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Jueves, 18 de Abril de 2019 Tiempo de lectura:

¿QUÉ HAY REALMENTE DETRÁS DE LA RECIENTE “REVOLUCIÓN” EN SUDÁN?

"En este conflicto hay causas y actores externos que muy pocos medios han sacado a la luz"

En las pasadas semanas hemos visto noticias en la prensa internacional sobre las masivas manifestaciones populares en Sudán, que han culminado en el derrocamiento, mediante golpe militar, de su presidente, Omar al-Bashir, el pasado jueves 11 de abril (...).

  Por EVA LAGUNERO PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

 

   En las pasadas semanas hemos visto noticias en la prensa internacional sobre las masivas manifestaciones populares en Sudán, que han culminado en el derrocamiento, mediante golpe militar, de su presidente, Omar al-Bashir, el pasado jueves 11 de abril. Muchos medios destacaron el espacial protagonismo de las mujeres en esta revuelta: “El símbolo de las protestas en Sudán es una mujer que llama a la revolución”, titulaba eldiario.es; “Las mujeres de Sudán se suman a las protestas para luchar por su libertad y dignidad”, titulaba Europa Press; o “Reinas, móviles y la revuelta sudanesa” titulaba El País.

 

 

   Independientemente de los motivos legítimos que hayan provocado las protestas del pueblo sudanés, en este conflicto hay causas y actores externos que muy pocos medios han sacado a la luz y en los que merece la pena profundizar. Esta es tarea que ha llevado a cabo Whitney Webb, periodista de investigación radicada en Chile, de cuyo artículo “Saudi Arabia, Israel, US All Sought Bashir’s Ouster: So How Real Was the Sudan Revolution?” presentamos un extracto:

 

 

    El derrocamiento de Omar al-Bashir, presidente de Sudán en el poder desde 1989, ha sido especialmente saludado en los Estados Unidos y caracterizado como una “revolución” popular en la que las mujeres habrían tenido un papel predominante. De hecho, el símbolo de esta reciente “revolución” ha sido la joven estudiante de 22 años Alaa Salah, después de que una foto suya hablando a la multitud se hiciese viral, dando pie a que algunos medios internacionales la llamasen “la Estatua de la Libertad de Sudán”.

 

 

   Para muchos observadores, los acontecimientos de la pasada semana parecen la conclusión lógica de meses de protestas dirigidas, primero, contra la subida del precio de los alimentos y, después, contra los casi treinta años de gobierno de Bashir. Es verdad que este no estuvo exento de carácter despótico y autoritario y que muchos sudaneses deseaban un cambio, pero también lo es que otras fuerzas poderosas llevaban tiempo trabajando para derrocar a Bashir por otras razones.

 

 

   Tras la partición de Sudán, con la creación de Sudán del Sur en 2011, aquél perdió la mayor parte de sus reservas petrolíferas. Fue entonces cuando, para evitar que la economía se desestabilizase, Bashir estrechó relaciones con Arabia Saudita y otros Estados del Golfo, lo que le obligó a aflojarlas con Irán -viejo aliado de Bashir. Aunque la alianza sudanesa-saudita funcionó durante un tiempo, se agrió finalmente debido, sobre todo, a la guerra del Yemen, iniciada en 2015. Sudán formó parte de la colación que ha provocado una verdadera catástrofe humanitaria en este país árabe, con el envío de miles de soldados. Pero, si bien la financiación de la guerra y los ataques aéreos han estado a cargo de Arabia Saudita y los Emiratos, las tropas sudanesas, según los observadores, han hecho el “el trabajo sucio” del combate en tierra, lo que ha provocado multitud de bajas en sus filas. En compensación, el gobierno de Sudán ha recibido millones de dólares de la coalición por los “servicios prestados”.
 

 

 

   El descontento de la población sudanesa por esta participación en el Yemen se manifestó sobre todo a finales de 2017, cuando los medios alienados con los rebeldes Houthis comenzaron a publicar imágenes de la “carnicería” de soldados sudaneses, que eran presentados como la “carne de cañón” de la coalición agresora, sobre todo tras la ofensiva Houthi, en abril de 2018, que provocó la muerte de centenares de ellos. Entonces el gobierno de Bashir se vio obligado a reconsiderar el papel de Sudán en esta guerra, porque, además, las prometidas inversiones de Arabia Saudita y los Emiratos no llegaban y tampoco habían cumplido su otra promesa de presionar a los Estados Unidos para que borrase a Sudán de su lista de países promotores del terrorismo. Al mismo tiempo Bashir reconfiguraba también sus alianzas regionales, aproximándose a Qatar -enemigo de Arabia Saudita- y otras monarquías del Golfo, y cerrando con ellos y con Turquía -asimismo enemistada con los sauditas por el asesinato de Khashoggi en su consulado de Estambul- acuerdos comerciales que involucraban al sector petrolero.

 

 

   Los pasos de Bashir para alejarse de la coalición árabe se hicieron más patentes el pasado diciembre, cuando inesperadamente anunció su visita a Siria para reunirse con Bashar al-Assad. Ya entonces había declarado que su gobierno estaba siendo objetivo de una “conspiración extranjera”. Curiosamente, el mismo día de su reunión con Assad, comenzaron las protestas que llevarían a su desalojo del poder. Y una de las primeras acciones de quien se puso al frente de la junta militar formada a raíz del golpe, Abdel Fattah al-Burhan Abdelrahman, fue “pasar revista a las tropas sudanesas que pelean en la guerra del Yemen, estrechando lazos con los principales mandos militares del Golfo”, según informó la agencia Associated Press. El sábado, el gobierno saudita declaraba su apoyo a la nueva junta militar.

 

 

   Mientras que el deterioro de las relaciones Sudán-Arabia Saudita parece haber jugado un papel en el desalojo de Bashir, acontecimientos recientes sugieren que otro gran actor en el golpe de Estado ha sido Israel, en particular su servicio de inteligencia, el Mossad. A pesar de haber descartado cualquier posibilidad de normalizar relaciones con el “enemigo sionista” (Israel bombardeó Sudán en 2009, 2012 y 2014), en 2016, el gobierno de Bashir empezó a reconsiderar sus relaciones con Tel Aviv, poco después de su ruptura con Irán. En esas fechas, los medios israelíes informaban de que  Israel estaba presionando a Estados Unidos para que mejorarse las relaciones con Sudán. Sin embargo, Bashir finalmente rechazó la invitación a visitar Tel Aviv, declarando públicamente su firme oposición a “cualquier posibilidad” de establecer alianzas con Israel. Entonces salieron noticias de que el jefe de los servicios de inteligencia de Sudán, Salh Gosh, que ha estado implicado en el derrocamiento Bashir, se había reunido con el jefe del Mossad, Yossi Cohen en Munich, como parte de un plan dirigido por Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Egipto e Israel para desalojar a Bashir. Gosh es también conocido por su pasado de colaboración con la CIA. Y se sabe, por recientes revelaciones de las Fuerzas de Defensa israelíes, que Israel estuvo implicado en el golpe militar que en 2013 derrocó a Mohammed Morsi en Egipto para poner a Abdel Fattah al-Sisi, desde entonces firme aliado del Estado judío. Todo parece indicar que Israel intenta normalizar relaciones con los países de mayoría musulmana que han apoyado hasta ahora la causa palestina (como fue el caso de Sudán).

 

 

   No menor parece haber sido el interés de los Estados Unidos en el derrocamiento de Bashir. Cables filtrados por WikiLeaks demuestran que este fue durante mucho tiempo el objetivo de la gran potencia. Uno de esos cables, escrito en diciembre de 2008, lleva por título “Se intensifica la conspiración para desalojar a Bashir”, y revela las conexiones de EEUU con el Movimiento Popular para la Liberación de Sudán. Aunque el plan contra el presidente sudanés no llegó a puerto, la administración Obama jugó un papel destacado en la partición de Sudán en 2011, desencadenando una brutal guerra civil que todavía colea en el Sur, y debilitando la economía del Norte cuyos efectos se sienten todavía hoy. En 2013, EEUU, Israel, Arabia Saudita y Qatar fueron acusados de orquestar una “revolución de colores” contra Bashir, que fracasó.

 

 

   Desde entonces, la implicación de EEUU en el desalojo de Bashir ha sido a través de organizaciones para la “promoción de la democracia”, como la USAID (Agencia para el Desarrollo Internacional) y la NED (Fondo Nacional para la Democracia), cuyo historial en operaciones de cambios de gobiernos es de sobra conocido. Según fuentes del propio gobierno de EEUU, las actividades de la USAID en Sudán comenzaron a raíz de la partición del país en 2011. Curiosamente, el año pasado -mientras el gobierno sudanés intentaba alejarse del bloque saudita- las actividades financiadas por la USAID en Sudán alcanzaron su máximo de casi 197 millones de dólares. Igualmente sustanciosa fue la financiación de la NED en 2018, con cientos de miles de dólares en programas orientados a “empoderar a líderes juveniles y femeninos”. Esto se ha puesto de manifiesto en el protagonismo que han tenido los estudiantes y las mujeres en las protestas contra Bashir.

 

 

   ¿Fueron estos líderes y la icónica Alaa Salah partícipes en los programas de la NED? No se sabe.  Pero lo que parece claro es que EEUU, junto con sus aliados en Arabia Saudita e Israel, no sólo han tenido medios sino también motivos para desalojar a Bashir, un ejemplo más de cómo los poderes exteriores pueden manipular la disensión legítima contra gobiernos autoritarios para instalar otros igualmente autoritarios pero más acordes con sus intereses. Un movimiento popular real probablemente no aceptará tranquilamente una dictadura militar como la instalada en Egipto. El tiempo lo dirá.  

 

Fuente:
https://www.mintpressnews.com/saudi-arabia-israel-us-all-sought-bashirs-ouster-how-real-was-sudan-revolution/257417/

 

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