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LA ECOLOGÍA DE MARX: MATERIALISMO Y NATURALEZA

Reseña de la obra de John Bellamy Foster

Carlos Javier Blanco Martín, profesor de filosofía, reseña el libro de John Bellamy Foster "La Ecología de Marx. Materialismo y Naturaleza". La pregunta que podríamos hacernos, con este libro que traemos entre manos, es: ¿fue Marx ecologista? (...).

 

Por CARLOS JAVIER BLANCO MARTÍN (*) PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

 

   Apenas tendría sentido presentar aquí un libro que se limitara a hacer una exégesis de cuanto hubiera escrito Marx (o sus colaboradores y seguidores) acerca de un tema concreto, en este caso la Ecología. Obras de ese tipo se han escrito por millares, muchas veces con gran abundancia de citas comentadas, lo que suele camuflar la inexistencia de una línea interpretativa propia. El filósofo y revolucionario de Trèveris posee una obra tan amplia y polifacética que casi de todo se puede obtener a base de saquear sus textos, bien publicados oficialmente como libros y artículos, ya en vida o póstumamente, o en forma de manuscritos y anotaciones, páginas todas éstas que suman millares.

 

 

    La pregunta que hoy podríamos hacernos, con el libro que traemos entre manos, es: ¿fue Marx ecologista? Es evidente que algún lector podrá recelar ante este planteamiento. Suena un poco a oportunismo político. Como se sabe, el ecologismo reivindicativo es hoy uno de los puntales de la izquierda política. ¿Qué mejor cosa que expurgar el corpus marxiano para practicar maridajes ideológicos convenientes, y adaptar el socialismo a las corrientes y movimientos sociales de moda? La lectura del texto de J. Bellamy Foster despeja estos recelos. No se trata de una hermenéutica oportunista de Marx. Va mucho más allá del saqueo de citas a la caza de un “Marx ecologista” avant la lettre. La finalidad de la obra creemos que es bien otra. Se trata, nada menos, que medirle la estatura científica a Marx, de la manera en que hay que tomársela siempre a todo hombre de pensamiento, esto es, al nivel de las ciencias en su época, las ciencias naturales de la segunda mitad del siglo XIX.

 

 

   John Bellamy Foster, el autor de La Ecología de Marx. Materialismo y Naturaleza, es profesor de Sociología en la Universidad de Oregon. Su contribución al conocimiento de Marx está alejada del engorro logicista del “marxismo analítico” anglosajón, tanto como del escolasticismo y positivismo soviéticos. También se aleja bastante del Marx “humanista” que, en Europa occidental sobre todo, en la estela de Korsch, Lukács, Gramsci y la Escuela de Frankfurt, ha gozado de tanto predicamento. Este nos parece un texto completamente independiente de todas esas manidas versiones interpretativas del marxismo. Se trata de un Marx “materialista”, y de la presentación de un corpus valioso esencialmente en cuanto que corpus científico. Dicho lo cual hemos de añadir de inmediato que aquí se nos muestra un Marx científico, ciertamente, pero no positivista, ni mecanicista. En tal sentido el autor toma muy en serio el contenido del discurso funerario de su íntimo amigo y colaborador, Friedrich Engels, ante su tumba: Marx fue el Darwin de las ciencias sociales, de la historia.

 

 

    ¿Constituye esta frase una mera analogía, positivista para más señas? Si se tratara de una simple analogía superficial, ambos hombres, contemporáneos, habrían descubierto unas “leyes” de evolución o desenvolvimiento de sistemas parejos, las especies vivas por un lado (el lado de la ciencia natural o Biología, correspondiente a Charles Darwin) y los sistemas sociales a lo largo de la Historia humana por el otro (mérito que le correspondería a Karl Marx). Unas leyes endógenas o inmanentes, que en la interpretación positivista y mecanicista serían en realidad la negación misma de toda acción subjetiva, de toda participación de los sujetos que “evolucionan” en ambos sistemas.

 

 

    La obra de J. Bellamy Foster es útil para remover la interpretación legaliforme –positivista- de las dos ciencias “evolutivas” creadas casi en la misma época por dos gigantes de la ciencia, Darwin y Marx. Para empezar, las interconexiones entre ambos autores, documentadas por los historiadores y biógrafos, son mucho mayores de lo que comúnmente se ha admitido. Por otro lado, la atención que Marx y Engels prestaron a la biología, a la psicobiología y antropología de índole evolucionista fueron considerables, y está muy documentada en las notas y cuadernos de estudio de estos dos autores.

 

 

    ¿Hay en Marx (y en Engels) una Teoría del Sujeto? La misma forma de la pregunta obliga a emprender una exégesis de la obra de los propios fundadores del marxismo con el fin de deslindar los dos grandes bloques interpretativos en que, de forma un tanto simplificada, creemos que se resuelve esta tradición de pensamiento y praxis desde finales del siglo XIX hasta hoy. A) El bloque interpretativo “soviético”, hoy ya fenecido, como el propio sistema político que le dio lugar, y B) el bloque interpretativo “humanista occidental”, surgido en gran medida como reacción al primero. Muchas otras tendencias se dieron, y se dan, pero subrayamos sólo estas dos que son las que más conciernen al punto en que nos centramos en esta reseña.

 

 

    El punto consistente en decidir si en Marx se puede asumir seriamente la existencia de una sólida “Dialéctica de la Naturaleza” en la cual tendría que injertarse y basarse una “Dialéctica de la Historia”. Preguntamos por una Dialéctica de la Naturaleza forzosamente integradora del Sujeto, como sujeto de relación (de oposición, como término dominado y dominador, etc.) con las fuerzas naturales de las cuales él mismo forma parte. Con respecto a la Dialéctica de la Historia, los marxistas del bloque B, occidental y “humanista” (Lukàcs, Gramsci, los frankfurtianos), siempre habían enfatizado la declaración marxiana de que “son los hombres los que hacen su propia historia”. Por el contrario, el HISMAT (Materialismo Histórico) de corte soviético, muy determinista y positivista, negó en una línea opuesta todo papel del Sujeto en la Historia, y subrayó la continuación de la célebre frase marxiana: “pero sometidos a determinadas condiciones...”. Condiciones de índole material, productiva, etc.

 

 

    Los “humanistas”, además, tendieron a despreciar el Naturalismo de Marx, propendiendo a ver en el filósofo, más bien, un “historicismo”. Los soviéticos, por su parte, digirieron mucho más el naturalismo pero desde un punto de vista no dialéctico, mecanicista en suma, y vieron en las obras de Engels dedicadas a las ciencias naturales (Anti-Dúhring, Dialéctica de la Naturaleza, El Papel del Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre) un desarrollo valioso del materialismo dialéctico como trasfondo y complemento del Materialismo Histórico, pero un desarrollo marcadamente anti-subjetivista y determinista según unas presuntas Leyes de la Dialéctica entendidas de forma férreamente reduccionista y mecánica, lo que contradice precisamente el sentido mismo de la “dialéctica”. Sentido que, desde Hegel, supone transcender el análisis, la parte, y abarcar el Todo (en este caso la Naturaleza y la Historia) como un entramado complejo de relaciones.

 

 

    Por lo demás, en Occidente se puso de moda la creencia de que Engels, como filósofo natural, era poco más que una especie de “aficionado” y “divulgador”, tanto de las ideas de Marx como de otros logros científico-naturales de su época, que él creyó aliados y gemelos del Materialismo Dialéctico, supuesto “engendro” del que habría que exculpar a un Marx economista y fundador de la historia, pero en modo alguno filósofo de la naturaleza. El libro que reseñamos desmiente esa moda. La contribución de J. Bellamy Foster no se ubica en ninguno de esos dos bloques interpretativos, marxismo positivista o marxismo humanista, ambos negadores de una verdadera teoría materialista del Sujeto. El autor, ligado a la prestigiosa revista Monthly Review y dentro de la corriente renovadora del marxismo en el ámbito anglosajón (iniciada por Sweezy y Baran), comparte el interés de éste por las ciencias naturales (evolución, ecología, etc.) junto con la defensa enérgica de la existencia en Marx de un Naturalismo Dialéctico que no casa nada con la anulación del Sujeto en nombre de unas presuntas Leyes de la Naturaleza. Tampoco este texto, enmarcado en la tradición anti-determinista que arranca de Epicuro-Lucrecio y llega hasta Marx, se aviene con el voluntarismo del marxismo “humanista”, o con exaltación alguna del sujeto libre, esto es, del idealismo hegeliano agazapado bajo el rótulo de su propia negación materialista.

 

 

     La Ecología de Marx destaca la estrecha relación con el evolucionismo biológico de Darwin, presentado como un enfoque materialista en toda regla, aunque desde un punto de vista emic el naturalista inglés repudiara esa “militancia”, así como embarazosas afinidades con el socialismo, el ateísmo y demás ideas que le pudieran vincular a Marx. Darwin, muy a diferencia de A. Russell Wallace (el otro co-descubridor del principio de evolución por selección natural) no recayó en el mentalismo evolucionista (hoy en boga de mano de la llamada Psicología Evolucionista y otras tendencias que quieren sumar el mentalismo y computacionalismo cognitivo al neodarwinismo más mecanicista), con el cual habría de progresar la naturaleza teleológicamente desde los animales hacia el mundo del Espíritu, es decir, el hombre. Darwin, con su materialismo ejercido, por más que no fuera este credo explícitamente aireado por él mismo, fue una figura señera para desbancar el antropocentrismo. El papel activo del Sujeto, que paradójicamente fue desarrollado más bien por los filósofos idealistas (Fichte, Hegel), lo incorporan definitivamente Darwin y Marx, cada uno en sus respectivos ámbitos de investigación. El ensayo de Engels El Papel del Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre revela perfectamente la idea compartida con Marx sobre el “lado activo del Sujeto”, Sujeto, por lo demás no exclusivamente humano (ver p. 355 y nota 21 de esa misma página). Atribuir emociones y razonamientos a los animales, y establecer comparaciones cognitivas entre humanos y no humanos, como hizo Engels en una línea muy darwiniana (como también se hizo en la obra, muy materialista, de Darwin La Expresión de las Emociones en los Animales y el Hombre) no era por entonces una perspectiva que recabara abundantes simpatías entre el público.

 

 

     Es precisamente en este marco, el de una Psicobiología materialista, a su vez un desarrollo genuino del materialismo filosófico que arranca con Epicuro, donde cabe inscribir la “Ecología” de Marx. Esta Ecología -en el libro que comentamos- no es una especialidad más dentro de las ciencias naturales, sino la ciencia materialista del medio ambiente, que de forma ineludible ha de ser también una ciencia evolutiva, un enfoque genético. Este enfoque J. Bellamy Foster lo denomina, de una forma bastante apropiada, “ciencia del surgimiento”. Efectivamente, surgimiento ontológico y epistemológico de estructuras novedosas que se deben integrar en las capas previas, reobrando sobre ellas. La acción (histórica, productiva, cognitiva) de los sujetos, animales y humanos, se reintegra en el medio, de él nace y sobre él ejerce sus transformaciones, algunas de ellas fatales e irreversibles, como revela crecientemente el saber ecológico.

 

 

(*) Carlos Javier Blanco Martín. Profesor de Filosofía. Instituto Juan d’Opazo, Ciudad Real".

 
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