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Martes, 06 de Octubre de 2020 Tiempo de lectura:

LA CIS-TITIS DE LA NEOLENGUA TRANSGENERISTA-POSMODERNA

Las nuevas clasificaciones que la ideología de las identidades nos intenta imponer

Según nuestra colaboradora Tta Barahona, debido al auge que lo queer y el transgenerismo asociado han tomado en la política, la universidad y los medios, es cada vez más frecuente leer u oír el calificativo “cis” aplicado a hombres o mujeres, con el fin de diferenciarlos de las personas trans. Muchas, sin embargo, rechazamos que nos clasifiquen de este o cualquier otro modo, porque estamos hartas de muchos siglos de clasificaciones.

 

   Por TITA BARAHONA / REDACCIÓN CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

   El afijo “cis” el transgenerismo queer lo aplica para diferenciarlo de lo “trans”, es decir, para distinguir a las mujeres y hombres transexuales de quienes no lo son. Es la nueva clasificación que esta ideología individualista de las identidades nos intenta imponer en función de cómo a unas y otros se nos ve.

 

   Claro que en esto de lo “trans”, la cosa se complica porque ya no sólo hay transexuales sino también transgéneros. Las personas transexuales se supone que son las que han pasado por terapia de hormonación y cirujía de reasignación, y se atavían de modo que sea reconocible el sexo al que han transitado. Por contra, a las personas transgénero sólo les basta con tener apariencia de..., aplicando los criterios estéticos de toda la vida que normalmente diferencian los sexos a simple vista. O incluso ni siquiera eso.

 

 

Como retoño del idealismo posmoderno, el queerismo sostiene que el sexo no existe, la materia no existe; lo único real es el lenguaje y la representación. Por tanto, ser mujer u hombre o todo lo contrario depende únicamente de lo que uno/a sienta o diga ser en cada momento

 

 

 

   En la neolengua del transgenerismo, el afijo “cis” significa que la persona a la que se lo atribuyen se “adapta” al “género” correspondiente al sexo con el que nació -o, según el transgenerismo queer, al sexo que le “asignaron” al nacer, ya que, como retoño del idealismo posmoderno, el queerismo sostiene que el sexo no existe, la materia no existe; lo único real es el lenguaje y la representación. Por tanto, ser mujer u hombre o todo lo contrario depende únicamente de lo que uno/a sienta o diga ser en cada momento.

 

 

   Es de notar el estrecho significado que para el transgenerismo tiene el concepto de género, esa cosa que confunden -deliberadamente o por simple ignorancia- con el sexo. Lo que se dio en llamar género -o, mejor, géneros- se compone de un conjunto de normas que definen lo masculino y lo femenino y se nos inculcan desde la infancia según nuestro sexo sea varón o mujer. Esas normas no atañen sólo a la apariencia a través de vestuarios, peinados o posturas corporales diferenciadas -como parece sostener el transgenerismo-; sino también -y preferentemente- a comportamientos, valores y expectativas.

 

 

   Parece mentira que a estas alturas haga falta recordar que, históricamente, al género femenino en particular se le atribuyeron característas asociadas al doble sesgo moral del bien y del mal. Por un lado: la sensibilidad, la abnegación, la deferencia, la obeciencia, el recato, la belleza, la bondad... representados en el arquetipo de la virgen María. Por otro lado: el vicio, la voluptiosidad, la veleidad, el capricho, la banalidad, la inteligencia corta..., encarnados en la imagen de la Eva pecadora. En resumen: o Virgen y mártir o Puta perdida.

 

 

   Esta ideología, producto de sociedades patriarcales de raíz judeo-cristiana-islámica, legitimó durante siglos la subordinación de las mujeres, su consideración como menores de edad permanentes, sujetas a la tutela masculina; su exclusión de la enseñanza media y superior, por ende de las profesiones liberales, la política... de todo menos -en el caso de las de clase subalterna- del trabajo duro, para canalizarlas hacia el matrimonio, el hogar, la crianza de los hijos y la servidumbre sexual.

 

 

"No somos mujeres cis, nos negamos a que nos califiquen de cis, porque estamos hartas de que nos clasifiquen de cualquier manera. Llevamos muchos siglos clasificadas. Y las que pertenecemos a la clase explotada, que somos la mayoría, estamos hartas también de ser habladas por otros y otras"

 

 

   A quienes nacimos bajo la dictadura fascista de Francisco Franco, nos educaron en escuelas segregadas por sexos. A las niñas, la Sección Femenina de la Falange Española nos enseñaba a ser buenas hijas y futuras buenas esposas y madres, lo que implicaba conducirnos con recato, deferencia, discreción -no hablar cuando lo hicieran los hombres, que ya San Pablo nos mandaba callar en las asambleas-. Se nos invitaba a no leer ensayos o novelas (que no fuesen “rosas”), sino vidas ejemplares, devocionarios y revistas “femeninas” con consejos de cocina, belleza, crianza y todo lo que podía hacer feliz a un marido. Hasta en la enseñanza secundaria tuvimos una asignatura llamada “Hogar”, porque esa debía ser nuestra mayor expectativa en la vida.

 

   Pero ocurrió que muchas jóvenes de nuestra generación y las que nos precedieron nos rebelamos contra estos mandatos “de género”, contra esta segregación sexual que nos mantenía oprimidas. Nos dio por afirmar y ejercitar nuestra inteligencia e independencia personal, aplicar nuestro propio criterio, hablar cuando lo creíamos conveniente en espacios privados y públicos. Algunas decidimos no casarnos sin renunciar a tener una vida sexual plena -con hombres o mujeres- o ser madres. Muchas nos hicimos feministas precisamente porque nos oponíamos a esas imposiciones que nos habían situado en una posición social subordinada, dominada y maltratada por el hecho de haber nacido hembras de la especie.

 

   A pocas mujeres -y diría que hombres también- estos estereotipos de género se nos ajustan como un guante. La mayoría tenemos en nuestra personalidad atributos que son, según la clasificación tradicional, tanto masculinos como femeninos ¿Eso nos hace transgéneros? No. Nos hace personas, las personas que, dentro de los condicionamientos sociales, queremos ser. La única mujer que de repente me viene a la memoria real y conscientemente adaptada a su rol de género femenino tradicional es la difunta Barbara Cartland, la famosa escritora de novelas rosas, abuela de Lady Di.

 

   Para el transgenerismo, sin embargo, basta con que una mujer se vista con la ropa que se vende en las secciones de señoras de los almacenes, se calce con zapatos de poco o mucho tacón, se maquille poco o mucho, se peine de mil maneras... para clasificarla como “cis”: mujer cis o cis-mujer. La idea que tienen del género es superficial, ahistórica y francamente pueril, lo que no deja de ser peligrosamente reaccionario. Todo se reduce a una mera cuestión estética. Por eso, a esa joven mamá posmoderna le ha sido tan sencillo transformar a su hijo de 3 años en una niña trans: sólo ha tenido que cambiarle el nombre, dejarle el pelo largo y ponerle ropa de la sección de niñas del Corte Inglés. Y si usted tiene una niña a la que quiera transformar en niño trans, sólo tendrá que seguir esta simple operación en el sentido contrario.

 

 

"A pocas mujeres -y diría que hombres también- estos estereotipos de género se nos ajustan como un guante. La mayoría tenemos en nuestra personalidad atributos que son, según la clasificación tradicional, tanto masculinos como femeninos ¿Eso nos hace transgéneros? "

 

 

   Muchas no entendemos por qué si, como afirma el transgenerismo queer, géneros hay tantos como personas, la inmensa mayoría se agarra a los dos de siempre. Ah, qué también están los “no binarios”, quienes no se identifican ni como hombres ni como mujeres y procuran una apariencia andrógina. Bravo y totalmente legítimo. Pero eso no les evitará que, a partir de los 50, unos tengan que revisarse la próstata y otras encarar la menopausia.

 

   No, no somos mujeres cis, nos negamos a que nos califiquen de cis, rechazamos este movimiento cis-mático; porque estamos hartas de que nos clasifiquen de cualquier manera. Llevamos muchos siglos clasificadas. Y las que pertenecemos a la clase explotada, que somos la mayoría, estamos hartas también de ser habladas por otros y otras. Somos mujeres y lo somos independientemente de que nuestra apariencia lo diga o no lo diga abiertamente. Lo somos aunque nos vistamos en la sección de hombres, despojadas de cualquier abalorio o maquillaje o vayamos simplemente desnudas.

 

   El cis, queridos/as transgeneristas y posmodernos/as de vario pelaje, se lo pueden ustedes introducir -robando un querido término argentino- por el orto.

 

 

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  • maribel santana

    maribel santana | Martes, 06 de Octubre de 2020 a las 15:05:12 horas

    Si lo dice el neoliberalismo, como no tener razón?? a ver de donde va a sacar mas caña para acumular mas capitales. O no se trata de eso?,¡ pues cualquier cosa sirve!

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