombra
El hurto durante la primera década de la dictadura franquista no fue solo una respuesta al hambre, sino una forma de resistencia que, en cierta forma, desafiaba las estructuras de poder. Aunque el régimen intentó reprimir estas prácticas con mano dura, no pudo evitar que las clases populares encontraran maneras de sobrevivir y cuestionar la legitimidad de un sistema que las había abandonado.
Hoy, estas historias de madres, jóvenes y comunidades que enfrentaron la adversidad con ingenio y valentía son un recordatorio de la capacidad humana para resistir incluso en los contextos más hostiles. En una España marcada por el hambre, cada acto de hurto fue un acto de dignidad, una afirmación de que, incluso en la desesperación, los seres humanos no renuncian a luchar.
ALGUNAS DE LAS FUENTES CONSULTADAS:
"La postguerra en Canarias: hambre, represión y corrupción bajo la dictadura franquista"
La Voz de la República
"La economía de postguerra en Canarias, los años del hambre (1946)"
Cómplices con la Historia
"El mercado negro en Canarias durante el período del mando económico"
RIULL
"Economía e ideología de la clase dominante en Canarias (1940-1960)"
MDC ULPGC
Chorche | Sábado, 25 de Enero de 2025 a las 22:28:06 horas
Creo que EEUU de América estaba muy complacido de que hubiera ganado el fascismo en España; pero claro apoyar abiertamente al dictador desde un principio quedaba algo feo, había que disimular un tiempo.
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