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Andrés Piqueras
Lunes, 09 de Enero de 2023 Tiempo de lectura:

POR QUÉ LAS BATALLAS DE LA “GUERRA TOTAL” NO SON UNA LUCHA ENTRE IMPERIOS (2)

El mundo entero está pendiente del pulso que se juega en Ucrania entre el Occidente Colectivo y la dupla chino-rusa

Entramos -explica Andrés Piqueras- en una nueva era de inestabilidad, incertidumbre y riesgo sistémico, de pugna sin tregua por mantener el dominio mundial unipolar, que conlleva la posibilidad de seguir apropiándose de unos recursos cada vez más escasos; de tensión bélica generalizada y de destrucción de sociedades y franco peligro de todo el hábitat planetario; pero también de apertura a otro mundo posible a partir del desmoronamiento económico o de la ya no tan inalcanzable superación del capitalismo y el consiguiente derrumbe de todo su orden mundial.

 

 

   Por ANDRÉS PIQUERAS (*) PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG

 

   (Este artículo es la segunda parte del publicado el 27 de diciembre pasado, abajo enlazado).


 

   El fin del orden mundial del siglo XX

 

   “Tan pronto como desapareció la URSS, el Occidente colectivo abandonó sin contemplaciones la pretensión de que no intervendría en los asuntos de otras naciones. Se embarcó en su agresivo programa de expansión de la OTAN, Intervino militarmente en Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, Haití, Siria y convirtió las sanciones económicas en armas políticas y a las agencias internacionales en instrumentos de su poder; haciendo del cambio de régimen un objetivo explícito y público.” (Alan Freeman: Dicho al oído de Putin: el capital actúa globalmente, los pueblos del mundo también deben actuar unidos a nivel mundial).

 

   Hoy, en su creciente delirio unilateral, EE.UU. emprende también un trabajo de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales, de desconocimiento y hasta el repudio de las decisiones de Naciones Unidas (y de su Consejo de Seguridad) que constituyen la legalidad internacional.

 

   En un proceso lento pero seguro de desconstrucción del derecho internacional y de la propia ONU, del conjunto del entramado mundial que el mismo hegemón moldeó en su fase ascendente [la ONU, el FMI, el BM, la UNESCO, el G7, el G20, la OMC, el Foro de Davos, etc., están todavía bajo su control, con sedes repartidas por el Occidente Colectivo] y que ya le incomoda en la actual fase degenerativa, de acumulación militarizada y reestructuración de la dominación mundial.

 

   Convenciones, Protocolos y Acuerdos no firmados por EE.UU. o firmados pero no ratificados (listas no exhaustivas):

 

Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena;

Protocolo de Kyoto;

Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal y sobre su Destrucción   (Tratado de Ottawa);

Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la Pena de Muerte;

Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid;

Pacto Mundial para la Migración, de Marrakech;

Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar;

Resoluciones condenatorias de la violencia neofascista en Europa (sólo EE.UU. y, sospechosamente, Israel y Ucrania, se niegan sistemáticamente a suscribir esas condenas);

Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad;

Convención Internacional contra el reclutamiento militar, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios…

 

   Pactos firmados por EE.UU. pero no ratificados (por lo que se exime a sí mismo de su cumplimiento)

 

Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) (sólo Santo Tomé y Príncipe y Afganistán tampoco lo ratifican);

Convención sobre los Derechos del Niño (sólo EE.UU. y Somalia no lo han ratificado);

Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados;

Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía;

Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes;

Convenio de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación;

Convenio sobre la diversidad biológica;

Tratado de prohibición completa de todos los ensayos nucleares;

Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales;

Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación;

Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva;

Convenio sobre la edad mínima de admisión al empleo;

Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados;

Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional…

 

   Por si todo esto fuera poco, sólo desde 2017 hasta el final del mandato de Trump en enero de 2021, EE.UU. ha desmontado diferentes pactos o espera romperlos. El 1 de junio de 2017, anunció la retirada de su país del acuerdo climático de París, firmado en 2016.

 

   El 23 de enero de 2017 se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés); un pacto suscrito en febrero de 2016 por 12 países que, juntos, representan el 40 % de la economía mundial y casi un tercio de todo el flujo del comercio internacional.

 

   EE.UU. también ha salido del Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Migración y Refugiados, así como de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

 

   También ha modificado unilateralmente el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), un acuerdo comercial entre este país, Canadá y México. Y aun así, impone aranceles a las importaciones mexicanas.

 

   27 años antes, en 1994, el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, firmó un acuerdo con Corea del Norte para desmantelar el programa nuclear de este país asiático. Casi una década más tarde, al cambiar el mandato, el presidente George W. Bush, calificó a Pyongyang de “eje de mal” y preparó el terreno para romper el acuerdo.

 

   Después de eso ha tenido lugar la profundización del desconocimiento y hasta el repudio norteamericano de las decisiones de Naciones Unidas (y del Consejo de Seguridad) que constituyen la legalidad internacional.

 

   En un proceso lento pero seguro de deconstrucción del derecho internacional y de la propia ONU, EE.UU. reconoció a Jerusalén como capital de Israel (otro país que se jacta de no cumplir resolución alguna de la ONU).

 

   Seguidamente, anunció que se retiraba del Plan Integral de Acción Conjunta firmado con Irán, así como también del Tratado sobre armas nucleares con Rusia.

 

   Además, el 25 de marzo de 2019, Estados Unidos reconoció la “soberanía” de Israel sobre el ‎Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra.

 

   Todo indica que últimamente no se detiene ni ante la manifiesta violación sin tapujos de embajadas, como la norcoreana en Madrid o la de Venezuela en Washington.

 

   Un trabajo, en suma, como se indicaba más arriba, de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales.

 

   A través de los pasos geopolíticos que va dando el hegemón en decadencia puede apreciarse, en cualquier caso, que el mundo que salió de la Guerra Fría llega a su fin. Muere definitivamente el largo siglo XX, y con él muchas de sus certezas.

 

   La excepcionalidad de Israel, la alianza energético-militar de EE.UU. y Arabia Saudita, la singularidad de Corea del Norte, la subordinación continental de “Nuestra América” a EE.UU., pueden estar viendo el principio de su fin tal como se han manifestado hasta hoy.

 

   Por el contrario, junto con la subordinación y marginalización de Europa, la apertura de los mares del Pacífico en torno a China, el surgimiento de una nueva África interconectada y el nacimiento de nuevas instituciones económicas y políticas internacionales, pueden comenzar a tener visos de verosimilitud.

 

   El nuevo mundo multipolar que comienza a construirse (OCS, Nueva Ruta de la Seda, OTSC, Unión Económica Euroasiática…), bien podrá en breve empezar a levantar también nuevas instituciones mundiales y cuanto menos reformar democráticamente la ONU (no lo que entiende el Occidente Colectivo que es “democratizarla”, expulsando a Rusia –y quizás a China- de la permanencia en el consejo de seguridad, para así quedarse ellos solos o con algunos países satélites en torno suyo). 

 

   A todo ello intenta EE.UU. oponerle diversos Bloques de Poder Regionales Tutelados para aparentar multipolaridad, así como la ya mencionada estrategia de Guerra Total permanente, “guerra sin fin”, en la que parece dispuesto incluso a la opción nuclear (mientras que la UE ha pasado a ser algo entre oficina administrativa de la OTAN y su agencia de mensajería).

 

   Entramos, pues, en una nueva era de inestabilidad, incertidumbre y riesgo sistémico, de pugna sin tregua por mantener el dominio mundial unipolar, que conlleva la posibilidad de seguir apropiándose de unos recursos cada vez más escasos; de tensión bélica generalizada y de destrucción de sociedades y franco peligro de todo el hábitat planetario; pero también de apertura a otro mundo posible a partir del desmoronamiento económico o de la ya no tan inalcanzable superación del capitalismo y el consiguiente derrumbe de todo su orden mundial; del fin de la globalización unipolar anglosajona, que viene a significar también la desoccidentalización del mundo.

 

   De momento, ya lo estamos viendo, el fin de la era neoliberal viene acompañado del ocaso del orden político que la precedió: la democracia liberal. El capitalismo actual va despojándose de sus adornos reformistas y ha entrado ya en una fase abiertamente postdemocrática.

 

   No podrá haber una contratendencia de esta guerra sin fin “hasta que se establezca una alternativa al conjunto de instituciones internacionales centradas en el poder de Estados Unidos” (Michael Hudson, El Nuevo Orden de Estados Unidos y la posición de Alemania).

 

   El mundo entero está pendiente, por ello mismo, del pulso que se juega en Ucrania y, en general, entre el Occidente Colectivo (con el Eje Anglosajón-rms al mando de su brazo armado de la OTAN) y la dupla chino-rusa que lidera el proyecto de Eurasia como embrión de un nuevo mundo en gestación, al que cada vez se acercan más formaciones socioestatales del Oriente y el Sur Globales. Porque este conflicto se extiende al planeta entero, marcando la línea de fractura entre dos épocas y el probable final de una era dominada por el Occidente Colectivo, una dominación que tras la caída de la URSS dio paso a un mundo unipolar de imposición y salvajización social en buena parte del planeta.

 

   Todo parece indicar que esta guerra es la antesala de una gran transición civilizatoria.  

 

   En ese cauce de vorágine, de esta corriente histórica plena de torbellinos, va adquiriendo verosimilitud que se puedan trazar las bases de un nuevo orden con mayores posibilidades de estar basado en normas de respeto mutuo, soberanía y democracia social, aunque para ello resulte imprescindible, antes o después, rehacer caminos más allá del capitalismo y emprender de momento, al menos, algunas medidas claras vinculadas a procesos de soberanía estatal, y poco a poco popular, como insistió Samir Amin.

 

   Entre ellas resulta condición imprescindible levantar sistemas industriales autocentrados e integrados en los que las diferentes ramas de la producción se conviertan en proveedoras y puntos de venta entre sí, orientadas ante todo al consumo interno. Hecho que requiere de una creciente planificación y de la propiedad estatal y nacional de la moneda, el sistema impositivo, el comercio exterior, los recursos, infraestructuras y servicios estratégicos; amén de la nacionalización de los monopolios y la iniciación de los medios de socialización de su gestión.

 

   Es ineludible procurar, así mismo, la soberanía alimentaria, lo cual conlleva una apuesta por un sector agrícola destinado a satisfacer las necesidades de la propia población, con reformas agrarias que aseguren el acceso a la tierra y otorguen los medios para trabajarla adecuadamente. Controlando así también los flujos migratorios del campo a las ciudades, para ajustar el ritmo al crecimiento del empleo urbano.

 

   La articulación del progreso en cada uno de estos dos campos ha de ser el foco principal de las políticas estatales, de cuyo éxito depende a su vez la consolidación de amplias alianzas populares de trabajadores/as y campesinos/as. Lo cual crea un terreno favorable para los avances de la democracia de base, participativa, y de la soberanía popular.

 

   A todo ello habrá que ir sumándole más pronto que tarde las claves entrañadas en el concepto estratégico de “civilización ecológica”, pergeñado en la URSS y asumido hoy por China a través de un marxismo ecológico (tal como nos explica Bellamy Foster en Civilización Ecológica, Revolución Ecológica ).

 

   Las mayores o menores posibilidades de emprender esos grandes y decisivos procesos dependerán de cómo se diriman las luchas de clase internas (verticales y horizontales) en las principales formaciones socioestatales en liza.

 

   También de cómo se combata el “Gran Reset” del capitalismo, como veremos en la próxima entrega.


 

   (*) Andrés Piqueras es profesor titular de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón, y miembro del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC). Es autor de varios libros, el último de los cuales es “De la decadencia de la política en el capitalismo terminal. Un debate crítico con los «neo» y los «post» marxismos. También con los movimientos sociales” (El Viejo Topo).

 

   Puede consultarse el artículo completo y sus notas, en:

   https://observatoriocrisis.com/2022/12/04/porque-las-batallas-de-la-guerra-total-no-son-una-lucha-entre-imperios/

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