JÓVENES CONTRA JUBILADOS: EL TRUCO PERFECTO DEL SISTEMA
¿Por qué el sistema necesita enemistarnos entre nosotros?
En Alemania, una campaña enfrenta a jóvenes con pensionistas bajo la excusa de que las pensiones son demasiado caras. Pero en España, este tipo de corrientes organizadas por la derecha, comienzan también a cundir, ¿Y si este conflicto no fuera más que un invento para desviar la atención del verdadero problema? Lea este artículo de nuestro colaborador en Alemania, Hansi Quednau, que nos explica el objetivo de estas campañas derechistas.
POR HANSI QUEDNAU, DESDE ALEMANIA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En estos tiempos, hay algo que salta a la vista aunque nadie
lo diga en voz alta: los de arriba se esfuerzan cada vez más por enfrentar entre sí a quienes están abajo.
No es una sospecha, es una estrategia. Y ¡vaya si funciona!. Se ve, además, por todas partes: nacionales contra migrantes, hombres contra mujeres, y ahora, jóvenes contra jubilados.
“Cuando los de abajo se pelean entre ellos, los de arriba respiran tranquilos.”
Pero ¿por qué ocurre esto? ¿Qué se esconde detrás de estos enfrentamientos artificiales? Spoiler: no es casualidad, ni mucho menos una simple cuestión generacional. Y lo peor es que no solo está sucediendo en Alemania.
Según hemos podido leer en los medios de comunicación españoles, también en España, desde sectores de la derecha, emboscados bajo denominaciones de grupos juveniles desconocidos, se instiga, igualmente, hacia este tipo de enfrentamientos.
¿QUIÉNES SE BENEFICIAN CUANDO NOS HACEN PELEAR ENTRE NOSOTROS?
En Alemania, ha sido un grupo de diputados jóvenes de los partidos conservadores los que impulsan estas campañas contra los pensionistas.
Según ellos, las pensiones cuestan demasiado y están arruinando el futuro de las nuevas generaciones. A simple vista, pareciera un debate presupuestario. Pero si rascamos un poco, descubrimos algo mucho más grave: nos están tratando de enfrentar entre nosotros para que los verdaderos responsables queden en un segundo plano.
No es la primera vez que ello se produce . En vez de señalar al sistema capitalista que precariza a los jóvenes y empobrece a los mayores, nos hacen mirar al vecino como si fuera nuestro enemigo.
Es la vieja receta del “divide y vencerás”. Antes fue el migrante, la mujer, el sindicalista… ahora es el jubilado.
Pero, ¿por qué se repite tanto esta estrategia? Pues por una razón muy simple, porque cumple una función vital para la supervivencia del sistema. Estas ideas no surgen en el vacío: se construyen para sostener un determinado orden social.
El "enemigo interno" cumple tres funciones principales:
- Desvía la rabia social hacia un objetivo falso. Si culpas a los jubilados, no culpas al gobierno que privatizó las pensiones ni al empresario que paga sueldos de miseria.
- Rompe la unidad entre los sectores populares. Si los trabajadores jóvenes desprecian a los jubilados, no lucharán juntos por un sistema de bienestar común.
- Refuerza la idea de que no hay alternativa. Si todos los problemas se deben a “otros pobres”, el sistema económico actual queda intacto.
Como advirtiera Marx en "La ideología alemana", cuando la clase dominante impone su visión del mundo como si fuera “el sentido común”, logra que los oprimidos adopten ideas que van contra sus propios intereses.
Todo vale para evitar que la clase trabajadora se reconozca como lo que es: una mayoría social explotada por unos pocos que acumulan riquezas sin trabajar.
Y mientras tanto, los que de verdad se están llevando todo —los bancos, los fondos de inversión, los grandes empresarios— se frotan las manos. Han conseguido que dos generaciones enteras se enfrenten por las sobras del banquete, mientras ellos se comen el plato principal.
MIGRANTES, MUJERES Y JÓVENES: NUEVOS "OTROS"
Con el tiempo, el sistema ha ido encontrando nuevas figuras útiles para mantener el odio dentro de los sectores populares. A fines del siglo XIX y principios del XX, con las grandes migraciones internas y externas, surgió una nueva construcción ideológica: la del migrante como amenaza.
En Estados Unidos, se decía que los inmigrantes italianos, irlandeses o polacos “traían crimen, enfermedades y caos social”. En realidad, lo que traían era mano de obra barata para las fábricas. Pero esa idea del extranjero como “enemigo cultural” sirvió para dividir a los obreros: el blanco nativo contra el inmigrante, aunque ambos vivieran en la misma miseria.
En épocas más recientes, el mismo mecanismo se aplicó al movimiento feminista. Cuando las mujeres comenzaron a reclamar igualdad salarial o derechos laborales básicos, se las pintó como enemigas de los hombres, como si el problema del desempleo o la precarización laboral fuera culpa de su incorporación al mundo del trabajo. De nuevo: se enfrentaba a dos sectores oprimidos entre sí para evitar que se identificaran como parte de un mismo problema.
“Los jóvenes precarios y los jubilados empobrecidos no son enemigos, son compañeros de clase.”
Hoy, algo muy parecido pasa con los jóvenes. A muchos se les inculca la idea de que los problemas que enfrentan —falta de vivienda, precariedad laboral, imposibilidad de ahorrar o independizarse— son culpa de los jubilados, que “ya vivieron bien” y “ahora lo acaparan todo”. Es una gran mentira, pero funciona, porque apela al malestar real que viven millones de jóvenes, y les da una dirección equivocada para su rabia.
LA INVENCIÓN DEL POBRE PELIGROSO
En los orígenes del capitalismo industrial, cuando los obreros comenzaban a organizarse en fábricas y barrios, los primeros “enemigos internos” fueron los propios trabajadores pobres. En Inglaterra, a mediados del siglo XIX, el discurso de los sectores burgueses acusaba a los obreros organizados de ser agitadores, vagos o “enemigos del orden”.
Esa narrativa funcionaba muy bien: en vez de explicar las huelgas como una respuesta a condiciones laborales brutales, se las describía como fruto de la maldad o ignorancia de ciertos agitadores. El obrero que protestaba no era una víctima, sino una amenaza. Se ocultaba así que la pobreza no era un accidente, sino una consecuencia directa del modo de producción capitalista.
Este patrón se repetiría en toda Europa. En Francia, por ejemplo, durante la Comuna de París (1871), los comuneros —en su mayoría trabajadores— fueron tratados como “bestias sedientas de sangre”. Se los retrató como bárbaros que amenazaban los cimientos de la civilización. Una vez más, se construía una imagen monstruosa del pueblo rebelde para justificar su represión. Se borraba el contenido político de su acción y se lo reducía a un problema moral, de orden o incluso de higiene.
EL ESTADO COMO PRODUCTOR DE IDEOLOGÍA
Pero esta fabricación del enemigo no se da solo en los medios o en los discursos políticos. También se construye desde el Estado. El Estado lejos de ser un árbitro neutral entre clases sociales, es realmente una herramienta de la clase dominante para garantizar su poder. Y una de sus funciones es la producción y difusión de ideología. Por eso no es casual que desde los Parlamentos, las escuelas o las campañas públicas se repitan estas narrativas divisorias.
Cuando este “Grupo Joven” alemán lanza una campaña contra los jubilados, no está haciendo una denuncia honesta sobre el presupuesto. Está participando en una estrategia ideológica que busca enfrentar a los de abajo entre sí, mientras protege los intereses de los de arriba.
LA VEJEZ TAMBIÉN ES UNA MERCANCÍA: EL NEGOCIO DE LAS PENSIONES Y LA SALUD
En el capitalismo, nada se salva de ser convertido en mercancía. Ni siquiera la vejez. Cuando una persona se jubila, ya no genera ganancia directa como fuerza de trabajo. Pero eso no significa que el sistema la deje en paz: la transforma en cliente, paciente, consumidor. Y así, convierte el retiro en un campo más de explotación.
El sistema ya no ve a los mayores como trabajadores que merecen descanso, sino como un “problema financiero”. En lugar de reforzar el sistema público de pensiones, se impulsan fondos privados. En lugar de garantizar salud gratuita, se promueve el negocio de la dependencia. La jubilación deja de ser un derecho y se convierte en una oportunidad para el lucro. Y si los jóvenes no se rebelan contra esto, es porque los convencieron de que el enemigo son los mayores, y no el capital que los está estafando a todos.
Pero la supuesta “crisis de las pensiones” no se debe a que haya demasiados jubilados, sino a que el trabajo joven es precario, los sueldos son bajos y los ricos no pagan impuestos. Todo lo demás son excusas para recortar derechos y abrir nuevas oportunidades de negocio para las aseguradoras, las farmacéuticas y los fondos de inversión.
JUBILADOS Y JÓVENES: LA MISMA CLASE, LA MISMA LUCHA
Aunque tengan edades distintas, un joven con salario miserable y un jubilado con pensión mínima comparten una misma realidad: ambos forman parte de la clase trabajadora. Uno todavía trabaja, el otro ya lo hizo durante décadas. Pero los dos son víctimas de un sistema que extrae riqueza del esfuerzo ajeno y luego culpa a las víctimas por los desastres que provoca.
La estrategia es siempre la misma: dividir, enfrentar, sembrar desconfianza. Si los de abajo se pelean entre ellos, jamás podrán unirse para reclamar lo que les pertenece. Y por eso es tan importante recuperar la conciencia de clase, esa que nos dice: “tú y yo estamos del mismo lado, aunque tengamos 20 o 70 años.”
Los derechos que hoy tienen algunos jubilados no cayeron del cielo: fueron conquistados con lucha, huelgas, organización. Y lo que hace falta ahora no es quitar esos derechos, sino garantizar que los jóvenes también los tengan mañana. Pero eso no ocurrirá enfrentándonos, sino uniéndonos contra quienes siempre han vivido del trabajo ajeno.
POR HANSI QUEDNAU, DESDE ALEMANIA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En estos tiempos, hay algo que salta a la vista aunque nadie
lo diga en voz alta: los de arriba se esfuerzan cada vez más por enfrentar entre sí a quienes están abajo.
No es una sospecha, es una estrategia. Y ¡vaya si funciona!. Se ve, además, por todas partes: nacionales contra migrantes, hombres contra mujeres, y ahora, jóvenes contra jubilados.
“Cuando los de abajo se pelean entre ellos, los de arriba respiran tranquilos.”
Pero ¿por qué ocurre esto? ¿Qué se esconde detrás de estos enfrentamientos artificiales? Spoiler: no es casualidad, ni mucho menos una simple cuestión generacional. Y lo peor es que no solo está sucediendo en Alemania.
Según hemos podido leer en los medios de comunicación españoles, también en España, desde sectores de la derecha, emboscados bajo denominaciones de grupos juveniles desconocidos, se instiga, igualmente, hacia este tipo de enfrentamientos.
¿QUIÉNES SE BENEFICIAN CUANDO NOS HACEN PELEAR ENTRE NOSOTROS?
En Alemania, ha sido un grupo de diputados jóvenes de los partidos conservadores los que impulsan estas campañas contra los pensionistas.
Según ellos, las pensiones cuestan demasiado y están arruinando el futuro de las nuevas generaciones. A simple vista, pareciera un debate presupuestario. Pero si rascamos un poco, descubrimos algo mucho más grave: nos están tratando de enfrentar entre nosotros para que los verdaderos responsables queden en un segundo plano.
No es la primera vez que ello se produce . En vez de señalar al sistema capitalista que precariza a los jóvenes y empobrece a los mayores, nos hacen mirar al vecino como si fuera nuestro enemigo.
Es la vieja receta del “divide y vencerás”. Antes fue el migrante, la mujer, el sindicalista… ahora es el jubilado.
Pero, ¿por qué se repite tanto esta estrategia? Pues por una razón muy simple, porque cumple una función vital para la supervivencia del sistema. Estas ideas no surgen en el vacío: se construyen para sostener un determinado orden social.
El "enemigo interno" cumple tres funciones principales:
- Desvía la rabia social hacia un objetivo falso. Si culpas a los jubilados, no culpas al gobierno que privatizó las pensiones ni al empresario que paga sueldos de miseria.
- Rompe la unidad entre los sectores populares. Si los trabajadores jóvenes desprecian a los jubilados, no lucharán juntos por un sistema de bienestar común.
- Refuerza la idea de que no hay alternativa. Si todos los problemas se deben a “otros pobres”, el sistema económico actual queda intacto.
Como advirtiera Marx en "La ideología alemana", cuando la clase dominante impone su visión del mundo como si fuera “el sentido común”, logra que los oprimidos adopten ideas que van contra sus propios intereses.
Todo vale para evitar que la clase trabajadora se reconozca como lo que es: una mayoría social explotada por unos pocos que acumulan riquezas sin trabajar.
Y mientras tanto, los que de verdad se están llevando todo —los bancos, los fondos de inversión, los grandes empresarios— se frotan las manos. Han conseguido que dos generaciones enteras se enfrenten por las sobras del banquete, mientras ellos se comen el plato principal.
MIGRANTES, MUJERES Y JÓVENES: NUEVOS "OTROS"
Con el tiempo, el sistema ha ido encontrando nuevas figuras útiles para mantener el odio dentro de los sectores populares. A fines del siglo XIX y principios del XX, con las grandes migraciones internas y externas, surgió una nueva construcción ideológica: la del migrante como amenaza.
En Estados Unidos, se decía que los inmigrantes italianos, irlandeses o polacos “traían crimen, enfermedades y caos social”. En realidad, lo que traían era mano de obra barata para las fábricas. Pero esa idea del extranjero como “enemigo cultural” sirvió para dividir a los obreros: el blanco nativo contra el inmigrante, aunque ambos vivieran en la misma miseria.
En épocas más recientes, el mismo mecanismo se aplicó al movimiento feminista. Cuando las mujeres comenzaron a reclamar igualdad salarial o derechos laborales básicos, se las pintó como enemigas de los hombres, como si el problema del desempleo o la precarización laboral fuera culpa de su incorporación al mundo del trabajo. De nuevo: se enfrentaba a dos sectores oprimidos entre sí para evitar que se identificaran como parte de un mismo problema.
“Los jóvenes precarios y los jubilados empobrecidos no son enemigos, son compañeros de clase.”
Hoy, algo muy parecido pasa con los jóvenes. A muchos se les inculca la idea de que los problemas que enfrentan —falta de vivienda, precariedad laboral, imposibilidad de ahorrar o independizarse— son culpa de los jubilados, que “ya vivieron bien” y “ahora lo acaparan todo”. Es una gran mentira, pero funciona, porque apela al malestar real que viven millones de jóvenes, y les da una dirección equivocada para su rabia.
LA INVENCIÓN DEL POBRE PELIGROSO
En los orígenes del capitalismo industrial, cuando los obreros comenzaban a organizarse en fábricas y barrios, los primeros “enemigos internos” fueron los propios trabajadores pobres. En Inglaterra, a mediados del siglo XIX, el discurso de los sectores burgueses acusaba a los obreros organizados de ser agitadores, vagos o “enemigos del orden”.
Esa narrativa funcionaba muy bien: en vez de explicar las huelgas como una respuesta a condiciones laborales brutales, se las describía como fruto de la maldad o ignorancia de ciertos agitadores. El obrero que protestaba no era una víctima, sino una amenaza. Se ocultaba así que la pobreza no era un accidente, sino una consecuencia directa del modo de producción capitalista.
Este patrón se repetiría en toda Europa. En Francia, por ejemplo, durante la Comuna de París (1871), los comuneros —en su mayoría trabajadores— fueron tratados como “bestias sedientas de sangre”. Se los retrató como bárbaros que amenazaban los cimientos de la civilización. Una vez más, se construía una imagen monstruosa del pueblo rebelde para justificar su represión. Se borraba el contenido político de su acción y se lo reducía a un problema moral, de orden o incluso de higiene.
EL ESTADO COMO PRODUCTOR DE IDEOLOGÍA
Pero esta fabricación del enemigo no se da solo en los medios o en los discursos políticos. También se construye desde el Estado. El Estado lejos de ser un árbitro neutral entre clases sociales, es realmente una herramienta de la clase dominante para garantizar su poder. Y una de sus funciones es la producción y difusión de ideología. Por eso no es casual que desde los Parlamentos, las escuelas o las campañas públicas se repitan estas narrativas divisorias.
Cuando este “Grupo Joven” alemán lanza una campaña contra los jubilados, no está haciendo una denuncia honesta sobre el presupuesto. Está participando en una estrategia ideológica que busca enfrentar a los de abajo entre sí, mientras protege los intereses de los de arriba.
LA VEJEZ TAMBIÉN ES UNA MERCANCÍA: EL NEGOCIO DE LAS PENSIONES Y LA SALUD
En el capitalismo, nada se salva de ser convertido en mercancía. Ni siquiera la vejez. Cuando una persona se jubila, ya no genera ganancia directa como fuerza de trabajo. Pero eso no significa que el sistema la deje en paz: la transforma en cliente, paciente, consumidor. Y así, convierte el retiro en un campo más de explotación.
El sistema ya no ve a los mayores como trabajadores que merecen descanso, sino como un “problema financiero”. En lugar de reforzar el sistema público de pensiones, se impulsan fondos privados. En lugar de garantizar salud gratuita, se promueve el negocio de la dependencia. La jubilación deja de ser un derecho y se convierte en una oportunidad para el lucro. Y si los jóvenes no se rebelan contra esto, es porque los convencieron de que el enemigo son los mayores, y no el capital que los está estafando a todos.
Pero la supuesta “crisis de las pensiones” no se debe a que haya demasiados jubilados, sino a que el trabajo joven es precario, los sueldos son bajos y los ricos no pagan impuestos. Todo lo demás son excusas para recortar derechos y abrir nuevas oportunidades de negocio para las aseguradoras, las farmacéuticas y los fondos de inversión.
JUBILADOS Y JÓVENES: LA MISMA CLASE, LA MISMA LUCHA
Aunque tengan edades distintas, un joven con salario miserable y un jubilado con pensión mínima comparten una misma realidad: ambos forman parte de la clase trabajadora. Uno todavía trabaja, el otro ya lo hizo durante décadas. Pero los dos son víctimas de un sistema que extrae riqueza del esfuerzo ajeno y luego culpa a las víctimas por los desastres que provoca.
La estrategia es siempre la misma: dividir, enfrentar, sembrar desconfianza. Si los de abajo se pelean entre ellos, jamás podrán unirse para reclamar lo que les pertenece. Y por eso es tan importante recuperar la conciencia de clase, esa que nos dice: “tú y yo estamos del mismo lado, aunque tengamos 20 o 70 años.”
Los derechos que hoy tienen algunos jubilados no cayeron del cielo: fueron conquistados con lucha, huelgas, organización. Y lo que hace falta ahora no es quitar esos derechos, sino garantizar que los jóvenes también los tengan mañana. Pero eso no ocurrirá enfrentándonos, sino uniéndonos contra quienes siempre han vivido del trabajo ajeno.


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