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Miércoles, 18 de Septiembre de 2019 Tiempo de lectura:

INCENDIOS E INUNDACIONES: LA ESPAÑA DEL TERCERMUNDISMO

"Quitémonos la venda de los ojos y veamos al Estado español y a sus políticos como lo que realmente son"

 Durante el casi ya concluido verano, hemos visto -escribe Tomás F. Ruiz - cómo los incendios forestales han arrasado miles de hectáreas de bosque, cómo las inundaciones provocadas por riadas han anegado pueblos enteros y cómo esas catástrofes se han cobrado un precio en vidas humanas.

 

   Por TOMÁS F. RUIZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

   Durante el casi ya concluido verano, hemos visto cómo los incendios forestales han arrasado miles de hectáreas de bosque, cómo las inundaciones provocadas por riadas han anegado pueblos enteros y cómo esas catástrofes se han cobrado un precio en vidas humanas. No sé qué pensará el ciudadano español de esta situación. Los medios de comunicación españoles, bien domesticados por la mano que les da de comer, han evitado premeditadamente profundizar en las causas de los desastres. Eso sí, políticos de todo el espectro ideológico han acudido al escenario de la tragedia a poner cara de preocupación y a hacerse la foto. Para eso, todos los medios han estado siempre dispuestos. La pregunta que nadie responde es de quién es la responsabilidad de que esas catástrofes hayan dejado tan trágico balance.

 

 

Las catástrofes bajo el nacional-catolicismo
 

    Hubo otros tiempos, nada lejanos en nuestra historia, en los que las calamidades eran enviadas por Dios. Bajo el franquismo, en los pueblos de España se hacían procesiones por las calles como forma de exorcizar las iras del dios todopoderoso. Los vecinos de una comarca amenazada por riadas o, todo lo contrario, asediada por una larga sequía, solían levantar sus plegarias al cielo para que el Señor tuviera clemencia y no convirtiera en algo mucho peor el particular valle de lágrimas que les había tocado vivir con Franco (Dios, en su infinita omnipotencia y con la complicidad del dictador, se lo podía haber puesto aún mucho más jodido de lo que lo tenían). 
 

 

    Si repasamos la historia sagrada -esa que nos obligaban de pequeños a aprender en la enciclopedia del régimen-, vemos que a lo largo de su infinita existencia, ese dios tan implacable e iracundo ha demostrado ser tan peligroso como, por poner un ejemplo, Donald Trump. Y me quedo corto con una comparación tan ridícula.

 


    En los actos de fe que se hacían para exorcizar las catástrofes bajo el franquismo, se pedía a Dios que no azotara a sus hijos con desastres y calamidades de todo tipo. Dios no parecía prestar mucha atención a todos estos ruegos, pues seguía enviando arrasadores huracanes, devastadores incendios, inundaciones torrenciales y dantescos terremotos sobre su pueblo. Dios era el máximo responsable de todas las desgracias que les ocurrían; un dios que, al no existir más que en la fe de los creyentes, dejaba la culpabilidad de las catástrofes flotando en el limbo. Nunca se explicaba por qué el Señor nos enviaba esas calamidades. La voluntad del Todopoderoso era inescrutable y sólo quedaba la fe para aceptarlas mansamente.  Por otra parte, las catástrofes alcanzaban por igual a justos que a pecadores. Aquellos que se atrevían a culpar a los gobiernos de Franco de las tragedias naturales, criticando su falta de previsión o su abandono, acababan con sus huesos en Carabanchel.

 

 

Causas naturales
 

   Ese vengativo y sanguinario dios judeo-cristiano, al que habitualmente iban dirigidas las oraciones de los fieles; ese dios que, sin venir a cuento y abusando siempre de su omnipotencia, azotaba a su pueblo con convulsiones de todo tipo, ya dejó de existir. Ahora se sabe que las catástrofes no tienen un origen divino, que ocurren por causas naturales y que se generan como respuesta inmediata del planeta a nuestra reprobable y destructiva conducta. 
 

 

   Hay también quien cree -que hay fe en todo tipo de dioses- que el planeta donde vivimos es como un gigantesco perro (algo así como un Atlas perruno sujetando el mundo sobre sus hombros) y que las catástrofes que padecemos son la forma en que ese can se rasca para librarse del picor que le provocamos nosotros, una especie humana trasformada en vampíricas pulgas que lo parasitan despiadadamente.
 

 

   Sea como fuere, el caso es que las catástrofes ocurren y que, en contra de lo que antes se creía, ahora son previsibles y, de alguna forma, evitables. La previsión climatológica nos permite pronosticar tormentas, detectar huracanes y hasta predecir, con tiempo suficiente para evacuar poblaciones, diluvios que causen inundaciones. 
En el caso de los incendios forestales, existen medidas preventivas muy eficaces para evitarlos. Desbrozar en invierno el monte y limpiarlo de maleza es una de ellas. Cuando llega el verano, los matojos secos del sotobosque se convierten focos incendiarios muy potentes.

 

 

   Bajo la insensata y temeraria consideración de que no son gastos prioritarios y que el Estado no dispone de dinero, en España parece estas medidas están desapareciendo o no se aplican adecuadamente.

 

 

Catástrofes cada vez mayores 
 

   El calentamiento global que nos afecta hará que incendios e inundaciones aumenten en los próximos años en todo el planeta. Sin una política preventiva eficaz, el fuego cada vez arrasará más hectáreas de bosque y las crecidas de los ríos serán cada vez mayores; también serán mayores los efectos letales entre una población desprovista de recursos para protegerse.
 

 

    Es responsabilidad del gobierno, y por extensión de toda la clase política, impedir por todos los medios que tengan a su alcance que se produzcan estas catástrofes. Las inundaciones pueden prevenirse y los incendios evitarse. En el fondo, se trata de una simple cuestión de dinero. Los ayuntamientos y las comunidades culpan al Estado de esta falta de prevención; mientras que desde el Estado dicen que el presupuesto ha sido recortado y que no hay dinero para financiar medidas preventivas más efectivas que las que se aplican hasta ahora. 

 

 

¿Dónde se ha ido el dinero de las medidas preventivas?
 

   Solamente la clase política de países tercermundistas se atreve a mostrarse ajena e impasible ante las catástrofes. Tal y como ocurre en España, en ningún momento se plantean invertir más dinero en medidas de prevención ante las cada vez más devastadoras catástrofes que se avecinan. Argumentan que en las arcas del Estado ya no queda dinero público para ese tipo de actuaciones. Sin embargo, en lo que se refiere al caso Gürtel (por poner sólo un ejemplo), podemos comprobar que se han escamoteado más de 120 millones de euros al erario público y que ni políticos ni jueces están dispuestos a aclarar el asunto. Luego dinero público sí que hay; lo que no hay es voluntad de invertirlo en previsión de catástrofes.
 

 

   No nos engañemos, con la corrupta justicia detrás, que les garantiza impunidad para todos sus crímenes, la clase política española no está dispuesta a sacrificar ni una moneda del dinero que saquean al país para prevenir hecatombes; ese dinero va directo a sus cuentas bancarias secretas.

 

 

El precio de las catástrofes en vidas humanas 
 

   Las ultimas catástrofes sufridas en las comunidades de Valencia, Murcia y Castilla-La Mancha, demuestran que la clase política española, formada por ladrones, estafadores y canallas de la peor estopa, carece en absoluto de escrúpulos a la hora de desestimar cualquier iniciativa encaminada a prevenir desastres. Concejales de medio ambiente que optan por no limpiar el sotobosque y desvían esas partidas económicas hacia negocios ocultos; despachos de negociados donde los constructores dejan caer fajos de billetes en las mesas para que los poderes públicos “arrimen candela” cuanto antes al pinar protegido; consejeros de agricultura que permiten alterar ecosistemas para favorecer empresas contaminantes; presidentes de comunidades autónomas que utilizan sin ningún tapujo el dinero público de sus arcas para financiar campañas electorales de su partido y echarse la calderilla a sus bolsillos de insaciables tunantes... 

 

 

¿Cómo actúan nuestros representantes?
 

   Tesoreros, responsables de negociados, contables, gestores, auditores… Todos se dan la mano bajo cuerda cuando se trata de esquilmar las medidas preventivas contra desastres. Para que todo se haga como estrictamente marca la ley, los concejales, diputados y miembros parlamentarios se ocupan desde sus escaños en votar a favor de reducir, o hacer desaparecer directamente, los fondos destinados a prevención de desastres… Así es nuestra democracia; así se producen las catástrofes.


 

  Esta forma de robar dinero público es la que ha posibilitado que España haya ardido este verano por los cuatro costados. Por otra parte, ya van por ocho las vidas humanas que se han perdido ante una inundación largamente anunciada En Orihuela, el municipio más afectado, llevan más de treinta años (desde las riadas de 1987) esperando que algún gobierno se decida a canalizar el río Segura a su paso por el pueblo. Estas situaciones de abierta corrupción política son las que hacen que las inundaciones aneguen pueblos enteros y se lleven por delante vidas de ciudadanos desprotegidos.

 

 

Buitres carroñeros
 

   Quitémonos la venda de los ojos y veamos al Estado español, a sus gobiernos y a sus políticos, como lo que realmente son: buitres carroñeros a los que sólo mueve la codicia y que se alimentan del dolor ajeno. 
 

   Las graves consecuencias de los incendios e inundaciones ocurridas este verano en España son la mejor prueba de lo poco que a la clase política española le importa la seguridad de su pueblo; una clase política sorda a las peticiones ciudadanas de medidas de prevención, urbanas o rurales; unas medidas que nunca llegan o que, cuando lo hacen, resultan insuficientes y, a todas luces, engañosas y aparentes.  
 

   En el tema de prevención de desastres, incendios, inundaciones, terremotos y demás hecatombes, la clase política española es la única responsable; una clase dirigente desarraigada de todos aquellos que la votaron, que se ha mostrado totalmente ajena a las calamidades que sufre el ciudadano y que premeditadamente ha abandonado las políticas de prevención de desastres. 

 

Políticos que se frotan las manos ante los desastres
 

  Dentro de esa degenerada clase política española, hay una parte que incluso se frota las manos pensando en el dinero que sacarán por recalificar como urbanizable el pinar quemado; o en cómo sacar partido político de las inundaciones, prometiendo en sus programas electorales canalizaciones que nunca serán construidas. 
 

   Y así, con una clase política totalmente desentendida de su labor tutelar sobre los ciudadanos, con un país con miles de hectáreas devastadas por el fuego, con inundaciones que podrían haber sido evitadas y que nos han traído media docena de cadáveres, España se va transformando en un territorio desolado, en un país yermo, desamparado y tercermundista. 
 

   Así pues, agradezcamos a los políticos españoles su atención por las vidas humanas perdidas, celebremos con ellos la destrucción acelerada del medio ambiente que se da en España, y acudamos sumisamente a votarlos en las próximas elecciones que convoquen.  

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