
A 60 AÑOS DEL DÍA QUE LUMUMBA PRONUNCIÓ EL DISCURSO MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XX
"Hemos conocido el trabajo agotador exigido a cambio de salarios que no nos permitían ni comer"
Aquel día, el gazmoño rey Balduino tomó la palabra en el acto de la independencia del Congo, alabando la figura de su antepasado el genocida rey Leopoldo II. El monarca no tenía ni idea de lo que le iba a venir después. Patricio Lumumba iba a pronunciar el discurso mas decisivo de la historia del siglo XX.
De UMOYA (Federacion de de comites de solidaridad con Africa Negra)
El día 30 de junio la República Democrática del Congo celebró su independencia. Ese día de 1960 el recién elegido primer ministro, Patrice Lumumba, pronunció una de los discursos más importantes del siglo XX, ante una corte de europeos, encabezados por el propio rey de Bélgica Balduino, - casado con Fabiola de la Mora y Aragon, una mojigata aristócrata franquista española- quien ensalzó la figura de Leopoldo II, el colonizador que sometió a los congoleños a 80 años de opresión y sufrimiento.
En su honor, ofrecemos este texto que publicó el analista congoleño Musavuli Boniface en sus redes sociales, extraído de un libro del escritor David Van Reybrouck. (Véase David Van Reybrouck, pp 296-297)
(…) Cuando todo el mundo se hubo sentado, entró el Primer Ministro Lumumba. Un poco más tarde, la sala se levanta para saludar al rey Balduino y al presidente Kasavubu. Balduino fue el primero en tomar la palabra. Afable, el soberano dio un discurso que parecía escrito más en 1900 que en 1960. Alabó la obra de Leopoldo II como si jamás una comisión de investigación hubiera condenado su régimen:
“La independencia de Congo constituye la culminación de la obra concebida por el genio del rey Leopoldo II, llevada a cabo por él con un coraje tenaz y continuado con perseverancia por Bélgica.”
Y no renunció al paternalismo:
“Ahora les corresponde a ustedes, señores, demostrar que teníamos razón al confiar en ustedes […] Su tarea es inmensa y son ustedes los primeros en darse cuenta. […] No tengan miedo de recurrir a nosotros. Estamos dispuestos a seguir a su lado para ayudarlos con nuestros consejos”.
Cuando terminó, la sala aplaudió con cortesía. Entonces fue el turno de tomar la palabra del presidente Kasavubu. El texto fue escrito por Jean Cordy, el belga que había sido jefe de gabinete de gobernador general Cornelis. Según el protocolo del día, la parte de los discursos que había previstos había terminado.
Un error de cálculo. Durante el discurso del presidente, Lumumba hacía correcciones a un texto apresuradamente. Tenía una pequeña pila de papeles sobre sus rodillas, y garabateaba una anotación aquí y allá. Lumumba, que había tenido la ocasión de ojear varios días antes el convencional discurso de Kasavubu, creía que no podía contenerse. Quería replicar una última vez al colonizador. Eso le permitiría además colocarse bajo los focos, porque estaba particularmente molesto por que fuera Kasavubu y no él, quien tuviera derecho a los honores. El gran vencedor de las elecciones, debía ver con malos ojos que su rival de toda la vida, Kasavubu, el regionalista que ni siquiera amaba el Congo, pavonearse al lado del rey Balduino. Lumumba escribió su discurso la noche del miércoles al jueves, aún pudo contentarse con dormir solamente unas horas. Se dice que su consejero belga y seguidor incondicional, Jean Van Lierde, le ayudó a escribir el texto que ha pasado a ser, hoy en día, uno de los discursos más grandes del siglo XX y un documento determinante de la época de la descolonización de África:
“Porque esta independencia de Congo, si se proclama hoy en armonía con Bélgica, país amigo con el que nos tratamos de igual a igual, ningún congoleño digno de este nombre podrá olvidar jamás, sin embargo, que se ha conquistado por la lucha, una lucha de todos los días, una lucha ardiente e idealista, una lucha en la que no hemos escatimado ni nuestras fuerzas, ni nuestras privaciones, ni nuestros sufrimientos, ni nuestra sangre.
Ha sido una lucha de lágrimas, de fuego y de sangre, estamos orgullosos en lo más profundo de nosotros mismos, porque fue una lucha noble y justa, una lucha indispensable para poner fin a la humillante esclavitud, que nos fue impuesta por la fuerza. Esa fue nuestra suerte en 80 años de régimen colonialista, nuestras heridas están demasiado recientes y son demasiado dolorosas todavía para que podamos expulsarlas de nuestra memoria.
Hemos conocido el trabajo agotador exigido a cambio de salarios que no nos permitían ni comer para saciar nuestra hambre, ni vestirnos o vivir en una casa decente, ni criar a nuestros hijos como seres queridos. Hemos conocido la burla, los insultos y los golpes soportados mañana, tarde y noche porque éramos negros.
¡Quién va a olvidar que a un negro se le dice “tu”, no como a un amigo, sino porque el honorable “Usted” estaba reservado solamente a los blancos! Hemos conocido nuestras tierras expoliadas en nombre de textos supuestamente legales, que no hacían más que reconocer el la ley del más fuerte. Hemos conocido que la ley no era nunca la misma, según de si se trataba de un blanco o de un negro, condescendiente para unos, cruel e inhumana para los otros. Hemos conocido los sufrimientos atroces de los condenados por sus opiniones políticas o sus creencias religiosas: exiliados en su propia patria, su destino fue peor que la mismísima muerte. Hemos conocido que en los pueblos había magníficas casas para los blancos y chabolas ruinosas para los negros; que un negro no fuera admitido ni en los cines ni en los restaurantes ni en las tiendas llamadas “europeas”; que un negro viajara en las bodegas de los barcos, a los pies de los blancos en sus cabinas de lujo”.
El texto se hizo efectivamente para durar. Como todos los grandes discursos, esclarece la historia abstracta con detalles concretos e ilustra la gran injusticia con innumerables ejemplos tangibles. Pero el momento no pudo ser peor elegido. Era el día en el que Congo accedía a la independencia, pero Lumumba habló como si todavía estuviera en plena campaña electoral. Demasiado marcada por la obtención de la independencia, demasiado cegado por el romanticismo del panafricanismo, sin embargo olvidó que él era el gran unificador del Congo, que debía, en este primer día de autonomía, sobre todo reconciliar su país, no dividirlo. Así pues, el discurso de Lumumba tuvo un alcance importante, pero un impacto problemático.
De UMOYA (Federacion de de comites de solidaridad con Africa Negra)
El día 30 de junio la República Democrática del Congo celebró su independencia. Ese día de 1960 el recién elegido primer ministro, Patrice Lumumba, pronunció una de los discursos más importantes del siglo XX, ante una corte de europeos, encabezados por el propio rey de Bélgica Balduino, - casado con Fabiola de la Mora y Aragon, una mojigata aristócrata franquista española- quien ensalzó la figura de Leopoldo II, el colonizador que sometió a los congoleños a 80 años de opresión y sufrimiento.
En su honor, ofrecemos este texto que publicó el analista congoleño Musavuli Boniface en sus redes sociales, extraído de un libro del escritor David Van Reybrouck. (Véase David Van Reybrouck, pp 296-297)
(…) Cuando todo el mundo se hubo sentado, entró el Primer Ministro Lumumba. Un poco más tarde, la sala se levanta para saludar al rey Balduino y al presidente Kasavubu. Balduino fue el primero en tomar la palabra. Afable, el soberano dio un discurso que parecía escrito más en 1900 que en 1960. Alabó la obra de Leopoldo II como si jamás una comisión de investigación hubiera condenado su régimen:
“La independencia de Congo constituye la culminación de la obra concebida por el genio del rey Leopoldo II, llevada a cabo por él con un coraje tenaz y continuado con perseverancia por Bélgica.”
Y no renunció al paternalismo:
“Ahora les corresponde a ustedes, señores, demostrar que teníamos razón al confiar en ustedes […] Su tarea es inmensa y son ustedes los primeros en darse cuenta. […] No tengan miedo de recurrir a nosotros. Estamos dispuestos a seguir a su lado para ayudarlos con nuestros consejos”.
Cuando terminó, la sala aplaudió con cortesía. Entonces fue el turno de tomar la palabra del presidente Kasavubu. El texto fue escrito por Jean Cordy, el belga que había sido jefe de gabinete de gobernador general Cornelis. Según el protocolo del día, la parte de los discursos que había previstos había terminado.
Un error de cálculo. Durante el discurso del presidente, Lumumba hacía correcciones a un texto apresuradamente. Tenía una pequeña pila de papeles sobre sus rodillas, y garabateaba una anotación aquí y allá. Lumumba, que había tenido la ocasión de ojear varios días antes el convencional discurso de Kasavubu, creía que no podía contenerse. Quería replicar una última vez al colonizador. Eso le permitiría además colocarse bajo los focos, porque estaba particularmente molesto por que fuera Kasavubu y no él, quien tuviera derecho a los honores. El gran vencedor de las elecciones, debía ver con malos ojos que su rival de toda la vida, Kasavubu, el regionalista que ni siquiera amaba el Congo, pavonearse al lado del rey Balduino. Lumumba escribió su discurso la noche del miércoles al jueves, aún pudo contentarse con dormir solamente unas horas. Se dice que su consejero belga y seguidor incondicional, Jean Van Lierde, le ayudó a escribir el texto que ha pasado a ser, hoy en día, uno de los discursos más grandes del siglo XX y un documento determinante de la época de la descolonización de África:
“Porque esta independencia de Congo, si se proclama hoy en armonía con Bélgica, país amigo con el que nos tratamos de igual a igual, ningún congoleño digno de este nombre podrá olvidar jamás, sin embargo, que se ha conquistado por la lucha, una lucha de todos los días, una lucha ardiente e idealista, una lucha en la que no hemos escatimado ni nuestras fuerzas, ni nuestras privaciones, ni nuestros sufrimientos, ni nuestra sangre.
Ha sido una lucha de lágrimas, de fuego y de sangre, estamos orgullosos en lo más profundo de nosotros mismos, porque fue una lucha noble y justa, una lucha indispensable para poner fin a la humillante esclavitud, que nos fue impuesta por la fuerza. Esa fue nuestra suerte en 80 años de régimen colonialista, nuestras heridas están demasiado recientes y son demasiado dolorosas todavía para que podamos expulsarlas de nuestra memoria.
Hemos conocido el trabajo agotador exigido a cambio de salarios que no nos permitían ni comer para saciar nuestra hambre, ni vestirnos o vivir en una casa decente, ni criar a nuestros hijos como seres queridos. Hemos conocido la burla, los insultos y los golpes soportados mañana, tarde y noche porque éramos negros.
¡Quién va a olvidar que a un negro se le dice “tu”, no como a un amigo, sino porque el honorable “Usted” estaba reservado solamente a los blancos! Hemos conocido nuestras tierras expoliadas en nombre de textos supuestamente legales, que no hacían más que reconocer el la ley del más fuerte. Hemos conocido que la ley no era nunca la misma, según de si se trataba de un blanco o de un negro, condescendiente para unos, cruel e inhumana para los otros. Hemos conocido los sufrimientos atroces de los condenados por sus opiniones políticas o sus creencias religiosas: exiliados en su propia patria, su destino fue peor que la mismísima muerte. Hemos conocido que en los pueblos había magníficas casas para los blancos y chabolas ruinosas para los negros; que un negro no fuera admitido ni en los cines ni en los restaurantes ni en las tiendas llamadas “europeas”; que un negro viajara en las bodegas de los barcos, a los pies de los blancos en sus cabinas de lujo”.
El texto se hizo efectivamente para durar. Como todos los grandes discursos, esclarece la historia abstracta con detalles concretos e ilustra la gran injusticia con innumerables ejemplos tangibles. Pero el momento no pudo ser peor elegido. Era el día en el que Congo accedía a la independencia, pero Lumumba habló como si todavía estuviera en plena campaña electoral. Demasiado marcada por la obtención de la independencia, demasiado cegado por el romanticismo del panafricanismo, sin embargo olvidó que él era el gran unificador del Congo, que debía, en este primer día de autonomía, sobre todo reconciliar su país, no dividirlo. Así pues, el discurso de Lumumba tuvo un alcance importante, pero un impacto problemático.
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