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Martes, 25 de Abril de 2023 Tiempo de lectura:

A 10 AÑOS DEL HOMICIDIO DE LAS OBRERAS TEXTILES DE BANGLADESH

Una efemérides que la clase trabajadora debemos recordar siempre

El 24 de abril se cumplieron diez años del peor desastre de la historia de la industria de la confección: el edificio Rana Plaza, en Dacca (Bangladesh), donde se alojaban diversos talleres, se derrumbó matando al menos a 1.134 personas, la mayoría mujeres, e hiriendo a más de 2.000. A día de hoy ninguna de las marcas de moda internacionales para las que trabajaban ha indemnizado a las víctimas.

 Por TITA BARAHONA / REDACCIÓN CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

 

   La historia de la clase trabajadora está jalonada de multitud de sucesos luctuosos, catástrofes y represiones que han dejado una enorme estela de víctimas mortales en el altar del capital. La que sucedió el 24 de abril de 2013 en Bangladesh es, sin duda, la de mayor magnitud, aunque no la única. Desde 2006, son un millar aproximadamente los accidentes mortales que han sucedido en los talleres textiles del país asiático.

 

 

   Como afirma la presidenta de la Federación de Trabajadores de la Industria y de la Confección en Bangladesh, Kalpona Akter, lo del Rana Plaza fue “un asesinato, no un accidente”, porque se trató de un desastre “totalmente prevenible que “no habría sucedido con las medidas adecuadas de seguridad y un sólido sistema de seguimiento que contase con la voz de las personas trabajadoras”.

 

 

   En el Rana Plaza se confeccionaban prendas para firmas internacionales como Primark, Benetton, El Corte Inglés, H&M, Mango, Inditex, Marks&Spencer, Gap, C&A y muchas otras. Pero el edificio, de 8 plantas, presentaba graves problemas estructurales de los que ya advertían las trabajadoras.

 

 

   Fue, en efecto, una tragedia totalmente evitable. Según la Campaña Ropa Limpia (1), “las trabajadoras se vieron obligadas a entrar en un edificio que sabían que no era seguro (…) era fin de mes y las amenazaron con perder su salario (…) algunas de ellas fueron incluso agredidas para hacerlas volver a sus puestos de trabajo”.

 

 

   Tras el derrumbe, solamente la presión internacional consiguió el compromiso de algunas de las empresas -otras se negaron- de poner en marcha un plan de seguridad, que se plasmó en el ‘Acuerdo sobre seguridad de Edificios y contra incendios’, legalmente vinculante, que pende de un hilo ya que vence el próximo 31 de mayo y todas las marcas deberían comprometerse a firmar su renovación.

 

 

   Ya veremos si esto se cumple; porque, de las 200 marcas que firmaron el acuerdo, ninguna ha expresado su voluntad de renovarlo. En su lugar abogan por el mismo sistema de seguimiento voluntario que facilitó el desastre del Rana Plaza.

 

 

   Pero este no es el único problema. Tras diez años de la tragedia, las horribles condiciones de trabajo de las obreras que hacen la ropa que vestimos a buen precio en Europa y otros lugares del “mundo rico” no han variado sustancialmente. Trabajan entre 14 y 16 horas diarias, casi siempre en semanas de 6 días, con salarios que están entre los más bajos del mundo (54 euros al mes ganaban en 2013) y la persecución a que está sometida la organización sindical. No tienen seguridad social ni protección por accidentes, el acoso sexual de capataces es frecuente y las despiden cuando quedan embarazadas.


 

   Las mujeres siempre han sido el grueso del proletariado textil


 

   Las mujeres continúan siendo la mayor parte del proletariado textil del mundo, y sus condiciones no difieren mucho de las que podemos encontrar en las fábricas de la Europa del siglo XIX. La diferencia es que hoy la confección (la Moda, las Marcas) es el sector más pujante de la industria textil. Está en manos de corporaciones multinacionales que controlan toda la cadena de suministro, producción y comercialización a nivel global. Se calcula que hay en el mundo de 60 a 75 millones de personas empleadas en el textil, confección y calzado, dos tercios de las cuales son mujeres.

 

 

   Con máquinas de coser dotadas de mejor tecnología que en el pasado, los beneficios astronómicos que generan estas empresas se deben en gran medida a que se llevaron (deslocalizaron) la fabricación a países de Asia, África y América (China, Bangladesh, India, Turquía, Vietnam, Camboya, Marruecos, México, Haití, con nuevos brotes en Mali, Samoa, Panamá, Chile, Burundi y Etiopía). Países donde la mano de obra es mucho más barata y la protección laboral y ambiental muy escasa o inexistente.

 

 

   Las Marcas contratan con fabricantes de esos países, que a su vez subcontratan con otros fabricantes y pequeños talleres. La cadena atraviesa los sectores formal e informal de la economía. La industria doméstica subsidiaria, que en la actualidad cae en el denominado sector informal, es el departamento exterior de la fábrica, especialmente cuando se prevé un pico de demanda. En este sector sumergido del iceberg de la industria no hay contratos ni garantías laborales.

 

 

   El trabajo forzado continúa siendo un “complemento”, especialmente en las fases más intensivas en trabajo. Por ejemplo, la cosecha del algodón se realiza en parte con este tipo de relación en Uzbekistán, uno de los mayores exportadores de esta fibra para las firmas de moda -incluida la Inditex de Amancio Ortega (2). El sistema llamado Sumangali de la India del sur también implica trabajo forzado especialmente para las niñas.

 

 

   A las condiciones descritas, se suma que los locales en que se ubican los talleres textiles en estos países se hallan a menudo en condiciones insalubres y ruinosas, al carecer sus infraestructuras de un mantenimiento regular. De ahí que no sean infrecuentes los incendios y otros accidentes que producen heridos de consideración e incluso víctimas mortales. El que tuvo lugar en Bangladesh en 2013 es el de mayor magnitud; pero recordemos también que en febrero de este año 2021 hubo en Tánger (Marruecos) otra tragedia en un taller de confección textil en la que murieron 28 personas.

 

 

   Estos desastres son eslabones en la larga cadena que el capitalismo ha producido a lo largo de su historia, similar al sucedido el 25 de marzo de 1911 en otra fábrica textil de Nueva York, Shirtwaist, donde murieron 123 mujeres y 23 hombres, que es recordado porque está entre los acontecimientos que dieron origen del 8 de Marzo.

 

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   Todos estos asesinatos -y otros menos visibles- debemos recordarlos y denunciarlos, como lo han hecho y lo siguen haciendo año tras año las obreras y los obreros de Bangladesh y de otras partes del mundo en solidaridad; como lo han hecho también este año algunas centrales sindicales del Estado español, como la CGT de Nafarroa, y como debemos seguir haciendo para recodar que la ropa que vestimos así como los beneficios de los capitalistas -como Amancio Ortega-, que se sirven de esta mano de obra semi-esclava, están manchados de sangre.

 

 

(1) Para más información, véase https://cleanclothes.org/resources/publications/factsheets

(2) El blog del Viejo Topo publicó un interesante dossier sobre Inditex el 25 de octubre de 2016.

 

 

 

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  • agapito perez

    agapito perez | Jueves, 27 de Abril de 2023 a las 03:17:49 horas

    El feminismo tiene que ser revolucionario. Pongamos los medios para algún día poder desarrollarlo.
    A los machitos ibéricos ni agua...

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  • Maribel Santana

    Maribel Santana | Miércoles, 26 de Abril de 2023 a las 00:27:07 horas

    Todos los capitalistas del mundo son iguales los de acá que explotan personas de alla y los de allí que tambien explotan a su pueblo. Ni un mínimo de recursos de seguridad para los trabajadores, son tratados animales. Malditas bestias descerebradas cuando será el dia que le ajustaran las cuentas a estos miserables!!
    Cada vez que leo estas noticias, la rabia me come.

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  • jose

    jose | Lunes, 26 de Abril de 2021 a las 12:42:25 horas

    Una verguenza que el capitalismo se aproveche de la desigualdad social para generar beneficios económicos inmorales que solo sirven para mantener el nivel de vida de una élite privilegiada.
    Urge crear una red de solidaridad internacionalista para unir nuestras luchas con las de la mano de obra de los países pobres.

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