
ALEMANIA EN CRISIS: "LA CULPA ES DE LOS TRABAJADORES, QUE TRABAJAN POCO", ASEGURAN LOS PATRONES ALEMANES
Festivos recortados, más horas de trabajo y menos derechos: el nuevo rumbo alemán
La economía alemana se tambalea y las élites han encontrado un culpable: la clase trabajadora. En medio del estancamiento, surgen propuestas que buscan recortar festivos, aumentar la jornada laboral y endurecer las condiciones de empleo. ¿Se está preparando una nueva ofensiva contra los derechos de quienes viven de su trabajo?
POR HANSI QUEDNAU, DESDE ALEMANIA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante décadas, Alemania fue el símbolo del éxito
económico europeo. Un país que presumía de productividad, balanza comercial positiva y una industria exportadora imbatible.
Pero ese modelo ha empezado a resquebrajarse. En medio del desorden económico que sacude al continente, las élites alemanas buscan desesperadamente una explicación que les exonere de toda culpa. Y parece que la han encontrado: “se trabaja muy poco”, aseguran.
Esta frase, repetida con creciente insistencia por empresarios, tecnócratas y políticos, revela una estrategia clara: trasladar el coste de la crisis a las espaldas de quienes menos responsabilidad tienen en ella.
“El discurso de que "se trabaja poco" es el preámbulo de un ajuste silencioso”
LA CULPA ES DE LOS QUE NO TRABAJAN MÁS
Según los últimos reportes, el PIB per cápita alemán ha retrocedido a niveles de 2016, y la economía nacional arrastra un estancamiento que ya no puede disimularse. ¿La respuesta del capital? Reprochar a la clase trabajadora su “falta de esfuerzo”. Se plantean ideas como eliminar días festivos o incluso aumentar la jornada laboral para “estimular” la economía.
El razonamiento es tan viejo como injusto: si la máquina no rinde, debe ser porque los operarios no se esfuerzan lo suficiente. En vez de analizar las fallas estructurales del modelo productivo, o los efectos del desmantelamiento industrial que ellos mismos promovieron, las élites buscan un chivo expiatorio cómodo: los asalariados.
“La clase trabajadora alemana empieza a ser señalada como la culpable de un modelo económico que está colapsando por razones estructurales”
Este discurso no nace del vacío. Responde a una lógica de poder. Desde la perspectiva dominante, si las cosas van mal, no es por la deslocalización industrial ni por la pérdida de competitividad tecnológica frente a potencias como China o Estados Unidos. Tampoco por el colapso del motor energético tras el corte del gas ruso. La culpa, insisten, está en casa: se trabaja poco, se descansa mucho, y hay demasiadas bajas laborales.
UN MODELO EN DECLIVE QUE SE DESQUITA CON SU CLASE TRABAJADORA
La realidad, sin embargo, es bastante distinta. Lo que está en crisis no es el “carácter laborioso” del trabajador alemán, sino el modelo económico que sustentaba la prosperidad del país. Alemania se sostenía sobre una industria exportadora muy dependiente de energía barata - en gran parte rusa-, y de mercados globales relativamente estables. Ese andamiaje ha colapsado. La industria automotriz —uno de sus pilares— se ve desbordada por los cambios en la movilidad eléctrica y la irrupción de competidores asiáticos más baratos y más innovadores.
“Cuando las ganancias caen, la receta no es innovación, sino explotación”
Mientras tanto, el tejido empresarial local se asfixia entre una maraña de regulaciones, una burocracia que representa un lastre del 4% del PIB, y una falta alarmante de mano de obra cualificada. Pero en lugar de encarar esa transformación de fondo, los líderes económicos buscan una solución más sencilla y políticamente rentable: ajustar aún más el cinturón a quienes viven de su trabajo.
UNA "DIETA LABORAL" QUE YA SE ESTÁ COCINANDO
Los síntomas de este giro ya están sobre la mesa. No se trata solo de discursos: en el parlamento y en los medios se plantean medidas concretas que indican hacia dónde va el ajuste. Entre ellas, propuestas como suprimir festivos nacionales, endurecer las condiciones para recibir subsidios por enfermedad o incluso aumentar la edad de jubilación. Este tipo de recetas no son nuevas: forman parte del recetario clásico del capital cuando siente que sus márgenes están en peligro.
Lo que se gesta, por tanto, es una “dieta laboral dura” que se disfraza de racionalidad económica pero que responde a una lógica puramente ideológica: preservar los beneficios de una minoría privilegiada, mientras se sacrifica el bienestar de la mayoría.
UN PATRÓN HISTÓRICO QUE SE REPITE
No estamos, pues, ante un fenómeno nuevo. A lo largo de la historia, cada vez que el sistema ha entrado en crisis, las élites económicas han respondido de la misma forma: trasladando el peso del ajuste a la clase trabajadora.
Lo vimos tras la crisis de 2008, cuando millones de personas perdieron sus empleos y sus viviendas, mientras los bancos eran rescatados con dinero público. Y lo vemos ahora en Alemania, donde se prepara una ofensiva silenciosa —pero eficaz— contra los derechos laborales, con el mismo objetivo de siempre: restaurar las tasas de ganancia.
Desde una perspectiva estructural, el movimiento es claro: cuando las relaciones sociales que sostienen la economía ya no garantizan una reproducción del capital suficientemente rentable, se intensifica la presión sobre la fuerza de trabajo. La burguesía no “trabaja más”, no “produce más valor”: lo que hace es presionar para que otros trabajen más por menos.
Así funciona la lógica del capital.
LA IDEOLOGÍA COMO HERRAMIENTA DE DOMINACIÓN
Y aquí entra en juego un mecanismo que se repite sistemáticamente: la construcción de un relato. No basta con aplicar recortes. Es necesario justificarlos, legitimarlos. Para eso se recurre a una narrativa que culpabiliza al trabajador: no solo se le paga poco, también se le reprocha “no estar a la altura”. El asalariado, según esta lógica, no solo es improductivo: además es ingrato, se queja demasiado, descansa en exceso y no está comprometido con el bienestar nacional.
Este tipo de discursos cumplen una función ideológica muy precisa: fracturar la solidaridad entre los de abajo y neutralizar el descontento. Se siembra la idea de que los problemas económicos no son culpa del sistema, sino de individuos perezosos, y con ello se allana el camino para aplicar medidas cada vez más duras sin enfrentar resistencia masiva.
CUANDO LA ECONOMÍA TIEMBLA, LA CLASE OBRERA PAGA LOS PLATOS ROTOS
Alemania atraviesa una crisis profunda, y el diagnóstico que hacen sus élites está lejos de ser neutro. Elegir como culpable al trabajador no es un error de interpretación: es una estrategia consciente para justificar un ajuste laboral en toda regla. Lo que se prepara es una nueva etapa de disciplinamiento social, donde el bienestar del asalariado se verá reducido al mínimo compatible con la continuidad de la acumulación capitalista.
Entender esta dinámica no es un ejercicio académico. Es una necesidad política. Porque solo comprendiendo los mecanismos ideológicos y económicos que articulan este tipo de ofensivas, se puede empezar a construir una respuesta a la altura de la misma.
Lo que está en juego no es solo el tiempo de trabajo o el número de festivos. Es la dignidad de quienes producen la riqueza de ese país. Y eso, en cualquier parte del mundo, debería ser motivo suficiente para encender todas las alarmas.
POR HANSI QUEDNAU, DESDE ALEMANIA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante décadas, Alemania fue el símbolo del éxito económico europeo. Un país que presumía de productividad, balanza comercial positiva y una industria exportadora imbatible.
Pero ese modelo ha empezado a resquebrajarse. En medio del desorden económico que sacude al continente, las élites alemanas buscan desesperadamente una explicación que les exonere de toda culpa. Y parece que la han encontrado: “se trabaja muy poco”, aseguran.
Esta frase, repetida con creciente insistencia por empresarios, tecnócratas y políticos, revela una estrategia clara: trasladar el coste de la crisis a las espaldas de quienes menos responsabilidad tienen en ella.
“El discurso de que "se trabaja poco" es el preámbulo de un ajuste silencioso”
LA CULPA ES DE LOS QUE NO TRABAJAN MÁS
Según los últimos reportes, el PIB per cápita alemán ha retrocedido a niveles de 2016, y la economía nacional arrastra un estancamiento que ya no puede disimularse. ¿La respuesta del capital? Reprochar a la clase trabajadora su “falta de esfuerzo”. Se plantean ideas como eliminar días festivos o incluso aumentar la jornada laboral para “estimular” la economía.
El razonamiento es tan viejo como injusto: si la máquina no rinde, debe ser porque los operarios no se esfuerzan lo suficiente. En vez de analizar las fallas estructurales del modelo productivo, o los efectos del desmantelamiento industrial que ellos mismos promovieron, las élites buscan un chivo expiatorio cómodo: los asalariados.
“La clase trabajadora alemana empieza a ser señalada como la culpable de un modelo económico que está colapsando por razones estructurales”
Este discurso no nace del vacío. Responde a una lógica de poder. Desde la perspectiva dominante, si las cosas van mal, no es por la deslocalización industrial ni por la pérdida de competitividad tecnológica frente a potencias como China o Estados Unidos. Tampoco por el colapso del motor energético tras el corte del gas ruso. La culpa, insisten, está en casa: se trabaja poco, se descansa mucho, y hay demasiadas bajas laborales.
UN MODELO EN DECLIVE QUE SE DESQUITA CON SU CLASE TRABAJADORA
La realidad, sin embargo, es bastante distinta. Lo que está en crisis no es el “carácter laborioso” del trabajador alemán, sino el modelo económico que sustentaba la prosperidad del país. Alemania se sostenía sobre una industria exportadora muy dependiente de energía barata - en gran parte rusa-, y de mercados globales relativamente estables. Ese andamiaje ha colapsado. La industria automotriz —uno de sus pilares— se ve desbordada por los cambios en la movilidad eléctrica y la irrupción de competidores asiáticos más baratos y más innovadores.
“Cuando las ganancias caen, la receta no es innovación, sino explotación”
Mientras tanto, el tejido empresarial local se asfixia entre una maraña de regulaciones, una burocracia que representa un lastre del 4% del PIB, y una falta alarmante de mano de obra cualificada. Pero en lugar de encarar esa transformación de fondo, los líderes económicos buscan una solución más sencilla y políticamente rentable: ajustar aún más el cinturón a quienes viven de su trabajo.
UNA "DIETA LABORAL" QUE YA SE ESTÁ COCINANDO
Los síntomas de este giro ya están sobre la mesa. No se trata solo de discursos: en el parlamento y en los medios se plantean medidas concretas que indican hacia dónde va el ajuste. Entre ellas, propuestas como suprimir festivos nacionales, endurecer las condiciones para recibir subsidios por enfermedad o incluso aumentar la edad de jubilación. Este tipo de recetas no son nuevas: forman parte del recetario clásico del capital cuando siente que sus márgenes están en peligro.
Lo que se gesta, por tanto, es una “dieta laboral dura” que se disfraza de racionalidad económica pero que responde a una lógica puramente ideológica: preservar los beneficios de una minoría privilegiada, mientras se sacrifica el bienestar de la mayoría.
UN PATRÓN HISTÓRICO QUE SE REPITE
No estamos, pues, ante un fenómeno nuevo. A lo largo de la historia, cada vez que el sistema ha entrado en crisis, las élites económicas han respondido de la misma forma: trasladando el peso del ajuste a la clase trabajadora.
Lo vimos tras la crisis de 2008, cuando millones de personas perdieron sus empleos y sus viviendas, mientras los bancos eran rescatados con dinero público. Y lo vemos ahora en Alemania, donde se prepara una ofensiva silenciosa —pero eficaz— contra los derechos laborales, con el mismo objetivo de siempre: restaurar las tasas de ganancia.
Desde una perspectiva estructural, el movimiento es claro: cuando las relaciones sociales que sostienen la economía ya no garantizan una reproducción del capital suficientemente rentable, se intensifica la presión sobre la fuerza de trabajo. La burguesía no “trabaja más”, no “produce más valor”: lo que hace es presionar para que otros trabajen más por menos.
Así funciona la lógica del capital.
LA IDEOLOGÍA COMO HERRAMIENTA DE DOMINACIÓN
Y aquí entra en juego un mecanismo que se repite sistemáticamente: la construcción de un relato. No basta con aplicar recortes. Es necesario justificarlos, legitimarlos. Para eso se recurre a una narrativa que culpabiliza al trabajador: no solo se le paga poco, también se le reprocha “no estar a la altura”. El asalariado, según esta lógica, no solo es improductivo: además es ingrato, se queja demasiado, descansa en exceso y no está comprometido con el bienestar nacional.
Este tipo de discursos cumplen una función ideológica muy precisa: fracturar la solidaridad entre los de abajo y neutralizar el descontento. Se siembra la idea de que los problemas económicos no son culpa del sistema, sino de individuos perezosos, y con ello se allana el camino para aplicar medidas cada vez más duras sin enfrentar resistencia masiva.
CUANDO LA ECONOMÍA TIEMBLA, LA CLASE OBRERA PAGA LOS PLATOS ROTOS
Alemania atraviesa una crisis profunda, y el diagnóstico que hacen sus élites está lejos de ser neutro. Elegir como culpable al trabajador no es un error de interpretación: es una estrategia consciente para justificar un ajuste laboral en toda regla. Lo que se prepara es una nueva etapa de disciplinamiento social, donde el bienestar del asalariado se verá reducido al mínimo compatible con la continuidad de la acumulación capitalista.
Entender esta dinámica no es un ejercicio académico. Es una necesidad política. Porque solo comprendiendo los mecanismos ideológicos y económicos que articulan este tipo de ofensivas, se puede empezar a construir una respuesta a la altura de la misma.
Lo que está en juego no es solo el tiempo de trabajo o el número de festivos. Es la dignidad de quienes producen la riqueza de ese país. Y eso, en cualquier parte del mundo, debería ser motivo suficiente para encender todas las alarmas.
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