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Lunes, 04 de Abril de 2022 Tiempo de lectura:

DECISIVO CAMBIO EN LA BALANZA DE PODER DE OCCIDENTE A ORIENTE

EE.UU y Europa se han dado un tiro en el pie antes de salir a luchar

La guerra de 2022 entre Rusia y Ucrania es asimismo una guerra indirecta entre Rusia y el mundo occidental. Parece claro que los poderes occidentales han sobrestimado el impacto que las sanciones tendrían sobre Rusia, no han pensado cabalmente sus implicaciones, no estaban preparados para las consecuencias y no tienen modo factible de dar marcha atrás. Mientras tanto, la mayoría de los países del mundo seguirán comerciando y manteniendo sus relaciones con Rusia por la simple razón de que es en su propio interés.

 

 

   Por CAMERON LECKIE (*) / JOHNMENADUE.COM

   (Traduccion de Eva Lagunero para Canarias-Semanal.org)

 

   Gran parte del debate sobre la actual guerra ruso-ucraniana y su cobertura mediática, tanto en Australia como en el mundo occidental, es decididamente banal. Se caracteriza por la simplificación de una situación extremadamente compleja, de modo que la narrativa pueda resumirse en Putin y Rusia son los malos y Ucrania es el bueno.

 

   Esta burda simplificación no ayuda a comprender las causas y la naturaleza de la guerra, sus más vastas implicaciones y, lo más importante, de qué modo podría darse por terminada con el mínimo número de muertos y heridos a añadir a los que ya hay, y menores daños a la infraestructura de Ucrania.

 

   Es significativo que la información sobre el conflicto esté situando el centro de interés en el tema humano en lugar de cubrir la guerra en sí. Los casos desgarradores de familias separadas junto a las valientes proezas de los soldados ucranianos o las alegaciones de que Rusia comete crímenes de guerra, si bien importantes, tienden a generar una reacción emocional más que a ofrecer un cuadro preciso del curso de los acontecimientos.

 

   Esto se debe, en parte, a que parece haber muy pocos periodistas occidentales -si alguno- sobre el terreno donde están teniendo lugar el grueso de los combates, es decir: en el Donbass y en torno a Mariupol.

 

   El vacío resultante se rellena con alegaciones, muchas de ellas no verificadas e imposibles de verificar, provenientes del lado ucraniano, con las referidas historias de interés humano o el impacto que dejan los misiles en las principales ciudades y sus alrededores.

 

   Hace tiempo que a la verdad se la describe como la primera víctima de la guerra. Sería de tontos creer que este conflicto sea una excepción. Debemos, pues, adoptar una postura de sano escepticismo ante la información de los medios y el análisis de la guerra -desde todos los lados.

 

   La narrativa que parece tener más tirón es que las fuerzas rusas se han agotado y Ucrania podría, de hecho, estar ganando la guerra. Esto puede muy bien ser una ilusión derivada del deseo de que Rusia pierda, del abrumador sesgo pro-ucraniano de la información y el análisis, y de una deficiente comprensión de los objetivos y la estrategia de Rusia.

 

   El ejército ruso está llevando a cabo una operación de “economía de esfuerzo”. Ha puesto de manera efectiva sus guarniciones en la defensa de las principales ciudades de Ucrania, de modo que éstas queden incapacitadas para salir en apoyo de las tropas ucranianas en el Donbass.

 

   Mientras tanto, Rusia va destruyendo la infraestructura militar de Ucrania (repuestos, mantenimiento, comando y control de las instalaciones, sistemas armamentísticos tales como la defensa aérea, la artillería y los vehículos blindados) a través de una mezcla de ataques aéreos, misiles de crucero, cohetes y artillería tradicional, a lo largo, ancho y hondo de Ucrania.

 

   En torno a 60.000 de las tropas mejor entrenadas y equipadas de Ucrania se localizan en el Donbass. No parece probable que, en estos momentos, esta fuerza sea capaz de algo más que maniobras tácticas muy localizadas, debido a una combinación de suministros cada vez más escasos de munición, combustible y raciones, el dominio ruso del aire y el combate terrestre, y los efectos de la contienda a fecha de hoy.  

 

   A pesar de la alegada incompetencia en el manejo de la guerra durante sus primeras fases, el Pentágono asegura que las fuerzas rusas todavía retienen cerca del 90% de la capacidad de combate asignada inicialmente a la invasión. Dado que las fuerzas rusas están a punto de completar la toma de Mariupol, será solo cuestión de tiempo que las ucranianas en el Dombass queden totalmente rodeadas y, por consiguiente, destruidas u obligadas a rendirse.

 

   Aunque pueda haber todavía muchas semanas o incluso meses de lucha por delante, está cantado que Rusia, salvo intervención exterior (p. ej. de la OTAN -que reiteradamente ha descartado una intervención militar directa), logrará sus objetivos militares.

 

   El conflicto directo entre Rusia y Ucrania es, sin embargo, solo uno de los niveles de este conflicto. Ucrania es hoy el peón desafortunado de un conflicto de mucho mayor alcance. Como señala el veterano analista ruso, Gilbert Doctorow, esta es “una guerra en toda regla entre los Estados Unidos de América y la Federación Rusa, y lo que se dirime aquí es o bien el fin de la hegemonía global estadounidense o su perpetuación”.

 

   Aunque la guerra de Ucrania acabará tarde o temprano, lo que implica esta "guerra mediante terceros" (proxy war) a escala global tendrá consecuencias de mucho mayor calado durante un período bastante prolongado.

 

   La respuesta de Occidente a la invasión rusa ha sido el consiguiente incremento de la ayuda militar a Ucrania (que no es probable que cambie el resultado de la contienda) y la imposición de sanciones económicas (y culturales) a Rusia de una escala y naturaleza sin precedentes.  

 

   Es bastante improbable que estas medidas funcionen por múltiples razones, la primera de las cuales es que, como dije en mi último artículo, “no hay sanciones que EE.UU o Europa puedan imponer que no tengan mayor impacto sobre esos países que sobre Rusia o no generen mayores divisiones entre los poderes occidentales”.

 

   Aunque las sanciones tendrán un efecto negativo y perjudicial en la economía rusa, no serán devastadoras por el simple hecho de que Rusia es demasiado importante para la economía global. El impacto inicial de las sanciones no causó el colapso del sistema financiero ruso, ni resultó en bancarrota. El rublo ya ha incrementado algo su valor contra el dólar estadounidense y Rusia ha hecho (por ahora) pagos en bonos.

 

   Rusia está lejos de quedar aislada. Aunque una mayoría de países votaron contra Rusia en la Asamblea General de las Naciones Unidas, lo más importante es que hay países que no están sancionando a Rusia. Fuera de Occidente, casi ninguno lo hace, incluidos los dos más poblados, China y la India, que son la segunda y la sexta economía mundiales, respectivamente.

 

   Rusia tiene muchos compradores para sus productos energéticos, minerales y agrícolas. Para esos países, que no están en la “lista de países no amigos”, habrá tratos preferentes para exportaciones, como ya ha puesto de manifiesto el mecanismo de venta de petróleo rupia por rublo a la India, y el acuerdo de gas natural y cereal con Pakistán.

 

   El impacto que tendrá la retirada de las empresas occidentales de Rusia, aunque cause quebrantos a corto o medio plazo en el país, será a la larga controlado mediante la política de sustitución de importaciones para traerlas de otros países. Ya hay informaciones de que los teléfonos móviles chinos han más que duplicado sus ventas en Rusia, mientras que la compañía financiera china UnionPay está sustituyendo a VISA y Martercard.

 

   El efecto de la política de sanciones puede muy bien resultar en el regalo permanente de un mercado de 140 millones de personas a las empresas chinas e indias.

 

   Antes de que empezara la guerra, ya había en muchos países, incluidos EE.UU y Europa, una crisis inflacionaria, en gran medida provocada por la subida del precio de la energía. Esa situación es ahora mucho más grave. Europa ya está sufriendo escasez de suministro. Los intentos por sustituir la energía rusa serán difíciles y llevarán tiempo. El presidente de Serbia describe la situación como sigue:

 

   “Simplemente, no podemos destruirnos. Si imponemos sanciones a Rusia en el terreno del petróleo y el gas, nos destruiremos nosotros. Es como si nos pegáramos un tiro en el pie antes de salir a combatir”.

 

   El efecto neto de la política de sanciones, sobre Europa en particular, es probable que sea el incremento estructural de los precios de las materias primas (energía, minerales básicos, fertilizantes, etc.) y unas cadenas de suministro más precarias en el futuro. Los niveles de vida descenderán y las protestas por el aumento del coste de la vida, que ya están brotando en toda Europa, pueden provocar grandes crisis políticas internas.

 

   Las sanciones, incluida la congelación sin precedentes de los activos de un banco central, están asimismo minando la confianza en el sistema financiero occidental. La tendencia a la des-dolarización se acelerará a partir de ahora ya que los países buscan minimizar el riesgo de comerciar con el dólar estadounidense.

 

   La influencia de los poderes occidentales está menguando en todo el mundo. Los líderes de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita se han negado a aceptar los llamamientos del presidente Biden -algo impensable incluso hace unos pocos años. La reciente cancelación de una delegación de Reino Unido a la India y la reticencia tanto de China como de la India de “engancharse” a la línea occidental respecto a Rusia son otros indicadores claves.

 

   Parece claro que los poderes occidentales han sobrestimado el impacto que las sanciones tendrían sobre Rusia, no han pensado cabalmente sus implicaciones, no estaban preparados para las consecuencias y no tienen modo factible de dar marcha atrás. Mientras tanto, la mayoría de los países del mundo seguirán comerciando y manteniendo sus relaciones con Rusia por la simple razón de que es en su propio interés hacerlo así.

 

   Kishore Mahbubani predijo que este siglo XXI sería el de Asia. Antes del 24 de febrero de 2022, el cambio progresivo de la balanza de poder de Oeste a Este tenía visos de ser un proceso de décadas. Sin embargo, la respuesta de Occidente a la invasión de Ucrania por Rusia está acelerando este proceso -un gol en propia puerta.

 

   Es muy probable que, pasado el tiempo, el año 2022 sea contemplado como un punto de inflexión. Por desgracia, los gobiernos occidentales y sus complacientes medios aún no han caído en la cuenta de lo que sus acciones han desencadenado. Por propio interés, en Occidente, incluida Australia, lo más sensato sería cambiar de rumbo para salir lo más beneficiados posible de una mala situación.

 

 

   (*) Cameron Leckie sirvió como oficial en la Armada australiana durante 24 años. Ingeniero agrícola, actualmente prepara su tesis doctoral.

 

   Fuente: https://johnmenadue.com/cameron-leckie-a-decisive-transfer-of-the-balance-power-from-west-to-east/ 

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  • juan

    juan | Lunes, 04 de Abril de 2022 a las 03:51:08 horas

    La dinámica mundial ha ido cambiando las ultimas décadas. Occidente ha expoliado las riquezas de muchos países a un coste cero. Ahorita ese mundo occidental esta en caída libre y descomposición, sus dirigentes son ineptos y nunca hubieran llegado a donde están si las poblaciones que dirigen no estuvieran machacadas por los medios de convicción de dicho sistema antidemocratico. Su nivel de vida basado en recursos ajenos esta llegando a su fin. El parto de un nuevo poder puede durar algún tiempo.

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