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Lunes, 22 de Agosto de 2022 Tiempo de lectura:

NICOLÁS ESTÉVANEZ Y MIGUEL DE UNAMUNO

A propósito de las reflexiones de Unamuno sobre Canarias

umplidos los 108 años del fallecimiento de nuestro D. Nicolás, traigo en su memoria un relato que forma parte de uno mucho más amplio, que sigue esperando tiempo pa’terminarlo. Es una reflexión posible -explica Francisco Javier González - que, hablando con una tercera persona del S. XXI, hace el propio Estévanez de Unamuno (...).

 

Por FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ.-

 

   Cumplidos los 108 años del fallecimiento de nuestro D. Nicolás, traigo en su memoria un relato que forma parte de uno mucho más amplio, que sigue esperando tiempo pa’terminarlo. Es una reflexión posible que, hablando con una tercera persona del S. XXI, hace el propio Estévanez de Unamuno y lo que a Canarias y a sí mismo se refiere. Aunque, evidentemente, es muy arriesgado suponer lo que podría pensar Estévanez, creo que no se separaría excesivamente de lo que mi imaginación me sugiere. Todo lo entrecomillado es textual. Aquí va la criatura:


 

    Me acuerdo ahora de Unamuno y los comentarios que sobre mí hizo en su obra “Por tierras de Portugal y España” editada por “Biblioteca Renacimiento” en Madrid en 1911, cuando yo llevaba ya un par de años en París.  Yo había publicado en la “Revista de Canarias”, como cuarenta años, antes mi poema Canarias que volví a publicar en Madrid en 1900 en mi libro “Musa Canaria”.  Allí tuvo que ser donde lo leyó Unamuno. Pues bien, dos veces me saca a relucir la misma monserga de mi almendro. En el capítulo que titula “La Laguna de Tenerife” cuenta que, cuando desde Santa Cruz subió a La Laguna, al pasar por delante de mi casa, entran y se la enseñan. Al españolísimo Unamuno solo se le ocurre comentar, con aviesa intención, la siguiente descripción, que me sé de memoria:

 

 

“Me apresuré a subir a la ciudad de La Laguna, a la ciudad de los Adelantados. En el camino nos enseñan la casa nativa de Don Nicolás Estévanez, y junto a ella el almendro que él, D. Nicolás, ha hecho famoso. Pues él cantó diciendo: Mi patria no es el mundo, mi patria no es Europa, mi patria no es España; mi patria es una choza, la sombra de un almendro…etc. ¡Pobre del que no tiene otra patria que la sombra de un almendro! Acabará por ahorcarse de él. “
 

 

      Don Nicolás dejó oír una risita irónica antes de continuar: - Desde luego que se quedó con la música, pero trabucó la letra. Incluso mete por medio a España, sin necesidad, porque ya la había englobado al nombrar a Europa. Al parecer no recordaba que en ese mismo canto VII de mi “Canarias” declaraba yo que:

 

“La patria es el espíritu, la patria es la memoria” para rematar diciendo “Mi patria es una isla, mi patria es una roca, mi espíritu es isleño, como los riscos donde vi la aurora”, además que del almendro de mi infancia evoco, como ancla para mi memoria en mi paisaje patrio, el recuerdo de su “dulce, fresca, inolvidable sombra”. `

 


    -Leyendo lo que Unamuno escribe sobre mi Aguere –seguía contando  D. Nicolás con un cierto deje de tristeza en la voz-  con su calle larga, larga, y una torre oscura y tronchada al fondo; describiéndola como una ciudad moribunda, llena de pequeños rencores y envidias, contagiada del mal que denomina “soñarrera”, burlándose de la supuesta simpleza de nuestros magos, es como me doy cuenta del pensamiento colonialista que siempre ha impregnado la sociedad española hacia los Territorios de Ultramar, sea Canarias, Cuba, Puerto Rico o Filipinas.
 

 

     -En verdad –continuó hablando Don Nicolás mirándome de frente- que tengo la fortuna de tener una buena memoria, mejor que la de Unamuno para las letras y la literatura. Me leí a fondo los dos capítulos que de aquella obra de 1911 dedica a Canarias, aunque ambos están fechados en Gran Canaria en agosto de 1909. Son, el titulado “La Laguna de Tenerife” al que ya me referí, y el de “Gran Canaria”, y puedo recitar una gran parte de ellos de memoria con más fidelidad, desde luego, que la que tuvo D. Miguel para mi poema. Por eso, repito, es penosa para nosotros los canarios la pobre idea, muy propia de los colonizadores españoles, que tiene sobre nuestro pueblo y carácter.


 

     -De Las Palmas –seguía hablando Estévanez- Unamuno comienza por decir que:

 

“esta ciudad poco, muy poco tiene de interés para los que vamos buscando emociones que nos aren por dentro el espíritu”.

 

    Mezclando sus descripciones del paisaje, un tanto bucólicas y romanticonas, con sus reflexiones acerca de nuestro carácter, de las supuestas causas de nuestras divisiones internas y de las trayectorias políticas seguidas en esta tierra nuestra, analiza, en plan de especialista de esa nueva ciencia que se ha inventado el tal Sigmund Freud, nuestro supuesto aplatanamiento. Se plantea D. Miguel si será debido al clima, del que dice que puede ser “una de las principales causas, tal vez la mayor y más importante, de ese especial enervamiento de espíritu, de esa hemorragia nerviosa, que llaman aplatanamiento” para rematar su diagnóstico colonial añadiendo que “Yo, por mi parte, no creo que proceda del clima material o físico, sino más bien del clima moral, del estado de los espíritus”. No tiene suficiente con el diagnóstico, sino que nos da también el tratamiento terapéutico adecuado “El aplatanamiento, la soñarrera, se curaría merced a comunicaciones más rápidas, más frecuentes y más intensas, sobre todo más intensas con España y con el resto de Europa y con América”.

 


   Al oír a D. Nicolás no pude dejar de sonreír porque me parecía estar oyendo los argumentos para las rebajas de las tarifas aéreas que solicitaban ciertos supuestos nacionalismos canarios actuales que, desde luego, Estévez no conocía, según los cuales esa comunicación con España parece ser la panacea para todos los males de nuestra tierra, pero D. Nicolás no reparó en mi sonrisa escéptica y continuó con su relato.

 


   - No se paró ahí D. Miguel, y de nuevo me nombra directamente y, cómo no, arremetiendo de nuevo con la sombra de mi pobre almendro.  Empieza por decir que, con “La Gloriosa”, la Revolución de septiembre del 68 que ayudé a traer, el pueblo canario despertó expulsando jesuitas, exclaustrando monjas o instalando en La Laguna una escuela libre de derecho. De nuevo recurro a mi memoria e intento ser textual: “Durante el breve período de la república los diputados canarios se comprometieron á proponer y sostener que el Estado (sic) de Canarias se subdividiera en dos Subestados, y, en el caso de que la comisión se opusiera a ello, que turnara la Dieta entre las islas de Tenerife y Gran Canaria. Lo firmaba, en primer lugar, don Nicolás Estévanez, el que como poeta tiene por patria la sombra de un almendro muy lejos del cual vive, y Don Fernando León y Castillo, nuestro embajador en París, y el actual gran cacique y amo político de esta isla. Con la Restauración volvió la soñarrera”.

 


  - Desde luego –seguía diciendo, con cierto resquemor justificado, D. Nicolás- lo que queda claro es que Unamuno prefería al Marqués del Muni, hasta el punto de que, al nombrarnos a los dos, nos trata a ambos de “Don” solo que el del cacique monárquico lo pone con mayúscula y, en cambio, para el mío le sobra con minúscula. Debe ser que el cabeza del leonismo canario, además de señor casi feudal de media Gran Canaria, fue fundador del Partido Liberal Canario y, con el gobierno Sagasta, ministro de Ultramar, ministerio del que dependían todos los territorios ultramarinos españoles, Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Canarias, lo que le permitió manejar a su antojo los asuntos canarios, divisionismo provincial incluido.
 

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