 
  LA ESPAÑA REVOLUCIONARIA DEL SIGLO XIX , SEGÚN MARX
Una aproximación a los textos dedicados a España por el autor de El Capital    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        			        			        			        			        	
                                
                    			        			        
    
    
    Carlos Marx publicó un total veintiún artículos sobre España en el estadounidense «New York Daily Tribune», entre junio de 1854 y agosto de 1856, que fueron redactados residiendo en Londres tras el aplastamiento de los movimientos revolucionarios europeos de 1848. Y, aunque el propio Marx reconocía que España era entonces un país muy poco conocido, las investigaciones modernas vendría a confirmar lo acertado de  bastantes de sus interpretaciones, elaboradas al hilo de los acontecimientos de la época. En la revista Tiempo de Historia (publicada entre los años 1974 y 1982), José Miguel Fernández Urbina expuso la orientación general de estos textos elaborados por el autor de El Capital (...).
	
	
        
        
        			        			        			        			        			        			        	
                                
                    			        			        			        
        
                
        
         
    Condensado del articulo  "Marx y la Historia de España"(*) de José Miguel Fdez Urbina  
 
   Más de un siglo ha transcurrido desde que la fecunda pluma de Marx anotó que:
 
  "acaso no haya país alguno, salvo Turquía, que sea tan poco conocido y tan mal juzgado por Europa como España".
 
Y dado que:
    "el carácter de la historia moderna de España merece ser apreciado mucho más diversamente de como lo ha sido hasta ahora, aprovecharé una oportunidad para tratar este tema en una de mis próximas cartas».
 
    Desde entonces, la historiografía, gracias al distanciamiento adquirido y a la acumulación de investigaciones, ha ido desbrozando la tupida red de enigmas tejida en torno a las formas peculiares de revolución burguesa y desarrollo capitalista en España, hasta desembocar en una relativa unanimidad acerca de los fundamentos de dichos procesos.
 
   Y pese a que a estas alturas la capacidad analítica de Marx no debiera asombrar a nadie, no deja de ser sorprendente el que estas modernas investigaciones hayan venido a confirmar bastantes de sus interpretaciones, elaboradas al hilo de los acontecimientos y sobre un país que además de desconocer era entonces en general, y en palabras del propio Marx, muy «poco conocido».
 
   Marx publicó un total de veintiún artículos sobre España en el estadounidense «New York Daily Tribune», entre junio de 18 54 y agosto de 1856, que fueron redactados residiendo en Londres tras el aplastamiento de los movimientos revolucionarios europeos de 1848.
 
   Estos tuvieron repercusiones en España -por primera vez aparecen insurrecciones armadas de carácter republicano-, pero no alcanzaron la envergadura de los protagonizados en Francia, Austria, Alemania ...
 
   Sin embargo, un lustro después, cuando Europa se encontraba sumida en el reflujo de 1848, en España el pronunciamiento de O'Donnell y Dulce en junio-julio de 1854 («La Vicalvarada») y los acontecimientos que a partir de entonces se suceden, constituyen el aldabonazo que anuncia a las más lúcidas conciencias europeas la existencia de un país en el que también fracciones de la burguesía se enfrentan a la dinastía borbónica y donde también existe un proletariado, el catalán, organizado en asociaciones de clase, que lucha no sólo por mejorar sus condiciones de vida y trabajo sino que, además, lo hace por desmantelar un anacrónico sistema político y social que conserva no pocas conexiones con el Antiguo Régimen feudalizante y estamental.
 
   Las fuentes de información que manejó Marx para redactar sus artículos provenían de los despachos publicados en la prensa europea («Moniteur», «Journal des Debats», «The Times», «The Morning», etc.) por los corresponsales destacados en España y de la lectura de obras de Historia de España.
 
   En primer lugar, a lo largo de los articulos late la necesidad de descubrir los rasgos específicos, peculiares, de los procesos que Marx examina, huyendo así del mecanicismo interpretativo que tan nefastos resultados ha tenido cuando se ha utilizado la metodología historicista de Marx como si de un sistema cerrado e indiferenciadamente omnicomprensivo se tratara.
 
   En segundo lugar, puede llamar la atención la aparente paradoja de que, tratándose del autor de «El Capital», apenas aborde la estructura económica de la sociedad española para explicar los fenómenos político-ideológicos que en ella se manifiestan. Así, están ausentes cuestiones tan determinantes como las relaciones de producción agrarias, las desamortizaciones, los ferrocarriles y la minería o la industrialización de Cataluña, por citar algunos ejemplos.
 
   La necesidad de poblar extensas zonas de la Meseta fronterizas con los dominios árabes suscitó la organización de tierras comunales, una mayor autonomía de las urbes respecto a las clases nobiliarias y la difusión de un cierto espíritu democrático en un contexto estamental.
 
    Tras unas interesantes precisiones teóricas sobre el papel jugado por las monarquías absolutistas europeas en la transición del feudalismo al capitalismo, y después de contrastar éstas con la de Austrias y Borbones españoles, expone cómo el retraso aquí fue debido a que, a diferencia de las primeras, 
«mientras la aristocracia se sumía en la degradación sin perder sus peores privilegios, las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia».
 
   El rechazo popular al nuevo monarca, José Bonaparte, inaugura un singular período de nuestra historia contemporánea -de hecho aquí se inicia-, pues la lucha no se limita a reponer a Femando VII en el trono, sino que, merced a ella, se desencadenará una dinámica de ruptura con el pasado que sentará las bases de la revolución burguesa en el Estado español.
 
   Reseñemos sólo algunas de las muchas y cruciales cuestiones planteadas a lo largo de 1808-1814, que enmarcarán, como veremos a continuación, los escritos de Marx sobre este período: la contradictoriedad en el seno del bloque insurgente (dos corrientes se delinean dentro de él: 
- los liberales, que apoyados en las ciudades y clases urbanas se muestran como los más activos tanto en la dirección de la guerra como en el sentido impuesto a los acontecimientos, hasta culminar en la primera constitución de nuestra historia, la de Cádiz; 
- los serviles o absolutistas, que aceptando los intereses de las clases dominantes del Antiguo Régimen, aspiran a un simple retorno al pasado  
- y la existencia de los afrancesados, los cuales creyeron encontrar en Bonaparte la posibilidad de concluir las reformas ilustradas que habían quedado paralizadas tras la muerte de Carlos III y la Revolución francesa
 
   Las formas originales de lucha puestas en juego por el pueblo español, la guerrilla, y el surgimiento de organismos inéditos en el pasado que sustituyen a la administración absolutista, y que constituirán una constante hasta 1868 siempre que se desencadene un pronunciamiento o un movimiento revolucionario: las Juntas Provinciales y la Central.
 
    Marx efectuó el examen de los acontecimientos de 1808-1814 en una serie de ocho amplios artículos, publicados entre septiembre y diciembre de 1854, con el título de «España Revolucionaria» y que por sus dimensiones bien puede considerarse como un ensayo.
 
   La extensión es, pues, sensiblemente mayor que la dedicada a la España pre decimonónica, producto de una mayor dedicación al estudio del tema y, lógicamente, sus interpretaciones y valoraciones son extraordinariamente ricas, hasta el punto de que muchas de ellas pasarán al acervo de la historiografía más actual y científica.
 
    Es perceptible en la serie de artículos de la «España Revolucionaria» una evolución de los juicios de su autor sobre los acontecimientos revolucionarios en la Península.
 
   Desde las primeras líneas, Marx percibe certeramente el delineamiento de las clases sociales en sus alianzas y en su respuesta a la presencia de los ejércitos napoleónicos, lo que en definitiva marcará la orientación político-ideológica del bloque insurgente.
 
Así, mientras 
«Algunos miembros de las clases altas consideraban a Napoleón como el providencial regenerador de España, otros como el único baluarte capaz de enfrentarse con la Revolución; ninguno de ellos, por último, creía en la posibilidad de una resistencia nacional».
 
   Es decir, que 
«desde el comienzo mismo de la guerra por la independencia española la alta nobleza y la vieja administración perdieron todo contacto con las clases medias y con el pueblo a consecuencia de su deserción en el momento en que se iniciaba la lucha».
 
     En parte también por elementos de las capitales de provincia, donde bajo el reinado de Carlos I se habían desarrollado hasta cierto punto las condiciones materiales de la sociedad moderna.
 
Por último se plantea el porqué una Constitución como la de Cádiz
«estigmatizada por las testas coronadas europeas reunidas en Verana como la invención más incendiaria del espíritu jacobino, surgiera del cerebro de la vieja España monacal y absolutista» (103) y el cómo de «su desaparición repentina y sin resistencia a la vuelta de Fernando VII».
 
   El primer interrogante lo desentrañará desarrollando el análisis del delineamiento clasista frente a las tropas napoleónicas antes indicado, y el segundo le posibilitará, tras exprimir las contradicciones de las fracciones liberales, emitir un lúcido diagnóstico de su derrumbe ante la primera arremetida del bando absolutista capitaneado por el monarca Borbón («Pocas veces ha contemplado la Historia un espectáculo más humillante» ).
 
   De los años treinta, tras la desaparición de Fernando VII, arranca la industrialización en España, que hasta mediados de siglo se centraliza exclusivamente en Cataluña, y algunos focos del Levante y Andalucía.
 
   Con la mecanización de la industria textil y la introducción de los altos hornos nacía el proletariado industrial, e inmediatamente sus luchas en contra la explotación capitalista, que tras un breve período «luddlta» (que culmina con la quema de la fábrica «El Vapor» en 1835), adoptará las pautas organizativas, en asociaciones de clase, de sus hermanos europeos.
 
  En el bienio asistimos al protagonismo del movimiento obrero, el republicanismo de masas y la inclusión en los programas políticos progresistas y demócratas de bastantes de las reivindicaciones obreras.
 
   Pero también, una vez más, a la inconsecuencia de una burguesía que, pese a que de ella ha partido la iniciativa revolucionaria, alarmada ante el auge de las luchas obreras se vuelve atrás, refugiándose en el protector regazo de la monarquía isabelina y de las clases aristocráticas, soldándose así la alianza del bloque financiero-terrateniente, el mayor lastre para la historia social española posterior.
 
   Las leyes de bancos y sociedades de crédito, la de ferrocarriles y la desamortización civil promulgada en el bienio sentaron las bases del espectacular desarrollo económico de la década siguiente y de la masiva penetración del capital extranjero. Y, en medio, una huelga general obrera en Cataluña, en defensa de la legalidad de sus organizaciones, fenómeno que también era inédito hasta entonces.
 
    El papel estelar de este brillante reparto recayó en un peculiar y contradictorio personaje, con pretensiones de caudillo populista, el inefable Espartero, al que Marx diseccionara magistralmente.
 
   Como hemos indicado al comienzo de estas notas, lo que impulsó a Marx a preocuparse por España y su Historia fueron los sucesos derivados del pronunciamiento de O'Donnell y Dulce en junio de 1854, y a ellos dedicó la mayor parte de sus crónicas y artículos, que se redactaron y publicaron en dos períodos: durante los acontecimientos de 1854 y al final de la experiencia de 1856.
 
    El primer episodio determinante radicará en que 
 
    «Al convencerse que las ciudades españolas no pueden movilizarse esta vez por una mera revolución palaciega, O'Donnell ha postulado inesperadamente principios liberales» , algunos de los cuales eran «el_perteccionamiento de las leyes electorales y de prensa, la disminución de impuestos, la implantación en las carreras civiles del ascenso por méritos exclusivamente, la descentralización y el establecimiento de una Milicia Nacional con amplia base».
 
   Es entonces cuando la indiferencia de la población urbana, escéptica de los cambios reales que podía traer un nuevo pronunciamiento, reacciona entusiásticamente a favor de los pronunciados.
 
    El pueblo era otra vez estafado por quienes se proclamaban sus representantes, y aunque el proletariado catalán, al que en seguida restringió Espartero los derechos de asociación, prosigue sus luchas, la mayoría de la población liberal o progresista apenas si opone resistencia.
 
   Por ello, el sector organizado del proletariado, antes de encontrar su propia definición autónoma en el bakunismo o el marxismo, se alejó desde entonces del Partido Progresista para vincularse al Partido Demócrata, representante del radicalismo de las capas pequeño-burguesas.
 
(*) PUBLICADO EN LA DESAPARECIDA REVISTA "TIEMPO DE HISTORIA", Nº 57
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                                                                                                                                                                                                    
    
    
	
    
Condensado del articulo "Marx y la Historia de España"(*) de José Miguel Fdez Urbina
Más de un siglo ha transcurrido desde que la fecunda pluma de Marx anotó que:
"acaso no haya país alguno, salvo Turquía, que sea tan poco conocido y tan mal juzgado por Europa como España".
Y dado que:
"el carácter de la historia moderna de España merece ser apreciado mucho más diversamente de como lo ha sido hasta ahora, aprovecharé una oportunidad para tratar este tema en una de mis próximas cartas».
Desde entonces, la historiografía, gracias al distanciamiento adquirido y a la acumulación de investigaciones, ha ido desbrozando la tupida red de enigmas tejida en torno a las formas peculiares de revolución burguesa y desarrollo capitalista en España, hasta desembocar en una relativa unanimidad acerca de los fundamentos de dichos procesos.
Y pese a que a estas alturas la capacidad analítica de Marx no debiera asombrar a nadie, no deja de ser sorprendente el que estas modernas investigaciones hayan venido a confirmar bastantes de sus interpretaciones, elaboradas al hilo de los acontecimientos y sobre un país que además de desconocer era entonces en general, y en palabras del propio Marx, muy «poco conocido».
Marx publicó un total de veintiún artículos sobre España en el estadounidense «New York Daily Tribune», entre junio de 18 54 y agosto de 1856, que fueron redactados residiendo en Londres tras el aplastamiento de los movimientos revolucionarios europeos de 1848.
Estos tuvieron repercusiones en España -por primera vez aparecen insurrecciones armadas de carácter republicano-, pero no alcanzaron la envergadura de los protagonizados en Francia, Austria, Alemania ...
Sin embargo, un lustro después, cuando Europa se encontraba sumida en el reflujo de 1848, en España el pronunciamiento de O'Donnell y Dulce en junio-julio de 1854 («La Vicalvarada») y los acontecimientos que a partir de entonces se suceden, constituyen el aldabonazo que anuncia a las más lúcidas conciencias europeas la existencia de un país en el que también fracciones de la burguesía se enfrentan a la dinastía borbónica y donde también existe un proletariado, el catalán, organizado en asociaciones de clase, que lucha no sólo por mejorar sus condiciones de vida y trabajo sino que, además, lo hace por desmantelar un anacrónico sistema político y social que conserva no pocas conexiones con el Antiguo Régimen feudalizante y estamental.
Las fuentes de información que manejó Marx para redactar sus artículos provenían de los despachos publicados en la prensa europea («Moniteur», «Journal des Debats», «The Times», «The Morning», etc.) por los corresponsales destacados en España y de la lectura de obras de Historia de España.
En primer lugar, a lo largo de los articulos late la necesidad de descubrir los rasgos específicos, peculiares, de los procesos que Marx examina, huyendo así del mecanicismo interpretativo que tan nefastos resultados ha tenido cuando se ha utilizado la metodología historicista de Marx como si de un sistema cerrado e indiferenciadamente omnicomprensivo se tratara.
En segundo lugar, puede llamar la atención la aparente paradoja de que, tratándose del autor de «El Capital», apenas aborde la estructura económica de la sociedad española para explicar los fenómenos político-ideológicos que en ella se manifiestan. Así, están ausentes cuestiones tan determinantes como las relaciones de producción agrarias, las desamortizaciones, los ferrocarriles y la minería o la industrialización de Cataluña, por citar algunos ejemplos.
La necesidad de poblar extensas zonas de la Meseta fronterizas con los dominios árabes suscitó la organización de tierras comunales, una mayor autonomía de las urbes respecto a las clases nobiliarias y la difusión de un cierto espíritu democrático en un contexto estamental.
Tras unas interesantes precisiones teóricas sobre el papel jugado por las monarquías absolutistas europeas en la transición del feudalismo al capitalismo, y después de contrastar éstas con la de Austrias y Borbones españoles, expone cómo el retraso aquí fue debido a que, a diferencia de las primeras,
«mientras la aristocracia se sumía en la degradación sin perder sus peores privilegios, las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia».
El rechazo popular al nuevo monarca, José Bonaparte, inaugura un singular período de nuestra historia contemporánea -de hecho aquí se inicia-, pues la lucha no se limita a reponer a Femando VII en el trono, sino que, merced a ella, se desencadenará una dinámica de ruptura con el pasado que sentará las bases de la revolución burguesa en el Estado español.
Reseñemos sólo algunas de las muchas y cruciales cuestiones planteadas a lo largo de 1808-1814, que enmarcarán, como veremos a continuación, los escritos de Marx sobre este período: la contradictoriedad en el seno del bloque insurgente (dos corrientes se delinean dentro de él:
- los liberales, que apoyados en las ciudades y clases urbanas se muestran como los más activos tanto en la dirección de la guerra como en el sentido impuesto a los acontecimientos, hasta culminar en la primera constitución de nuestra historia, la de Cádiz;
- los serviles o absolutistas, que aceptando los intereses de las clases dominantes del Antiguo Régimen, aspiran a un simple retorno al pasado
- y la existencia de los afrancesados, los cuales creyeron encontrar en Bonaparte la posibilidad de concluir las reformas ilustradas que habían quedado paralizadas tras la muerte de Carlos III y la Revolución francesa
Las formas originales de lucha puestas en juego por el pueblo español, la guerrilla, y el surgimiento de organismos inéditos en el pasado que sustituyen a la administración absolutista, y que constituirán una constante hasta 1868 siempre que se desencadene un pronunciamiento o un movimiento revolucionario: las Juntas Provinciales y la Central.
Marx efectuó el examen de los acontecimientos de 1808-1814 en una serie de ocho amplios artículos, publicados entre septiembre y diciembre de 1854, con el título de «España Revolucionaria» y que por sus dimensiones bien puede considerarse como un ensayo.
La extensión es, pues, sensiblemente mayor que la dedicada a la España pre decimonónica, producto de una mayor dedicación al estudio del tema y, lógicamente, sus interpretaciones y valoraciones son extraordinariamente ricas, hasta el punto de que muchas de ellas pasarán al acervo de la historiografía más actual y científica.
Es perceptible en la serie de artículos de la «España Revolucionaria» una evolución de los juicios de su autor sobre los acontecimientos revolucionarios en la Península.
Desde las primeras líneas, Marx percibe certeramente el delineamiento de las clases sociales en sus alianzas y en su respuesta a la presencia de los ejércitos napoleónicos, lo que en definitiva marcará la orientación político-ideológica del bloque insurgente.
Así, mientras
«Algunos miembros de las clases altas consideraban a Napoleón como el providencial regenerador de España, otros como el único baluarte capaz de enfrentarse con la Revolución; ninguno de ellos, por último, creía en la posibilidad de una resistencia nacional».
Es decir, que
«desde el comienzo mismo de la guerra por la independencia española la alta nobleza y la vieja administración perdieron todo contacto con las clases medias y con el pueblo a consecuencia de su deserción en el momento en que se iniciaba la lucha».
En parte también por elementos de las capitales de provincia, donde bajo el reinado de Carlos I se habían desarrollado hasta cierto punto las condiciones materiales de la sociedad moderna.
Por último se plantea el porqué una Constitución como la de Cádiz
«estigmatizada por las testas coronadas europeas reunidas en Verana como la invención más incendiaria del espíritu jacobino, surgiera del cerebro de la vieja España monacal y absolutista» (103) y el cómo de «su desaparición repentina y sin resistencia a la vuelta de Fernando VII».
El primer interrogante lo desentrañará desarrollando el análisis del delineamiento clasista frente a las tropas napoleónicas antes indicado, y el segundo le posibilitará, tras exprimir las contradicciones de las fracciones liberales, emitir un lúcido diagnóstico de su derrumbe ante la primera arremetida del bando absolutista capitaneado por el monarca Borbón («Pocas veces ha contemplado la Historia un espectáculo más humillante» ).
De los años treinta, tras la desaparición de Fernando VII, arranca la industrialización en España, que hasta mediados de siglo se centraliza exclusivamente en Cataluña, y algunos focos del Levante y Andalucía.
Con la mecanización de la industria textil y la introducción de los altos hornos nacía el proletariado industrial, e inmediatamente sus luchas en contra la explotación capitalista, que tras un breve período «luddlta» (que culmina con la quema de la fábrica «El Vapor» en 1835), adoptará las pautas organizativas, en asociaciones de clase, de sus hermanos europeos.
En el bienio asistimos al protagonismo del movimiento obrero, el republicanismo de masas y la inclusión en los programas políticos progresistas y demócratas de bastantes de las reivindicaciones obreras.
Pero también, una vez más, a la inconsecuencia de una burguesía que, pese a que de ella ha partido la iniciativa revolucionaria, alarmada ante el auge de las luchas obreras se vuelve atrás, refugiándose en el protector regazo de la monarquía isabelina y de las clases aristocráticas, soldándose así la alianza del bloque financiero-terrateniente, el mayor lastre para la historia social española posterior.
Las leyes de bancos y sociedades de crédito, la de ferrocarriles y la desamortización civil promulgada en el bienio sentaron las bases del espectacular desarrollo económico de la década siguiente y de la masiva penetración del capital extranjero. Y, en medio, una huelga general obrera en Cataluña, en defensa de la legalidad de sus organizaciones, fenómeno que también era inédito hasta entonces.
El papel estelar de este brillante reparto recayó en un peculiar y contradictorio personaje, con pretensiones de caudillo populista, el inefable Espartero, al que Marx diseccionara magistralmente.
Como hemos indicado al comienzo de estas notas, lo que impulsó a Marx a preocuparse por España y su Historia fueron los sucesos derivados del pronunciamiento de O'Donnell y Dulce en junio de 1854, y a ellos dedicó la mayor parte de sus crónicas y artículos, que se redactaron y publicaron en dos períodos: durante los acontecimientos de 1854 y al final de la experiencia de 1856.
El primer episodio determinante radicará en que
«Al convencerse que las ciudades españolas no pueden movilizarse esta vez por una mera revolución palaciega, O'Donnell ha postulado inesperadamente principios liberales» , algunos de los cuales eran «el_perteccionamiento de las leyes electorales y de prensa, la disminución de impuestos, la implantación en las carreras civiles del ascenso por méritos exclusivamente, la descentralización y el establecimiento de una Milicia Nacional con amplia base».
Es entonces cuando la indiferencia de la población urbana, escéptica de los cambios reales que podía traer un nuevo pronunciamiento, reacciona entusiásticamente a favor de los pronunciados.
El pueblo era otra vez estafado por quienes se proclamaban sus representantes, y aunque el proletariado catalán, al que en seguida restringió Espartero los derechos de asociación, prosigue sus luchas, la mayoría de la población liberal o progresista apenas si opone resistencia.
Por ello, el sector organizado del proletariado, antes de encontrar su propia definición autónoma en el bakunismo o el marxismo, se alejó desde entonces del Partido Progresista para vincularse al Partido Demócrata, representante del radicalismo de las capas pequeño-burguesas.
(*) PUBLICADO EN LA DESAPARECIDA REVISTA "TIEMPO DE HISTORIA", Nº 57





























 
	
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