
NUEVA "LEY TRANS": EL SEXO, EL GÉNERO Y LA "OLVIDADA" PERSPECTIVA DE CLASE (VÍDEO)
Mientras la explotación se recrudece, el gobierno “progresista” de España se aferra a la política de las identidades
El último desencuentro habido entre los dos partidos de la coalición gobernante - PSOE y Unidas Podemos-, en torno a la conocida como "Ley Trans" ha puesto en la agenda un debate que, superficialmente, se pretende circunscribir a dos posturas antagónicas: los defensores de los derechos de los transexuales y quienes los niegan. Sin embargo - explica nuestra colaboradora Tita Barahona - el reconocimiento de estos derechos no debería identificarse con la aceptación acrítica de un texto legal concreto y de sus supuestos teóricos. Una cosa es legislar para que se "despatologice" a las personas trans -lo que nosotros apoyamos totalmente- y otra cosa es pasar de rondón una ideología pretendidamente progresista, que en realidad es reaccionaria y debe ser analizada con una perspectiva de clase (...).
Por TITA BARAHONA / REDACCIÓN CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
No vamos a tratar de las promesas electorales que van cayendo como castillo de naipes dejándonos con la reforma laboral, la vivienda inasumible, la ley mordaza, los ERTES, la privatización de la sanidad y la enseñanza; mientras los ricos se quedan sin aumento de impuestos, la banca sin devolver la deuda de 60.000 millones al erario público, las empresas con sus privilegios fiscales y barra libre para despedir y desregular más las relaciones laborales.
Lo que aquí nos trae es el último desencuentro habido entre los dos partidos de la coalición gobernante - PSOE y Unidas Podemos (UP)-, en torno a la “Proposición de ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género”, que resumiremos en Ley Trans.
Es normal que UP, el partido proponente, quiera salvar su cara “progresista” con la que podría ser la única promesa electoral que salga adelante. No queremos decir que la aprobación de esta ley no sea importante y beneficiosa para las personas trans (para unas más que para otras); seguramente lo sea y nos felicitamos por ello, aunque la defensa de los derechos de las personas trans no debería identificarse, como pretenden algunos, con la aceptación acrítica de un texto legal concreto y de sus supuestos teóricos.
"Una cosa es legislar para que se "despatologice" a las personas trans -lo que nosotros apoyamos totalmente- y otra cosa es pasar de rondón una ideología pretendidamente progresista que en realidad es reaccionaria"
Tampoco vamos a discutir que los términos “identidades de género”, “expresiones de género” y “autodeterminación de género”, centrales en el texto de la ley, no aparecen definidos. Y casi mejor que no lo estén, porque quienes lo han redactado no sabrían hacerlo con un mínimo de racionalidad. El transactivismo de influencia queer que lo inspira se ha convertido prácticamente en un dogma de fe. En otro lugar ya expusimos el carácter socialmente regresivo de sus postulados, que, por cierto, no comparten todas las personas trans.
Abordaremos sólo tres aspectos que merece la pena destacar. En primer lugar, el “argumentario” que las señoras del PSOE han dado a conocer, en el que manifiestan su desacuerdo con algunos puntos de la proposición de ley. En segundo lugar, la tergiversación deliberada de los conceptos de esencialismo y biologismo por parte de las partidarias de esta ley. Y, en tercer lugar, el factor ausente en toda esta polémica: la clase social.
De género desmadrado
En su “argumentario”, las señoras del PSOE critican que la propuesta de ley confunde sexo y género. Esta es una crítica que no va en absoluto desencaminada. Lo que no dicen es que esto precisamente es lo que llevan décadas haciendo las académicas feministas, muchas de las cuales son militantes, simpatizantes o votantes del PSOE. Sólo ahora parecen darse cuenta de un error que, sin embargo, no reconocen como suyo.
Aunque ya lo señalamos en otro artículo, no está de más recordar que fueron estas académicas las que desbordaron el significado original de la categoría de “género” al punto que llegó a fagocitar el sexo, las mujeres e incluso el feminismo. Ya saben: los estudios sobre las mujeres o sobre el feminismo pasaron a denominarse “estudios de género”, mientras el sexo prácticamente desaparecía como categoría de análisis.
"Las señoras del PSOE están probando su propia medicina, esta vez destilada en los laboratorios posmodernos del queerismo. Deberían tener la honestidad de reconocer que la confusión sexo/género, que de repente tanto les preocupa, la introdujeron ellas mismas en la llamada Ley de Violencia de Género"
Este dislate del género llegó de las universidades anglosajonas, fue incorporado por instancias supranacionales como la ONU y la UE, y abrazado sin mayor crítica por nuestras académicas y políticas social-liberales. ¿Por qué? Porque el “género” se convirtió en la gallina de los huevos de oro de las subvenciones públicas. No hicieron caso de las voces que avisaron de los peligros que entrañaba la hipertrofia del género; era mejor seguir poniendo la mano con la venda en los ojos y proseguir aplicando la “perspectiva de género” a cualquier tema, incluso al trazado de las autovías.
Las señoras del PSOE están probando su propia medicina, esta vez destilada en los laboratorios posmodernos del queerismo. Deberían tener la honestidad de reconocer que la confusión sexo/género, que de repente tanto les preocupa, la introdujeron ellas mismas en la llamada Ley de Violencia de Género, cuyos fallos ya fueron debidamente señalados en su día, aunque no publicitados (1). Lo que hacen ahora con el indignado “argumentario” es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo.
El esencialismo está en la propia Ley Trans
La actual directora del Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades (entidad que se salvó de pasar a llamarse Instituto del Género), la “activista” LGTBQ, Beatriz Gimeno, alega que decir “identidad de sexo” como alternativa a “identidad de género” es “esencialista” -cuando no biologista-, con lo cual no hace sino proyectar su propio esencialismo, como explicaremos. El esencialismo postula que un determinado rasgo es inherente a la naturaleza de algo -por oposición a lo contingente o accidental-, así como el biologismo consiste en explicar un hecho social como derivado de la naturaleza, no en reconocer el carácter natural de algo que -como el sexo-, en efecto, lo es.
![[Img #62985]](https://canarias-semanal.org/upload/images/07_2020/9422_gimenoiglesiast.jpg)
El sexo no es un hecho social (como tampoco lo es el color de la piel y otras características físicas); por tanto, es falaz tachar de esencialistas a quienes sostienen la obviedad de que una mujer es una hembra de la especie humana, por ejemplo. El género, por el contrario, sí es un hecho social, porque se nos inculca en el proceso de socialización como normas que definen lo que es ser hombre (lo masculino) y mujer (lo femenino). De ahí que, desde que nacemos, se nos vista de forma diferente, se nos den juguetes y cuentos diferentes y se nos inculquen valores, espacios y expectativas diferentes, opuestos y jerarquizados.
"Los adeptos a la teoría queer, como la señora Gimeno, acusan a quienes sostienen que el sexo es un hecho biológico de ser iguales a los de Hazte Oír. Sin embargo, hablar de “identidad de género”, y dar a entender que dicha identidad es innata, no es sólo coincidir con Hazte Oír, es también para Háztelo Mirar"
Los roles sexuales, que es como se llamaba al género antes de que se diera carta de naturaleza a este concepto, tienen por objetivo mantener a las mujeres en una posición subordinada, por lo que constituyen un arma de opresión. Son estos roles sexuales o estereotipos de género (como, por ejemplo, vestir a los bebés de rosa o azul) lo que hace del sexo un dato socialmente relevante. De no existir, lo único relevante sería el simple hecho de ser personas o seres humanos, sin importar el sexo, el color de piel, la edad, etc. Por ello, sostener que el “género” es algo innato, como si ya viniese incorporado en el ADN, tal como cree la señora directora del Instituto de la Mujer y buena parte del transactivismo, es lo verdaderamente esencialista.
Esencialismo es considerar que si a una niña le gustan las muñecas, por ejemplo, es porque de algún modo está inscrito en su “naturaleza”. Y, si a un niño le gustan las muñecas se considera una anomalía. Esto justamente es lo que históricamente ha predicado la ideología dominante y lo que siguen sosteniendo las corrientes más reaccionarias, como el grupo ultraderechista católico Hazte Oír. Pero es también lo que ahora sostiene cierto transactivismo, sólo que, si antes al niño adicto a las “cosas de niñas” se le corregía y se le intentaba encauzar a “cosas de niños”, ahora se aboga por aplicarle inhibidores de la pubertad e inyectarle hormonas para que se adapte al “género” que supuestamente ya traía incorporado antes de que echara los dientes. Se trata de otra vuelta de tuerca del esencialismo más rancio, aunque incluso más peligroso.
"Esencialismo es abogar por aplicarle inhibidores de la pubertad e inyectarle hormonas a un niño porque le gustan las muñecas, para que se adapte al “género” que supuestamente ya traía incorporado antes de que echara los dientes"
Los transactivistas y adeptos a la teoría queer, como la señora Gimeno, acusan a quienes sostienen que el sexo es un hecho biológico de ser iguales a los de Hazte Oír (esto aparte de los insultos de transfobia, homofobia e incluso fascismo). Sin embargo, hablar de “identidad de género” y dar a entender que dicha identidad es innata -sin que el proceso de socialización tenga nada que ver- no es sólo coincidir con Hazte Oír, es también para Háztelo Mirar.
Y es que, por más que se empeñen en confundirnos los modernos inquisidores para tratar de coartar la necesaria crítica, una cosa es legislar para que se "despatologice" a las personas trans -lo que nosotros apoyamos totalmente- y otra cosa es pasar de rondón una ideología pretendidamente progresista pero en realidad reaccionaria -por esa naturalización que hace del género-, y que, además, trivializa la realidad de las personas transexuales, al igualar sus justas reivindicaciones con el deseo voluble de una minoría privilegiada, con recursos económicos y ociosidad suficientes como para ejercer de "activistas" por el reconocimiento de un número infinito de "identidades de género". Concepciones que, no por casualidad, contribuyen decisivamente a la fragmentación de los oprimidos (de toda condición).
Todo es una cuestión de clase
Este esencialismo del “género”, con sus “identidades de género”, viene auspiciado por la clase capitalista, que a su vez paga a científicos que se suman al ahora sustancioso filón del “transgenerismo”, y por eso mismo está omnipresente en los medios de comunicación corporativos. Se podrían dar cientos de ejemplos. La cadena NBC, por citar uno, sacó un artículo hace poco en el que unos supuestos científicos aseguran que “la identidad de género viene del lado de la naturaleza” y los niños lo sienten a muy tierna edad. Una famosa psicóloga-pediatra estadounidense se está haciendo millonaria divulgando absurdos como que, si una bebé de pocos meses se arranca el lazo del pelo, es porque está ya comunicando a sus mayores que es un niño.
"La Teoría Queer trivializa la realidad de las personas transexuales, al igualar sus justas reivindicaciones con el deseo voluble de una minoría privilegiada, con recursos económicos y ociosidad suficientes como para ejercer de "activistas" por el reconocimiento de un número infinito de "identidades de género""
En 2008, se reunieron en Bellagio (Italia) 29 líderes internacionales para promocionar la filantropía de apoyo a la comunidad LGTB y sentar las bases políticas para impulsar la identidad de género y el transgenerismo a nivel global. Uno de los principales filántropos es la Fundación Arcus (EE.UU), vinculada a la empresa de suministros médicos Stryker Corporation. Arcus creó un Proyecto de Avance del Movimiento LGTB, para alentar a otras empresas a financiar campañas de promoción de la identidad de género/transgénero; y en 2013 nombró director del programa internacional de derechos humanos a Adrian Coman, un ex de la Open Society Foundation de George Soros.
![[Img #62994]](https://canarias-semanal.org/upload/images/07_2020/4358_photo_2020-07-01_19-16-39.jpg)
Millones de dólares comenzaron a fluir a organizaciones LGTB como, por ejemplo, Transgender Europe. Entre los donantes estadounidenses están, aparte de Arcus, Gilead Science, multinacional farmacéutica que fue presidida por Donald Rumsfeld, la referida Open Society y la Fundación Ford, como sabemos, vinculada a la CIA. No es secreto: se puede consultar en el documento Funders For LGTB Issues.
"Se olvida a menudo que en el colectivo trans también hay clases. La dificultad para encontrar empleo, la depresión o el alto índice de suicidios los sufren las personas trans que no tienen más propiedad que su fuerza de trabajo, no las profesionales liberales, empresarias o rentistas"
De ahí que gobiernos, medios de comunicación y grandes empresas como Amazon, Ikea, Microsoft, CocaCola, Apple, Google, Nike o Starbucks, así como ONG's que sirven a la política injerencista de EE.UU (Human Rights Watch, Amnesty International), se sumen a la defensa de los derechos humanos de la comunidad LGTBQ. De hecho, las empresas citadas, junto a otras grandes y medianas, han firmado un documento contra el supuesto intento de Donald Trump de recortar la protección a las personas trans. El capital es muy “inclusivo” cuando se trata de temas que, lejos de suponerle un desafío, le son muy funcionales. No le verán, por supuesto, firmando contra los despidos masivos de trabajadores, los desahucios o la limitación del derecho de huelga.
Las “identidades de género” y el “transactivismo”, especialmente en su versión queer, se han filtrado incluso en la sanidad pública y los curricula escolares. La famosa NHS (National Health Service) británica tiene concierto con la organización Mermaid, que aconseja sobre el cambio de “género” en niños y adolescentes. Últimamente ha recibido financiación de la multinacional Tesco, en cuyas tiendas se venden, entre otras muchas cosas, juguetes sexistas, como sexista es el contenido de las charlas sobre “identidad de género” que Mermaid imparte en los colegios, en las que representan el género femenino con la imagen de una Barbie princesa y el masculino con un muñeco vestido de militar; y, entre medias, toda una variedad de “géneros” diversos que ofrecen a los niños como si fuera un catálogo de artículos de consumo.
![[Img #62973]](https://canarias-semanal.org/upload/images/07_2020/8363_mermaid.png)
En España encontramos réplicas de lo mismo. El Extracto del Protocolo de Identidade de Xénero de la Xunta de Galicia, Consellería de Educación, Universidade e Formación Profesional, de 2016, afirma que “el cerebro es un órgano sexuado” y el género algo natural. Véase el interesante análisis al respecto de Marina Pibernat. Es curioso que las señoras posmodernas que ahora nos gobiernan acusen a quienes cuestionan estos postulados de ser iguales que Hazte Oír, cuando tenemos a la Xunta, gobernada por el derechista Partido Popular, convirtiendo a los docentes en guardianes de la “identidad de género” y el transactivismo. “Ideología de género” lo llaman en Reino Unido (gender ideology), al igual que la Iglesia católica española. De nuevo, Háganselo Mirar.
En la Universidad ya va desapareciendo de los formularios la opción sexo (varón, mujer), para introducir el género, que, al parecer, es más importante. En Cataluña, una de sus universidades pregunta a los alumnos ¿Con qué género te identificas? Da cuatro opciones: mujer, hombre, género no binario y no me pronuncio. Por supuesto, hombre y mujer no son géneros, pero da igual, el caso es crear confusión incluso en el que se supone templo del conocimiento.
El transactivismo queer es enemigo de la biología. Los sexos, dice su doctrina, no existen, se nos asignan arbitrariamente al nacer. Pero cuando no pueden tener hijos, saben muy bien el sexo y la clase social de la persona a la que deben dirigirse (mujer y pobre). “Persona gestante” la llaman, porque la palabra “mujer” es anatema en su léxico: ofende a los transexuales masculinos que también pueden gestar pero no quieren que les llamen mujeres. Y eso basta para que a la mitad de la humanidad se nos borre del mapa.
El transactivismo queer es enemigo de la biología. Los sexos, dice su doctrina, no existen, se nos asignan arbitrariamente al nacer. Pero cuando no pueden tener hijos, saben muy bien el sexo y la clase social de la persona a la que deben dirigirse (mujer y pobre)
Recientemente, en EE.UU una trabajadora que fue despedida por querer amamantar a su bebé en la habitación que supuestamente estaba prevista para ello, perdió el juicio porque, según la sentencia, no hubo discriminación sexual, ya que "los hombres también pueden amamantar". Hace poco el periódico El País nos recordaba que “Ni todas las mujeres menstrúan, ni todas las personas que menstrúan son mujeres”.
En el Estado de Wyoming no ha salido adelante una ley que iba a prohibir la ablación del clítoris o mutilación genital femenina, porque los transactivistas han hecho campaña en contra alegando que eso podría repercutir en las operaciones de cambio de sexo a los menores trans. Y, en Ontario (Canadá) la ley trans prevé quitar la tutela a los padres que se nieguen a que sus hijos pasen por los tratamientos de cambio de sexo hasta que no alcancen suficiente madurez para tomar la decisión.
El nivel de irracionalidad no tiene límites, porque ya en Reino Unido están en la fila los trans-especie, aquellos que se sienten perros, se visten y actúan como tales. The Guardian, por supuesto, ha salido en decorosa justificación de estas criaturas, que, no por casualidad, son profesionales liberales (ingenieros, académicos...). Si hubiese sido un grupo de sindicalistas ladrando y levantando la patita a la puerta de Downing Street, el periódico “progresista” habría empleado un tono muy distinto.
Para el transactivismo queer, ser mujer es sentirse mujer -o ser hombre sentirse hombre-. La biología no importa. Por ello piden que se reconozca su nueva identidad en los documentos oficiales sin pasar por procedimientos psicológicos y médicos. Lo llaman despatologización. Es decir, que los tratamientos hormonales y las operaciones (como las masectomías, por ejemplo), que antes se hacían tras pasar por esos protocolos clínicos, ahora se los pueden auto-aplicar a voluntad. Bien, nada que objetar (y las farmacéuticas tan contentas). Sólo hay un pequeño problema: que estos costosos tratamientos -por no hablar de la parafarnalia de cosméticos, indumentaria, etc, que suelen formar parte de las transformaciones a mujer, porque hay que atenerse a los estereotipos-, no se los pueden permitir todas las personas trans, sino sólo las que tienen suficiente poder adquisitivo y tiempo disponible.
Se olvida a menudo que en el colectivo trans también hay clases y que no todos los trans dejan de reconocer su sexo biológico. Quienes acusan alegremente de transfobia a todo quisque que cuestione cualquier aspecto del activismo trans-queer suelen recurrir al argumento de que las personas trans tienen muchas dificultades para encontrar empleo y por eso se ven abocadas a la prostitución, se deprimen, caen en las drogas y su índice de suicidios es más alto que el del resto de la población, aparte de que las transexuales femeninas también son víctimas de la violencia machista. Por supuesto, todo esto es condenable. Pero, lo que suelen omitir es que estos problemas sólo los sufren las personas trans que no tienen más propiedad que su fuerza de trabajo, no las profesionales liberales, empresarias o rentistas.
Mucho más abundantes, invisibles y marginadas son las personas a las que nadie quiere emplear porque son mayores de 50 años. La discriminación de edad -en hombres y mujeres, aunque más agudizada en ellas- es un fenómeno que, seguro, los empresarios no se unirán para combatir, ni los medios corporativos destacarán en sus titulares, como tampoco al número de trabajadores que se suicidan porque no ven salida a su miseria o los que sucumben en accidentes laborales.
Si se quiere acabar con la discriminación “de género”, no son sufientes las leyes, hay que ir a la raíz del problema. Campañas que hace tiempo se emprendieron y ahora se han orillado deliberadamente, dirigidas a eliminar los juguetes sexistas, la literatura, textos, video-juegos... sexistas, el material escolar sexista, la ropa sexista, la publicidad sexista, los servicios separados por sexo... serían más eficaces para acabar con la “disforia de género” que sufren -y ahora de manera inducida- algunos menores, y, sobre todo, para acabar con la desigualdad entre los sexos, de la que las mujeres nos llevamos la peor parte.
Sin embargo, vamos para atrás. La ropa de las niñas, incluso la interior, es cada vez más sexualizada; los juguetes cada vez más diferenciados por sexo; los video-clips y video-juegos cada vez más machistas y reforzadores de los viejos estereotipos sexistas. El capitalismo celebra todo esto, no tiene ninguna intención de acabar con las discriminación de sexo, o de raza o de edad, porque así puede explotarnos más y mejor al tiempo que nos mantiene distraídos con el pan y circo de las “identidades” y las banalidades a quienes estamos obligados a depender de un mísero salario o de la caridad para subsistir.
El capitalismo aviva la llama de las identidades para silenciar a la única que puede suponerle un peligro: la de clase. La conciencia de que somos una clase opuesta a la suya es la única identidad colectiva verdaderamente transformadora, porque sólo la lucha por una sociedad socialista puede acabar todas las opresiones.
(1) Véase G. Coll-Planas, G. García Romeral, C. Mañas y L. Navarro-Varas, "Cuestiones sin resolver en la Ley Integral de medidas contra la violencia de género: las distinciones entre sexo y género y entre violencia y agresión", Papers, 87, 2008, pp. 187-204.
VÍDEO RELACIONADO: Colectivo de "mujeres reasignadas" se pronuncian contra la Teoría Queer
Por TITA BARAHONA / REDACCIÓN CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
No vamos a tratar de las promesas electorales que van cayendo como castillo de naipes dejándonos con la reforma laboral, la vivienda inasumible, la ley mordaza, los ERTES, la privatización de la sanidad y la enseñanza; mientras los ricos se quedan sin aumento de impuestos, la banca sin devolver la deuda de 60.000 millones al erario público, las empresas con sus privilegios fiscales y barra libre para despedir y desregular más las relaciones laborales.
Lo que aquí nos trae es el último desencuentro habido entre los dos partidos de la coalición gobernante - PSOE y Unidas Podemos (UP)-, en torno a la “Proposición de ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género”, que resumiremos en Ley Trans.
Es normal que UP, el partido proponente, quiera salvar su cara “progresista” con la que podría ser la única promesa electoral que salga adelante. No queremos decir que la aprobación de esta ley no sea importante y beneficiosa para las personas trans (para unas más que para otras); seguramente lo sea y nos felicitamos por ello, aunque la defensa de los derechos de las personas trans no debería identificarse, como pretenden algunos, con la aceptación acrítica de un texto legal concreto y de sus supuestos teóricos.
"Una cosa es legislar para que se "despatologice" a las personas trans -lo que nosotros apoyamos totalmente- y otra cosa es pasar de rondón una ideología pretendidamente progresista que en realidad es reaccionaria"
Tampoco vamos a discutir que los términos “identidades de género”, “expresiones de género” y “autodeterminación de género”, centrales en el texto de la ley, no aparecen definidos. Y casi mejor que no lo estén, porque quienes lo han redactado no sabrían hacerlo con un mínimo de racionalidad. El transactivismo de influencia queer que lo inspira se ha convertido prácticamente en un dogma de fe. En otro lugar ya expusimos el carácter socialmente regresivo de sus postulados, que, por cierto, no comparten todas las personas trans.
Abordaremos sólo tres aspectos que merece la pena destacar. En primer lugar, el “argumentario” que las señoras del PSOE han dado a conocer, en el que manifiestan su desacuerdo con algunos puntos de la proposición de ley. En segundo lugar, la tergiversación deliberada de los conceptos de esencialismo y biologismo por parte de las partidarias de esta ley. Y, en tercer lugar, el factor ausente en toda esta polémica: la clase social.
De género desmadrado
En su “argumentario”, las señoras del PSOE critican que la propuesta de ley confunde sexo y género. Esta es una crítica que no va en absoluto desencaminada. Lo que no dicen es que esto precisamente es lo que llevan décadas haciendo las académicas feministas, muchas de las cuales son militantes, simpatizantes o votantes del PSOE. Sólo ahora parecen darse cuenta de un error que, sin embargo, no reconocen como suyo.
Aunque ya lo señalamos en otro artículo, no está de más recordar que fueron estas académicas las que desbordaron el significado original de la categoría de “género” al punto que llegó a fagocitar el sexo, las mujeres e incluso el feminismo. Ya saben: los estudios sobre las mujeres o sobre el feminismo pasaron a denominarse “estudios de género”, mientras el sexo prácticamente desaparecía como categoría de análisis.
"Las señoras del PSOE están probando su propia medicina, esta vez destilada en los laboratorios posmodernos del queerismo. Deberían tener la honestidad de reconocer que la confusión sexo/género, que de repente tanto les preocupa, la introdujeron ellas mismas en la llamada Ley de Violencia de Género"
Este dislate del género llegó de las universidades anglosajonas, fue incorporado por instancias supranacionales como la ONU y la UE, y abrazado sin mayor crítica por nuestras académicas y políticas social-liberales. ¿Por qué? Porque el “género” se convirtió en la gallina de los huevos de oro de las subvenciones públicas. No hicieron caso de las voces que avisaron de los peligros que entrañaba la hipertrofia del género; era mejor seguir poniendo la mano con la venda en los ojos y proseguir aplicando la “perspectiva de género” a cualquier tema, incluso al trazado de las autovías.
Las señoras del PSOE están probando su propia medicina, esta vez destilada en los laboratorios posmodernos del queerismo. Deberían tener la honestidad de reconocer que la confusión sexo/género, que de repente tanto les preocupa, la introdujeron ellas mismas en la llamada Ley de Violencia de Género, cuyos fallos ya fueron debidamente señalados en su día, aunque no publicitados (1). Lo que hacen ahora con el indignado “argumentario” es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo.
El esencialismo está en la propia Ley Trans
La actual directora del Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades (entidad que se salvó de pasar a llamarse Instituto del Género), la “activista” LGTBQ, Beatriz Gimeno, alega que decir “identidad de sexo” como alternativa a “identidad de género” es “esencialista” -cuando no biologista-, con lo cual no hace sino proyectar su propio esencialismo, como explicaremos. El esencialismo postula que un determinado rasgo es inherente a la naturaleza de algo -por oposición a lo contingente o accidental-, así como el biologismo consiste en explicar un hecho social como derivado de la naturaleza, no en reconocer el carácter natural de algo que -como el sexo-, en efecto, lo es.
El sexo no es un hecho social (como tampoco lo es el color de la piel y otras características físicas); por tanto, es falaz tachar de esencialistas a quienes sostienen la obviedad de que una mujer es una hembra de la especie humana, por ejemplo. El género, por el contrario, sí es un hecho social, porque se nos inculca en el proceso de socialización como normas que definen lo que es ser hombre (lo masculino) y mujer (lo femenino). De ahí que, desde que nacemos, se nos vista de forma diferente, se nos den juguetes y cuentos diferentes y se nos inculquen valores, espacios y expectativas diferentes, opuestos y jerarquizados.
"Los adeptos a la teoría queer, como la señora Gimeno, acusan a quienes sostienen que el sexo es un hecho biológico de ser iguales a los de Hazte Oír. Sin embargo, hablar de “identidad de género”, y dar a entender que dicha identidad es innata, no es sólo coincidir con Hazte Oír, es también para Háztelo Mirar"
Los roles sexuales, que es como se llamaba al género antes de que se diera carta de naturaleza a este concepto, tienen por objetivo mantener a las mujeres en una posición subordinada, por lo que constituyen un arma de opresión. Son estos roles sexuales o estereotipos de género (como, por ejemplo, vestir a los bebés de rosa o azul) lo que hace del sexo un dato socialmente relevante. De no existir, lo único relevante sería el simple hecho de ser personas o seres humanos, sin importar el sexo, el color de piel, la edad, etc. Por ello, sostener que el “género” es algo innato, como si ya viniese incorporado en el ADN, tal como cree la señora directora del Instituto de la Mujer y buena parte del transactivismo, es lo verdaderamente esencialista.
Esencialismo es considerar que si a una niña le gustan las muñecas, por ejemplo, es porque de algún modo está inscrito en su “naturaleza”. Y, si a un niño le gustan las muñecas se considera una anomalía. Esto justamente es lo que históricamente ha predicado la ideología dominante y lo que siguen sosteniendo las corrientes más reaccionarias, como el grupo ultraderechista católico Hazte Oír. Pero es también lo que ahora sostiene cierto transactivismo, sólo que, si antes al niño adicto a las “cosas de niñas” se le corregía y se le intentaba encauzar a “cosas de niños”, ahora se aboga por aplicarle inhibidores de la pubertad e inyectarle hormonas para que se adapte al “género” que supuestamente ya traía incorporado antes de que echara los dientes. Se trata de otra vuelta de tuerca del esencialismo más rancio, aunque incluso más peligroso.
"Esencialismo es abogar por aplicarle inhibidores de la pubertad e inyectarle hormonas a un niño porque le gustan las muñecas, para que se adapte al “género” que supuestamente ya traía incorporado antes de que echara los dientes"
Los transactivistas y adeptos a la teoría queer, como la señora Gimeno, acusan a quienes sostienen que el sexo es un hecho biológico de ser iguales a los de Hazte Oír (esto aparte de los insultos de transfobia, homofobia e incluso fascismo). Sin embargo, hablar de “identidad de género” y dar a entender que dicha identidad es innata -sin que el proceso de socialización tenga nada que ver- no es sólo coincidir con Hazte Oír, es también para Háztelo Mirar.
Y es que, por más que se empeñen en confundirnos los modernos inquisidores para tratar de coartar la necesaria crítica, una cosa es legislar para que se "despatologice" a las personas trans -lo que nosotros apoyamos totalmente- y otra cosa es pasar de rondón una ideología pretendidamente progresista pero en realidad reaccionaria -por esa naturalización que hace del género-, y que, además, trivializa la realidad de las personas transexuales, al igualar sus justas reivindicaciones con el deseo voluble de una minoría privilegiada, con recursos económicos y ociosidad suficientes como para ejercer de "activistas" por el reconocimiento de un número infinito de "identidades de género". Concepciones que, no por casualidad, contribuyen decisivamente a la fragmentación de los oprimidos (de toda condición).
Todo es una cuestión de clase
Este esencialismo del “género”, con sus “identidades de género”, viene auspiciado por la clase capitalista, que a su vez paga a científicos que se suman al ahora sustancioso filón del “transgenerismo”, y por eso mismo está omnipresente en los medios de comunicación corporativos. Se podrían dar cientos de ejemplos. La cadena NBC, por citar uno, sacó un artículo hace poco en el que unos supuestos científicos aseguran que “la identidad de género viene del lado de la naturaleza” y los niños lo sienten a muy tierna edad. Una famosa psicóloga-pediatra estadounidense se está haciendo millonaria divulgando absurdos como que, si una bebé de pocos meses se arranca el lazo del pelo, es porque está ya comunicando a sus mayores que es un niño.
"La Teoría Queer trivializa la realidad de las personas transexuales, al igualar sus justas reivindicaciones con el deseo voluble de una minoría privilegiada, con recursos económicos y ociosidad suficientes como para ejercer de "activistas" por el reconocimiento de un número infinito de "identidades de género""
En 2008, se reunieron en Bellagio (Italia) 29 líderes internacionales para promocionar la filantropía de apoyo a la comunidad LGTB y sentar las bases políticas para impulsar la identidad de género y el transgenerismo a nivel global. Uno de los principales filántropos es la Fundación Arcus (EE.UU), vinculada a la empresa de suministros médicos Stryker Corporation. Arcus creó un Proyecto de Avance del Movimiento LGTB, para alentar a otras empresas a financiar campañas de promoción de la identidad de género/transgénero; y en 2013 nombró director del programa internacional de derechos humanos a Adrian Coman, un ex de la Open Society Foundation de George Soros.
Millones de dólares comenzaron a fluir a organizaciones LGTB como, por ejemplo, Transgender Europe. Entre los donantes estadounidenses están, aparte de Arcus, Gilead Science, multinacional farmacéutica que fue presidida por Donald Rumsfeld, la referida Open Society y la Fundación Ford, como sabemos, vinculada a la CIA. No es secreto: se puede consultar en el documento Funders For LGTB Issues.
"Se olvida a menudo que en el colectivo trans también hay clases. La dificultad para encontrar empleo, la depresión o el alto índice de suicidios los sufren las personas trans que no tienen más propiedad que su fuerza de trabajo, no las profesionales liberales, empresarias o rentistas"
De ahí que gobiernos, medios de comunicación y grandes empresas como Amazon, Ikea, Microsoft, CocaCola, Apple, Google, Nike o Starbucks, así como ONG's que sirven a la política injerencista de EE.UU (Human Rights Watch, Amnesty International), se sumen a la defensa de los derechos humanos de la comunidad LGTBQ. De hecho, las empresas citadas, junto a otras grandes y medianas, han firmado un documento contra el supuesto intento de Donald Trump de recortar la protección a las personas trans. El capital es muy “inclusivo” cuando se trata de temas que, lejos de suponerle un desafío, le son muy funcionales. No le verán, por supuesto, firmando contra los despidos masivos de trabajadores, los desahucios o la limitación del derecho de huelga.
Las “identidades de género” y el “transactivismo”, especialmente en su versión queer, se han filtrado incluso en la sanidad pública y los curricula escolares. La famosa NHS (National Health Service) británica tiene concierto con la organización Mermaid, que aconseja sobre el cambio de “género” en niños y adolescentes. Últimamente ha recibido financiación de la multinacional Tesco, en cuyas tiendas se venden, entre otras muchas cosas, juguetes sexistas, como sexista es el contenido de las charlas sobre “identidad de género” que Mermaid imparte en los colegios, en las que representan el género femenino con la imagen de una Barbie princesa y el masculino con un muñeco vestido de militar; y, entre medias, toda una variedad de “géneros” diversos que ofrecen a los niños como si fuera un catálogo de artículos de consumo.
En España encontramos réplicas de lo mismo. El Extracto del Protocolo de Identidade de Xénero de la Xunta de Galicia, Consellería de Educación, Universidade e Formación Profesional, de 2016, afirma que “el cerebro es un órgano sexuado” y el género algo natural. Véase el interesante análisis al respecto de Marina Pibernat. Es curioso que las señoras posmodernas que ahora nos gobiernan acusen a quienes cuestionan estos postulados de ser iguales que Hazte Oír, cuando tenemos a la Xunta, gobernada por el derechista Partido Popular, convirtiendo a los docentes en guardianes de la “identidad de género” y el transactivismo. “Ideología de género” lo llaman en Reino Unido (gender ideology), al igual que la Iglesia católica española. De nuevo, Háganselo Mirar.
En la Universidad ya va desapareciendo de los formularios la opción sexo (varón, mujer), para introducir el género, que, al parecer, es más importante. En Cataluña, una de sus universidades pregunta a los alumnos ¿Con qué género te identificas? Da cuatro opciones: mujer, hombre, género no binario y no me pronuncio. Por supuesto, hombre y mujer no son géneros, pero da igual, el caso es crear confusión incluso en el que se supone templo del conocimiento.
El transactivismo queer es enemigo de la biología. Los sexos, dice su doctrina, no existen, se nos asignan arbitrariamente al nacer. Pero cuando no pueden tener hijos, saben muy bien el sexo y la clase social de la persona a la que deben dirigirse (mujer y pobre). “Persona gestante” la llaman, porque la palabra “mujer” es anatema en su léxico: ofende a los transexuales masculinos que también pueden gestar pero no quieren que les llamen mujeres. Y eso basta para que a la mitad de la humanidad se nos borre del mapa.
El transactivismo queer es enemigo de la biología. Los sexos, dice su doctrina, no existen, se nos asignan arbitrariamente al nacer. Pero cuando no pueden tener hijos, saben muy bien el sexo y la clase social de la persona a la que deben dirigirse (mujer y pobre)
Recientemente, en EE.UU una trabajadora que fue despedida por querer amamantar a su bebé en la habitación que supuestamente estaba prevista para ello, perdió el juicio porque, según la sentencia, no hubo discriminación sexual, ya que "los hombres también pueden amamantar". Hace poco el periódico El País nos recordaba que “Ni todas las mujeres menstrúan, ni todas las personas que menstrúan son mujeres”.
En el Estado de Wyoming no ha salido adelante una ley que iba a prohibir la ablación del clítoris o mutilación genital femenina, porque los transactivistas han hecho campaña en contra alegando que eso podría repercutir en las operaciones de cambio de sexo a los menores trans. Y, en Ontario (Canadá) la ley trans prevé quitar la tutela a los padres que se nieguen a que sus hijos pasen por los tratamientos de cambio de sexo hasta que no alcancen suficiente madurez para tomar la decisión.
El nivel de irracionalidad no tiene límites, porque ya en Reino Unido están en la fila los trans-especie, aquellos que se sienten perros, se visten y actúan como tales. The Guardian, por supuesto, ha salido en decorosa justificación de estas criaturas, que, no por casualidad, son profesionales liberales (ingenieros, académicos...). Si hubiese sido un grupo de sindicalistas ladrando y levantando la patita a la puerta de Downing Street, el periódico “progresista” habría empleado un tono muy distinto.
Para el transactivismo queer, ser mujer es sentirse mujer -o ser hombre sentirse hombre-. La biología no importa. Por ello piden que se reconozca su nueva identidad en los documentos oficiales sin pasar por procedimientos psicológicos y médicos. Lo llaman despatologización. Es decir, que los tratamientos hormonales y las operaciones (como las masectomías, por ejemplo), que antes se hacían tras pasar por esos protocolos clínicos, ahora se los pueden auto-aplicar a voluntad. Bien, nada que objetar (y las farmacéuticas tan contentas). Sólo hay un pequeño problema: que estos costosos tratamientos -por no hablar de la parafarnalia de cosméticos, indumentaria, etc, que suelen formar parte de las transformaciones a mujer, porque hay que atenerse a los estereotipos-, no se los pueden permitir todas las personas trans, sino sólo las que tienen suficiente poder adquisitivo y tiempo disponible.
Se olvida a menudo que en el colectivo trans también hay clases y que no todos los trans dejan de reconocer su sexo biológico. Quienes acusan alegremente de transfobia a todo quisque que cuestione cualquier aspecto del activismo trans-queer suelen recurrir al argumento de que las personas trans tienen muchas dificultades para encontrar empleo y por eso se ven abocadas a la prostitución, se deprimen, caen en las drogas y su índice de suicidios es más alto que el del resto de la población, aparte de que las transexuales femeninas también son víctimas de la violencia machista. Por supuesto, todo esto es condenable. Pero, lo que suelen omitir es que estos problemas sólo los sufren las personas trans que no tienen más propiedad que su fuerza de trabajo, no las profesionales liberales, empresarias o rentistas.
Mucho más abundantes, invisibles y marginadas son las personas a las que nadie quiere emplear porque son mayores de 50 años. La discriminación de edad -en hombres y mujeres, aunque más agudizada en ellas- es un fenómeno que, seguro, los empresarios no se unirán para combatir, ni los medios corporativos destacarán en sus titulares, como tampoco al número de trabajadores que se suicidan porque no ven salida a su miseria o los que sucumben en accidentes laborales.
Si se quiere acabar con la discriminación “de género”, no son sufientes las leyes, hay que ir a la raíz del problema. Campañas que hace tiempo se emprendieron y ahora se han orillado deliberadamente, dirigidas a eliminar los juguetes sexistas, la literatura, textos, video-juegos... sexistas, el material escolar sexista, la ropa sexista, la publicidad sexista, los servicios separados por sexo... serían más eficaces para acabar con la “disforia de género” que sufren -y ahora de manera inducida- algunos menores, y, sobre todo, para acabar con la desigualdad entre los sexos, de la que las mujeres nos llevamos la peor parte.
Sin embargo, vamos para atrás. La ropa de las niñas, incluso la interior, es cada vez más sexualizada; los juguetes cada vez más diferenciados por sexo; los video-clips y video-juegos cada vez más machistas y reforzadores de los viejos estereotipos sexistas. El capitalismo celebra todo esto, no tiene ninguna intención de acabar con las discriminación de sexo, o de raza o de edad, porque así puede explotarnos más y mejor al tiempo que nos mantiene distraídos con el pan y circo de las “identidades” y las banalidades a quienes estamos obligados a depender de un mísero salario o de la caridad para subsistir.
El capitalismo aviva la llama de las identidades para silenciar a la única que puede suponerle un peligro: la de clase. La conciencia de que somos una clase opuesta a la suya es la única identidad colectiva verdaderamente transformadora, porque sólo la lucha por una sociedad socialista puede acabar todas las opresiones.
(1) Véase G. Coll-Planas, G. García Romeral, C. Mañas y L. Navarro-Varas, "Cuestiones sin resolver en la Ley Integral de medidas contra la violencia de género: las distinciones entre sexo y género y entre violencia y agresión", Papers, 87, 2008, pp. 187-204.
VÍDEO RELACIONADO: Colectivo de "mujeres reasignadas" se pronuncian contra la Teoría Queer
amelia | Sábado, 04 de Julio de 2020 a las 18:23:57 horas
Por supuesto que aquí no estamos en contra de nadie,como acusan muchos por ahí,lo que no nos da la real gana de darle mas alas al capitalismo asesino,que pretende simple y llanamente obtener mas beneficios económicos para los lobbys farmacéuticos ,hay que tener mucho cuidado con esto,y por supuesto la lucha de clases que no decaiga,que no nos enganñen mas ,no nacimos ayer.
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