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Martes, 11 de Mayo de 2021 Tiempo de lectura:

WINSTON CHURCHILL Y SUS OBSCENAS RELACIONES CON LOS FASCISMOS EUROPEOS (Con audio)

"Al verdadero Churchill le chorrea la sangre por su cuerpo"

Las relaciones que el ex primer ministro británico Winston Churchill tuvo con los más destacados personajes del fascismo europeo, fueron persistentemente obviadas por la hagiografía que rodeó durante la post guerra mundial al personaje. En este artículo, su autor,el británico Richard Seymour, desde la la irresistible admiración que Churchill sintió tanto por Adolf Hitler, como por Benito Mussolini. Asimismo, saca a relucir como defendió siempre al régimen de Franco frente a la condena internacional antes y después de la guerra civil.

 

 

 

EXTRACTADO DE UN ARTÍCULO DE RICHARD SEYMOUR (*)  

 

    Durante las protestas que tuvieron lugar en Londres en el 2.000, durante la festividad del 1 de mayo, nada exasperó tanto a la clase dominante británica, a  la prensa, a  los políticos, y a  la "opinión respetable" como la "profanación" de la estatua de Winston Churchill en Parliament Square.

 

    Los manifestantes se atrevieron a pintar los contornos de la boca de Churchill con un aerosol color rojo sangre, y con otro verde brillante le pintaron una cresta al estilo Mohawk.  Resulta difícil poder transmitir el valor simbólico y afectivo que este hombre posee para la clase dominante británica y,  también, para una parte estimable de  sus ciudadanos. Aquellos, en definitiva, cuya conciencia nacional está moldeada por el folclore tradicional de la Segunda Guerra Mundial que, exceptuando el triunfo en la Copa del Mundo de 1966, fue probablemente el último momento de «grandeza» de Inglaterra, conocen a Churchill como  el hombre que hizo más que cualquier otro para derrotar al nazismo.


    Al frente de un gobierno de coalición durante la Guerra, Churchill exhortó al país, al que concebía como una nación que había sido mal gobernada y peor traicionada, a atreverse y a ganar. Salvó al Estado británico y lo condujo a través de una de sus peores crisis.

 

    En la década de los 80, cuando yo iba a la escuela en el norte de Irlanda, esa preciada joya esmeralda del Imperio, este hombre todavía despertaba sentimientos efusivos. Churchill es, además de un mito nacional, una pequeña industria artesanal de baratijas y rica fuente de una nostalgia  un tanto ridícula , aunque pertinaz.


     Hay libros que celebran su excelente ingenio, tazas adornadas con su rostro, trapos de cocina que citan al gran hombre y una interminable fila de historiadores oficiales que cuando se trata de escribir acerca de Churchill, sucumben ante su "gloria".

 

    Esta curiosa industria churchiliana posee claras interdependencias estatales y tiene como objetivo ensalzar a nuestro «tesoro nacional» con "buenas actuaciones".  Es muy probable  que esta suerte de mercadillo termine generando un nuevo  mini-boom churchiliano, en la medida en que ciertos sentimientos  suscitados por el Brexit pretendan alimentar  una especie de "retorno cultural del Imperio".

 

    No obstante,  tengo que reconocer que esta "industria cultural" no siempre  resultó ser un mal lugar para conocer realmente a Churchill. Mientras yo estudiaba me apercibí nuevamente  de  que siento odio hacia Churchill y  hacia todos los de su especie.

 

    La verdad es que a Churchill, se le mire desde donde se le mire,  le chorrea sangre por la boca. Es importante, no obstante, subrayar que el joven Churchill no fue un reaccionario declarado. Tal como sugiere Candice Millard en Hero of the Empire, que narra la historia de las hazañas de Churchill en las guerras bóers, había sido un político criado y formado por el Imperio británico.

 

    Churchill llegó a la adultez con una aguda percepción de sus propias posibilidades de convertirse en una figura importante y como alguien que cultivaba una reputación en torno al coraje frente a la muerte. A tipos como él, el Imperio británico les había ofrecido la posibilidad de correr aventuras por medio mundo, gobernando a pueblos enteros  sin prácticamente  haberlos conocido antes.

 

    En un imperio que recogía a alrededor de 450 millones de personas en un abrazo mortífero, empezaron a surgir revueltas  e insurrecciones en el Sur de África, en Egipto y en Irlanda. Cuando Churchill  ingresó  en Ejército británico y, finalmente,  se convirtió en un soldado con posibilidades reales de morir en combate, su entusiasmo por la guerra no flaqueó ni por un solo instante.

 

     Churchill tuvo éxito y demostró ser un hombre moldeado de acuerdo con los estándares imperiales. Ayudó a los españoles a reprimir a quienes luchaban por la libertad en Cuba y, tras una breve carrera parlamentaria, en Sudáfrica  lucharía en la segunda guerra de los bóers. Esta experiencia lo preparó  para aplicar soluciones similares a todos los problemas nacionales. La promoción de Churchill, cuatro años después, al cargo de Ministro del Interior, se produjo en unos momentos de intensa  agitación social en el Reino Unido.

 

    En la hagiografía que rodea a Churchill se suele poner mucho énfasis en tratar de refutar la idea de que personalmente se  encargó de ordenar a las tropas atacar a los mineros, mientras se encontraban en huelga. en Gales del Sur. Lo que, en realidad, sucedió fue que Churchill envió escuadrones de la policía desde Londres y mantuvo una tropa de reserva en Cardiff por si la policía no lograba cumplir su misión.

 

   Churchill nunca tuvo  la menor duda de que su puesto  estaba del lado de los patrones, y se preparó intensamente  para desplegar toda la fuerza del Estado británico a favor de ellos. Ésa fue la razón por la que la Marina Real británica  lo designó al alto rango de  Primer lord del Almirantazgo


 

CHURCHILL Y LOS FASCISMOS EUROPEOS


    Churchill, como el  tory liberal que decía ser, debería de haberse inquietado por el fulgurante ascenso del fascismo en Europa. Pero no fue así.  Él estaba plenamente convencido de que Mussolini era un buen gobernante para Italia y que el fascismo estaba siendo un útil bastión contra el comunismo. "Con el fascismo como tal, no tenía la más leve discrepancia", escribe el historiador Paul Addison. Por la misma razón "En febrero de 1933 elogió a Mussolini como el más grande legislador entre los que entonces habían".


     Otros  biógrafos suyos han destacado como  Churchill le había agradecido a Mussolini por haberle "rendido un servicio al mundo» en su guerra contra el comunismo, los sindicatos y la izquierda". Más adelante, el propio Churchill volvió a escribir sobre sus relaciones «íntimas y cordiales» con Mussolini, expresando  que «en el conflicto existente entre el fascismo y el bolchevismo, no me quedan dudas acerca de dónde están mis simpatías y mis convicciones».

 

    En 1935, Churchill no dudó tampoco en expresar su «admiración» por Hitler, exaltando «el coraje, la perseverancia y la fuerza vital que le habian permitido superar todos los obstáculos que bloqueaban su camino».  El historiador Paul Addison escribió que a pesar de que Churchill  estaba en desacuerdo con la persecución nazi de los judíos, eran «las ambiciones externas de los nazis, no sus políticas internas, lo que más le preocupaba».


    La invasión italiana de Etiopia no estremeció lo mas mínimo a Churchill. En cuanto al Tercer Reich se refiere, hay que precisar que estaba convencido de que muchas de sus concepciones estratégicas y territoriales se inspiraban en el Imperio británico. Y aunque era muy probable  que semejante estrategia terminara llevándolo a una guerra de aniquilación contra el «bolchevismo judío»,  resulta  difícil creer que tanto Churchill como cualquier miembro de la clase dominante británica hubiera tenido algún tipo de reparo en que ello sucediera.

 


     En otras palabras, el fascismo solo se convirtió en un problema cuando Churchill reconoció en él una amenaza al Imperio británico y al orden europeo de  los "Estados nación"  en el que se encontraba  integrado. Solo entonces,  el fascismo se transformó para él en algo peor que el comunismo.

   

    Churchill se convirtió en un destacado exégeta del rearme y en enemigo de la mayoría de los sectores políticos y militares dominantes de la Gran Bretaña de entonces, que deseaban posicionarse del lado de Hitler en una hipotética guerra contra la Rusia soviética. Sin embargo, el continuó pensando que tal vez existiera alguna posibilidad de  aislar a los nazis, forjando una suerte de unidad con los fascismos de Italia y de España.


     Esa fue una de las razones por las que continuó elogiando a Mussolini y  negándole cualquier apoyo a la España republicana. Durante la Guerra Civil española, que en muchos sentidos fue un preludio de la II Guerra Mundial, Churchill consideraba que la República era, en realidad, un «frente comunista» y que los fascistas a los Hitler estaba respaldando, constituían un «movimiento antirrojo» muy justificado. 

 

  Aunque Churchill  podía haber puesto objeciones a Franco cuando bombardeó con gases venenosos a sus enemigos, recuperando de esta manera los métodos de represión que el ejército español habia utilizado en Marruecos. Sin embargo, hubiera  resultado una auténtica incongruencia, dado que se trataba de técnicas que el mismo Churchill había considerado, desde hacía tiempo, como "humanas y dignas".

  A la postre, la agresión bélica hitleriana forzó a la clase dominante británica a abandonar sus posiciones de colaboración con el Tercer Reich

 

    Tal  y como se ha escrito en muchas ocasiones, la Segunda Guerra Mundial no fue solo una simple "guerra". Hubo luchas populares contra el fascismo en Grecia, en España, en Yugoslavia, en Polonia y en Francia, y fueron los milicianos de China, Vietnam, India e Indonesia los que resistieron al imperialismo japonés. Incluso en Gran Bretaña hubo movimientos que alcanzaron niveles estimables de radicalización después de 1940, y que  trataron de transformar la campaña bélica en una guerra antifascista popular.

 

    Sin embargo, para Churchill se trataba solo de una guerra imperialista y la desarrolló sin perder esa orientación. Churchill declaró que Gran Bretaña no sería capaz de derrotar al Tercer Reich con un ejército continental masivo, sino que «debía destrozar al régimen nazi a través del ataque devastador y del extermino que eran capaces de generar sus enormes bombarderos».

 

    Despues de la guerra, cuando los Aliados estaban discutiendo si utilizar la dependencia que Franco tenía del petróleo para tratar de convencerlo de que moderara un poco su gobierno, Churchill disintió furiosamente de esa posibilidad, argumentando que esto era «poco menos que sembrar una revolución en España».

 
     No carece de sentido, pues, que el Estado británico rinda idolatría a Churchill. La historia de este hombre es su propia historia. Pero, ¿quién, conociendo esta historia,su auténtica historia, podria sumarse al sinfin de alabanzas que sobre él se continúan haciendo ?

 

(*) Richard Seymour  es un escritor y conferenciant norirlandés, activista  Es autor de libros como The Meaning of David Cameron (2010), Unhitched (2013), Against Austerity (2014), Corbyn: The Strange Rebirth of Radical Politics (2016) y The Twittering Machine (2019).

 

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  • Maribel Santana

    Maribel Santana | Martes, 11 de Mayo de 2021 a las 23:18:09 horas

    Los bandidos les decía Lenin y luego Stalin, tanto a los franceses como a los británicos, pues tenían el provecho y los Alemanes la fama.

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