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Lunes, 15 de Abril de 2019 Tiempo de lectura:

EL ARRESTO DE JULIAN ASSANGE: UNA ADVERTENCIA DE LA HISTORIA

"The Guardian sacó todo el jugo a las revelaciones de WikiLeaks y reclamó para sí los galardones y riquezas"

Ver a Julian Assange sacado a rastras de la embajada de Ecuador en Londres es -afirma el veterano periodista John Pilger - un signo de los tiempos. Poder contra derecho. Músculo contra ley. Indecencia contra coraje (...).

 

  Por JOHN PILGER (*) . TRADUCCIÓN DE CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

   Ver a Julian Assange sacado a rastras de la embajada de Ecuador en Londres es un signo de los tiempos. Poder contra derecho. Músculo contra ley. Indecencia contra coraje. Seis policías agarrando a un periodista enfermo, con los ojos entornados por la luz natural que les llegaba por primera vez en casi siete años.

 

   Que este atropello haya sucedido en el corazón de Londres, en la tierra de la Magna Carta, debería avergonzar y enfurecer a quienes albergan temores por las sociedades “democráticas”. Assange es un refugiado político protegido por las leyes internacionales, un asilado bajo el preciso convenio del que Gran Bretaña es signataria. Esto lo dejaron claro las Naciones Unidas en la normativa de su Grupo de Trabajo sobre Detención Arbitraria. 

 

   Pero al infierno con ello. Dejemos que entren los bestias. Dirigida por los casi-fascistas de Washington, coaligados con Lenin Moreno de Ecuador, un Judas de América Latina y un mentiroso que pretende blanquear su régimen rancio, la elite británica ha acabado con su último mito imperial: el de la imparcialidad y la justicia.

 

   Imaginen que Tony Blair fuese sacado a rastras y esposado de su multi-millonaria casa de Connaught Square, en Londres, para ponerlo después en el banquillo de los acusados de La Haya. Aplicando el criterio de Nuremberg, el “delito supremo” de Blair es la muerte de un millón de iraquíes. El delito de Assange es el periodismo: hacer que los que halcones respondan por sus rapiñas, exponer sus mentiras y fortalecer a los pueblos de todo el mundo con la verdad.

 

   La chocante detención de Assange es un aviso para todo aquel que, como dijo Oscar Wilde, “sembró las semillas del descontento [sin el cual] no habría avance hacia la civilización”. El aviso a los periodistas es explícito. Lo que le ha pasado al fundador y editor de WikiLeaks puede ocurrirte a ti en el periódico, en el estudio de TV, en la radio o publicando un podcast.

 

   El medio de comunicación que ha sido el principal tormento de Assange, The Guardian, colaborador del Estado secreto, mostró su nerviosismo esta semana con un editorial que llevó los circunloquios a niveles insuperables. The Guardian ha explotado el trabajo de Assange y WikiLeaks mediante lo que su anterior editor llamó “la mayor primicia de los últimos 30 años”. El periódico sacó todo el jugo a las revelaciones de WikiLeaks y reclamó para sí los galardones y riquezas que derivaban de ello.

 

    Sin que llegara un penique a Julian Assange o a WikiLeaks, el bombo publicitario que se dio al libro de The Guardian condujo a la realización de una lucrativa película de Hollywood. Los autores del libro, Luke Harding y David Leigh, se volvieron contra su fuente, abusaron de él y desvelaron la clave secreta que Assange había confiado al periódico, pensada para proteger un archivo digital que contenía filtraciones de cables de la embajada de EEUU.

 

  Con Assange atrapado en la embajada de Ecuador, Harding se unió a la policía apostada en el exterior y en su propio blog se regodeó de que “Scotland Yard puede que se ría el último”. Desde entonces, The Guardian ha publicado una serie de falsedades sobre Assange, entre ellas la desacreditada afirmación de que un grupo de rusos y Paul Manafort, el hombre de Trump, habían visitado a Assange en la embajada. Estos encuentros nunca tuvieron lugar: era una noticia falsa.

 

  Pero ahora el tono ha cambiado. “El caso Assange es una trama moralmente enredosa”, opinaba el periódico. “Él (Assange) aboga por publicar cosas que no deberían ser publicadas … Pero siempre ha sacado a la luz cosas que nunca deberían haber estado escondidas”.

 

  Estas “cosas” son la verdad sobre el modo homicida en que EEUU se conduce en sus guerras coloniales, las mentiras del British Foreign Office negando derechos a poblaciones vulnerables como los isleños de Chagos, la exposición de cómo Hillary Clinton apoyó y se benefició del yihadismo en Oriente Medio, la detallada descripción de las conversaciones de los embajadores de EEUU sobre cómo podrían ser derrocados los gobiernos de Siria y Venezuela. Y mucho más. Todo está disponible en la web de WikiLeaks.

 

    Se entiende que The Guardian esté nervioso. La policía secreta ya ha visitado el periódico, demandado y realizado la ritual destrucción del disco duro. En esto el periódico tiene escuela. En 1983, una administrativa del Foreign Office, Sarah Tisdall, filtró documentos del gobierno británico que daban detalle de cuándo llegarían a Europa las armas nucleares de crucero norteamericanas. The Guardian recibió todo tipo de elogios. Cuando les llegó una orden judicial exigiendo conocer la fuente de la noticia, en vez de que el editor fuera a prisión bajo el principio fundamental de proteger a la fuente, Tisdall fue traicionada, procesada y pasó seis meses en la cárcel.

 

 

   Si Assange es extraditado a EEUU por publicar lo que The Guardian llama “cosas” verídicas ¿qué va a impedir que le siga el actual editor, Katherine Viner, o el anterior editor, Alan Rusbridger, o el prolífico propagandista Luke Harding? ¿Qué va a impedir a los editores del New York Times y el Washington Post, que también publicaron fragmentos de la verdad que dio origen a WikiLeaks, y al editor de El País en España, y Der Spiegel en Alemania y The Sydney Morning Herald en Australia...? La lista es larga.

 

 

  David McCraw, abogado jefe del New York Times, escribió:

 

 

  “Creo que procesar (a Assange) sería un precedente muy, muy malo para los editores … por lo que sé, él es una especie de editor clásico y la ley lo tendría muy difícil para distinguir entre el New York Times y WikiLeaks”.

 

  Incluso si los periodistas que publican las filtraciones de WikiLeaks no fuesen requeridos por un gran jurado norteamericano, la intimidación de Julian Assange y Chelsea Manning será suficiente. El periodismo auténtico está siendo criminalizado por malandros a plena luz. La disensión se ha convertido en desenfreno.

 

  En Australia, el actual gobierno, amartelado con los EEUU, está procesando a dos whistle-blowers  [filtradores] que revelaron que agentes secretos de Camberra pusieron micrófonos en el gabinete de reuniones del nuevo gobierno de Timor Oriental con el expreso propósito de estafar a la diminuta y empobrecida nación en la cuota de recursos de petróleo y gas que les corresponde en el Mar de Timor. El juicio se celebrará a puerta cerrada. El primer ministro australiano, Scott Morrison, se ha granjeado mala fama por el papel que tuvo en el establecimiento de campos de concentración de refugiados en las islas del Pacífico de Nauru y Manus, donde los niños se autolesionan y suicidan. En 2014, Morrison propuso la creación de campos de detención para 30.000 personas.

 

  El periodismo real es el enemigo de estas desgracias. Hace una década, el Ministro de Defensa británico elaboró un documento secreto donde se describen las tres patas de las “principales amenazas” al orden público: el terrorismo, los espías rusos y los periodistas de investigación. Estos últimos eran designados como la mayor amenaza. El documento fue filtrado puntualmente a WikiLeaks, que lo publicó.

 

  “No tenemos más opción”, me dijo Assange. “Es muy sencillo. La gente tiene el derecho a saber y el derecho a cuestionar y desafiar al poder. Eso es la verdadera democracia”.

 

  ¿Qué ocurre si Assange y Manning y otros en su onda -si es que hay otros- son silenciados y “el derecho a saber y cuestionar y desafiar” nos es arrebatado?

 

  En la década de 1970, conocí a Leni Reifenstahl, amiga cercana de Adolf Hitler, cuyas películas contribuyeron a que el nazismo hechizara a Alemania. Me dijo que el mensaje de sus películas, la propaganda, dependía, no de “órdenes de arriba”, sino de lo que ella llamaba el “vacío sumiso” del público.

 

 

  Le pregunté “¿Ese vacío sumiso incluye a la burguesía educada y liberal?”Por supuesto -respondió- “especialmente la inteligencia … Cuando la gente ya no hace preguntas serias, se vuelve sumisa y maleable. Cualquier cosa puede suceder”. Y sucedió. El resto -podría haber añadido- es historia.

 

 

 Fuente: http://johnpilger.com/articles/the-assange-arrest-is-a-warning-from-history

12 de abril de 2019

 

 

 

 

[Img #57815](*) John Pilger es un reportero australiano, procedente de Sídney, que vive en Londres. Comenzó su carrera como reportero en 1958, famoso por libros y documentales que ha escrito o producido. Su periodismo de investigación -que ha pretendido ser desmerecido desde posiciones conservadoras- mereció el premio Periodista del Año inglés en dos ocasiones y el Premio de la Paz a los Medios de la Asociación de la ONU. En Reino Unido es más conocido por sus documentales, en particular los rodados en Camboya y Timor Oriental. Ha trabajado como corresponsal de guerra durante conflictos en Vietnam, Camboya, Egipto, India, Bangladés y Biafra.

 

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