
CLAUDIO KATZ: DIAGNÓSTICOS Y CONTROVERSIAS DE LA IZQUIERDA EN TORNO A LA GUERRA DE UCRANIA
"Las posturas indulgentes frente a la OTAN son inadmisibles per la invasión no fue una acción defensiva y tiene consecuencias negativas"
A un mes de la incursión rusa en Ucrania el resultado es muy incierto. La ofensiva militar está empantanada luego de la fallida toma del país y la consiguiente supervivencia del gobierno. La intensidad de la resistencia es dudosa y el relativo alistamiento coexiste con la masiva emigración de la población. Pero la caracterización del conflicto no depende - afirma Claudio Katz - de ese desemboque y debe ser abordada sin esperar esa resolución (...):
Por CLAUDIO KATZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Resumido del artículo de "Diagnósticos y controversias sobre Ucrania". PINCHE AQUÍ PARA LEERLO ÍNTEGRAMENTE.
A un mes de la incursión rusa en Ucrania el resultado es muy incierto. La ofensiva militar está empantanada luego de la fallida toma del país y la consiguiente supervivencia del gobierno. Pero tampoco se observan grandes hitos del ejército ucraniano. La intensidad de la resistencia es dudosa y el relativo alistamiento coexiste con la masiva emigración de la población.
CONTRADICTORIAS EVALUACIONES
Algunos analistas consideran que la ambiciosa operación de Putin fracasó. otros estiman que Rusia tiende a impedir en las negociaciones que Ucrania ingrese a la OTAN. Un compromiso intermedio sería la incorporación del país a la Unión Europea (victoria de Zelesky), junto a su neutralidad militar (victoria de Putin).
Si falla esa opción podría acordarse una división de territorios siguiendo el modelo coreano. Las mismas estimaciones contrapuestas se extienden al plano económico. Algunos observadores destacan la fortaleza de Rusia, que se dispondría a introducir junto a China un nuevo sistema monetario independizado del dólar y el euro. Pero otros destacan un escenario inverso de pérdida del control moscovita de gran parte de las reservas congeladas en el exterior. También el impacto de las sanciones suscita interrogantes. Nadie sabe cuántos millonarios rusos han sido efectivamente penalizados. Cuentan con numerosos socios y resguardos en los paraísos bancarios de Occidente.
Las penalidades se aplican con gran cautela para no interrumpir la comercialización mundial del petróleo y el gas. Alemania resiste esas obstrucciones y varios gobiernos europeos se niegan a cortar los convenios con Moscú. El manejo general de la energía está en disputa. Estados Unidos logró concertar ventas millonarias de gas licuado a Europa, pero no puede sustituir la provisión estructural que aportan los gasoductos rusos. Moscú obtiene el 60% de sus ingresos de esos suministros y se desconoce si logró sustituirlos por compradores asiáticos. Tampoco se sabe cómo mantiene la importación de ciertos productos decisivos (como los semiconductores) para sostener la guerra y la economía. Las sanciones afectan a Rusia, pero han impactado duramente en la retaguardia de Occidente. El tremendo encarecimiento de los alimentos y la energía introduce un inesperado boomerang que deteriora toda la economía global.
El resultado de la guerra es aún desconocido. Pero la caracterización del conflicto no depende de ese desemboque y debe ser abordada sin esperar esa resolución.
LOS OBJETIVOS NORTEAMERICANOS
Estados Unidos intenta prolongar la guerra, para empujar a Moscú al mismo pantano que afrontó la URSS en Afganistán. Por esa razón induce el rechazo de Kiev de todos los acuerdos que frenarían las hostilidades. El Pentágono no puede intervenir con sus propias tropas porque continúa afectado por la reciente derrota de Kabul. Ese revés también le impone cierta cautela bélica y el consiguiente veto a una zona de exclusión aérea. Por ahora promueve la continuidad de la sangría, mediante una mayor provisión de armas.
El Departamento de Estado utiliza el conflicto actual para someter a Europa a su agenda militarista. Ya consiguió 1.000 millones de euros de Bruselas para incrementar los pertrechos de Kiev. También logró un compromiso de rearme de sus socios, muy superior al financiamiento de la OTAN que exigía Trump. Por ese rumbo, el proyecto de un ejército europeo autónomo del Pentágono se diluye a pasos agigantados.
Washington pretende cargar a Europa con todo el costo del cerco a Rusia, para concentrar sus recursos en la agresión a China. El belicismo norteamericano es la principal causa de la guerra actual. Estados Unidos intentó sumar a Ucrania a su red de misiles en el Este Europeo y propició una enmienda a la Constitución de ese país (2019) para auspiciar el ingreso a la OTAN. Con ese objetivo alentó el nacionalismo local y las agresiones contra la población ruso-parlante.
Fomentó especialmente a las milicias ultraderechistas, que sabotearon la solución discutida en los acuerdos de Minsk. La violencia desplegada por las bandas que reivindican el pasado hitlerista es silenciada por los grandes medios. Ocultan el hostigamiento a los opositores (expuestos como escudos humanos) y el racismo de los grupos que enaltecen a los ucranianos (blancos puros), para denigrar a los rusos (racialmente mixturados por la herencia asiática). Zelenski es prisionero de esa gravitación fascista y por eso alienta la rusofobia, proscribiendo varios partidos y generalizando la censura.
Esas persecuciones no aparecen en ningún informativo de Occidente. Las plataformas periodísticas de Moscú (Sputnik, RT) han sido acalladas, mientras Facebook, Instagram y WhatsApp habilitan la propagación de mensajes de odio contra Rusia. El doble rasero de la prensa hegemónica se ha potenciado en forma exponencial. Retratan los sufrimientos de Kiev con la misma intensidad que ocultan los padecimientos de Gaza.
LA INDAMISIBLE INVASIÓN
Durante mucho tiempo Putin intentó frenar la potencial agresión estadounidense con iniciativas de negociación. Propuso establecer un status de neutralidad para Ucrania, semejante al que mantuvieron Finlandia y Austria durante la guerra fría. También convocó a reanudar el tratado que regula la desactivación de los dispositivos atómicos.
Esas prevenciones defensivas obedecen a la terrible secuencia de invasiones extranjeras que padeció Rusia. Sólo durante la invasión nazi murieron 27 millones de personas y dos tercios de esas víctimas fueron civiles. Por ese antecedente, Europa del Este fue siempre tratada por el Kremlin como una zona de amortiguación de eventuales incursiones externas. La conversión de Ucrania en una catapulta de la OTAN ha sido en los últimos años la principal preocupación del gobierno ruso.
Pero la continuada agresividad de Estados Unidos no justifica la invasión dispuesta por Putin. Washington no instaló misiles, ni adoptó nuevas medidas para sumar a su vasallo a la alianza atlántica. Tampoco irrumpió otro peligro que justificara un golpe ofensivo para garantizar la seguridad del país. Las milicias derechistas no protagonizaron atropellos distintos a los perpetrados en los últimos ocho años.
Rusia debe garantizar la integridad de su territorio, pero no tiene derecho a invocar ese principio para invadir otro país, rodear sus ciudades y provocar un caos humanitario. No alcanzan las generalidades o las tensiones de larga data para legitimar una acción de esa envergadura.
Si la agresión de Washington y la respuesta de Moscú en Ucrania son vistas como acontecimientos negativos es lógico propiciar el fin inmediato del conflicto.
EXCULPAR A LA OTAN
Algunos enfoques observan a Rusia como la principal causante de la guerra y estiman que su derrota disuadirá otras aventuras bélicas en el mundo. Advierten que la victoria de Moscú conducirá al envalentonamiento de Washington y a la consiguiente generalización de conflictos de todo tipo.
Pero con mayor realismo correspondería avizorar un desemboque inverso. Un éxito militar de Ucrania -con armas, asesores y mercenarios de Occidente- reforzaría la expansión de la OTAN con mayores sangrías en todo el planeta. Los desaciertos de pronósticos son igualmente secundarios frente a su corolario en miradas condescendientes con la OTAN. Ese organismo es observado como una alianza aceptada por las poblaciones lindantes con Rusia, omitiendo que esas simpatías son fabricadas y transmitidas por los justificadores de la militarización.
Algunos autores consideran que la denuncia de la OTAN ya fue sobradamente expuesta en el pasado y no es pertinente en la actualidad. La ausencia de soldados o aviones de esa alianza ilustraría su irrelevancia en Ucrania. Pero esa edulcorada visión olvida que todo el conflicto surgió por la auspiciada inclusión de Kiev en la estructura que digita el Pentágono. Estados Unidos y sus socios arman, adiestran y guían al ejército ucraniano y sólo evitan el envío de tropas para digerir los fracasos sufridos en otras latitudes.
Para exculpar a la OTAN se describe también la confrontación actual, como un segundo episodio de la guerra fría iniciada por Estados Unidos en Irak. Washington habría consumado esa operación con la mira puesta en Moscú y su rival habría respondido veinte años después con la misma receta. Rusia no cumplió ningún papel en el asalto del Pentágono a Bagdad. Padecía la devastación perpetrada por Yeltsin y el Departamento de Estado no incluía aún a Putin en su lista de grandes enemigos.
Por el contrario, la guerra actual se originó en el intento estadounidense de convertir a Kiev en una catapulta contra Rusia. El paralelo entre Irak y Ucrania es totalmente forzado. Presupone que dos potencias dominantes libran la misma guerra de saqueo en su periferia. El petrolero ambicionado por Estados Unidos tendría su correlato en el mineral de hierro y los cereales anhelados por Rusia. Esa analogía es desacertada y equipara escenarios distintos.
El ataque a Irak buscaba imponer el control norteamericano directo sobre todo el Gran Oriente Medio, para reconstruir la primacía de la primera potencia. La reciente incursión rusa sólo intenta contener el cerco de la OTAN. A lo sumo incuba un embrionario anhelo expansivo de Moscú en el espacio pos-soviético. Hay un abismo de objetivos y poder entre ambos contendientes.
La descalificación de las críticas a la OTAN como una rutinaria reacción de la "vieja izquierda" sintoniza con la prédica de los grandes medios de comunicación y con todos los prejuicios del liberalismo. La izquierda se forjó en la disputa contra el imperialismo y se extinguirá si se mimetiza con sus enemigos.
¿ARMAS PARA LAS TROPAS DE UCRANIA?
La consecuencia más grave del enceguecido posicionamiento antiruso es el llamado a proveer de mayores armas al ejército ucraniano. Con enfáticas exaltaciones de Kiev se propicia exactamente lo mismo que hace la OTAN.
Algunos autores, incluso critican a las corrientes que vacilan en sumarse a ese campo militar. Esa dramática decisión remueve restricciones imperantes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y su aceptación contradeciría la principal bandera que ha enarbolado la izquierda desde mitad del siglo XX. Los entusiastas de la confrontación con Rusia deberán arriar ese estandarte si continúan apuntalando la intensificación de la guerra. Frente a la dramática perspectiva de un mayor desangre, algunos proponen circunscribir el armamento a pertrechos básicos y rechazan el establecimiento de una zona de exclusión aérea.
El ejército de Ucrania actúa junto a numerosas milicias fascistas y sin ningún acompañamiento conocido de legiones socialistas o progresistas. Esa adscripción no es un dato menor, puesto que las ponderadas armas serán empuñadas por acérrimos enemigos de la izquierda. En lugar de convocar a detener el desangre que padece Ucrania, se alienta la victoria militar de un gobierno derechista sostenido por la OTAN. La miopía política conduce a esa derivación belicista. En lugar de propiciar el armamento de esos grupos, la izquierda debería denunciarlos por un simple instinto de supervivencia.
VAGAS Y EXPLÍCITAS APROBACIONES
Existe otro enfoque en la izquierda diametralmente opuesto al anterior. Esa visión cuestiona a la OTAN y justifica la incursión de Rusia. Describe el acoso norteamericano y considera que Moscú se vio obligado a ocupar un territorio vecino, para preservar la seguridad del país. Muchos exponentes de esta postura retratan la agresión del Pentágono sin evaluar la reacción de Putin. Para soslayar esa caracterización suelen omitir la propia mención del operativo que ha implementado el Kremlin. Opinan sobre una guerra sin mencionar a sus participantes.
Esta postura contiene dos méritos ausentes en el planteo contrapuesto. Ubica la responsabilidad principal del conflicto en el imperialismo norteamericano y propone la inmediata reanudación de las negociaciones. Pero estos dos aciertos no corrigen la extraña evaluación del conflicto sin ningún registro de lo hecho por Putin.
Las miradas que avalan más explícitamente el operativo ruso estiman que constituye una ocupación, pero no una invasión. La diferencia estaría dada por el carácter defensivo de una incursión destinada a contrarrestar los misiles de la OTAN. Este abordaje es mayoritariamente expuesto por quienes establecen analogías con la Segunda Guerra Mundial. Consideran que en Ucrania se desenvuelve la misma batalla que libró el ejército soviético contra el nazismo.
Pero la existencia de grupos fascistas, no transforma la guerra actual en una copia de la conflagración mundial que desgarró al siglo XX. Rusia no enfrenta una amenaza directa a su supervivencia como la creada por la embestida de Hitler. Es muy importante precisar esa diferencia, puesto que el legítimo alcance de una respuesta defensiva siempre está correlacionado con la magnitud del peligro afrontado.
Rusia tiene derecho a defender su territorio, pero no puede hacerlo de cualquier manera, ni con acciones de cualquier envergadura. En el ámbito militar rigen ciertas pautas de proporcionalidad, que tornan inadmisible exterminar a un adversario por violaciones menores a una tregua entre las partes. Putin debió continuar con la negociación de Minsk, puesto que no se registró ningún cambio cualitativo que justificara su incursión. El peligro que sufrían los pobladores ruso-parlantes del Donabass podía ser contrarrestado con una limitada intervención a ese territorio
Pero el jefe del Kremlin actuó como un jerarca desinteresado en la reacción de los pueblos. Dispuso una expeditiva invasión, confirmando que desprecia la opinión de los habitantes de Ucrania, que en el Oeste rechazan en forma unánime su operativo. El ataque sólo ha suscitado pánico y odio contra el ocupante. Es cierto que en el Este la incursión tiene aceptación, pero conviene recordar que en los últimos ocho años Putin regimentó esa jurisdicción para desarticular los movimientos radicales. Su operativo es inaceptable y ha sido rechazado en la izquierda por sectores que incluyen a varios Partidos Comunistas del mundo.
OMISIÓN DEL SUJETO POPULAR
Las miradas aprobatorias de la invasión destacan acertadamente que Rusia no pretende la anexión de Ucrania. Sólo busca crear un contrapeso al belicismo de la OTAN, para apuntalar el equilibrio geopolítico que augura la multipolaridad.
Pero ese razonamiento excluye a las mayorías populares y a sus organizaciones. Registra únicamente las apuestas de las grandes potencias, que dirimen fuerzas en pugnas económicas, disputas de recursos y choques militares. Desde esa óptica Ucrania es vista como ficha del tablero que zanjará predominios, entre los grandes jugadores de Occidente y Oriente.
Este enfoque habitual de los ministros y los cancilleres ni siquiera registra la existencia del movimiento popular. Las masas son observadas como un simple instrumento de los mandatos emitidos por las minorías que manejan el poder. Si la izquierda reproduce este abordaje, quedará disuelta entre las distintas variantes del establishment. Esa trayectoria ya fue transitada por la socialdemocracia y por los ex comunistas convertidos en enriquecidos oligarcas.
Con esas miradas divorciadas de la vida popular, la invasión de Putin es ponderada como una jugada magistral. Se ignora el efecto del operativo sobre las luchas (y la conciencia) de los pueblos. Ese impacto es omitido, olvidando que la reacción de las mayorías debería ser la principal referencia en la izquierda para juzgar los acontecimientos políticos.
Esta caracterización es sustituida por evaluaciones de las tensiones que se desenvuelven en las cumbres entre Estados Unidos, Rusia y China. Con esa óptica se concluye en la invariable conveniencia de cualquier derrota del imperialismo norteamericano. Pero aquí se desconoce el reducido alcance que tendría para un proyecto avanzado, un triunfo que convalida la ocupación extranjera de Ucrania. La división de pueblos, la recreación del nacionalismo y el aislamiento de la izquierda debilitarían en ese caso todos los intentos de transformación progresista.
Las visiones exclusivamente centradas en las disputas por arriba desconocen por completo las nefastas consecuencias del operativo Putin para el proyecto socialista. Esa meta central de la izquierda es habitualmente soslayada, en los razonamientos que contraponen las ventajas de la multipolaridad capitalista con los pesares de la unipolaridad capitalista. Con ese criterio se realza la incursión rusa como un paso hacia el primer escenario, olvidando que la izquierda anhela construir una sociedad sin explotadores, ni explotados.
No cabe duda que el avance hacia esa meta exige doblegar al imperialismo. Pero ese logro debe empalmar con el fortalecimiento de las luchas sociales y las aspiraciones nacionales de los pueblos oprimidos. Sólo esa mixtura permitiría apuntalar un horizonte de emancipación. La denuncia de la OTAN sin ninguna crítica a la invasión de Putin obstruye esa batalla.
Quienes suponen que la invasión a Ucrania podría reiniciar por sí misma una transición socialista olvidan que Rusia ya no es la Unión Soviética. Es un país amoldado al capitalismo y gobernado por un mandatario anticomunista, explícitamente opuesto a cualquier vestigio del legado socialista. Lejos de converger con la izquierda, Putin proscribe y hostiliza a esas fuerzas dentro de Rusia y en el Donbass. La reconstrucción del proyecto socialista transita por otro camino.
La nítida tragedia humanitaria contrasta con la indefinición militar y el incierto efecto económico de la guerra. La responsabilidad del imperialismo norteamericano es más ocultada que la injustificada invasión rusa. Reiniciar las negociaciones es el curso más progresista y favorable para conseguir la soberanía. Las posturas indulgentes frente a la OTAN son tan inadmisibles como el llamado a la provisión de armas. Pero la invasión no fue una acción defensiva y tiene consecuencias negativas. Una caracterización comparada de la guerra confirma esa impronta regresiva.
(*) CLAUDIO KATZ Economista marxista argentino, investigador del CONICET, profesor de la UBA y miembro del EDI.Ha publicado en medios de Argentina, Brasil, México y países europeos. Coordinó grupo de trabajo de CLACSO y es miembro del Instituto de Investigaciones Económicas de Argentina. Es autor de numerosos textos de interpretación del capitalismo contemporáneo y de la crisis económica global. Recibió tres menciones honoríficas del Premio Libertador al Pensamiento Crítico por sus libros “Bajo el Imperio del Capital” (2011), “Las disyuntivas de la izquierda en América Latina” (2008) y el "El porvenir del socialismo" (2004). También circulan varias ediciones de su ensayo “El rediseño de América Latina. ALCA, MERCOSUR Y ALBA (2006) y de su trabajo "La economía marxista, hoy. Seis debates teóricos (2010).
Por CLAUDIO KATZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Resumido del artículo de "Diagnósticos y controversias sobre Ucrania". PINCHE AQUÍ PARA LEERLO ÍNTEGRAMENTE.
A un mes de la incursión rusa en Ucrania el resultado es muy incierto. La ofensiva militar está empantanada luego de la fallida toma del país y la consiguiente supervivencia del gobierno. Pero tampoco se observan grandes hitos del ejército ucraniano. La intensidad de la resistencia es dudosa y el relativo alistamiento coexiste con la masiva emigración de la población.
CONTRADICTORIAS EVALUACIONES
Algunos analistas consideran que la ambiciosa operación de Putin fracasó. otros estiman que Rusia tiende a impedir en las negociaciones que Ucrania ingrese a la OTAN. Un compromiso intermedio sería la incorporación del país a la Unión Europea (victoria de Zelesky), junto a su neutralidad militar (victoria de Putin).
Si falla esa opción podría acordarse una división de territorios siguiendo el modelo coreano. Las mismas estimaciones contrapuestas se extienden al plano económico. Algunos observadores destacan la fortaleza de Rusia, que se dispondría a introducir junto a China un nuevo sistema monetario independizado del dólar y el euro. Pero otros destacan un escenario inverso de pérdida del control moscovita de gran parte de las reservas congeladas en el exterior. También el impacto de las sanciones suscita interrogantes. Nadie sabe cuántos millonarios rusos han sido efectivamente penalizados. Cuentan con numerosos socios y resguardos en los paraísos bancarios de Occidente.
Las penalidades se aplican con gran cautela para no interrumpir la comercialización mundial del petróleo y el gas. Alemania resiste esas obstrucciones y varios gobiernos europeos se niegan a cortar los convenios con Moscú. El manejo general de la energía está en disputa. Estados Unidos logró concertar ventas millonarias de gas licuado a Europa, pero no puede sustituir la provisión estructural que aportan los gasoductos rusos. Moscú obtiene el 60% de sus ingresos de esos suministros y se desconoce si logró sustituirlos por compradores asiáticos. Tampoco se sabe cómo mantiene la importación de ciertos productos decisivos (como los semiconductores) para sostener la guerra y la economía. Las sanciones afectan a Rusia, pero han impactado duramente en la retaguardia de Occidente. El tremendo encarecimiento de los alimentos y la energía introduce un inesperado boomerang que deteriora toda la economía global.
El resultado de la guerra es aún desconocido. Pero la caracterización del conflicto no depende de ese desemboque y debe ser abordada sin esperar esa resolución.
LOS OBJETIVOS NORTEAMERICANOS
Estados Unidos intenta prolongar la guerra, para empujar a Moscú al mismo pantano que afrontó la URSS en Afganistán. Por esa razón induce el rechazo de Kiev de todos los acuerdos que frenarían las hostilidades. El Pentágono no puede intervenir con sus propias tropas porque continúa afectado por la reciente derrota de Kabul. Ese revés también le impone cierta cautela bélica y el consiguiente veto a una zona de exclusión aérea. Por ahora promueve la continuidad de la sangría, mediante una mayor provisión de armas.
El Departamento de Estado utiliza el conflicto actual para someter a Europa a su agenda militarista. Ya consiguió 1.000 millones de euros de Bruselas para incrementar los pertrechos de Kiev. También logró un compromiso de rearme de sus socios, muy superior al financiamiento de la OTAN que exigía Trump. Por ese rumbo, el proyecto de un ejército europeo autónomo del Pentágono se diluye a pasos agigantados.
Washington pretende cargar a Europa con todo el costo del cerco a Rusia, para concentrar sus recursos en la agresión a China. El belicismo norteamericano es la principal causa de la guerra actual. Estados Unidos intentó sumar a Ucrania a su red de misiles en el Este Europeo y propició una enmienda a la Constitución de ese país (2019) para auspiciar el ingreso a la OTAN. Con ese objetivo alentó el nacionalismo local y las agresiones contra la población ruso-parlante.
Fomentó especialmente a las milicias ultraderechistas, que sabotearon la solución discutida en los acuerdos de Minsk. La violencia desplegada por las bandas que reivindican el pasado hitlerista es silenciada por los grandes medios. Ocultan el hostigamiento a los opositores (expuestos como escudos humanos) y el racismo de los grupos que enaltecen a los ucranianos (blancos puros), para denigrar a los rusos (racialmente mixturados por la herencia asiática). Zelenski es prisionero de esa gravitación fascista y por eso alienta la rusofobia, proscribiendo varios partidos y generalizando la censura.
Esas persecuciones no aparecen en ningún informativo de Occidente. Las plataformas periodísticas de Moscú (Sputnik, RT) han sido acalladas, mientras Facebook, Instagram y WhatsApp habilitan la propagación de mensajes de odio contra Rusia. El doble rasero de la prensa hegemónica se ha potenciado en forma exponencial. Retratan los sufrimientos de Kiev con la misma intensidad que ocultan los padecimientos de Gaza.
LA INDAMISIBLE INVASIÓN
Durante mucho tiempo Putin intentó frenar la potencial agresión estadounidense con iniciativas de negociación. Propuso establecer un status de neutralidad para Ucrania, semejante al que mantuvieron Finlandia y Austria durante la guerra fría. También convocó a reanudar el tratado que regula la desactivación de los dispositivos atómicos.
Esas prevenciones defensivas obedecen a la terrible secuencia de invasiones extranjeras que padeció Rusia. Sólo durante la invasión nazi murieron 27 millones de personas y dos tercios de esas víctimas fueron civiles. Por ese antecedente, Europa del Este fue siempre tratada por el Kremlin como una zona de amortiguación de eventuales incursiones externas. La conversión de Ucrania en una catapulta de la OTAN ha sido en los últimos años la principal preocupación del gobierno ruso.
Pero la continuada agresividad de Estados Unidos no justifica la invasión dispuesta por Putin. Washington no instaló misiles, ni adoptó nuevas medidas para sumar a su vasallo a la alianza atlántica. Tampoco irrumpió otro peligro que justificara un golpe ofensivo para garantizar la seguridad del país. Las milicias derechistas no protagonizaron atropellos distintos a los perpetrados en los últimos ocho años.
Rusia debe garantizar la integridad de su territorio, pero no tiene derecho a invocar ese principio para invadir otro país, rodear sus ciudades y provocar un caos humanitario. No alcanzan las generalidades o las tensiones de larga data para legitimar una acción de esa envergadura.
Si la agresión de Washington y la respuesta de Moscú en Ucrania son vistas como acontecimientos negativos es lógico propiciar el fin inmediato del conflicto.
EXCULPAR A LA OTAN
Algunos enfoques observan a Rusia como la principal causante de la guerra y estiman que su derrota disuadirá otras aventuras bélicas en el mundo. Advierten que la victoria de Moscú conducirá al envalentonamiento de Washington y a la consiguiente generalización de conflictos de todo tipo.
Pero con mayor realismo correspondería avizorar un desemboque inverso. Un éxito militar de Ucrania -con armas, asesores y mercenarios de Occidente- reforzaría la expansión de la OTAN con mayores sangrías en todo el planeta. Los desaciertos de pronósticos son igualmente secundarios frente a su corolario en miradas condescendientes con la OTAN. Ese organismo es observado como una alianza aceptada por las poblaciones lindantes con Rusia, omitiendo que esas simpatías son fabricadas y transmitidas por los justificadores de la militarización.
Algunos autores consideran que la denuncia de la OTAN ya fue sobradamente expuesta en el pasado y no es pertinente en la actualidad. La ausencia de soldados o aviones de esa alianza ilustraría su irrelevancia en Ucrania. Pero esa edulcorada visión olvida que todo el conflicto surgió por la auspiciada inclusión de Kiev en la estructura que digita el Pentágono. Estados Unidos y sus socios arman, adiestran y guían al ejército ucraniano y sólo evitan el envío de tropas para digerir los fracasos sufridos en otras latitudes.
Para exculpar a la OTAN se describe también la confrontación actual, como un segundo episodio de la guerra fría iniciada por Estados Unidos en Irak. Washington habría consumado esa operación con la mira puesta en Moscú y su rival habría respondido veinte años después con la misma receta. Rusia no cumplió ningún papel en el asalto del Pentágono a Bagdad. Padecía la devastación perpetrada por Yeltsin y el Departamento de Estado no incluía aún a Putin en su lista de grandes enemigos.
Por el contrario, la guerra actual se originó en el intento estadounidense de convertir a Kiev en una catapulta contra Rusia. El paralelo entre Irak y Ucrania es totalmente forzado. Presupone que dos potencias dominantes libran la misma guerra de saqueo en su periferia. El petrolero ambicionado por Estados Unidos tendría su correlato en el mineral de hierro y los cereales anhelados por Rusia. Esa analogía es desacertada y equipara escenarios distintos.
El ataque a Irak buscaba imponer el control norteamericano directo sobre todo el Gran Oriente Medio, para reconstruir la primacía de la primera potencia. La reciente incursión rusa sólo intenta contener el cerco de la OTAN. A lo sumo incuba un embrionario anhelo expansivo de Moscú en el espacio pos-soviético. Hay un abismo de objetivos y poder entre ambos contendientes.
La descalificación de las críticas a la OTAN como una rutinaria reacción de la "vieja izquierda" sintoniza con la prédica de los grandes medios de comunicación y con todos los prejuicios del liberalismo. La izquierda se forjó en la disputa contra el imperialismo y se extinguirá si se mimetiza con sus enemigos.
¿ARMAS PARA LAS TROPAS DE UCRANIA?
La consecuencia más grave del enceguecido posicionamiento antiruso es el llamado a proveer de mayores armas al ejército ucraniano. Con enfáticas exaltaciones de Kiev se propicia exactamente lo mismo que hace la OTAN.
Algunos autores, incluso critican a las corrientes que vacilan en sumarse a ese campo militar. Esa dramática decisión remueve restricciones imperantes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y su aceptación contradeciría la principal bandera que ha enarbolado la izquierda desde mitad del siglo XX. Los entusiastas de la confrontación con Rusia deberán arriar ese estandarte si continúan apuntalando la intensificación de la guerra. Frente a la dramática perspectiva de un mayor desangre, algunos proponen circunscribir el armamento a pertrechos básicos y rechazan el establecimiento de una zona de exclusión aérea.
El ejército de Ucrania actúa junto a numerosas milicias fascistas y sin ningún acompañamiento conocido de legiones socialistas o progresistas. Esa adscripción no es un dato menor, puesto que las ponderadas armas serán empuñadas por acérrimos enemigos de la izquierda. En lugar de convocar a detener el desangre que padece Ucrania, se alienta la victoria militar de un gobierno derechista sostenido por la OTAN. La miopía política conduce a esa derivación belicista. En lugar de propiciar el armamento de esos grupos, la izquierda debería denunciarlos por un simple instinto de supervivencia.
VAGAS Y EXPLÍCITAS APROBACIONES
Existe otro enfoque en la izquierda diametralmente opuesto al anterior. Esa visión cuestiona a la OTAN y justifica la incursión de Rusia. Describe el acoso norteamericano y considera que Moscú se vio obligado a ocupar un territorio vecino, para preservar la seguridad del país. Muchos exponentes de esta postura retratan la agresión del Pentágono sin evaluar la reacción de Putin. Para soslayar esa caracterización suelen omitir la propia mención del operativo que ha implementado el Kremlin. Opinan sobre una guerra sin mencionar a sus participantes.
Esta postura contiene dos méritos ausentes en el planteo contrapuesto. Ubica la responsabilidad principal del conflicto en el imperialismo norteamericano y propone la inmediata reanudación de las negociaciones. Pero estos dos aciertos no corrigen la extraña evaluación del conflicto sin ningún registro de lo hecho por Putin.
Las miradas que avalan más explícitamente el operativo ruso estiman que constituye una ocupación, pero no una invasión. La diferencia estaría dada por el carácter defensivo de una incursión destinada a contrarrestar los misiles de la OTAN. Este abordaje es mayoritariamente expuesto por quienes establecen analogías con la Segunda Guerra Mundial. Consideran que en Ucrania se desenvuelve la misma batalla que libró el ejército soviético contra el nazismo.
Pero la existencia de grupos fascistas, no transforma la guerra actual en una copia de la conflagración mundial que desgarró al siglo XX. Rusia no enfrenta una amenaza directa a su supervivencia como la creada por la embestida de Hitler. Es muy importante precisar esa diferencia, puesto que el legítimo alcance de una respuesta defensiva siempre está correlacionado con la magnitud del peligro afrontado.
Rusia tiene derecho a defender su territorio, pero no puede hacerlo de cualquier manera, ni con acciones de cualquier envergadura. En el ámbito militar rigen ciertas pautas de proporcionalidad, que tornan inadmisible exterminar a un adversario por violaciones menores a una tregua entre las partes. Putin debió continuar con la negociación de Minsk, puesto que no se registró ningún cambio cualitativo que justificara su incursión. El peligro que sufrían los pobladores ruso-parlantes del Donabass podía ser contrarrestado con una limitada intervención a ese territorio
Pero el jefe del Kremlin actuó como un jerarca desinteresado en la reacción de los pueblos. Dispuso una expeditiva invasión, confirmando que desprecia la opinión de los habitantes de Ucrania, que en el Oeste rechazan en forma unánime su operativo. El ataque sólo ha suscitado pánico y odio contra el ocupante. Es cierto que en el Este la incursión tiene aceptación, pero conviene recordar que en los últimos ocho años Putin regimentó esa jurisdicción para desarticular los movimientos radicales. Su operativo es inaceptable y ha sido rechazado en la izquierda por sectores que incluyen a varios Partidos Comunistas del mundo.
OMISIÓN DEL SUJETO POPULAR
Las miradas aprobatorias de la invasión destacan acertadamente que Rusia no pretende la anexión de Ucrania. Sólo busca crear un contrapeso al belicismo de la OTAN, para apuntalar el equilibrio geopolítico que augura la multipolaridad.
Pero ese razonamiento excluye a las mayorías populares y a sus organizaciones. Registra únicamente las apuestas de las grandes potencias, que dirimen fuerzas en pugnas económicas, disputas de recursos y choques militares. Desde esa óptica Ucrania es vista como ficha del tablero que zanjará predominios, entre los grandes jugadores de Occidente y Oriente.
Este enfoque habitual de los ministros y los cancilleres ni siquiera registra la existencia del movimiento popular. Las masas son observadas como un simple instrumento de los mandatos emitidos por las minorías que manejan el poder. Si la izquierda reproduce este abordaje, quedará disuelta entre las distintas variantes del establishment. Esa trayectoria ya fue transitada por la socialdemocracia y por los ex comunistas convertidos en enriquecidos oligarcas.
Con esas miradas divorciadas de la vida popular, la invasión de Putin es ponderada como una jugada magistral. Se ignora el efecto del operativo sobre las luchas (y la conciencia) de los pueblos. Ese impacto es omitido, olvidando que la reacción de las mayorías debería ser la principal referencia en la izquierda para juzgar los acontecimientos políticos.
Esta caracterización es sustituida por evaluaciones de las tensiones que se desenvuelven en las cumbres entre Estados Unidos, Rusia y China. Con esa óptica se concluye en la invariable conveniencia de cualquier derrota del imperialismo norteamericano. Pero aquí se desconoce el reducido alcance que tendría para un proyecto avanzado, un triunfo que convalida la ocupación extranjera de Ucrania. La división de pueblos, la recreación del nacionalismo y el aislamiento de la izquierda debilitarían en ese caso todos los intentos de transformación progresista.
Las visiones exclusivamente centradas en las disputas por arriba desconocen por completo las nefastas consecuencias del operativo Putin para el proyecto socialista. Esa meta central de la izquierda es habitualmente soslayada, en los razonamientos que contraponen las ventajas de la multipolaridad capitalista con los pesares de la unipolaridad capitalista. Con ese criterio se realza la incursión rusa como un paso hacia el primer escenario, olvidando que la izquierda anhela construir una sociedad sin explotadores, ni explotados.
No cabe duda que el avance hacia esa meta exige doblegar al imperialismo. Pero ese logro debe empalmar con el fortalecimiento de las luchas sociales y las aspiraciones nacionales de los pueblos oprimidos. Sólo esa mixtura permitiría apuntalar un horizonte de emancipación. La denuncia de la OTAN sin ninguna crítica a la invasión de Putin obstruye esa batalla.
Quienes suponen que la invasión a Ucrania podría reiniciar por sí misma una transición socialista olvidan que Rusia ya no es la Unión Soviética. Es un país amoldado al capitalismo y gobernado por un mandatario anticomunista, explícitamente opuesto a cualquier vestigio del legado socialista. Lejos de converger con la izquierda, Putin proscribe y hostiliza a esas fuerzas dentro de Rusia y en el Donbass. La reconstrucción del proyecto socialista transita por otro camino.
La nítida tragedia humanitaria contrasta con la indefinición militar y el incierto efecto económico de la guerra. La responsabilidad del imperialismo norteamericano es más ocultada que la injustificada invasión rusa. Reiniciar las negociaciones es el curso más progresista y favorable para conseguir la soberanía. Las posturas indulgentes frente a la OTAN son tan inadmisibles como el llamado a la provisión de armas. Pero la invasión no fue una acción defensiva y tiene consecuencias negativas. Una caracterización comparada de la guerra confirma esa impronta regresiva.
(*) CLAUDIO KATZ Economista marxista argentino, investigador del CONICET, profesor de la UBA y miembro del EDI.Ha publicado en medios de Argentina, Brasil, México y países europeos. Coordinó grupo de trabajo de CLACSO y es miembro del Instituto de Investigaciones Económicas de Argentina. Es autor de numerosos textos de interpretación del capitalismo contemporáneo y de la crisis económica global. Recibió tres menciones honoríficas del Premio Libertador al Pensamiento Crítico por sus libros “Bajo el Imperio del Capital” (2011), “Las disyuntivas de la izquierda en América Latina” (2008) y el "El porvenir del socialismo" (2004). También circulan varias ediciones de su ensayo “El rediseño de América Latina. ALCA, MERCOSUR Y ALBA (2006) y de su trabajo "La economía marxista, hoy. Seis debates teóricos (2010).
Cesar | Sábado, 23 de Abril de 2022 a las 14:39:28 horas
Hola,buen análisis,el otro día leí un artículo ,en la línea del suyo,que Acuñaba un término, "stalibanes"se refería a esa "izquierda" de la que usted refiere en el artículo.Cuidese
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