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Lunes, 14 de Febrero de 2022 Tiempo de lectura:

¿ELECCIONES?... ABSTENCIÓN

Reflexiones sobre un fraude encubierto

Cada vez que se acercan los comicios la clase política española se estremece de excitación. Ahora se ha tratado de las elecciones en Castilla y León. Y no es para menos -escrie Tomás F. Ruiz - ya que el electorado, siendo un ente con discernimiento suficiente como para saber que todo es un fraude encubierto, acude sin embargo siempre que es convocado (...).

Por TOMÁS F. RUIZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

     Cada vez que se acercan los comicios la clase política española se estremece de excitación. Ahora se ha tratado de las elecciones en Castilla y León. Y no es para menos ya que el electorado, siendo un ente con discernimiento suficiente como para saber que todo es un fraude encubierto, acude sin embargo siempre que es convocado a cumplir con el que le han hecho creer es deber democrático fundamental de todo ciudadano respetuoso de la ley: elegir con sus votos en las urnas a los políticos que lo van a representar.


 

     No parece ser suficiente que sus señorías se pasen por salvas sea la parte las promesas electorales que hicieron en campaña electoral, que no respondan a los intereses para los que han sido votados, que se sometan a la farsa de gobernar sin autoridad bajo un régimen fascista e ilegal. El sufrido electorado insistirá en su obstinación y cometerá, una y otra vez, el craso error de acudir a votar… ¿Tendremos que aceptar que los españoles somos el único pueblo del mundo que tropieza, no dos ni tres, sino infinidad de veces con la misma piedra electoral?


 

    Todas esas promesas que la clase política nunca cumple, todas esas “sartas de mentiras” (frase castellano-leonesa de origen medieval que viene como anillo al dedo para describir la idiosincrasia de la clase política española), todos esos engaños minuciosamente elaborados por equipos de sociólogos expertos, aplicados en la implacable dinámica del poder, son la forma de embaucar al incauto elector que los políticos utilizan y que, hasta ahora, parece haberles funcionado de forma ritual.


 

    Una clase política mentirosa, encumbrada, desvergonzada y corrupta, amparada por una justicia no menos corrupta bajo cuya abyecta complicidad y por “razones de Estado”, se permiten violar derechos humanos y recurrir a la tortura y la represión como forma de imponer su inaceptable potestad. ¿Quién sino ellos, manipulando la opinión pública y mintiendo hasta la saciedad, permiten que España lleve desde el final de la guerra civil bajo la misma dictadura, sin recuperar la democracia y gobernada por un monarca ilegal?


 

     Sin la más mínima dignidad, esperpentos de quita y pon tocados con traje y corbata formal, los políticos bajan su testuz ante el ilegítimo rey cada vez que convocan actos oficiales para confirmar su inmerecida autoridad. Seguimos en la España sometida por la clase dirigente, la que en el siglo XXI mantiene en Europa privilegios feudales de monarcas absolutistas, la que expolia a una población extraviada y muda, la de la sistemática y consentida corrupción institucional, la que ampara que obscenos sacerdotes y monjas viciosas abusen de niños indefensos… Esa es la España del “impasible el ademán”, cuyos abyectos orígenes, corrompido sistema y leyes serviles todos los políticos, sin distinción, juran o prometen acatar el día que son investidos por el rey.


 

   ¿Deberíamos ir a votar para sentirnos súbditos de una familia real hundida en la corrupción y el nepotismo? ¿Deberíamos apostar por la vuelta a España del monarca Emérito, desvergonzado ladrón de dinero público y mentiroso compulsivo hasta la saciedad? ¿Aceptaremos que los políticos lo restauren de nuevo en la Zarzuela para que su vicio de robar se quede en casa y no tenga que responder ante ningún tribunal internacional?... Sigamos votando cada vez que lo requieran los políticos, que todo se andará.


 

   Durante cuatro años la facción gobernante de la clase política se esforzará en la esperpéntica y codiciosa tarea de llegar a todo tipo de pactos con la oposición formal, con el claro objetivo de amasar cuanta riqueza puedan y ocultarla en cuentas opacas de ultramar. Todo, claro está, como dios manda, tal y como el monarca Emérito ha convertido en norma insultante con su rastrero y reprochable comportamiento real.


 

   ¿Y ahora vienen los políticos a recordarme que mi deber es ir a votar? Sinceramente, no tengo estómago para mantener con mi voto a esta desvergonzada casta política ni, menos aún, a la repugnante familia real. Por mi parte, sólo votaré cuando decidan preguntarme -en referéndum- si acepto la imposición de un grotesco rey espurio o si prefiero cambiar a una república legítima y legal.

 

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