RELATOS DE LA CLANDESTINIDAD: "EL INTERROGATORIO"
Los "hábiles" interrogatorios" del inspector Ocaña.
A Carlos lo ubicaron en un pequeño despacho de la Comisaría central de la BPS, en una esquina de la Plaza de la Feria, bajo la escrutadora mirada del inspector Ángel Ocaña. Enfrentado a un interrogatorio policial, Carlos, había estado preparándose psicológicamente para estar en condiciones de resistir las técnicas intimidatorias del furibundo anticomunista inspector Ocaña. En aquel marco, la tensión crecía por momentos. Mientras el inspector Ocaña presiona a Carlos por su supuesta participación en actividades antifranquistas desde el extranjero, Carlos lograba mantener aparentemente la calma y se prepara para enfrentar lo que estaba por venir. ¿Podrá Carlos salir indemne del peligroso reto al que las circunstancias le han obligado a enfrentarse?
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL
A Carlos lo habían sentado en una pequeña habitación de la Comisaría central de la BPS, ubicada en el mismo edificio donde se encontraba también la máxima representación del Gobierno del Estado en la Isla.
Rodeado de un ambiente gris y opresivo, custodiado por paredes tapizadas por voluminosas carpetas de archivos repletos de legajos amarillentos, se encontraba bajo la mirada entre despectiva y escrutadora del policía Ángel Ocaña. Las gafas de pasta negra que el inspector Ocaña tenía colocadas sobre sus poderosas narices hacían resaltar llamativamente la mirada inquietante de aquel miembro de la Brigada Político-Social, otorgándole aún más fuerza a su furibunda expresión.
Para Carlos, el inspector de la BPS, Ángel Ocaña, no era un personaje desconocido. Tenía, de antiguo, abundantes noticias sobre él y sobre sus andanzas. Incluso había tenido la oportunidad de observarlo atentamente en diferentes ocasiones, junto a las cuadrillas de la brigada política en el curso de manifestaciones y conflictos laborales, husmeando siempre a cierta distancia a sus posibles víctimas. En cuanto el núcleo de la protesta se fragmentaba, o entraba en fase de disolución, los bps caían como si de hienas se tratara, sobre las víctimas más desperdigadas, que solían coincidir con aquellos que la jauría consideraba inspiradores del contubernio, o sobre simples despistados, desconocedores de los procedimientos habituales de aquella suerte de fieles custodios de la dictadura. En ese tipo de asaltos, Ocaña siempre actuaba como jefe de la manada de depredadores, dando órdenes y señalando a qué víctimas había que capturar.
En realidad, Ocaña no era un profesional. Era, simplemente, un visceral anticomunista, alguien que no dudaba en utilizar cualquier tipo de procedimiento a su alcance para perseguir a quienes se oponían al Régimen político en el que él creía y que defendía.
En los medios antifranquistas se decía de él que era el único "intelectual" entre todos los bps. Y algo podía haber de cierto en esa creencia, pues de vez en cuando, en el único periódico matutino de la provincia, "Falange", solían aparecer artículos doctrinales rubricados por un tal "A. Ocaña". Con razón o sin ella, por el contenido ideológico de los mismos, los antifranquistas de entonces atribuían su autoría al inspector Ocaña.
El interrogatorio había comenzado con preguntas directas y acusaciones contundentes. Ocaña apuntaba con dedo acusador hacia Carlos, reprochándole su participación en el envío de propaganda antifranquista a España desde el exterior. A pesar de las amenazas y la agresividad, Carlos trataba de mantener una aparente calma, aunque, en realidad, en aquellos momentos podía sentir cómo le temblaban hasta los mismísimos tuétanos.
Se había estado preparando psicológicamente durante las horas que precedieron al interrogatorio. En el pasado le había dedicado algún tiempo a la lectura de algunos folletos editados por su organización, en los que se adiestraba a los militantes para que pudieran estar en condiciones psicológicas óptimas para afrontar exitosamente los interrogatorios policiales. Ayudado por el recuerdo de aquellas lecturas, era consciente de que resistir psicológicamente y conocer algunas de las tácticas de los interrogatorios policiales eran condiciones importantes para poder salir airoso de aquel tipo de retos.
El inspector Ocaña llegó a acercar tanto su cara a la de Carlos que el vaho caliente que exhalaba de su boca, mezclado con una fuerte halitosis, tropezaba desagradablemente contra su rostro. Con aquel indeseable acercamiento físico, Ocaña no tenía otro propósito que lograr intimidar los ánimos del detenido. No obstante, Carlos daba la sensación de seguir manteniéndose firme, aunque sin exhibir por ello pretensiones desafiantes.
![[Img #75191]](https://canarias-semanal.org/upload/images/05_2023/4625_dib-3.jpg)
Para ir logrando el acojonamiento de su presa, el polizonte comenzó a enumerarle una larga lista de nombres de otros militantes comunistas que ya habían pasado por sus manos y que, según se jactaba él, no habían logrado resistir la eficacia mágica de su "metodología profesional", a la hora de arrancarles las "confesiones" pertinentes. Pero Carlos jugaba con una cierta ventaja en relación con su interrogador. Conocía bien por los relatos directos e indirectos de los camaradas que le habían precedido en su paso por la comisaría de la Plaza de la Feria, cuáles eran las características de la "metodología operativa" utilizada por el inspector Ocaña.
- Pero vamos a ver, Roberto, quién coño puede ser este fulandango que aparece en la portada del periódico Morning Star, con un cartel en el que está escrito "¡Franco asesino!"
- Me parece, señor, que usted se está confundiendo de persona. Mi nombre no es Roberto. Yo me llamo Carlos.
- ¡Venga, venga yaaa, Roberto!. Mira. Te voy a adelantar algo para que te vayas dando cuenta de hasta qué punto has metido la pata. Sabemos que tu nombre clandestino es el de "Roberto". Y que para más coña marinera, no sólo eres conocido con ese "nombre de guerra" dentro de tu Partido, sino que también se te conoce por el mismo seudónimo en los círculos de todo el puto rojerío de esta ciudad de mierda...
- ¡Eso sí que es un fallo, Robertito… -prosiguió diciendo con tono irónico el polizonte, a la vez que se frotaba las manos con fruición - Un grave fallo de seguridad, camarada Roberto!. Sois todos unos inexpertos cachanchanes. Nos bastó con ir tirando por el hilito, para hacernos con todo el grueso del ovillo... ¡Y allí, en el mismo centro del ovillete, estabas tú!. ¡Menudo gilipollas estás hecho!. Tanto marxismo y tanta leche… para después terminar cometiendo estas chapucerías de auténtico novato.
- Mire, señor… Le insisto. Yo creo que se están equivocando de persona. Tengo la sensación de que me están confundiendo con otro - musitó Carlos con un tono que pretendía resultar persuasivo.
- Mi nombre es Carlos Murillo. Soy estudiante de tercero de Historia, y nunca he estado metido en ningún tipo de líos políticos… Es que, además, no me interesa la política lo más mínimo.
-Lo que tú tienes, cabrón, es una cara más dura que el cemento. - gritó fuera de sí el inspector Ocaña -. ¿Quién coño puede ser entonces este fulano que aparece aquí, en la misma portada del periódico comunista "Morning Star", llevando una pancarta que dice ¡Franco Assassin!?. ¿Un hermano gemelo tuyo, so cabrón? La puta de tu madre sólo te tuvo a ti y a tus dos hermanas, que son tan putas como la puta de tu madre... bramó histérico y deliberadamente provocativo el inspector Ocaña, que se abalanzó con fuerza contra Carlos restregándole la fotocopia de la portada del periódico londinense sobre toda la geografía sudorosa de su rostro.
Con aquellos violentísimos gestos de palabra y obra, Carlos pudo entender meridianamente que, a partir de aquel fatídico momento, había que dar por concluido el primer round del interrogatorio. A partir de ese instante se iban a acabar todas las florituras. Ahora ya sólo le cabía resistir, poder seguir resistiendo dentro de los marcos en aquel adverso cuadrilátero donde imprevistas circunstancias lo habían arrinconado.
![[Img #75192]](https://canarias-semanal.org/upload/images/05_2023/2217_dib-4jpg.jpg)
Sin saber muy bien por qué razón, hasta ese instante Carlos estaba convencido de que en aquel pequeño despacho sólo se encontraban el inspector Ocaña y él mismo. Posiblemente esa impresión fuera el resultado de la fuerte tensión a la que había estado sometido, que no le había permitido prestar atención a nada más. O, tal vez, a la misma necesidad psicológica de centrarse únicamente en el enemigo principal que tenía enfrente. Lo cierto es que no había logrado apercibirse de que a sus espaldas se encontraba un número de policías que nunca pudo llegar a cuantificar. En cualquier caso, la torrentera que siguió a la señal de ataque del inspector Ocaña, se encargó de desmentir de manera rotunda su equivocación.
Mientras Ocaña contemplaba la escena con un cierto regocijo displicente, una lluvia de puñetazos de los bps que tenía a sus espaldas, diluviaron en repentina cascada sobre la cabeza de un Carlos desconcertado, que por momentos no pudo explicarse desde dónde podrían estar partiendo tal cantidad de brutales puñetazos.
Y es que el interrogatorio a cargo del inspector Ángel Ocaña, el policía intelectual de la Brigada Político Social, no había hecho más que empezar.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL
A Carlos lo habían sentado en una pequeña habitación de la Comisaría central de la BPS, ubicada en el mismo edificio donde se encontraba también la máxima representación del Gobierno del Estado en la Isla.
Rodeado de un ambiente gris y opresivo, custodiado por paredes tapizadas por voluminosas carpetas de archivos repletos de legajos amarillentos, se encontraba bajo la mirada entre despectiva y escrutadora del policía Ángel Ocaña. Las gafas de pasta negra que el inspector Ocaña tenía colocadas sobre sus poderosas narices hacían resaltar llamativamente la mirada inquietante de aquel miembro de la Brigada Político-Social, otorgándole aún más fuerza a su furibunda expresión.
Para Carlos, el inspector de la BPS, Ángel Ocaña, no era un personaje desconocido. Tenía, de antiguo, abundantes noticias sobre él y sobre sus andanzas. Incluso había tenido la oportunidad de observarlo atentamente en diferentes ocasiones, junto a las cuadrillas de la brigada política en el curso de manifestaciones y conflictos laborales, husmeando siempre a cierta distancia a sus posibles víctimas. En cuanto el núcleo de la protesta se fragmentaba, o entraba en fase de disolución, los bps caían como si de hienas se tratara, sobre las víctimas más desperdigadas, que solían coincidir con aquellos que la jauría consideraba inspiradores del contubernio, o sobre simples despistados, desconocedores de los procedimientos habituales de aquella suerte de fieles custodios de la dictadura. En ese tipo de asaltos, Ocaña siempre actuaba como jefe de la manada de depredadores, dando órdenes y señalando a qué víctimas había que capturar.
En realidad, Ocaña no era un profesional. Era, simplemente, un visceral anticomunista, alguien que no dudaba en utilizar cualquier tipo de procedimiento a su alcance para perseguir a quienes se oponían al Régimen político en el que él creía y que defendía.
En los medios antifranquistas se decía de él que era el único "intelectual" entre todos los bps. Y algo podía haber de cierto en esa creencia, pues de vez en cuando, en el único periódico matutino de la provincia, "Falange", solían aparecer artículos doctrinales rubricados por un tal "A. Ocaña". Con razón o sin ella, por el contenido ideológico de los mismos, los antifranquistas de entonces atribuían su autoría al inspector Ocaña.
El interrogatorio había comenzado con preguntas directas y acusaciones contundentes. Ocaña apuntaba con dedo acusador hacia Carlos, reprochándole su participación en el envío de propaganda antifranquista a España desde el exterior. A pesar de las amenazas y la agresividad, Carlos trataba de mantener una aparente calma, aunque, en realidad, en aquellos momentos podía sentir cómo le temblaban hasta los mismísimos tuétanos.
Se había estado preparando psicológicamente durante las horas que precedieron al interrogatorio. En el pasado le había dedicado algún tiempo a la lectura de algunos folletos editados por su organización, en los que se adiestraba a los militantes para que pudieran estar en condiciones psicológicas óptimas para afrontar exitosamente los interrogatorios policiales. Ayudado por el recuerdo de aquellas lecturas, era consciente de que resistir psicológicamente y conocer algunas de las tácticas de los interrogatorios policiales eran condiciones importantes para poder salir airoso de aquel tipo de retos.
El inspector Ocaña llegó a acercar tanto su cara a la de Carlos que el vaho caliente que exhalaba de su boca, mezclado con una fuerte halitosis, tropezaba desagradablemente contra su rostro. Con aquel indeseable acercamiento físico, Ocaña no tenía otro propósito que lograr intimidar los ánimos del detenido. No obstante, Carlos daba la sensación de seguir manteniéndose firme, aunque sin exhibir por ello pretensiones desafiantes.
![[Img #75191]](https://canarias-semanal.org/upload/images/05_2023/4625_dib-3.jpg)
Para ir logrando el acojonamiento de su presa, el polizonte comenzó a enumerarle una larga lista de nombres de otros militantes comunistas que ya habían pasado por sus manos y que, según se jactaba él, no habían logrado resistir la eficacia mágica de su "metodología profesional", a la hora de arrancarles las "confesiones" pertinentes. Pero Carlos jugaba con una cierta ventaja en relación con su interrogador. Conocía bien por los relatos directos e indirectos de los camaradas que le habían precedido en su paso por la comisaría de la Plaza de la Feria, cuáles eran las características de la "metodología operativa" utilizada por el inspector Ocaña.
- Pero vamos a ver, Roberto, quién coño puede ser este fulandango que aparece en la portada del periódico Morning Star, con un cartel en el que está escrito "¡Franco asesino!"
- Me parece, señor, que usted se está confundiendo de persona. Mi nombre no es Roberto. Yo me llamo Carlos.
- ¡Venga, venga yaaa, Roberto!. Mira. Te voy a adelantar algo para que te vayas dando cuenta de hasta qué punto has metido la pata. Sabemos que tu nombre clandestino es el de "Roberto". Y que para más coña marinera, no sólo eres conocido con ese "nombre de guerra" dentro de tu Partido, sino que también se te conoce por el mismo seudónimo en los círculos de todo el puto rojerío de esta ciudad de mierda...
- ¡Eso sí que es un fallo, Robertito… -prosiguió diciendo con tono irónico el polizonte, a la vez que se frotaba las manos con fruición - Un grave fallo de seguridad, camarada Roberto!. Sois todos unos inexpertos cachanchanes. Nos bastó con ir tirando por el hilito, para hacernos con todo el grueso del ovillo... ¡Y allí, en el mismo centro del ovillete, estabas tú!. ¡Menudo gilipollas estás hecho!. Tanto marxismo y tanta leche… para después terminar cometiendo estas chapucerías de auténtico novato.
- Mire, señor… Le insisto. Yo creo que se están equivocando de persona. Tengo la sensación de que me están confundiendo con otro - musitó Carlos con un tono que pretendía resultar persuasivo.
- Mi nombre es Carlos Murillo. Soy estudiante de tercero de Historia, y nunca he estado metido en ningún tipo de líos políticos… Es que, además, no me interesa la política lo más mínimo.
-Lo que tú tienes, cabrón, es una cara más dura que el cemento. - gritó fuera de sí el inspector Ocaña -. ¿Quién coño puede ser entonces este fulano que aparece aquí, en la misma portada del periódico comunista "Morning Star", llevando una pancarta que dice ¡Franco Assassin!?. ¿Un hermano gemelo tuyo, so cabrón? La puta de tu madre sólo te tuvo a ti y a tus dos hermanas, que son tan putas como la puta de tu madre... bramó histérico y deliberadamente provocativo el inspector Ocaña, que se abalanzó con fuerza contra Carlos restregándole la fotocopia de la portada del periódico londinense sobre toda la geografía sudorosa de su rostro.
Con aquellos violentísimos gestos de palabra y obra, Carlos pudo entender meridianamente que, a partir de aquel fatídico momento, había que dar por concluido el primer round del interrogatorio. A partir de ese instante se iban a acabar todas las florituras. Ahora ya sólo le cabía resistir, poder seguir resistiendo dentro de los marcos en aquel adverso cuadrilátero donde imprevistas circunstancias lo habían arrinconado.
![[Img #75192]](https://canarias-semanal.org/upload/images/05_2023/2217_dib-4jpg.jpg)
Sin saber muy bien por qué razón, hasta ese instante Carlos estaba convencido de que en aquel pequeño despacho sólo se encontraban el inspector Ocaña y él mismo. Posiblemente esa impresión fuera el resultado de la fuerte tensión a la que había estado sometido, que no le había permitido prestar atención a nada más. O, tal vez, a la misma necesidad psicológica de centrarse únicamente en el enemigo principal que tenía enfrente. Lo cierto es que no había logrado apercibirse de que a sus espaldas se encontraba un número de policías que nunca pudo llegar a cuantificar. En cualquier caso, la torrentera que siguió a la señal de ataque del inspector Ocaña, se encargó de desmentir de manera rotunda su equivocación.
Mientras Ocaña contemplaba la escena con un cierto regocijo displicente, una lluvia de puñetazos de los bps que tenía a sus espaldas, diluviaron en repentina cascada sobre la cabeza de un Carlos desconcertado, que por momentos no pudo explicarse desde dónde podrían estar partiendo tal cantidad de brutales puñetazos.
Y es que el interrogatorio a cargo del inspector Ángel Ocaña, el policía intelectual de la Brigada Político Social, no había hecho más que empezar.

































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